Tres veces tú

Tres veces tú


Noventa y dos

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NOVENTA Y DOS

Cuando llego a la oficina, las chicas vienen a mi encuentro.

—¡Bienvenido, jefe! ¡Qué bronceado está!

Parecen francamente contentas de verme, o tal vez sean unas excelentes actrices a las que habría que contratar de inmediato para nuestra primera serie.

—Bien, bien, todo bien, gracias. Os he traído un recuerdo. —Saco unos paquetes que les entrego a las tres, a Alice, a Silvia y a Benedetta, la última incorporación de Renzi a nuestra empresa—. Los he cogido todos iguales, así ninguna pensará que es la preferida o que no ha recibido la atención adecuada. Solo varía el color. Ya decidiréis si os los cambiáis o no.

Los abren divertidas y curiosas, casi compitiendo por ver quién termina antes. Alice consigue desenvolverlo y lo mira alegre, apretándolo en su mano, como si todavía pudiera escapar.

—¡Un pez!

—¡El mío también! ¡Pero es más bonito!

—Tiene un pequeño aro de oro, puede llevarse al cuello o hacerse un broche. Los han tallado utilizando las famosas conchas de la buena suerte. Seremos todos más afortunados.

—Bien.

—¡Gracias!

—Qué mono…

Y vuelven a sus puestos de trabajo. También llega Renzi.

—¡Bienvenido! ¿Qué tal ha ido?

—Muy bien.

—¿Lograsteis encajar todos los vuelos, todas las salidas y las conexiones?

—Quitando los primeros días, en que Gin estaba hundida físicamente, luego todo ha ido como la seda; volvería a marcharme ahora mismo.

—No, no, ahora haces falta aquí. ¿Has visto que no te he molestado en ningún momento? Solo te envié esos emails porque teníamos que aceptar algunas peticiones para el mercado español.

—Sí, ya lo vi, gracias, y te contesté enseguida, ¿no?

—Sí, así es.

—Y ¿cómo ha ido?

—Muy bien, han cogido tres programas y una opción para la serie. A mi parecer, quieren ver cómo funciona aquí, en Italia, para luego quedársela. Hay que tener en cuenta que somos una empresa del todo nueva en el mercado.

—Tienes razón, toma, esto es para ti.

Renzi se queda sorprendido mientras coge su paquete.

—¿Para mí?

—Claro, para ti también, es justo el mismo recuerdo que les he traído a los demás.

Lo desenvuelve y también él encuentra un pez.

—Pero es el único de color rojo. ¿Sabes que es uno de los ocho símbolos sagrados de Buda?

Representa la fertilidad, la abundancia y la armonía con el flujo de la vida. Para los antiguos griegos, el pez rojo también traía suerte en el matrimonio y las relaciones.

Renzi lo encierra en la mano.

—Entonces no lo soltaré. Venga, vamos a movernos, que han hecho cambios en la escaleta del programa; iremos a verlos al Teatro delle Vittorie.

—¿Cambios por qué?

—Porque está yendo muy bien, pero en algunos momentos de la gráfica el programa de Medinews Cinque le pasa por encima. Y parece que ha surgido una idea que podría ser estupenda para aventajarlos. ¿A que no adivinas a quién se le ha ocurrido?

—No lo sé.

—A Simone. El genio enamorado.

—¿En serio? Bien. Y ¿qué tal se lleva con los otros guionistas?

—Muy bien, ha hecho migas con todos, también se lleva muy bien con Vittorio Mariani y es el guionista preferido de Fulvio.

—Me alegro. Y ¿ha mantenido la promesa de no ver más a Segnato?

—Parece ser que sí. Pero sobre eso no pondría la mano en el fuego.

—Esperemos que así sea. Y, cambiando de tema, ¿qué me dices de Dania Valenti?

Renzi siente una especie de punzada en el corazón, se le acelera el pulso e intenta dominar el rubor que le sube por las mejillas, cosa que consigue.

—¿A qué te refieres? ¿Qué quieres que te diga?

—Si tú no lo sabes… Solo me acuerdo de que, cuando me marché, tenías que volver a la oficina para encontrarte con ella. ¿Qué clase de chica es?

Renzi querría contarle todo lo que pasó y sigue pasando, que Dania es una chica divertida, sensual, imprevisible, y que él ha cometido un error que muy a menudo había criticado en los demás.

—¿Que cómo es? Especial… De todos modos, la conocerás dentro de un rato, trabaja en el programa.

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