Tres veces tú

Tres veces tú


Ciento dos

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CIENTO DOS

El vigilante de la garita nos deja entrar, a pesar de que llegamos a toda prisa. Una vez dentro del Teatro delle Vittorie, Simone afloja el paso.

—Pero, en resumen, ¿se puede saber qué ha pasado?

—¿Estáis preparados? Fulvio ha intentado suicidarse.

—¿Qué? Y ¿por qué?

Renzi, en cambio, quiere que le aclare otra duda:

—¿Cómo?

Simone nos mira a los dos.

—Se ha encerrado en el camerino y se ha atiborrado de pastillas. Lo estábamos esperando para empezar y, como no venía, hemos llamado a la puerta. Al ver que no contestaba hemos echado la puerta abajo. Lo hemos encontrado tirado en el suelo con espuma en la boca y hemos llamado a una ambulancia. Le han hecho un lavado de estómago aquí mismo y no ha querido ir al hospital. ¿Queréis saber por qué lo ha hecho? Mirad.

Se saca de la cazadora una revista abierta por la página responsable de los hechos. Aparecen Fulvio y Karim comiendo en un restaurante, después caminando por la calle de noche, luego besándose delante del portal y, al final, Karim entrando y Fulvio mirando a su alrededor para estar seguro de que nadie los esté viendo o los haya seguido. A continuación, entra también él y cierra la puerta a su espalda.

—¡Ha estado pendiente de todo, excepto de si alguien los estaba fotografiando!

—¿Y luego?

—Antes de los ensayos ha venido Gianfranco Nelli, su amiguito guionista que trabaja en Milán.

Se han encerrado en el camerino y se han dicho de todo. De eso nos han informado más tarde los de vestuario, que estaban allí fuera con la ropa preparada para el programa de hoy. Se ve que Gianfranco ha dicho: «¿Tenía que enterarme por las revistas de que me engañas? ¿Ni siquiera has tenido el valor de decírmelo? He tirado cuatro años de mi vida detrás del sueño más despreciable que podía tener: tú». Al menos, eso es lo que me han contado los de vestuario.

Renzi sonríe.

—Bonito discurso, a lo mejor lo llevaba escrito. —Después nos mira al tiempo que se da cuenta de su cinismo. De modo que, para justificarse, añade—: Bueno, es guionista, ¿no?

—Vamos a ver cómo está.

Cruzamos el teatro. En el centro del estudio, sentado en su sitio habitual, está Karim. Nos ve pasar y nos sonríe con la misma expresión de siempre, como si no hubiera ocurrido nada en absoluto.

Poco después estamos delante del camerino de Fulvio. La puerta simplemente está entornada. Ya no tiene cerradura y todo el borde está astillado.

—Estas puertas las hacen de aglomerado. —Renzi siempre se fija en los detalles.

Llamo.

—¿Se puede? —No recibo respuesta—. Fulvio, soy yo, Stefano Mancini; ¿puedo entrar?

Nada. No oigo ningún ruido. De modo que, poco a poco, empujo la puerta con la mano y esta se abre mostrándome un camerino por completo patas arriba, como si hubieran entrado ladrones. Luego veo las piernas de Fulvio. Abro la puerta del todo. Está tendido en el sofá, con los pies sobre la mesita y una compresa mojada en la frente. Tiene los ojos cerrados, pero está vivo, en vista de que mueve la mano, junto a él, y se la lleva a la tripa.

—Me encuentro mal. —A continuación, susurra—: Esto no tenía que ocurrir —y empieza a llorar.

Se dobla sobre sí mismo, encoge las piernas, se incorpora y se queda sentado. Apoya los codos en las rodillas y sigue llorando, cada vez más, a mares.

—Yo lo amaba. He hecho una gilipollez, no me lo perdonaré nunca. Yo lo amaba, ¿cómo he podido…? ¡Joder, joder, joder!

Y golpea el suelo con el talón derecho, varias veces, con rabia y desesperación. Llora y sorbe por la nariz, se limpia con el antebrazo y continúa llorando. Sacude la cabeza, con el pelo empapado de sudor y las manos en la cara; de vez en cuando intenta secarse y se frota los ojos, está pálido como la cera.

Y yo me pregunto: en los mayores momentos de desesperación, en el infinito dolor que a veces he sentido, en la desilusión y la impotencia, con toda la rabia que me ha desgarrado, ¿yo he reaccionado así? Claro que yo no soy una mujer. Entonces niego con la cabeza. No seas estúpido, cada uno reacciona a su manera. Es cierta esa frase: «Todas las familias felices se parecen, pero las infelices lo son cada una a su manera». Y eso también puede aplicarse en el amor. Así pues, me acerco a él y le pongo una mano sobre el hombro.

—¿Puedo hacer algo por ti?

Escucha mi voz en silencio, se queda un momento pensando.

—Deberías poder detener el tiempo, rebobinarlo y hacerme volver a ese momento, donde no volvería a equivocarme. —Y lo dice con la cara todavía escondida entre las manos, parece una escena surrealista.

Veo encima de la mesita el frasco de píldoras vacío, una botella de whisky, un botellín de agua vacío, tirado, sin tapón, y un poco más allá, en el suelo de esa vieja moqueta manchada de suelas de zapatos, los últimos rastros de vómito limpiado de cualquier manera.

—No tengo ese poder —digo.

A continuación, salgo del camerino. Simone y Renzi me siguen sin decir nada. Cuando estamos fuera, en el pasillo, como si nos hubiéramos puesto de acuerdo, nos paramos los tres un poco más allá y montamos una reunión improvisada.

—¿Y bien? Dentro de un rato entramos en directo. Falta una hora. ¿Qué hacemos?

—¿Podemos intentar conseguir que se recupere? —Renzi es pragmático.

—¡Ni con cocaína, tiene una depresión de caballo! Y tampoco sé si se va a recuperar de todo esto.

Simone se muestra sorprendentemente tajante al decir estas palabras.

—¿Y bien, pues?

—Tenemos que llamar a la cadena y decir que pongan una película.

Renzi sacude la cabeza.

—¿No lo diréis en serio? Es absurdo, nos hará mucho daño. Esta noche tenemos invitados vips participando en el concurso. Es la primera vez que saldremos en directo. ¡Quizá se os haya olvidado, pero nos han dado el prime time del viernes gracias a lo bien que vamos! ¡No podemos pinchar ahora!

Me quedo un momento en silencio, se me está ocurriendo una idea.

—Vamos a la redacción, y llama también a los otros guionistas.

Al cabo de un rato, la decisión está tomada.

—Pero ¿estamos seguros de esto?

—Es la única solución que me ha venido a la cabeza; si tenéis otra mejor, este es el momento de exponerla.

—No hay ninguna más.

—¡Excelente!

—Pues lo haremos así.

—Ya he llamado a la dirección de la cadena. Le han dado el visto bueno a Karim. En realidad, han dicho que, en vista de que es una emergencia, sigamos adelante. Es más, casi se han alegrado, han dicho que puede ser una oportunidad estupenda para probar un nuevo presentador.

—¿Es que ellos no se atreven a probar nuevos presentadores? ¿Necesitan situaciones como esta para hacer experimentos?

—Eso parece. Ahora ya estamos en medio del baile. ¿Qué hacemos?

—Bailar.

Cuando hablamos con el director, nos mira desconcertado.

—Pero ¿estáis locos? Y ¿tiene que ser precisamente esta noche, en directo y con todos esos vips participando en el juego? ¿Ya se lo habéis dicho a Karim?

—Todavía no, esperábamos a saber tu opinión.

Roberto Manni nos mira y sacude la cabeza.

—Para mí, ese solo sirve para hacer una cosa, y no me hagáis hablar, que hay señoras delante.

Linda, la ayudante de dirección, mira a su alrededor y sonríe al ver que es la única mujer que hay por allí cerca.

—No hay otra solución. De lo contrario, tendremos que llamar a la cadena y decirles que pongan una película.

Roberto lo piensa un momento y, a continuación, asiente.

—Id a hablar con él, intentémoslo, yo revisaré los encuadres; después habrá que ver lo que es capaz de decir. ¡Para mí que no tiene las capacidades mentales muy en su sitio!

Salimos de la sala de control y vamos al estudio.

Roberto Manni se deja caer en una silla.

—Ya sabía yo que con esos dos íbamos a acabar metidos en un lío.

—¿Vittorio? —Llamo a Mariani, en mi opinión, el guionista de más confianza—. Haz que preparen el teleprompter de todo el programa.

—¿De todo?

—Sí. Tienes que meter todo el guion en el teleprompter, palabra por palabra…

—Pero si Fulvio no lo necesita.

—De hecho, Fulvio no va a hacer el programa de hoy. Lo presentará Karim.

—¿Qué? ¿Karim? Oh, madre mía. —Dicho esto, me mira y ve que no se trata de ninguna broma—. Voy enseguida.

—Llamad a Karim y a los demás guionistas, que vayan a la sala de reuniones.

Poco después estamos todos allí. Cuando Karim entra en la sala se lo ve circunspecto, piensa que alguien querrá echarle las culpas de lo que ha pasado. Enseguida intento hacer que se sienta cómodo.

—Bueno, Karim, tienes que ayudarnos. Solo tú puedes salvarnos de esta situación. Está todo en tus manos, pero nosotros estaremos a tu lado y te acompañaremos paso a paso.

Mira a su alrededor, todavía está receloso, no entiende lo que está ocurriendo. A continuación, decide darnos una oportunidad.

—Sí, claro, dime, ¿qué debo hacer?

—Fulvio no está muy bien.

Asiente, sabe perfectamente lo que ha sucedido; finge estar disgustado.

—Sí, lo sé.

—Tendrás que presentar el programa.

De repente se le ilumina la cara, sonríe enseguida, contento por el encargo, en absoluto preocupado, a pesar de su total inexperiencia y, sobre todo, de su gran incompetencia. Entonces lo miro a los ojos.

—¿Te ves capaz?

De pronto, vuelve a ponerse serio.

—Lo estaba deseando.

—Bien. Entonces, todo el mundo a sus puestos. Dentro de poco estaremos en directo; id a comprobar que todo esté listo y avisad del cambio a los concursantes, a los invitados y a cada uno de los departamentos.

Al instante, los guionistas salen de la redacción, una chica coge la escaleta que acaba de imprimir y empieza a repartirla.

—Tirad la anterior, esta es la que vale, la de las 20.00.

Miro el reloj, faltan veinte minutos para estar en el aire. Renzi está mirando el suyo.

—Me gustaría que tuviéramos veinticuatro horas en vez de veinte minutos.

—Ya, pero no las tenemos. Vamos para allá.

Mariani está al lado de Karim, lo ha hecho sentar en el sitio de Fulvio y le está explicando algunos fragmentos de la escaleta.

—Bien, ya llevas hechos treinta programas, este no es distinto de los anteriores, sabes todo lo que ocurre y solo tendrás que seguir nuestras indicaciones, los juegos son los mismos. ¿Conoces a los vips que han venido?

Karim parece tranquilo, y su excesiva seguridad resulta incluso insolente.

—Me sé la vida y milagros de cada uno de ellos, hasta con quién han follado.

Vittorio Mariani lo mira con mucha resignación.

—Bueno, mejor que eso no se lo digas.

—No, claro.

Y lo peor es que encima contesta…, pero ¿en manos de quién estamos? Aun así, Mariani sigue haciendo su trabajo.

—Acuérdate de que aquí, tras el primer bloque, entra la publicidad. Luego vendré y repasaremos la segunda media hora. Si lo piensas bien, solo debes resistir los primeros quince minutos, después ya será pan comido…

—Sí, claro.

Vittorio Mariani lo mira. Karim parece tranquilo, lo ha entendido todo, no está preocupado.

Mejor así.

—Bien, acuérdate de que abres en esa cámara central. —Se la señala—. En la dos. A continuación, sigues las luces que se vayan encendiendo, y muéstrate tranquilo y sonriente con el público que te ve desde casa.

—Claro, ¿por quién me has tomado? —Casi lo mira mal—. Yo amo a mi público. Al igual que él me ama a mí.

Vittorio Mariani asiente.

—Por supuesto, perfecto. ¿Lo tienes todo claro?

—Sí.

Entonces aparece Simone Civinini, que ha venido a supervisar.

—¿Cómo vamos?

Karim le responde sonriendo:

—Estupendamente, será pan comido.

Simone mira a Vittorio, que asiente, o eso parece.

—Bien, perfecto. Lo tienes todo en el teleprompter. Los nombres de los concursantes, los nombres de los vips y las preguntas.

Para hacer una prueba, le señala un monitor entre la cámara dos y la tres en el que va apareciendo un texto.

—Para cualquier cosa, yo estaré ahí al lado, me sé todo el programa de memoria. Así que solo mírame a mí. Yo seré quien te indique cada cambio y todo lo demás. No pierdas los nervios, sé tú mismo, y ya verás como todo saldrá bien.

—Yo no pierdo los nervios. A mí no me asusta nada.

Simone mira de nuevo a Vittorio, que, sin embargo, decide no encontrar su mirada.

—De acuerdo, nosotros nos vamos a comprobar que todo lo demás esté bien. De todos modos, estaremos ahí. —Y le señala una posición justo detrás del teleprompter y la cámara central.

Karim sonríe.

—Tranqui. Está todo controlado.

Vittorio y Simone se van. En cuanto se alejan, Vittorio no puede más.

—¿Cómo lo ves?

—De fábula… ¿No lo has oído? Tranqui.

Sonríen, pero ambos están francamente preocupados. El tiempo corre, los concursantes entran en el plató, los vips también se sitúan en sus puestos. Karim, en cambio, está sentado en medio del estudio y, en vez de repasar el texto de presentación, habla por teléfono.

—Mamá, pon Rete Uno, por fin vas a verme. ¿Qué? No, mamá, Rete Uno. Ahora tengo que colgar.

Inmediatamente después, hace otra llamada.

—Tina, ¿qué haces? Muy bien, pon Rete Uno. No te lo vas a creer. ¡Esta noche presento yo! Sí, en serio, no es broma. —Luego mira el reloj que está encima del monitor central—. Dentro de diez minutos me verás. No, Fulvio Binna no se encuentra bien, no sé qué le pasa. Me han elegido a mí.

Cuelga y sigue avisando a sus amigos, a sus familiares, a gente que nunca había creído en él o apostado por sus posibilidades, hasta la última llamada:

—¿Peppe? Solo quiero decirte una cosa: gracias. Me has regalado un sueño. Pon Rete Uno. Si estoy aquí es solo gracias a ti, y yo soy de los que no olvidan.

Entonces se oye la voz de Leonardo, el ayudante de plató:

—Atención, treinta segundos.

Karim cuelga y guarda el teléfono en el bolsillo interior de la americana. A continuación, se acomoda en la silla, se arregla el cuello de la camisa, la estira un poco hacia delante y dice «Listo» con el pulgar levantado a Leonardo, que, sin embargo, abre los brazos, asiente y a continuación sacude la cabeza.

—Atención, sintonía.

La cámara central dos se enciende, la luz roja señala que la emisión ya ha comenzado. El operador de cámara tiene ambas manos quietas, una en el zoom, la otra en el mango lateral. Sí, estamos en el aire. Karim mira a cámara y sonríe. Permanece en silencio y sigue sonriendo, quizá demasiado tiempo, pensamos todos, pero luego, al fin, empieza a hablar.

—Buenas noches, ¿qué tal? Yo, muy bien. Por desgracia, Fulvio Binna ha tenido un problema, así que esta noche podrán… No, esta noche podrán vernos, sí, podrán vernos. Bueno. Pueden ver nuestro programa, como siempre, por otra parte… —De repente, Karim pierde la sonrisa, mira el teleprompter, pero es como si no lo viera, mira las otras cámaras apagadas sin ninguna razón. A continuación, vuelve a enfocar la mirada en la cámara dos, la que está encendida, y simplemente dice—: Bueno, sí, pueden…

Vittorio se lleva una mano a la boca.

—Oh, joder…

En el control, Manni empieza a dar puñetazos a la consola.

—Joder, joder, joder…, esta gilipollas no sabe ni decir dos palabras seguidas, se ha bloqueado.

Miro a Renzi e intento mantener la calma.

—¿Qué hacemos?

Él parece haberse quedado sin energía, sacude la cabeza, tiene los brazos abandonados a ambos lados del cuerpo.

—No lo sé.

Veo la cara petrificada de Karim, que mira a la cámara dos alelado, en el silencio más ensordecedor. Salgo de la sala de control y corro hacia el estudio; se me ha ocurrido otra idea.

—Deprisa, dadme un micrófono.

Cojo uno de mano que me da Leonardo y se lo paso a Simone.

—Conoces el programa de memoria. Ve tú. Hazlo tú, presenta el concurso.

—¿Yo?

—¡No veo otra solución!

—Si tú lo dices…

Simone da un golpe al micro, ve que está abierto y entra en escena.

—¡Buenas noches, buenas noches a todos! ¡Era una broma! —Y en un instante está en el centro del estudio, al lado de Karim—. ¡Bien, que Fulvio Binna no se encuentra bien no es ninguna broma, y yo, Simone Civinini, uno de los guionistas de este programa, seré el encargado de presentar el increíble concurso de esta noche! Por favor, Karim, ya puedes ocupar tu lugar…

Karim se levanta de la silla, abandona totalmente mudo esa única y teórica oportunidad, esboza una triste sonrisa, parece que le da las gracias a Simone y, en un instante, vuelve a ser el mejor ayudante de siempre.

Simone, en cambio, con una increíble y natural simpatía, empieza tranquilo a presentar el programa.

—¡Pues bien, me han dado la oportunidad, precisamente a mí, de mostrarles el programa más sorprendente de toda la temporada! ¡Esta noche, famosos vips jugarán con nuestros concursantes!

¡Ahora se los voy a presentar!

Y, con un gran don de palabra, Simone Civinini bromea y ríe con los vips más famosos, respeta los bloques, se divierte con cada pregunta, juega con los errores de los concursantes y hace que sea todavía más divertido y agradable lo que podría haberse convertido en el mayor desastre televisivo de todos los tiempos.

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