Tres veces tú

Tres veces tú


Tres

Página 5 de 149

TRES

Entro en la gran sala de la séptima planta, donde el director me está esperando junto a otras personas.

—Buenos días, Stefano. Por favor, toma asiento…

Me hace sentar en el centro de la sala de reuniones.

—¿Puedo ofrecerte un café?

—Encantado.

Marca enseguida un número en el teléfono negro que hay en el borde de la mesa y lo pide.

—Me alegro de verte… mucho —dice, y se dirige a un responsable de área sentado al otro extremo de la mesa.

Luego vuelve a mirarme y añade sonriendo:

—He ganado la apuesta: una cena o una comida para dos. Él no creía que fueras a venir.

El jefe de área me mira sin sonreír. Permanece en silencio jugando con las uñas de sus manos terriblemente afiladas. De él, de Mastrovardi, se decía que había sido puesto allí por un político que había muerto al día siguiente de haberlo colocado, dejando ese bonito regalo a la empresa: un responsable de área tan inútil como siniestro. Tiene una nariz ganchuda, la piel amarillenta como si nunca se hubiera recuperado de una primigenia ictericia y, por si fuera poco, procede de una familia de sepultureros. No se sabía si todo ello formaba parte de la leyenda, pero en el funeral de Di Copio, el político que lo había impuesto en la empresa, Mastrovardi estaba casi irreconocible con su traje cruzado gris. Había organizado la ceremonia hasta el más mínimo detalle, sin reparar en gastos, si bien, según decía, tampoco los había habido.

Por fin llega el café.

—¿Quieres azúcar?

—No, gracias, lo tomo solo.

En ese momento, sin ningún motivo, el ganchudo responsable de área sonríe. Yo le devuelvo la sonrisa.

—No te preocupes. A esa comida o cena irá con otro, seguramente con una de esas hermosas chicas con las que te veo salir en los periódicos. —Miro divertido al director, que sonríe un poco menos. Pero continúo—: Tampoco es que tenga nada de malo, ¿no? Es trabajo.

El responsable de área deja de sonreír por completo, y lo mismo hacen los demás sentados enfrente. Todos están preocupados por perder su papel, teniendo en cuenta que dentro de pocos meses habrá nuevos nombramientos y, mientras que el director parece estar ya confirmado, a su alrededor circulan rumores de grandes cambios.

—¿Y bien?, ¿qué me decís? ¿Vamos a repetir ese programa de las parejas? Los derechos caducan dentro de dos meses y ya me ha llegado una oferta de Medinews…

Cojo de mi maletín una carpeta negra, cerrada, que dejo en el centro de la mesa.

—Bien, me parece que el programa funciona mucho mejor que «Affari tuoi» y se distancia bastante de «Striscia». Es lógico que hayan hecho una oferta importante para comprarlo. ¿Estáis de acuerdo? Pero yo quiero quedarme aquí. Me gusta estar aquí…, y me gusta el programa.

Con la mano doy, despacio, tres golpes decididos sobre la carpeta, haciendo que mi producto sea todavía más imprescindible para su cadena y, sobre todo, muy grave la posibilidad de perderlo.

—Es un farol.

El responsable de área de la nariz ganchuda, la piel con ictericia y el cabello blanco aceitoso, engominado hacia atrás y cayendo hacia abajo, por detrás de las orejas, sonríe.

Yo también sonrío.

—Tal vez sí. O tal vez no. Quiero un veinte por ciento más que el año pasado sobre la cesión del formato y sobre cada episodio.

El director enarca una ceja.

—Me parece mucho, y más en estos tiempos, y principalmente porque ya lo vendiste muy bien…

—Es cierto. Pero si no obtuviera los resultados que obtiene, vosotros ya no lo querríais, ni siquiera me cogeríais el teléfono, y tendría que oír cada vez las mismas excusas de la secretaria de turno —replico, y me quedo mirando un punto en el vacío.

Ese director estúpido, inútil, también él políticamente colocado, no me recibió durante más de un mes seguido. Tuve que llamar a un amigo de un amigo mío para obligarlo a recibirme.

Si me había convertido en alguien en el mundo de la televisión lo debía a mi tenacidad, al olfato para los buenos formatos y a toda la rabia que llevaba dentro. Un montón de dinero al año por programas comprados en varios MIPCOM y Cannes, un poco adaptados para el mercado italiano y luego vendidos lo mejor posible. Ahora ganaba más de ochocientos mil euros netos al año, tenía una gran oficina justo detrás de la Rai, dos secretarias y un grupo muy joven de guionistas que trabajaban siguiendo mis indicaciones.

—Es un farol. No tiene ninguna oferta de Medinews.

Cambio por completo de expresión. Golpeo de nuevo sobre mi carpeta de piel, ahora solo dos veces, pero con más fuerza.

—De acuerdo. Hagamos una cosa, pues… Si aquí dentro no hay una oferta de Medinews, os quedáis con la serie por ese precio, más mil euros.

Otro joven responsable de área con el pelo tan oscuro y abundante como las ideas creativas que nunca ha tenido, hijo de un famoso periodista que se habría avergonzado con esa insustancial pregunta de su hijo, dice:

—Pues entonces, si esa oferta de Medinews es cierta, ¿por qué no vas allí? ¿Solo por mil euros?

Y se ríe, demostrando lo idiota que es en realidad. Miro a mi alrededor, todos ríen excepto el director. Observo la sala, las bonitas fotos de motos, viajes, islas, alguna escultura moderna, pequeña, de hierro, un cuadro de Marilyn, uno de Marlon Brando, un premio recibido no sé dónde, algunos libros de jóvenes o maduros escritores regalados únicamente con la esperanza de salir en la Rete y de un poco de visibilidad. Cruzo la mirada con el director.

—Bonita sala.

Luego veo sobre la mesa la pistola de agua infantil con la que a veces lo he visto deambular rociando a las bailarinas, como el más alegre de los niños del planeta. Pero esto, por supuesto, me lo quedo para mí.

—Realmente, una bonita sala.

El director está complacido.

—Gracias.

Luego vuelve a ponerse serio y le explica al joven e idiota responsable de área:

—Si esa oferta de Medinews existe, podría ser justo del veinte por ciento más que nos acaba de pedir. Aquí le damos más facilidades que la Siae, clasificando el producto como clase A, por tanto, obtendría más dinero en derechos quedándose con nosotros. Además, nosotros repetimos en horario nocturno, diurno, en Rete 4 o Rete 5, en las emisiones de verano, mientras que allí no aprovechan tanto el producto. —El jefe de área está a punto de intervenir, pero el director prosigue—: Y esos mil euros son solo para burlarse de nosotros.

—Si esa oferta es cierta… —dice el ictérico—, y yo digo que no lo es, nos conviene verla.

Me vuelven a la cabeza las partidas de póquer, las noches en casa de Lucone con Pollo, Bunny, Hook y todos los demás, cuando se nos hacía de día jugando, riendo, fumando cigarrillos (yo, al menos) y bebiendo ron y cerveza. Pollo siempre gritaba: «¡Coño, Step, ya sabía que te lo llevabas tú!», y golpeaba fuerte la mesa con los puños. Y Lucone se enfadaba: «¡Ya vale, te la vas a cargar!», y entonces Pollo se ponía a bailar y arrastraba a Schello en el baile, y reía y bebía como el más feliz de los jugadores, como si la mano la hubiera ganado él. Pollo…

—De modo que tú te jugarías la posibilidad de cerrar el trato por un veinte por ciento más solo por verla, así, a ciegas…

El jefe de área ictérico se queda quieto, convencido y sonriente de su posición.

—Si es que tiene una oferta de Medinews. Pero estoy seguro de que no tiene nada. —Y me mira con determinación, sin sonreír siquiera, simplemente seguro, divertido porque lo que piensa pueda ponerme en apuros.

Y yo lo miro sonriendo y, a pesar de la antipatía que siento por él, finjo que me gusta, hasta que lo veo empalidecer con la salida del director:

—Y ¿estás tan seguro como para jugarte, además del dinero de la Rete, también tu puesto?

El responsable de área vacila, pero es solo un instante. Me mira y decide mantenerse firme:

—Sí, no tiene ninguna oferta de Medinews.

Sonrío y empujo la carpeta hacia el director, que, inmediatamente, curioso, vuelve a ser el niño con la pistola de agua. Coge la carpeta entre las manos, le da vueltas intentando quitar la goma, pero lo detengo.

—Si está, pasará a ser vuestra oferta y mil euros más.

—Y, si no, cerramos el trato como el año pasado… —dice el jefe de área ictérico, secundado por el del pelo abundante.

—Sí, sí, claro —digo yo, y le tiendo la mano al director, manteniendo la otra sobre la carpeta y esperando a que ratifique el trato antes de dejársela abrir.

—Sí, por supuesto, estamos de acuerdo. —Y me estrecha la mano con fuerza.

Así pues, se la paso con amabilidad.

Entonces él, de un modo casi frenético, quita la goma, saca las hojas, las coloca sobre la mesa y casi parece feliz de encontrar la oferta de Medinews. Quizá el responsable de área ictérico no le caía bien ni a él y solo estaba buscando la manera de quitárselo de encima.

—¡Pero es el doble de lo que te damos nosotros!

—Y mil euros más. —Sonrío divertido.

—¿Habrías aceptado cerrar el trato por el veinte por ciento?

—Sí, claro, no sabía que contaría con esta ayuda «casi divina» —digo, y miro al responsable de área ictérico. Ya no sonríe, se deja caer en el sillón que, aunque por poco tiempo, sigue siendo suyo—. Sí, quería cerrar el trato con la Rete a toda costa. Precisamente por lo que tú decías. Me habría conformado incluso con el quince por ciento.

Y pienso en Pollo, que habría golpeado con los puños esa importante mesa de reuniones y se habría puesto a bailar. Y yo con él.

«—Hemos hecho un buen trato, ¿verdad, Step?

»—¡Sí, y, sobre todo, ya no volveremos a ver a ese capullo ictérico!».

Ir a la siguiente página

Report Page