Tres veces tú

Tres veces tú


Ciento doce

Página 114 de 149

CIENTO DOCE

Un poco después llegamos a donde está la moto. Veo de pasada a Dania Valenti cogida de la mano de un hombre de unos cuarenta años, pero está claro que no es asunto mío. Nos ponemos los cascos, arranco la moto y en un instante estamos fuera, en el viento de la noche. Ella se me abraza igual que entonces. No tiene miedo, confía en mí, sabe cómo conduzco, se abandona completamente. Pero de vez en cuando me estrecha con más fuerza, quiere notarme, no puede creerse la maravillosa sensación que estamos viviendo: nosotros dos juntos de nuevo. Me mete la mano por debajo de la camisa, me roza la piel, me acaricia despacio los abdominales, necesita tocarme, sentir que todo es real, que no estamos soñando. Me vuelvo hacia ella, le sonrío.

—¿Adónde vamos?

—Ve hacia la Aurelia. Tengo una idea.

A continuación, veo que coge el móvil y envía un mensaje a alguien. Continúo conduciendo mientras sigo sus indicaciones. Media hora después, una barrera se levanta y nos deja pasar.

Recorremos unos metros más y es cuando me lo veo delante. El Lina III. Ayudo a Babi a bajar, luego pongo el caballete y también bajo. El capitán nos espera en la escalerilla.

—Encantado de volver a saludarlos.

Nos quitamos los zapatos y subimos al yate. El capitán se acerca a Babi y le susurra:

—Los he mandado a todos a dormir, como usted me ha pedido, y le he hecho preparar todo lo que quería.

—Perfecto, Giuseppe. No sabes cómo me alegro de tener a alguien en quien siempre se puede confiar.

—Va a hacer que me emocione… Bueno, si no necesita nada más, me voy a dormir yo también. De todos modos, si tocan el timbre, siempre habrá alguien disponible.

Babi le sonríe.

—Ya os he pedido demasiado y en el último minuto. Buenas noches y gracias.

—Buenas noches.

Y Giuseppe desaparece entrando por la escotilla y metiéndose en un pasillo que conduce a su camarote.

—Ven, vamos a subir.

Esta vez es Babi quien me coge a mí de la mano y me hace subir por una ancha y elegante escalera de caracol completamente tapizada con una suave moqueta de un blanco roto. Llegamos a una habitación rodeada de cristaleras con unas luces azules muy tenues. Los sofás son de piel clara, en el suelo hay una preciosa alfombra de color cerúleo y beis. Un gran mueble con un televisor de plasma encima, una nevera de acero satinado y, sobre el mueble, un altavoz Bose con un iPod acoplado. Babi lo coge, busca algo; a continuación, se vuelve hacia mí poniendo una cara entre pícara e infantil.

—Es mi playlist.

Vuelve a colocarlo en la base justo cuando empiezo a oír las primeras notas y luego esas palabras: «Ripenserai agli angeli… Al caffè caldo svegliandoti…», «Te acordarás de los ángeles…

Del café caliente despertándote…».

—¿La recuerdas?

—Claro que la recuerdo. La escuchábamos siempre. Tiziano Ferro nos volvía locos. Al igual que esta canción.

—Era nuestra canción, de cuando nos conocimos.

Y Babi canta con él. «Mentre passa distratta la notizia di noi due…», «Mientras pasa distraída la noticia de nosotros dos…». Y sigue cantando y se mueve divertida con esas notas, hasta que me levanto y canto con ella. «Di sere nere… che non c’è tempo, non c’è spazio e mai nessuno capirà…».

«De noches negras… que no hay tiempo, no hay espacio y nunca nadie entenderá…». Y nos miramos a los ojos y nos cantamos a nosotros mismos, al mundo que duerme, que no nos escucha. «Perché fa male, male, male da morire senza te». «Porque hace daño, daño, muchísimo daño sin ti[53]». Y nos abrazamos y seguimos escuchando en silencio esa espléndida canción que habla del tiempo que hemos perdido y del daño que nos ha hecho ese Senza te, «Sin ti». Y en nuestros ojos veo dolor y felicidad, veo todo lo que no sé, veo tus celos, tus ganas de que yo sea tuyo para siempre. En ese momento me abraza fuerte, muy fuerte, lo más fuerte que puede, y me susurra al oído, mientras se termina la canción:

—Te lo ruego, nunca más sin ti.

—Sí, nunca más.

Y, como si se tratara del mayor de los juramentos y ella casi se avergonzara de habérmelo arrancado, se aparta de mí y, sin mirarme a los ojos, me pregunta:

—¿Quieres beber algo?

—Sí, lo que sea.

A continuación, abre la nevera y trastea en el interior. Seguidamente se vuelve hacia mí y me sonríe, casi tímida por nuestra nueva intimidad.

—Toma… —Y me deja delante una cerveza artesanal L’Una y un vasito de ron—. Es Zacapa XO. —Luego me pasa un vaso grande—. Puedes echar la cerveza aquí, así te la bebes como a ti te gusta.

Sigo sus indicaciones. Lleno el gran vaso de cerveza y luego le añado el vasito de ron, que se desliza hacia abajo para naufragar en el fondo y mezclarse con ella. Me lo bebo con gusto, saboreando cada detalle de este momento. Entonces, ella se me acerca, yo la abrazo y empezamos a besarnos. Enseguida me excito.

—¿Qué vamos a hacer?

—No lo sé… Pero ¿podríamos no pensarlo ahora?

Ella se echa a reír.

—Tienes razón, no acierto nunca el momento.

Y se sube encima de mí levantándose el vestido.

Ir a la siguiente página

Report Page