Tres veces tú

Tres veces tú


Ciento quince

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CIENTO QUINCE

Cuando entro en la oficina veo mucho movimiento. Alice viene a mi encuentro con unos papeles.

—Buenos días, ¿qué tal? ¿Quiere un café? Tome, son los datos de ayer.

Los cojo y me encamino hacia mi despacho.

—Gracias. Pero antes, dime: ¿cómo ha ido «Lo Squizzone»?

—Muy bien, hemos vuelto a superar a nuestra competencia y Simone Civinini ha conseguido un punto más.

Me siento a mi mesa. Dejo mi maletín y pongo las hojas encima. «Simone Civinini ha conseguido un punto más»… Es decir, no «Lo Squizzone», sino que el resultado es mérito suyo. Miro la gráfica, es increíble: el que va antes de nosotros nos deja al 11 por ciento, los siguientes puntos de share los hemos recogido todos nosotros. El primer programa obtuvo un 23, y el segundo, que normalmente baja al menos un punto o dos, pero también puede llegar a siete puntos menos, ha subido uno y ha cerrado con una media de 24; es una locura.

—¿Has visto? Hemos creado un monstruo… —Renzi está en la puerta con un café en cada mano.

—Pues sí. Podemos decir que hasta en esto somos buenos.

—Por supuesto, es todo mérito nuestro, mejor dicho, tuyo, para ser exactos.

Me pasa uno de los dos cafés.

—Gracias.

—¿Puedo? —Señala el sofá de la esquina.

—Claro.

Lo miro con más atención, va un poco desaliñado.

—¿Ocurre algo? ¿Va todo bien?

—A medias. Una pequeña discusión en casa. Teresa está muy nerviosa últimamente, hacía un tiempo que las cosas no iban muy bien, de modo que me he trasladado a un hotel.

Me termino el café y lo dejo sobre la mesa.

—Lo siento. Gin y yo estábamos organizando una cena en casa, para conocerla.

Renzi se levanta.

—Tal vez podamos hacerla más adelante. En este momento no quiero pensar en ello. Tenemos tres programas que están arrancando, además de la serie. Debo tener la cabeza centrada en esto. Un período de reflexión nos irá bien a ambos.

—Sí, tal vez tengas razón. Cuando se toman decisiones demasiado deprisa nunca se acaba de saber si son acertadas o no. —En realidad, mi situación es mucho más complicada que la suya, de modo que la opción de no pensar en ello me parece una excelente idea—. Anoche estuve en la presentación del nuevo canal de Fox. Una bonita fiesta, muy bien organizada, la música, la ambientación, todo perfecto. Había una invitación para ti también. ¿No te acercaste?

—No, no me apetecía; anoche fue cuando discutí con Teresa, no estaba de humor. Luego resulta que te citas con alguien por trabajo, te dice algo que te pone nervioso y tú le respondes sin poder controlarte. Me ha ocurrido otras veces; yo soy así, y no quiero caer en el mismo error.

—Pues, siendo así, hiciste bien. En cambio, yo hablé con el director de Fox, forman un buen equipo, joven, y además me parece que van al grano.

—Sí, en efecto. —Renzi se echa a reír—. Me han escrito un email, nos han comprado «La famiglia in vacanza» y han optado por otros cuatro programas. No sé qué les dijiste anoche, pero los convenciste.

—Si tengo que ser sincero, me invitaron a tomar algo en su mesa, luego desde allí vi a un amigo mío, fui a reunirme con él y después me marché sin despedirme siquiera.

—Al parecer, tu comportamiento los impresionó. Por lo general, los otros productores se muestran obsequiosos y exageradamente lameculos con tal de conseguir algo. El Empanada, por ejemplo, nunca los habría dejado allí. En cambio, tú, con tu conducta, los descolocaste, debieron de pensar que no los necesitas, que estás seguro de tu producto, que no son tan fundamentales porque también puedes dárselo a otros canales.

—¿Todo eso pensaron?

—¡Sí; allí por donde pasas vas dejando huella!

—Vale, hasta aquí casi me lo había creído, pero ahora ya lo entiendo todo.

—¿El qué?

—¡Que te estás cachondeando de mí!

—Venga ya, era una broma. Cambiando de tema, el director de la cadena ha llamado a Simone Civinini. No sé qué querrán de él.

—De un modo o de otro, lo sabremos pronto.

—Sí, claro. Aun así, es bueno, es divertido, esa idea de poner a una chica al lado de Karim es perfecta.

—Y sobre todo es un buen actor. A propósito, anoche estaba esa chica, Dania…

—Ah. —Renzi se ensombrece por un instante, pero enseguida intenta reponerse; no se da cuenta de que lo he notado.

—Sí, fue muy amable, me preguntó si quería entrar en un privado pensando que no tenía pase. Y también me preguntó por ti.

Renzi me sonríe.

—¡Ahora eres tú el que se cachondea de mí!

—No. Te lo juro, me lo preguntó, en serio.

—Me gustaría creerte.

—No se bromea con según qué cosas, lo sé perfectamente.

Se echa a reír. Luego, en cierto modo, intenta resistirse, pero al final se derrumba.

—¿Con quién estaba?

—Pues no lo sé, pero con un grupo, había varias personas.

En el fondo, esta vez tampoco estoy diciendo ninguna mentira. Renzi tira el vaso del café a la papelera.

—Bueno, me voy a mi despacho, tengo que contestar unos cuantos correos.

—De acuerdo, hasta luego.

Me levanto y cierro la puerta. A continuación, me siento delante del ordenador y empiezo la búsqueda. Poco después encuentro lo que quería. De modo que hablo por teléfono con una señora muy amable y profesional. Me explica con enorme paciencia la disponibilidad que tienen, me hace ver unas fotos, me convence de que es la mejor opción y, al cabo de casi una hora de conversación, soy yo quien la sorprende.

—De acuerdo, me lo quedo.

—Pero ¿así, sin más? ¿Ni siquiera quiere verlo?

—Por supuesto, así nos conocemos y le llevo todo lo que necesita.

Angelica, así me ha dicho que se llama, se echa a reír.

—Ojalá todos los clientes fueran como usted, sería el mejor trabajo del mundo. Me gusta muchísimo y pongo todo mi entusiasmo en él.

—Se nota.

—Solo que a veces te encuentras con personas tan indecisas que te hacen perder un montón de tiempo y al final no llegas a ningún acuerdo.

—Esta vez hemos llegado a un acuerdo por teléfono.

—Sí, quedará en los anales de la historia, me temo…

—El único detalle es lo que le he comentado. Y eso es fundamental. Lo necesito enseguida. No me haga perder el tiempo usted a mí, si no, acudiré a otra parte.

—Ya se lo he dicho. Me parece que no habrá problema. Déjeme hacer una llamada, así podré asegurarme.

—Gracias.

Colgamos. Me pongo a mirar de nuevo los datos del programa. Estoy sorprendido por la curva ascendente de la gráfica. Incluso durante la publicidad, la audiencia no cambia de canal, y eso es algo excelente. Si el año próximo se vuelve a hacer, podemos pedir mucho más. Llamo al teléfono interno de Renzi, que me responde enseguida.

—Sí, dime.

—¿El contrato para «Lo Squizzone» es por dos años?

—No.

—¿Tienen alguna opción?

—No.

—De modo que podemos cambiar de cliente.

—Sí, quisieron ahorrar y no saben lo tontos que han sido; si sigue yendo tan bien, pediremos el doble.

—Pues sí. De una manera o de otra hemos hecho bien invirtiendo en Simone Civinini.

Cuelgo la llamada justo a tiempo para contestar a Angelica.

—¿Y bien?, ¿qué me cuenta?

—Perfecto, tal como usted quería.

—Estupendo.

Acto seguido, vuelve a darme la dirección.

—Nos vemos allí dentro de un cuarto de hora.

Salgo de la oficina rápidamente, saludando a todos.

—Nos vemos más tarde.

Renzi, que está al teléfono, intenta saber adónde voy. Le hago un gesto para decirle que volveré.

Cojo la moto, me detengo solo un instante en una tienda a comprar algo que no puede faltar y me reúno con Angelica. Está delante del número que me había dicho. Va con un pantalón negro, una camisa clara y una carpeta gris debajo del brazo. Lleva el pelo negro al estilo bob, flequillo, unas gafas graduadas rectangulares; es baja y regordeta, pero en conjunto resulta agradable. Bajo de la moto, saco el maletín del baúl, meto dentro el casco y cierro.

—Ya estoy aquí.

—Buenos días; sabía que iba a venir en moto, me lo esperaba. Usted no es de los que hacen cola.

Le sonrío.

—Lo paso demasiado mal, es verdad. Diría que lo ha adivinado por la llamada.

Se echa a reír.

—Venga, se lo explicaré todo.

Angelica es perfecta, de una sencillez y una concisión abrumadoras. Ha previsto todas mis posibles preguntas incluso antes de que yo pudiera hacérselas. De modo que firmo todo lo que hay que firmar y me despido de ella.

—Venga a vernos a la oficina, estoy segura de que tenemos muchos negocios interesantes para usted.

—Encantado.

Entonces me quedo solo, disfruto de la sorpresa, preparo el regalo y luego le mando un mensaje.

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