Tres veces tú
Ciento treinta y seis
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CIENTO TREINTA Y SEIS
Gin se ha despertado hace aproximadamente una hora, que es lo que había previsto desde la última toma, y le acaba de dar el biberón a Aurora. La tiene en brazos y da suaves golpecitos en la espalda esperando a que expulse el aire, y el bebé por fin lo hace. Las veo dibujadas en la ventana del salón, por la que entran las primeras luces de la mañana.
—¿Qué tal fue la cena?
Se vuelve sorprendida y a continuación me sonríe.
—No tan bien como pensaba. Pero mejor así.
Pasa por delante de mí y va a dejar a Aurora en la cuna, luego va al baño, se lava las manos, se pone la bata y se dirige a la cocina.
—¿Quieres un café?
—Sí, gracias.
Poco después, regresa al salón y me trae la taza.
—Te he echado leche de soja, pero muy poca.
—Has hecho bien. Gracias.
Doy un sorbo al café. Al otro lado de la ventana, el cielo poco a poco empieza a matizarse, abandona el añil y va adquiriendo tonalidades más claras. Ahora es de un azul pálido y no hay ni una nube.
—Hoy hará un bonito día.
Gin mira en mi dirección.
—Sí. Hará sol, esperemos que no se estropee.
—Anoche llamó la ayudante del abogado Guarini, quería hablar contigo para decirte que no enviaras un email. Dijo que no hacía falta porque han retirado la denuncia. Se disculpó por llamarte a casa, pero tenías el teléfono desconectado. No sabía nada de la cena.
—¿Se lo preguntaste?
La miro, me quedo en silencio durante unos instantes, y decido contestar.
—No.
—No es lo que piensas.
La detengo antes de que prosiga:
—No me digas nada. No quiero saberlo. No he sido lo que tú querías, me he equivocado y lo siento. Pero me gustaría volver a empezar.
—¿Estás seguro?
—Sí, creo que tienes que saberlo.
—Algo sé…
—Tal vez te lo imaginas, pero quiero que lo sepas todo, si no, nunca podremos volver a empezar de verdad. Siempre me sentiría falso a tu lado. Creo que es el único modo. Luego, si quieres, me iré, pero tienes que escucharme. He tenido una aventura con Babi. La he estado viendo durante varios meses. Alquilé un ático en el que nos veíamos casi a diario, pero cuando nació Aurora, me avergoncé de todo ello. Siempre he pensado que podía ocurrirme cualquier cosa en la vida, recibir cualquier agravio, sabía que lo resolvería, que no me detendría ante nada. Pero ahora no puedo tomarla con nadie, el problema soy yo, ya no me gusto.
Miro a Gin, no responde, veo las lágrimas resbalar por su cara, pero no puedo callarme.
—He descubierto que el hijo de Babi es hijo mío. Así es. Sobre esto último yo no he tenido noticia hasta este año; debería habértelo dicho, pero me enteré el mismo día en que me dijiste que esperabas a Aurora. Lo habría estropeado todo.
Gin sonríe.
—No te preocupes, lo has conseguido de todos modos.
Trato de sonreír, pero sé el daño que puedo haberle hecho.
—No sé qué me pasó, Gin, te lo había prometido, no quería volver a decepcionarte, no quería hacerte sufrir. Lo intenté, me esforcé al máximo, de verdad, pero las cosas fueron así.
Entonces se enfada.
—No me digas eso. —Se levanta del sofá y se me acerca, pone la mano derecha como si fuera un pico y me golpea en el pecho—. No me tomes el pelo. Tú eres el hombre de las mil flexiones, de la rabia y la determinación. Tú no sentías dolor si decidías llegar hasta el final. Tu voluntad siempre ha sido más fuerte que tu cabeza y que tu corazón. Podrías haberlo evitado, no estabas borracho, no estabas drogado, sabías lo que estaba pasando. No me digas que las cosas fueron así. Tú hiciste que fueran así.
—Tienes razón.
—Para mí no es suficiente tener razón. Quería que tu primera opción fuera yo. En cambio, me siento como un plan B, una rueda de repuesto; haces que me sienta como si, al no poder tenerla a ella, te hayas quedado conmigo solo para intentar conformarte. Pero así nunca serás feliz.
—No, no es verdad, quiero serlo, y quiero serlo contigo.
—Es cierto, y además se lo prometiste a Él; debías vivir conmigo, cuidarme, en la riqueza y en la pobreza, en la alegría y en las penas, en lo bueno y en lo malo. En cambio, has tenido suficiente con verla para dejar a un lado todo eso.
—Te lo ruego, Gin, no hagas esto, por favor. Te lo acabo de decir, me he equivocado, sucedió, pero se ha terminado, fin. Empecemos desde hoy mismo. Por favor. Mira, mira qué bonito… —Y le señalo la ventana. Al otro lado, los rayos del sol atraviesan algunas nubes lejanas, parecen las puntas de una corona, hacen que ese cielo sea único, casi sagrado—. Por favor, cariño, perdóname, no echemos todo lo nuestro por la borda, te lo he contado. Creo que he hecho muchas cosas buenas por ti y solo una mal, siempre la misma, es cierto, pero solo una.
—Pero ¿a ti no te parece que nunca podrás superar esa historia? El amor que todavía sientes por ella…, no logras dejarlo atrás. Todo esto es algo que supera mi capacidad de comprensión…
La veo cansada, como derrotada; sacude la cabeza, baja un poco los hombros, pero todavía quiere decirme algo.
—Tal vez es lo que quieres, pero no lo consigues, y siempre será así. Nunca serás completamente mío. ¿Entiendes que es algo que yo no puedo aceptar?
Permanezco un instante en silencio.
—Habría querido ser mejor.
Entonces me pone la mano en la cara.
—Lo sé, pero no puedes ser mejor conmigo cuando tu corazón le pertenece a otra.
—No es así, Gin, por favor, no te obsesiones, piensa en Aurora. Tenemos toda la vida por delante.
—Pues no, por desgracia, también eso es un problema. Y, en vista de cómo han ido las cosas, no creo que se produzca ningún milagro.