Tres veces tú
Ciento veintitrés
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CIENTO VEINTITRÉS
La reunión para la serie de ficción con los dos supervisores de la Rete, Achille Pani y Marilena Gatti, dura toda la mañana. Pero al final el resultado es justo el que esperábamos.
—Felicidades, unos guiones excelentes, tendrán mucho éxito.
Achille Pani parece francamente satisfecho. Debe de tener unos sesenta años, es calvo, lleva unas gafas graduadas redondas, un bigotito blanco y es regordete. Por lo que Renzi me ha dicho, hace mil años que está en el mismo puesto. Cada vez que hay elecciones, los rumores lo dan como posible director pero, en cambio, todos los años acaba haciendo el mismo trabajo, solo que por algo más de dinero. Marilena Gatti es más joven, tendrá unos cuarenta y cinco años, nunca aparece en las quinielas por ningún puesto de dirección y es una entusiasta.
—¡Por fin! ¡Es lo que la gente quiere ver! Me alegro tanto de que hayáis ganado vosotros. No debería decirlo, pero he leído las escaletas y los temas de la serie de Ottavi y, la verdad, es más de lo mismo. Ahora contamos con un público que tiene el dedo atrofiado, no cambia de canal, que ni siquiera sabe qué está mirando; hay que despertarlo.
Achille Pani la regaña:
—Marilena, no hemos leído ni la escaleta ni los temas de la otra serie.
—Es cierto, me he confundido.
Renzi y yo reímos.
—¡En este trabajo no hay que confundirse!
—¡Siempre medias verdades!
—Exacto.
A continuación, nos levantamos y los acompañamos a la puerta. Achille me estrecha la mano de forma vigorosa.
—Y el casting también me gusta muchísimo.
—Sí, hemos intentado coger a gente válida. Hay mucha por ahí, no se entiende por qué siempre se emplea a los mismos. Por lo menos, podrían alternarse con caras ya conocidas, para experimentar y dar una oportunidad también a los demás.
Marilena enseguida añade:
—Exacto. ¡Ottavi, en cambio, siempre utiliza a los mismos incluso en series distintas; al final llega un momento en que no sabes ni qué serie estás viendo!
—¡Marilena…!
—Pero nosotros tampoco hemos visto su propuesta de casting… Lo sé, lo sé.
—Hoy mismo haremos que salga la segunda parte del pago. ¿Cuándo pensáis que empezará el rodaje?
Miro a Renzi.
—El mes que viene estaremos listos.
—Estupendo. —Y se van muy contentos.
Cerramos la puerta y volvemos a la sala de reuniones. En el gran panel están las fotos de todos los actores. En la puerta aparece entonces Alice.
—¿Quieren un merecidísimo café?
Renzi le sonríe.
—La verdad es que esto merecería champán.
Lo regaño:
—¡Si nos pasamos el día bebiendo! ¡Ve a por el café!
—Lo preparo enseguida. —Entonces Alice echa un vistazo a las fotos del panel—. Así es como me había imaginado a los protagonistas. Me muero de ganas de verla.
Y desaparece con toda su alegría. La miro satisfecho.
—Bueno, Alice es el mejor fichaje del año; es más, tenemos suerte de que todavía no nos la hayan quitado.
—No es una traidora.
—Civinini es lo peor.
—Y encima me ha puesto una denuncia. Ha pedido no sé cuánto por daños, y ahora los abogados se están ocupando de todo…
—Perdiste la cabeza. Tienes que mantenerte frío y lúcido… —Lo imito divertido—. No eres ningún matón, ¿no?
—¡No!
—Bueno, así alimentamos la leyenda y ya nadie podrá saber quién de los dos ha hecho qué.
Veo que Renzi está molesto, por lo que intento quitarle hierro al asunto.
—Me he enfrentado a causas peores. Por suerte, en realidad no pasó nada grave.
—Ya. De todos modos, me equivoqué, y no me lo perdono. No volverá a ocurrir.
—Perfecto. ¿Te acuerdas de que buscaba algún fallo en ti? Ya lo he encontrado. Y ¿quieres que te diga la verdad? Es el mejor error que podrías haber cometido. Se lo merecía. Es un falso, un vendido, un desagradecido y, además, sea lo que sea lo que hayas hecho con una mujer, no son maneras de hablar. Es más, si no lo hubieras hecho tú, me habría ocupado yo. De modo que gracias por tu error, porque yo ya me he equivocado bastante.
Entonces Alice llama a la puerta.
—¿Se puede?
—Pasa.
—Aquí están los cafés.
Entra, los deja sobre la mesa y se dispone a salir de la sala.
—¿Quieren que les cierre la puerta?
—Sí, gracias.
Volvemos a quedarnos solos.
—Bien, me parece que vamos por el buen camino. El director es Damario, lo han puesto ellos, pero era una de nuestras opciones. Los guiones les han gustado y van a hacer el pago del segundo plazo hoy mismo.
—Con el que obtendremos un buen beneficio porque, de todos modos, comparado con los gastos que habíamos estipulado, hemos conseguido ahorrar un treinta por ciento.
—¿Cómo es posible?
—Han preferido aplicar una fórmula nueva. Episodio llave en mano. Cierran el trato a un determinado coste que está por debajo de lo que costaba antes. Ten en cuenta que nosotros no hemos escatimado a la hora de escoger lo mejor en cuanto a ambientación, número de extras, secundarios, y aun así seguimos ganando muchísimo. ¡Imagina cómo hinchaba los gastos Ottavi «el Empanada»!
—Bien hecho, Renzi. Y recuerda que la semana que viene tenemos que presentar a la Rete el nuevo proyecto de la serie de ficción para la próxima temporada.
—Está todo a punto, volveremos a competir con el Empanada y dos pequeñas empresas más.
—A ver si conseguimos pasar también esta vez…
Giorgio levanta la taza de café, como un brindis.
—Pues claro que sí.
Lo imito y bebemos; a continuación, la dejo sobre la mesa. Entre las fotos de los actores que están colgadas en el gran panel, veo que está también la de Dania Valenti. Él se da cuenta.
—Es un papel pequeño… Solo tres apariciones.
—Haces bien, a Calemi le gustará que sigamos sus indicaciones.
—Ya no está pendiente de ella, me parece que ha adoptado a otra hija… Es un favor que le he hecho directamente a ella.
—Bien. Es mejor mantener las relaciones de todos modos, nunca se sabe… ¿Y con Teresa?
—No hablamos.
—No sé qué decirte. En estos casos, digas lo que digas, no sirve de nada.
Renzi suspira.
—Con todo lo que critiqué esta situación, y al final soy yo el que se encuentra metido en ella. Me parece que ahí arriba lo han hecho aposta, me han visto seguro y sabelotodo y han querido ponerme a prueba; ni que fuera Job…
—Pues yo no sé qué habré dicho… Porque ni todas las series juntas pueden llegar a contar lo que estoy viviendo…
—Ah, ¿tan mal estás?
—Peor.
—¿Quieres hablar de ello?
—No. —Sonrío.
—Me parece normal.
Y justo en ese momento, como si el destino estuviera escuchando, me suena el teléfono. Es Gin.
—¡Cariño, estoy en casa de mi madre, había pasado a saludarla tranquilamente y resulta que he roto aguas! Vamos al hospital San Pietro, el que acordamos con el doctor Flamini.
—De acuerdo, nos vemos allí.
Cuelgo el teléfono y miro a Renzi.
—Bueno, ya está, un nuevo capítulo a la vista. Se titula: «¡Aurora está a punto de nacer!».