Tres veces tú
Ciento trece
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CIENTO TRECE
He llevado a Babi a su casa y ahora conduzco despacio en la noche. Se ven las primeras luces del alba cuando de repente me acuerdo de esas palabras.
«¿Eres feliz?». Su pregunta todavía resuena en mi cabeza. El padre Andrea está delante de mí en silencio, con los ojos cerrados. Espera preocupado mi respuesta. Cuanto más tiempo pasa, más pesado, fastidioso y molesto se vuelve el silencio. Es como si todavía diera más eco a todo lo que no se está diciendo. A lo lejos oigo el sonido de alguna ave nocturna y, más distante, el parloteo alegre de la voz de Gin y de sus padres, Francesca y Gabriele. Luego, de repente, la voz del padre Andrea, grave, seria, pero sutil a su manera, rasga ese silencio.
—¿Has entendido la pregunta que acabo de hacerte? Tampoco es tan difícil, te he preguntado si eres feliz. —Abre los ojos, se vuelve hacia mí y me mira tranquilo, como si la respuesta que está esperando fuera la más sencilla del mundo. Pero continuamos callados y al final me mira y sonríe.
—Bueno, si tardas tanto en contestar, en cierto modo ya me has dado la respuesta. Lo siento mucho.
—No es tan fácil.
—Lo sé, parece una pregunta simple, pero en realidad es complicada porque prevé un montón de cosas.
—Me gustaría mucho serlo.
Me mira y se echa a reír.
—Y ¿quién no querría serlo? Hicieron una buena película sobre ese tema, En busca de la felicidad, de Gabriele Muccino.
—Sí, la he visto…
—Yo también. Allí, el protagonista, ese famoso cantante de color, ¿cómo se llama…?
—Will Smith.
—Exacto. Pues bien, él lograba encontrar la felicidad, y ¿sabes por qué? Porque como no tenía nada, se conformaba con poco. A los hombres que lo tienen todo les cuesta más encontrarla.
Pirandello decía que la verdadera felicidad reside en tener pocas necesidades. Camus, que nunca serás feliz si sigues preguntándote en qué consiste. Yo creo que cada uno de nosotros sabe qué lo haría realmente feliz. La cuestión es tener el valor de serlo. En resumen, como dice Borges, «solo he cometido un pecado en la vida: no he sido feliz».
Y volvemos a quedarnos callados. Es un cura muy particular. Le gusta el cine y las citas y me cae simpático. Luego —como si se tratara de un amigo de toda la vida, o más aún, y me dan ganas de reír solo de pensarlo, como si Pollo se hubiera encarnado en él—, empiezo a hablar.
—Gin es una chica maravillosa, es bonita, es alegre, es divertida, es práctica, es inteligente, pero no tiene malicia, cosa que, la verdad, para mí es una virtud…
Asiente al escucharme, está de acuerdo conmigo.
—Sí, tienes razón. La conozco bien.
—Ah, sí, por supuesto. Se me olvidaba, ella es quien lo ha elegido para oficiar nuestra boda.
—Exacto…
Me sonríe y entonces prosigo:
—Y estoy seguro de que será una excelente madre.
—Estoy de acuerdo contigo. La he visto muy feliz.
—Yo también lo soy.
—Oh, bien, me alegro.
Y, a continuación, pronuncio esa palabra que nunca habría imaginado que llegaría a decir.
—Pero tengo miedo.
Entonces el padre Andrea se vuelve hacia mí y me sonríe, me pone la mano en el brazo y me mira con afecto.
—El miedo en un caso como este es un sentimiento noble. En realidad, tienes miedo porque ella te importa.
—Y sus padres, y el niño que tendremos. Tengo miedo de no estar a la altura.
—Lo ha logrado un montón de gente con muchas menos cualidades que vosotros dos.
Entonces decido decirle la verdad.
—El otro día me encontré a una mujer, sucedió por casualidad. Hacía muchos años que no la veía y esperaba no volver a verla nunca más en toda mi vida. Principalmente, por lo que sentía por ella.
—Y que sientes.
—Sí.
El padre Andrea enarca una ceja, cierra los ojos y asiente.
—Entonces la cosa cambia. En este caso es difícil ser feliz. —A continuación, mira hacia Gin.
Ella está riendo con sus padres, Gabriele tira de ella, la abraza y su madre se preocupa; oímos su voz desde aquí.
—¡Gabriele, ten cuidado, no te pases, le vas a hacer daño!
—¡¿Qué dices?, estamos bromeando!
El padre Andrea continúa hablando sin mirarme.
—Así pues, ¿qué quieres hacer? ¿Quieres posponer la boda hasta que te hayas aclarado o prefieres anularla?
—No, vamos a tener un hijo.
Entonces se vuelve hacia mí.
—Es una buena noticia.
—Sí, estupenda.
—Pero si lo criais siendo una pareja infeliz, con discusiones y todo lo demás, haréis que él también sea infeliz, y puede que cargue con ello toda su vida. Si de verdad lo amáis, no podéis hacerle eso.
Entonces me quedo callado. Pero el padre Andrea prosigue:
—Qué raro que no me hayas hecho la pregunta que suelo oír en estos casos.
Siento curiosidad.
—¿Cuál?
—¿Se puede amar a dos mujeres a la vez?
Me hace sonreír.
—La verdad es que lo había pensado, pero me parecía absurdo hacer una pregunta como esa a alguien como usted.
—Muy bien, porque creo que es una tontería, solo una excusa de alguien que no sabe asumir sus responsabilidades. Quien se encuentra ante esa indecisión tiene que elegir, dejar a la mujer que cree que ama, con todo el dolor y el posible disgusto, y tener el valor de ser feliz con la que está seguro de amar. Porque en el fondo siempre lo sabemos.
—Vamos a tener un hijo. Gin es estupenda y la vida que quiero construir es con ella.
—Muy bien. Pues entonces lo has pensado, lo has razonado y has tomado una decisión. Pero cuando hayan pasado los años no te hagas reproches, no te imagines cómo podría haber sido tu vida…
Pensar eso sería una pérdida de tiempo, porque de todos modos nunca lo sabrás, quizá habría ido todo mucho peor… —Sacude la cabeza—. Y, sobre todo, no vuelvas a ver nunca más a esa mujer.
Entonces sonrío.
—¿Qué ocurre?
—Precisamente eso es lo que me da miedo.
—Hace poco que te conozco, pero he visto cómo eres. Si decides que será así, así será. Tu vida es tuya. Regresaremos con ellos.
Se levanta, da unos pocos pasos y luego se vuelve hacia mí. Me espera, de modo que lo alcanzo.
Después me coge por el brazo y me sonríe.
—¿Te he convencido?
—No, el miedo que tengo es de que esa chica sea más fuerte que mi voluntad. Por otra parte, si fuera tan fácil tomar una decisión de este tipo y que al momento todo funcionara bien, entonces las confesiones, todos esos avemarías, y sobre todo ustedes, ya no servirían de nada. Mi pecado, en caso de que peque, los justifica.
Entonces el padre Andrea se vuelve de nuevo hacia mí, pero esta vez no sonríe.