Tres veces tú
Catorce
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CATORCE
—La veía todos los días en el bar donde me gusta desayunar. Siempre llegaba antes que yo. Se sentaba en un rincón, leía el periódico, La Repubblica, creo, pero era como si tuviera la cabeza en otra parte. Una mañana estaba en la barra pidiendo el cruasán de cereales y miel de siempre, y ya no quedaban. Entonces ella se me acercó y me ofreció el suyo. Yo no quería, pero ella insistió muy amablemente; al final nos lo partimos y acabamos desayunando juntas. Nos conocimos así. Y desde ese día empezamos a hablar y, por decirlo de alguna manera, nos hicimos amigas.
Giorgio escucha con atención y me hace un gesto con las manos como diciendo: «Estás en un buen lío, amigo mío, esa mujer lo tenía todo planificado». Y yo no puedo más que darle la razón.
—Ah, y ¿qué le confiaste a esa nueva amiga?
Giuliana se queda callada. Yo la apremio:
—¿Qué te dijo de mí? Y, sobre todo, ¿qué le contaste tú? —Giuliana levanta la cabeza de golpe y la sacude como diciendo: «Yo no he dicho nada», pero no la creo—. No pierdas el hilo, continúa.
Giuliana se está dando cuenta de que se ha metido en algo que la supera, puede que esté pensando: «Habría sido mejor cambiar el cruasán de cereales por una berlina de crema». Y prosigue:
—Me preguntó cosas banales, como dónde trabajaba, de qué me ocupaba, y cuando le conté cuáles eran mis tareas y la empresa para la que trabajaba, me hizo muchos cumplidos. Pero no me preguntó nada más… —«¿Qué más podría haberte preguntado?», me digo yo, aunque no la interrumpo—. En otra ocasión, en cambio, me habló de lo que hacía ella, es ilustradora para niños; me dijo que había llegado a serlo un poco por casualidad, que después del instituto se matriculó en Economía y Comercio, pero no le gustaba. Luego me enseñó su book, estudió en el IED, y me pareció realmente buena, tiene un buen trazo. De manera muy encantadora también añadió: «A lo mejor les gustaría en tu empresa, podría crear un logo más artístico», y entonces me preguntó cómo se llamaba mi jefe. Yo se lo dije, su nombre no es ningún secreto. Ella se quedó sorprendida: «No, no me lo puedo creer, si es un querido amigo mío». Y entonces le dije: «Mejor, así no me necesitas para que vea tus trabajos…».
Miro a Giorgio, ambos estamos desconcertados.
—Pero ella se puso un poco triste, yo me di cuenta, y le pregunté si algo no iba bien. Entonces me confesó que habían tenido problemas en el pasado y que, por desgracia, no por culpa suya, no habían acabado manteniendo una buena relación.
Estoy más confuso que antes. Por suerte, Giorgio sale en mi ayuda.
—Así pues, no lo he entendido; ¿entonces ella te ofreció quinientos euros para encontrarse con Stefano por casualidad? Acláranoslo un poco; por lo que cuentas, hay demasiadas cosas que no encajan.
—En realidad, ese día no ocurrió nada más. Después no volví a verla. Me supo mal, pero luego apareció de nuevo, hará un mes o quizá menos. Ya había cogido los cruasanes de cereales diciendo que así no se acabarían y, mientras me sentaba a la mesa, hizo una señal al camarero para que me trajera un capuchino con leche fría desnatada. Ya conocía todos mis gustos.
Se echa a reír y yo miro a Giorgio, que evita mi mirada, pero simplemente le dice:
—Continúa. ¿Y luego?
—Ese día, en efecto, sí ocurrió algo. Siempre con su encantadora manera de ser, me dijo: «Debes saber la verdad, solo así podrás decidir si me ayudas o no…». —Y se queda callada, como si quisiera crear un poco de suspense de forma intencionada—. Me sentía un poco incómoda, de modo que me fui al baño. Al volver vi una carpeta sobre la mesa. Pensaba que eran más dibujos suyos, pero me equivocaba…
Esta vez, Giuliana ha conseguido crear de verdad cierta tensión; quizá ha visto demasiados capítulos de «El secreto de Puente Viejo». Por suerte no hay pausa publicitaria, y sigue con su relato.
—Me dijo: «Ábrela», de modo que vi que se trataba de una página de un viejo periódico, Il Messaggero.
Giorgio enarca una ceja en señal de confusión; yo, en cambio, lo entiendo enseguida.
—Había una foto de los dos, iban en una moto, escapando de la policía, al menos eso era lo que ponía al pie. Yo no entendía nada, y eso mismo le dije: «Pero, esta historia, ¿qué significa?».
Y Giuliana se queda muda, como si estuviera reviviendo esa escena, solo que Giorgio y yo estamos presentes y, de maneras distintas, ambos devorados por la curiosidad. Entonces, al unísono, sin ponernos de acuerdo, decimos:
—¿Y luego…?
—No me dio explicaciones, solo me dijo: «Perdí la oportunidad de ser feliz».