Tres veces tú
Ciento treinta y cinco
Página 137 de 149
CIENTO TREINTA Y CINCO
Estoy en el salón leyendo algunos correos en mi MacBook Air. Estoy mucho mejor. Renzi me ha dicho que he tenido mucha suerte, tanto por el accidente como por lo que podría haber pasado si hubiera encontrado al Empanada, en vista de la rabia que llevaba en el cuerpo.
—Ha sido mejor así. El Empanada nunca más hará algo parecido, se ha vengado principalmente porque fuimos nosotros quienes empezamos este juego, mejor dicho, yo. Sí, de alguna manera, la culpa es mía.
Le sonrío.
—Gracias, Giorgio.
Pero con eso no tengo suficiente. Sé cómo soy y no tomo parte en esa partida. No deberían haber hecho nunca esas fotos. Es cierto, estaba a punto de cometer un error, no volverá a suceder, pero tampoco tengo prisa.
Oigo que se abre la puerta.
—Cariño, ¿eres tú?
—No, soy un ladrón.
—Es verdad, me has robado el corazón.
Se echa a reír y deja el bolso sobre la mesa. Es nuestra frase recurrente. Luego se acerca y me da un beso.
—¿Cómo se ha portado Aurora?
—Muy bien. Hemos estado jugando, se ha quedado fascinada con mis dedos. Se los movía así, a la altura de la cara, pero no demasiado cerca, y al final me ha cogido un dedo y lo ha apretado. Te lo juro, ha sido increíble.
—Te habías lavado las manos, ¿verdad?
—Claro.
Me quedo un poco serio; luego, por desgracia, se me escapa una sonrisita.
—Se ve clarísimo cuándo mientes. Ya te dije que te lavaras siempre las manos.
—¡Me las he lavado esta mañana y no he salido de aquí, por tanto, no era una mentira!
Veo que Gin se vuelve y, por un instante, su mirada parece endurecerse, está a punto de abrir la boca para decirme algo, pero es como si cambiara de idea, lo deja estar y al final sonríe.
—Sí, está bien, no te lo tendré en cuenta. Pero, si sales, que no se te olvide nunca.
—No, por supuesto, te lo prometo.
Veo que contrae los hombros y, sin decir nada más, desaparece en el dormitorio. Qué raro, pienso para mis adentros, pero en el fondo es normal; ha parido hace poco, todavía está tensa.
Mientras Gin empieza a desnudarse, piensa en esas palabras: «Te lo prometo». «¿Ah, sí? ¿Me lo prometes como el hijo que tienes y no me has dicho que tenías, o me lo prometes como me prometes que no la volverás a ver nunca más y coges un ático en alquiler donde estuviste follando hasta anteayer? No, no, dime, explícate, ¿qué clase de promesa es esta vez? Mejor que le haga caso a Ele, tengo que olvidarme de esta historia por el bien de Aurora y también por el mío. Me hace demasiado daño, y más ahora que estoy tan débil, es lo peor que podía pasarme. Debo pensar que no ha ocurrido, que no he descubierto nada, que nunca ha existido, que no es un gilipollas, a pesar de que lo sea, y mucho». Y se mete debajo de la ducha intentando calmarse.
No mucho más tarde, Gin sale de la habitación vestida y maquillada. Lleva un pantalón negro y una blusa blanca. Está muy elegante y especialmente guapa. Cuando la veo, me quedo sorprendido.
—Eh, no me he cambiado, no me acordaba de que salíamos, ni siquiera ha llegado la canguro.
—Digamos que la canguro ha llegado hace rato porque eres tú…
—Ah, ¿soy yo?
—Sí. Nunca cogería una canguro con la niña tan pequeña. Ya me fío poco de mi madre, que ha sido una excelente enfermera, o de Mara, que nos ayuda en casa desde hace tiempo; imagínate de una desconocida que quién sabe lo que le daría o qué le haría en caso de que Aurora se pusiera a llorar.
—Total, que me parece entender que sales tú sola…
—Pues claro, aprovecharé tu época de mamaíto forzoso. Y, quizá no te acuerdes, pero ya te dije anteayer que el viernes tenía una cena con los del bufete.
—Es verdad, ahora me acuerdo. Está bien, soy un mamaíto a todos los efectos, ya lo sabía y no puedo echarme atrás. ¿Adónde vais a ir a cenar?
—Creo que a Duke’s o a Chez Coco, delante del viale Parioli. Me dijeron que la otra vez también fueron allí, pero yo no asistí; estaba ocupada con Aurora en un tête-à-tête especial. ¡Ella comía muy cómoda en mi tripa y yo vomitaba! En cambio, ahora que ya ha salido el pequeño alien, es justo que vuelva a tener libertad y que tú te ocupes de ella durante al menos nueve meses, así la cosa quedará equilibrada… ¡Has estado demasiado libre últimamente y demasiada libertad es mala!
—Y ¿eso quién te lo ha dicho? ¿El director de 12 años de esclavitud?
—No, la madre de la monja de Monza.
—¡Eh, muy bueno! ¿Quién te lo ha soplado?
—Ha sido una regresión personal al colegio. —Hace una inclinación y me da un beso; a continuación, me sonríe—. Si tienes algún problema con Aurora, llámame. Pero estoy segura de que serás el mamaíto perfecto… Si te entra hambre, te he dejado algo de comer sobre la mesa de la cocina; si quieres calentarlo mételo en el microondas, si no, también está bueno a temperatura ambiente.
—¿Y…?
—Y la cerveza helada está en la nevera, sácala tú cuando quieras.
—De acuerdo. —Me quedo sin palabras—. Me lees el pensamiento, eres perfecta.
Gin sonríe y cierra la puerta.
En realidad, cuando llama el ascensor está llena de rabia. «Pues claro, te leo tan bien el pensamiento que no me he dado cuenta de que había otra. Y soy tan perfecta que has buscado la imperfección en otro sitio, casi con seguridad porque da más gusto, o porque te aburría. Bueno, yo también quiero conocer la imperfección. Quiero ver si me hará sentir mejor ser imperfecta como vosotros».
Cuando llega a la via Tunisi y encuentra aparcamiento enseguida justo a pocos pasos del restaurante, casi le parece una buena señal. Baja el parasol y abre el espejito. Se examina el maquillaje, se toca con el dedo derecho los ángulos de los ojos, y justo entonces lo ve salir de Il Bar Sotto Il Mare. De modo que baja del coche, lo cierra y camina sonriendo hasta que él la ve.
—Hola… No me lo puedo creer; ¿sabes que estaba convencido de que no ibas a venir?
—¡Bueno, si hubiera pensado hacer algo así, como mínimo te habría avisado; no quiero perder el trabajo!
Nicola se echa a reír.
—He reservado dentro, es mejor, ¿no? —Y le sonríe ligeramente malicioso. Entonces, en cierto modo, intenta justificarse—: Es que esta noche sopla un poco de viento de vez en cuando.
—Sí, dentro me parece perfecto.
Nicola va hasta la mesa, aparta la silla para que Gin se siente y luego se acomoda él también.
—Aquí preparan un marisco crudo estupendo, ahora que por fin puedes comerlo.
—Tengo que controlarme… ¡Me parece que la gente piensa que todavía estoy embarazada!
—Qué tonta eres por decir eso. No has aumentado casi nada de peso y, tengo que decírtelo, eres la mamá más guapa que he conocido nunca.
—¡Porque solo conoces a chicas sin hijos! ¡Es fácil hacerme un cumplido así!
—No es verdad, resulta que conozco a un montón de mamás. Tengo treinta años y muchas de mis compañeras de escuela tienen hijos, y no hay ni una que pueda competir contigo.
Gin le sonríe, ha sido muy amable dedicándole ese cumplido.
—Gracias.
—Imagínate, te estoy diciendo la verdad, de lo contrario, habría ido a cenar con una de ellas.
—¡Ah, claro!
Eso ha sido un poco menos bonito, pero no se puede tener todo.
Piden un gran plato de marisco, fritura variada, media carbonara de pez espada para cada uno y un filete de atún con costra de semillas de sésamo. La cena es perfecta, la comida excelente, y la acompañan con un sauvignon blanc helado.
—Este vino es muy bueno. —Gin se lo bebe con gusto y con gran placer mientras va picoteando algún chipirón frito.
Nicola sigue llenándole la copa.
—Es cierto, entra que es una maravilla.
Gin le sonríe.
—No sabes cómo me gusta poder beber y comer sin reparos.
—No, no lo sé. Pero sé lo bonito que es estar cenando contigo. Es mi sueño desde siempre. Y tú lo sabes.
Gin sonríe; sin embargo, lo curioso es que no se sonroja. Es como si se sintiera segura, firme en sus propósitos, embravecida en su deseo de ser felizmente imperfecta, de engañar, en vista de que está tan de moda.
—No creía que fueras a aceptar mi invitación.
—¿Por qué?
—En el bufete siempre eres simpática y amable, pero uno ya nota cuándo una mujer te deja un poco de espacio. Y tú no permites que haya ni el más mínimo resquicio.
De nuevo, Gin bebe un poco más de vino. Nicola la mira con intensidad. Es un chico guapo.
Tiene los ojos de un verde profundo, el cabello oscuro, rizado, y un buen físico. Es el ideal para ser «felizmente imperfecta».
—¿Puedo tomar un poco más?
—Disculpa, no me había dado cuenta de que tu copa estaba vacía. —Nicola la llena.
La botella casi se ha terminado, y él tampoco es que haya bebido mucho.
Le sonríe.
—Recuerdo que en una película decían que siempre hay un momento en el que una mujer, por un motivo u otro, puede ceder.
—Y ¿tú crees que ha llegado ese momento?
—No lo sé. Yo solo tenía ganas de pasar un rato contigo. Lo que tenga que ser será. Un «No» dicho por ti puede ser más bello que muchísimos e inútiles «Sí».
Gin no dice nada, bebe un poco más de vino. Ahora ha estado mejor. Y continúan con unos estupendos sorbetes, frutas del bosque con helado y un amaro. Y, por si fuera poco, Nicola le propone un último brindis.
—¿Quieres subir a mi casa a tomar algo? Vivo aquí cerca.
Y Gin acaba ligeramente borracha en una terraza del piazzale degli Eroi.
—Mira, también se ve la cúpula de San Pedro.
—Sí, es preciosa, está toda iluminada.
«¿Cuántas veces la habrán visto ellos desde ese ático de Borgo Pio? No quiero pensarlo. Estoy aquí justo por eso». Y, mientras está mirando los tejados de Roma, Nicola la coge del brazo, hace que se dé la vuelta hacia él y la besa en la boca. Al mismo tiempo, le agarra la mano y se la lleva hacia abajo para hacerle sentir lo mucho que la desea. Es un instante, esa boca en la suya, la mano conducida hacia abajo… Un poco más abajo… «No, no puedo». Gin se aparta con rapidez de él.
—Perdóname. Yo… Yo solo quería… No, perdona.
Y, sin decir nada más, entra en el salón, ase su bolso y se va.
Poco después, está en casa. Entra en silencio, cierra la puerta sin hacer ruido. Step se encuentra en la cama durmiendo. Aurora está a su lado, también ella tranquila. Gin va al baño y se desmaquilla.
Entonces golpea el lavabo con el puño. «Muchas mujeres, después de ser infieles, después de haberse ido a la cama con alguien, estarían enfadadas por lo que han hecho o al menos las asaltaría un sentimiento de culpa, aunque solo fuera para justificarse. En cambio, yo estoy llena de ira por no haber sido capaz de hacerlo».