Tres veces tú

Tres veces tú


Ochenta y seis

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OCHENTA Y SEIS

Giulia se detiene delante del portal y se dispone a parar el coche cuando Daniela baja.

—Adiós, nos llamamos mañana.

—¿Qué? ¿No lo vemos juntas? Estoy muy intrigada.

Daniela se queda un momento indecisa.

—Mira, yo tampoco sé muy bien qué hacer. Ya te habrás fijado, ¿no? He estado callada todo el viaje y tú ya sabes lo mucho que hablo. O sea, a veces hasta me pides que me calle, me dices que me paso, que te provoco dolor de cabeza. De modo que imagínate cómo debo de estar en este momento si no he dicho ni mu. —Entonces señala la funda A 327—. Tal vez lo que haya aquí dé un giro a mi vida y, sobre todo, a la de Vasco, para bien o para mal, pero no sé qué decisión tomar. ¡Ahora estoy feliz con Filippo, me gusta, me hace sentir bien, me da seguridad!

—¡Pero no es el padre de tu hijo!

—Ya lo sé. Y el padre de mi hijo ni siquiera es alguien que no ha asumido sus responsabilidades, simplemente podría no haberlo sabido nunca.

—Pero ¿te imaginas? ¿Y si es un tío superguay, guapo, alto, al que tal vez conozcas, quien entra en ese baño contigo? ¡A lo mejor hasta es simpático, divertido, rico…!

—Ya, pero me parece que en Castel di Guido no estaba Brad Pitt.

—A lo mejor estaba Channing Tatum y nosotras no lo reconocimos.

—Oye, en vez de decir todas estas tonterías, ¿no crees que tal vez podría ser un completo desconocido del que solo voy a ver el rostro pero del que no sabré ni el nombre ni el apellido y mucho menos dónde vive?

—Entiendo, pero no veas qué curiosidad cuando veas los vídeos, cuando te reconozcas…

—No quiero ni pensarlo. Ni siquiera sé lo que hice. Estaba totalmente fuera de mí.

—¡Pues imagínate si lo hubieras visto, como me ha pasado a mí, en la página de Facebook de un imbécil!

—Venga ya, de todos modos, no se te reconocía la cara.

—¡Puede, pero por lo bien que conozco mis tetas, me ha parecido que todo el mundo me estaba viendo!

Daniela saca las llaves del bolso y abre el portal.

—Bueno, no sé qué voy a hacer. A lo mejor lo quemo y me deshago de todo. De todas maneras, tengo un subidón de adrenalina.

—Sí, la próxima vez que salgamos tenemos que apuntar más alto, cometeremos algún atraco.

—Eso es, muy bien.

Daniela ya está a punto de entrar en la portería cuando Giulia la llama:

—¡Dani! Te olvidabas de esto —y le muestra por la ventanilla el largo cuchillo de sierra. Daniela se echa a reír y regresa para cogerlo—. Te lo ruego, esconde bien el arma del delito.

—Sí. En vez de a ese Ivano y a Palombi, rebanaré el pan casero que he comprado.

—Bien hecho, así los despistas a todos y no entenderán nada.

Se despiden de esta forma, alegres y divertidas, como si todavía estuvieran en la época del instituto, con la misma ligereza que cuando quedaban después de la escuela y empezaban la tarde con un plan, pero luego las cosas iban de otra manera y regresaban a casa antes de cenar habiéndoles pasado de todo y más. O no había ocurrido nada en absoluto: se habían pasado la tarde apoyadas en un muro bajo charlando de cualquier cosa, y sin embargo el tiempo corría y llegaban tarde sin haber hecho nada de particular. Y su madre nunca las creía. De repente le viene a la cabeza Raffaella. «A ver qué dirá mamá cuando se entere de que hay un padre, de que Vasco también tiene apellido».

Enseguida se preguntará a qué se dedica, no si quiere reconocerlo. «Mamá, no tengo ni idea de cómo lo está pasando en este momento, nunca conseguimos decirnos nada». A continuación, Daniela entra en casa justo cuando el móvil que había olvidado sobre la mesa está sonando.

—¡Ya he vuelto!

—Sí, estamos aquí, en la habitación de Vasco.

—Sí, estamos en mi habitación —dice el niño.

—Está bien, ahora voy.

Entonces Daniela mira el móvil. Hay seis llamadas de Filippo. De modo que lo telefonea de inmediato.

—¿Hola?

—Eh, pero ¿dónde estabas? ¡Te he llamado un montón de veces! ¡Hace una hora que lo intento!

—Sí, perdona, me he olvidado el móvil en casa.

—Y ¿dónde has estado?

«Y ¿ahora por qué hace todas estas preguntas? Normalmente nunca me pregunta nada».

—He acompañado a Giuli a un sitio.

—Ah.

Filippo se queda un instante en silencio al otro lado del teléfono. Daniela ve que está molesto por mostrarse tan reservada.

—Tenía que ir al médico.

—Ah.

Nota que ese segundo «Ah» suena un poco más aliviado. Qué estúpidos son a veces los hombres.

Entonces Filippo parece recobrar su habitual alegría.

—¡Tengo una sorpresa estupenda! ¿A que no lo adivinas? He conseguido dos entradas para el estreno de 007, la nueva, con ese actor que te gusta tanto. ¡Va a ser una locura, vendrán todos con los Porsche y los Jaguar que salen en la película y luego pasaremos por la alfombra roja para entrar en el teatro de via della Conciliazione, con todos los actores! Qué pasada, ¿no?

—No puedo ir.

—¿Cómo que no puedes ir?

—Sí, tengo que quedarme en casa con Vasco, debo controlar los deberes y, además, hoy casi no he estado con él.

—¡Pero es 007! ¡Busca una canguro, llévaselo a tu madre, es una oportunidad única, no sabes lo que he tenido que hacer para conseguirlas!

—Filippo, eres encantador, aprecio muchísimo esta sorpresa, no te lo tomes a mal. Ve con Marco o con Matteo o con quien quieras, encontrarás a un montón de gente que estará encantada de acompañarte.

—Creía que estarías encantada tú.

—Y lo estoy, pero esta noche me sentiría fuera de lugar. Intenta comprenderme.

—Pero es un acontecimiento único… Venga, ¿no puedes hacer un esfuerzo?

En ese momento, algo se resquebraja. Es como si se rasgara un pequeño trozo de tela e, inmediatamente después, a causa del peso, se abriera por completo sin que sea posible volver a coserlo. A Daniela la asalta una gran tristeza. «No tiene nada que ver conmigo, no me comprende, no me escucha, no nota las vibraciones de mis necesidades, de mi tiempo, de mis ganas de hablar o de permanecer callada, de salir o de quedarme con mi hijo. Es como un disco que salta, uno de 33 revoluciones puesto a 45, es como si la voz del cantante se volviera ridícula, un repentino y ridículo falsete comparado con el timbre de voz que tanto podía emocionar antes».

—Lo siento. Me quedo en casa. Nos llamamos mañana.

Cuelga el teléfono, a continuación, abre el grifo del lavabo, lava el largo cuchillo de sierra, lo seca y lo guarda de nuevo en su soporte. Suena de nuevo el móvil. Daniela lo mira.

Es Filippo otra vez.

—Daniela, pero ¿qué ocurre? ¿Hay algo raro? No, dime, es que no entiendo toda esta historia.

Ella alza los ojos al cielo en busca de paciencia; luego, cuando al fin la encuentra, contesta con un tono contenido y tranquilo:

—No hay nada raro, Filippo. Mira, perdona, pero no es algo que hayamos organizado desde hace meses y ahora te esté dando plantón. Ni siquiera desde hace semanas. Ni tampoco desde hace unos días. Se ha presentado hoy. Y yo hoy me siento así.

—Sí, lo sé, pero yo hace mucho que estaba intentando conseguir las entradas…

—Lo entiendo, pero eso solo lo sabías tú.

—Oye, pero ¿no podrías hacer un esfuerzo?

Al oírlo, Daniela se pone frenética, la verdad es que él no quiere entenderlo.

—No es una cuestión de esfuerzo, la cuestión es que quiero quedarme en casa con mi hijo. ¿Lo entiendes o no? Y ahora, perdóname, me está llamando.

Daniela corta la comunicación sin quedarse a escucharlo. A continuación, empieza a preparar la cena.

Ya han pasado varias horas. Le ha dado las gracias a Anna, la canguro, y se ha despedido de ella. Ha cenado con Vasco, ha metido los platos en el lavavajillas y ha hecho que él la ayudara. A continuación, lo ha mandado a lavarse los dientes, a hacer pipí, y lo ha ayudado a ponerse el pijama.

Han leído Pesadillas un rato cada uno y al fin el niño se ha dormido. Daniela ha dejado la puerta de su cuarto abierta y ha ido al salón. Está sentada a la mesa de comedor con su Mac delante. A su lado, la funda A 327 todavía cerrada guarda sus secretos, entre ellos, el más importante. De repente nota vibrar el móvil. Lo saca del bolsillo del pantalón. Le ha llegado un mensaje. Es Filippo:

La película es una pasada, superguay, con muchos efectos especiales. Solo han venido los Porsche. En cambio, en la alfombra roja estaban todos: Claudio Santamaria, Stefano Accorsi, Alessandro Gassman, Vittoria Puccini y muchos más. Lástima que no hayas venido, he ido con Matteo, te habrías divertido. Hay veces en que debería hacerse un esfuerzo.

«Nada. No lo entiende. Lástima. No sabe que 007 ha marcado el fin de nuestra relación».

Entonces apaga el teléfono.

En esta casa tiene todo lo que le interesa. Esta noche el mundo puede quedarse fuera. Se levanta, coge una Coca-Cola Zero, luego lo piensa mejor, abre una cerveza, se la sirve en un vaso. Enciende el iPod, pone en marcha su lista favorita y, con la música de Brooklyn Baby[48], de Lana Del Rey, abre la funda. Contiene unos diez DVD y cinco tarjetas Micro SD. Mete el primer DVD y, una tras otra, van pasando las imágenes. Hay un baño, ese baño. Personas que entran, se lavan la cara, hombres que orinan, mujeres que se maquillan, uno que mira a su alrededor, luego saca algo del bolsillo. Abre una especie de papel, lo deja sobre el lavabo y acerca la cara. Después de coger un billete, lo enrolla y empieza a esnifar cocaína. Daniela pulsa la tecla con la flecha doble y la grabación pasa más deprisa. Nada, no sucede nada que no sea más o menos lo que ya ha visto hasta ahora. Pone el segundo DVD y aquí se ve la misma rutina. Hay una pareja que entra. No, no es ella, la chica tiene el pelo rubio. No se queda viendo cómo se lo montan. Hace correr de nuevo la grabación hasta el final. A continuación, mete el tercer DVD, lo pasa con rapidez hacia delante, las imágenes son más o menos las mismas, hasta que de repente se reconoce. Pulsa stop. Se siente mareada. Ahí está, es ella, la imagen que ha congelado le encuadra perfectamente el rostro. ¿Está segura de que quiere verlo? Del chico se distingue apenas un brazo, todavía no ha entrado del todo en el encuadre. Daniela se queda mirando la imagen. Todavía puede elegir no saber, quedarse con las infinitas posibilidades de que el padre de su hijo lo sea todo: bueno, amable, educado, elegante, inteligente, generoso, culto. El padre perfecto. Eso podrá contarle a su hijo. Y nunca nadie podrá contradecirla. Puede inventar una historia todavía más extraña, el motivo de que haya desaparecido, un accidente durante un viaje, en el París-Dakar, o en una de las muchas carreras apasionantes que hacen que el hombre sea todavía más fascinante y legendario. O reconducirlo todo a una normal humanidad cualquiera, tal vez tan solo miserable o mediocre. Sin embargo, siente curiosidad, mucha, no lo resiste, nota que el corazón le late cada vez más fuerte, piensa que la idea de no saberlo la volverá loca. Así que pulsa play. De repente aparece un chico. Tiene mucho pelo, rizado, no consigue verle bien la cara; en cambio, se ve a sí misma desenfrenada, una Daniela irreconocible que le desabrocha el cinturón de los pantalones, se los desabotona y le mete las manos. Se ve lasciva, incontrolada, y no se reconoce en su manera de comportarse; casi se avergüenza, se siente abochornada al verse de repente arrodillada. No puede creer que sea ella. Se comportó de ese modo con un desconocido. Entonces el chico, arrollado por el placer, echa la cabeza hacia atrás. Y Daniela se queda con la boca abierta. Está atónita. No es en absoluto un desconocido. Se queda mirando el vídeo estupefacta, se ve a esa Daniela que se apoya en el lavabo mientras abre las piernas y lo atrae hacia sí, casi lo obliga a mantener esa relación sexual. Él se mueve deprisa y ella se agita, manteniéndolo sujeto con las piernas aferradas alrededor de su cintura. Casi parece el apareamiento de dos perros frenéticos y, con la misma velocidad con la que ha empezado, todo termina al cabo de pocos instantes. Daniela detiene el vídeo. No sabe qué decir. Se bebe toda la cerveza de un trago. El padre de su hijo es Sebastiano Valeri, un compañero de clase del instituto.

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