Tres veces tú

Tres veces tú


Cuarenta y tres

Página 45 de 149

CUARENTA Y TRES

Llego a la oficina; me encierro en mi despacho, me pongo a mirar otros proyectos, veo algunos vídeos con programas que me envían de fuera. Hay un juego alemán divertido y un programa de entretenimiento francés que no está mal. Está muy bien hecho, se formula una serie de preguntas a dos familias sobre su capacidad de adaptarse a los viajes, con filmaciones y curiosidades del lugar. Te ayuda a conocer un país de una forma del todo nueva y sin aburrirte. El juego final, además, es muy divertido y permite a la familia que llega hasta allí ganar una serie de elementos para ese viaje: vuelo en primera clase o en turista, habitación superior en un hotel de cinco estrellas o de cuatro o de tres, y así sucesivamente, según cómo respondan los concursantes a las preguntas. No está mal. A la gente le gusta viajar, le gusta ver a una familia más o menos en apuros, y se divierte al final viendo adónde irá de vacaciones y si será con más o menos comodidades. Mañana tengo que decirle a Renzi que debemos pedir la opción para esos dos programas. Entonces me llega un mensaje al móvil:

Hola, cariño, esta noche salgo a cenar con Antonella, Simona y Angela. Si quieres cenar en casa, he hecho la compra y encontrarás cosas ricas en la nevera. Si, en cambio, decides cenar fuera, puedes ir, pero solo con amigos de sexo masculino, ¿de acuerdo? ¡Te quiero y llámame de vez en cuando! Eh, hola, ¿sabes quién soy? ¡Soy esa con la que deberías casarte!

Me hace mucha gracia. La llamo.

—¿Así que me vas a dar plantón?

—¡Pero si no habíamos hecho ningún plan!

—No, pero lo estaba pensando…

—¡Sí, ya, pues sigue pensando!… ¿Lo ves?, así se pierden las oportunidades.

—¿Adónde vais a ir a cenar?

—Creo que al Tiepolo o al Dulcamara de ponte Milvio, te mando un mensaje cuando estemos allí. ¿Tú qué vas a hacer?

—No lo sé. Trabajaré un rato más, luego cenaré algo aquí abajo y volveré a casa, no te preocupes.

—¿Todo bien?

—Sí, todo bien. ¿Por qué?

—No lo sé. Hoy te he echado de menos un montón, no sé qué me ha dado. De repente me ha invadido una sensación extraña, tenía una necesidad desesperada de abrazarte. En serio, hasta me han entrado ganas de llorar.

—¡Oh, madre mía!

—Sí, ya sabía que dirías eso; en vez de ser cariñoso y comprensivo, te ríes de mí.

—Pero, tesoro, ¡era para quitarle hierro!

—Sí, sí, tú siempre te ríes a mis espaldas. Te burlas de mí. Te hago gracia. ¡Tendrás que pagarme un sueldo como bufón personal!

—Pero si yo no me río de ti: me río contigo. Y yo también te he echado muchísimo de menos.

—Sí, claro, lo dices para que me quede tranquila, pero ya sé que cuando cuelgas el teléfono me mandas a freír espárragos. Ya me imagino tu mano moviéndose en el aire…

—Te prometo que la tengo en el bolsillo…

—¿Lo ves? ¡Porque quería moverse!

—¡Que lo he dicho a propósito! Mira que eres tonta…

—Tienes razón, estoy un poco sensible, debe de ser por culpa de la tripa…

—¿Por qué?, ¿qué tienes en la tripa? ¿Te duele la tripa?

—¡Nooooo, es que tengo a tu hijo dentro! Y me vuelve emotivamente vulnerable, así que, si lo piensas bien, es todo culpa tuya.

Y seguimos bromeando un rato. Después, cuando nos despedimos, me dice que de todos modos no llegará tarde, que le habría gustado quedarse en casa, abrazada a mí.

—¡Que no, vete con tus amigas, lo pasarás bien!

—¡Uf!

Al final colgamos. Me quedo un rato más en la oficina, saludo a las chicas que se van, a Alice, que me deja las citas del día siguiente sobre la mesa, y por último a Giorgio, que se para delante de mi despacho.

—¿Quieres que te haga compañía?

—No, no, vete.

—¿Así que no quieres compañía?

—No, gracias.

—¿Seguro?

Me mira sonriendo y enarca una ceja.

—¡Quédate, si quieres!

—¿Va a venir tu amiga?

—Mira que eres malpensado. Me quedo aquí solo revisando el trabajo, haciendo crecer Futura y pensando en nuestro futuro…

—Y en el de tu hijo… O sea, uno de tus hijos…

Y se echa a reír, pero inmediatamente abre los brazos, disculpándose.

—Venga, perdona, era una broma. De todos modos, ¿tienes alguna novedad?

—No, ninguna, todo está en calma.

—Bien, ya sabes lo que dicen, ¿no? Si no hay noticias, son buenas noticias. Bueno, me voy. Creo que pronto tendremos novedades de la serie…

—¿De verdad? Estoy intrigado.

—Todavía no puedo decirte nada seguro, pero espero poder hacerlo muy pronto. —A continuación, sale del despacho—. Aun así, llámame para lo que sea, buenas noches. —Y se va él también, dejándome solo en la oficina.

Pongo un poco de música clásica, abro una cerveza y me relajo en el sofá de la sala de reuniones.

Pienso en qué me gustaría ver por televisión. Así es, esta debería ser la pregunta que tendría que hacerse un creativo, y también un escritor cuando escribe un libro o un guionista que se enfrenta a una película. ¿Qué quiere ver la gente? ¿Qué historia le gustaría que le contaran? Y entonces se me ocurren algunas ideas. Cojo un bloc y lo pongo en el brazo de la butaca. De vez en cuando anoto algo, lo lleno con algunos apuntes, una idea que se me ha ocurrido, que tengo curiosidad por saber si existe, si alguien ya la ha pensado. Después me termino la cerveza, la tiro a la papelera que hay allí al lado y salgo. Subo al coche y decido ir a cenar a Berninetta, en la via Pietro Cavallini, cerca de piazza Cavour.

—¡Hola, Michele! —saludo al hijo de Dario, el dueño—. ¿Y tu padre?

—Acaba de irse.

—De acuerdo. Salúdalo de mi parte. ¿Dónde puedo sentarme?

—Aquí.

Enseguida me consigue una silla y me coloca en una esquina, desde la que puedo ver todo el restaurante. Está lleno, siempre lo está. Se come realmente bien y me hace gracia que haya podido superar la época de crisis sin renovar siquiera la decoración. En mi opinión, todo el secreto está en lo que compra el padre. Quizá algún día su hijo Michele también lo hará bien, puede que con él este lugar llegue a tener todavía más éxito. Me trae una cerveza, luego le pido unas alcachofas a la judía y una pizza roja con tomate y guindilla.

—Venga, y también dos trozos de bacalao frito…

Sonríe.

—Con todo lo que comes, sigues manteniéndote siempre igual, Step.

Michele se va, me hace gracia que sea un acérrimo vegano y, sin embargo, le toque servir platos que no le gustan en absoluto. Se los desaconsejaría a cualquiera, pero, como es obvio, teniendo en cuenta su papel en el restaurante, está claro que no puede hacerlo. Giovanni, uno de los camareros, me saluda. Le sonrío. Pasan entre las mesas, trabajadores incansables, excelentes profesionales.

Algunos de ellos han visto nacer este local, juntos han forjado su fortuna. Quién sabe cómo vivirán este éxito, si también lo sienten un poco suyo, si habrían querido algo más de reconocimiento o si lo han tenido…

—Aquí está la cerveza y un plato que quiero que pruebes, un poco de cacio e pepe hecho de una manera especial… —Michele me sorprende trayéndome este plato que no había pedido.

Lo pruebo.

—Riquísimo. Realmente excelente.

Satisfecho, sonríe y se va. Eso es algo que también hace siempre su padre. Michele se acerca a una pareja de señores que acaban de llegar y escucha lo que van a pedir. Lo veo asentir, sonreír, pero no les propone nada nuevo. Son habituales, con sus platos clásicos consolidados. Miro a mi alrededor, no conozco a nadie, lo bonito de este local es que hay gente de todas las edades. En una mesa hay una familia con la abuela y todo, en otra, una pareja de unos veinte años, en otra, una pareja de unos cuarenta con un hijo de cinco o seis años, luego hay una mesa con cuatro amigos apenas mayores de edad. Ríen, bromean, van vestidos de manera elegante. Nosotros no éramos así. Nosotros comíamos con las cazadoras puestas. Llevábamos vaqueros descosidos, camisas americanas, botas camperas y cinturones anchos. Nosotros éramos chicos ya mayores. Habíamos tragado millas, habíamos dado puñetazos, nos habíamos emborrachado más de una vez, habíamos perdido a un amigo. Nosotros no degustábamos la comida, nos la tirábamos encima casi enseguida, a la cara, a la cabeza o acertando alguna otra mesa. Nosotros éramos jóvenes en serio. O, mejor dicho, éramos bestias, violentos, nosotros simplemente éramos así: nosotros.

—¿Quieres algo más?

Michele me mira con su sonrisa cortés, con su increíble calma. Basta, quiero quitarme de encima esta curiosidad.

—¿Alguna vez no te entran ganas de enviar a alguien a la mierda?

Mi pregunta lo deja asombrado.

—¿Eh?

—Sí, lo has oído bien. ¿No te pasa nunca que alguien te cabree tanto que te gustaría mandarlo a la mierda? ¡Siempre estás tan tranquilo! ¡Demasiado tranquilo! Después, los que son como tú entran en un bar y disparan a todo el mundo.

Se echa a reír y se encoge de hombros.

—Pero ¡es que yo soy tranquilo de verdad! Mi padre me cabrea y de vez en cuando nos peleamos, pero no demasiado porque él tuvo un infarto. Mira, para mí la gente se divide en educada y maleducada. Yo tengo suerte. Tengo muchos camareros. A los maleducados hago que los sirvan ellos… —Y se va así, con una sonrisa dichosa, igual que él, sin muchas preocupaciones.

Luego, mientras acabo de comer, noto que me vibra el móvil. Ha llegado un mensaje. Lo cojo.

Miro a mi alrededor como si hubiera hecho algo, como si ya debiera sentirme culpable. Estoy solo en la mesa. Soy el único del restaurante que está solo, al menos físicamente. No sé si abrir el mensaje, tengo un presentimiento sobre el emisor. A veces nos invaden sensaciones tan raras que en realidad no sabemos interpretarlas. Como cuando Babi giraba el rabillo de la manzana. Cada vez decía: «A ver quién está pensando en mí». Y me lo hacía a propósito, porque estaba conmigo. Veía que me cambiaba la cara. «A, B, C, D… —decía y, como notaba que no me hacía ninguna gracia, entonces de repente aceleraba—: M, N, O, P, Q, R… ¡S! —Y, al llegar a la S, lo arrancaba—. ¡S! Está pensando en mí… ¡Saverio!».

Y luego se me echaba encima, se reía como una loca de mis celos. Aunque creo que nunca los entendió. Mis celos eran por su amor, por su interés, por su curiosidad. Me habría gustado vivir cada uno de sus pensamientos, todo lo que veía, habría querido que cada sonrisa suya fuera también mía.

Compartir con ella la vida. Pero ¿por qué estoy pensando tanto en esto? Miro el móvil. Un destello me recuerda de vez en cuando que ha llegado un mensaje. Entonces lo cojo, desbloqueo la pantalla y, sin pensarlo más, decido leerlo.

Ir a la siguiente página

Report Page