Tres veces tú

Tres veces tú


Diecisiete

Página 19 de 149

DIECISIETE

En esa página de periódico amarillenta he vuelto a ver toda nuestra historia. ¿Te acuerdas de lo fuerte que me agarraba a ti? Lo sabes muy bien, porque siempre te quejabas.

Me quedo como aturdido por esas palabras. Me veo de nuevo corriendo con la moto, la policía municipal a nuestra espalda, en una persecución en la que Babi acabó en sujetador y bragas, solo con mi cazadora puesta. Terminó en un lodazal, pero que no era de barro, sino de estiércol. Me lo pasé bien tomándole el pelo aquella noche, le dije que con esas pintas y lo que apestaba no subiría nunca en mi moto. Y ella, hastiada, se desnudó. No pude evitar advertir lo hermosa que era, enfadada aún lo era más, y al llegar a su casa no quería que se fuera. Su largo pelo, despeinado, su piel blanca y aterida. El azul de sus ojos, en el que me gustaba perderme, como cuando la vi bailando en Vetrine y, con nuestro flamante amor, huimos en la noche sobre mi Honda azul oscuro. Siento la emoción de cada uno de esos instantes, regresan como un tsunami de sentimientos, y me pregunto por qué Babi ha negado todo eso, por qué ha querido congelarlo, dejarlo a un lado, renegar de todo hasta hacer que se esfume. Siento incluso rabia, desaparecer durante seis largos años y luego aparecer así, como si nada, y con un hijo como sorpresa. Siempre ha hecho las cosas a su manera, como ha querido, y continúa haciéndolo. Entonces miro otra vez el móvil y leo:

Aunque no te lo creas, he sufrido muchísimo intentando alejarme de ti. Y digo intentando porque, si las cosas han ido así y al final estoy ahora contigo, quizá deba admitir que nunca lo he conseguido.

Claro… Pero te casaste, trajiste al mundo a mi hijo, y no sé ni en qué clínica, con otro hombre haciéndole de padre y con tu madre, esa mujer que siempre me odió, que lo habrá cogido en brazos, incluso antes que tú, con lo egoísta que es. En ese momento me habría gustado que Massimo se le hubiera hecho pipí encima, mojándole la blusa de seda o cualquier otra cosa demasiado elegante que hubiera llevado puesta ese día. Y, pensando en mi hijo, el vengador, me dan ganas de reír.

Ahora estoy aquí de nuevo. Te he visto y te he encontrado bien, muy bien, y me alegro de que hayas conocido a Massimo. No sé nada de tu vida y me gustaría mucho que nos viéramos otra vez. Quizá como dos amigos, a pesar de que tú no crees en la amistad entre un hombre y una mujer. Siempre me lo decías: «Es una gilipollez… Tal vez sea posible en un solo caso, si las dos personas se han saciado bien y ha pasado mucho tiempo».

Es cierto. Todavía me acuerdo, estábamos cenando con Pollo y Pallina. Él había soltado una de sus gracias irreverentes. «¡Antes me hago gay y salgo contigo!», dijo señalándome. Nos reímos y seguimos bebiendo cerveza aquella noche divertida y tranquila, donde todo era posible, era infinito, y nuestras carcajadas, nuestra felicidad, no tenían límite. Y veo a Pollo levantar su Heineken y entrechocarla con la mía y luego disolverse en el viento, del mismo modo que mi recuerdo, como la vida que se me lo llevó. Y tú, en cambio, estás aquí. Babi, tú, que no te lo mereces, que no cumpliste nuestro pacto y me hiciste sufrir infinitamente. Y me dan ganas de invocar al Señor: «Dios, ¿qué mal te he hecho? ¿Por qué vuelves a enviármela?».

Pero no se me ocurre ninguna razón, y miro mi teléfono en busca de alguna explicación.

En cualquier caso, una cosa sí puedo decirte: me alegro mucho de haberte visto de nuevo, no sabes cuánto. Quedemos, si te apetece. Te escribiré a menos que me digas que no quieres saber más de mí. Adiós, Babi.

¿Por qué? ¿Por qué el destino siempre te pone a prueba? ¿Para ver si la decisión que has tomado es la adecuada? ¿Hacía falta? Entonces me quedo mirando mi móvil. Sería tan fácil: «No me llames más. Desaparece para siempre de mi vida». Hacer como ella hizo conmigo. Y, sin embargo, no, no puedo. Me quedo así, como en suspenso, sin tomar ninguna decisión, que sea la vida la que decida por mí. Pero de una cosa estoy seguro, y entonces lo llamo al móvil.

—¿Giorgio?

—¿Sí?

—¿Has echado a Giuliana?

—Sí, ¿por qué?, ¿has cambiado de idea?

—No. También le dio mi número de teléfono.

Ir a la siguiente página

Report Page