Tres veces tú
Ciento treinta y ocho
Página 140 de 149
CIENTO TREINTA Y OCHO
Cuando regreso, la casa está llena de gente. Gin ha llamado a su madre, a su padre y a Eleonora; han venido también su hermano Luke y su novia, Carolina. Francesca llora, Gabriele la consuela, Luke no dice nada, Carolina mira al suelo. Eleonora tiene cogida de la mano a Gin, que, cuando me ve, sonríe.
—Has terminado pronto.
—Sí, ¿quieres algo?
—Un poco de agua, por favor, y vosotros, ¿queréis algo?
Nadie tiene ganas de tomar nada. A todos se les ha cerrado el estómago. Solo Eleonora lo sabía, para los demás ha sido un mazazo.
—¡Bueno, no os pongáis así! —Gin bromea e intenta animarlos—. Parece que estemos en un funeral. Os estáis equivocando, ahora no es el momento oportuno. Ahora tenéis que fingir que sois fuertes.
Y, por muy duras que sean esas palabras, consigue descolocarlos, la situación mejora, la tarde transcurre tranquila. Gin también se encuentra un poco mejor. Salgo a comprar unas pastas, voy a Mondi, que sé que les gusta mucho a sus padres, y cuando vuelvo preparamos té. Estoy al lado de Gin, la abrazo mientras habla, está contando una película que ha visto y que le ha gustado mucho, pero no recuerda ni el título ni los intérpretes.
—Empiezo a degenerar.
Esta vez nadie entiende la broma. Pero, al final, después de que Gin haya explicado un poco el argumento, Eleonora cae en la cuenta.
—Ah, sí, es Fracture. Y él, el marido engañado que la mata, es Anthony Hopkins.
—Qué película tan buena, me gustó muchísimo. Además, el actor más joven es muy guapo y lo hace de miedo.
Eleonora se lo sabe todo.
—¡Es Ryan Gosling! Además, hizo Drive y Los idus de marzo, y luego también una película como director, ¡pero no me acuerdo del nombre!
—¡Ah! —Gin la regaña—. No te lo sabes.
Lo busco en mi móvil.
—¡Es Lost River, debutó como director en 2014!
—¡Bien dicho!
—¡Pues claro, con el móvil todo el mundo lo sabe todo!
E intentamos recordar otras películas que nos han gustado y también las que sabemos que están a punto de estrenarse. Francesca le hace un comentario a Gabriele:
—Hace mil años que no vamos al cine.
—Es que tú no quieres perderte ni un capítulo de «El secreto de Puente Viejo».
Gin y Eleonora se ríen.
—No me lo puedo creer… ¡Mamá!
—La veo cuando no sé qué hacer.
—Vale, pues entonces tendremos que organizar una noche de cine, podríamos ir a ver la nueva de Ben-Hur, que debe de ser buenísima.
Luego, cuando ven que Gin está cansada, se marchan todos juntos. Después de cerrar la puerta, me vuelvo hacia ella.
—Lo hemos pasado bien.
—Sí, mucho.
—Me alegro, porque te iba mirando y parecías tranquila, no has tenido dolores.
Gin niega con la cabeza.
—He aprendido a fingir muy bien, ¿verdad? Me voy a dormir, estoy hecha polvo. ¿Te levantarás tú para Aurora, por favor?
—Sí, por supuesto.
—Ya te lo he explicado todo.
—Sí, es fácil.
—Bien, gracias, cariño. —A continuación, me da un beso y se encamina al dormitorio. Está tranquila, la sigo.
Gin empieza a desnudarse.
—Step…
—¿Sí?
—Tendrás que acostumbrarte.
—Ya lo hablaremos otro día, ¿te parece?
—Está bien, solo dime una cosa. ¿Tan pesimista ha sido el doctor Milani?
—Ah, te has dado cuenta.
—Sí. No sabes mentir… Mejor dicho, has empeorado… —Se echa a reír, luego para—. Vale, perdona. Dime qué te ha dicho.
—Nada. Los médicos nunca saben nada, solo interpretan y punto. Nunca intentan tener una opinión personal, se atienen al día a día.
—Es cierto. Pero tú mañana vuelves al trabajo, no quiero que por culpa mía Futura se estanque o tenga problemas.
—Va todo muy bien, cariño. Ahora lo importante es que tú estés un poco mejor.
—Vale. Procuraré complacerte.
Y dormimos abrazados, como no hacíamos desde hacía tiempo. La siento temblar de vez en cuando, de manera que la estrecho más fuerte.
Me despierto a las tres, me escabullo con cuidado de la cama y hago todo lo que me ha dicho.
Consigo no hacer ruido, que Aurora se lo coma todo y que eructe. Después me meto de nuevo en la cama y la abrazo. Ella se despierta un instante y busca mi mano, la aprieta, su rostro parece sosegarse y, a continuación, vuelve a caer en el sueño.
Durante los siguientes días voy un rato a la oficina, pero casi siempre me quedo solo por la mañana.
Renzi está muy satisfecho.
—Hemos firmado un contrato para realizar una serie de ficción para Medinews, también han entrado Francia y Bélgica, ya hemos vendido en casi toda Europa. Creo que podrías empezar a cobrar un sueldo más elevado.
—¿Me estás ascendiendo, Renzi?
—Sí, te lo mereces.
—Gracias, te traeré un café.
—Te acompaño.
Nos quedamos al lado de la máquina, meto una cápsula y la pongo en marcha.
—¿Has visto? Simone Civinini ya no sale en ningún programa. —Giorgio está más al día que yo—. Puede que le hagan hacer una especie de programa de entrevistas en horario late night, una mezcla entre David Letterman y «Che tempo che fa», al menos, eso es lo que me han dicho, aunque la verdad es que no sé muy bien qué significa.
—Tal vez haya un grupo musical o un espectáculo, además de las entrevistas.
—También ha querido incluir a una cómica que irá haciendo numeritos.
—¿Una mujer? Pues Giovanna Segnato estará contenta.
—Pues sí. Pero es raro, nunca habría pensado que consiguiera hacer pasar a una chica entre las afiladas redes de esa arpía.
—A lo mejor han roto.
—Las revistas todavía dicen que están juntos. Pero creo que es solo cuestión de tiempo…
De manera natural, le preguntaría cómo va su vida, qué ocurre con Dania Valenti. Ella también sale en las revistas, cada vez con un hombre distinto, más o menos guapo pero con una cosa en común con los demás: siempre es alguien famoso. Nos miramos un instante y los dos nos quedamos así, con el café en la mano. Luego Renzi sopla sobre el vasito.
—Quema un poco.
—Pues sí…
Pero no decimos nada más y regresamos a nuestros despachos.
—Da recuerdos a Gin de mi parte.
—Sí, gracias. Se los daré.
Seguimos vendiendo programas, unas veces por un beneficio mínimo, otras, excelente, pero como me ha enseñado Renzi, lo importante es darse a conocer e intentar que lo que vendemos siempre sea un éxito. El nombre de Futura está creciendo. El logo es el mismo, pero el que usaremos para las series de ficción se lo hemos encargado a Marcantonio, y debo decir que el distintivo ha mejorado mucho, ya es otra cosa.
Hace unas cuantas noches insistieron en venir a cenar a casa con nosotros, y encargamos unas pizzas para que Gin no se cansara. Las trajeron de la Berninetta con unas estupendas cervezas artesanales Baladin Nora. La verdad es que cenamos muy bien. Luego, al final, mientras preparaba el café, Marcantonio dio unos golpecitos con el cuchillo en la copa de cristal y se puso de pie.
—Bueno, noticia de última hora, y sois los primeros en saberlo: ¡Ele y yo nos casamos!
Se sonríen. Marcantonio vuelve a sentarse y la besa, están verdaderamente enamorados. Los felicitamos y yo me hago el gracioso:
—¿Quién se lo ha pedido a quién?
Marcantonio casi se siente ofendido.
—Yo, y me puse de rodillas; no voy a decirte las palabras que utilicé…
Ele subraya:
—Preciosas.
—Pues sí. —Marcantonio enseguida se desata—. Y ahora tenemos que inventarnos una boda estrambótica y divertida, en la playa o en un barco solo para nosotros, y casarnos en alta mar, si no, todo el mundo empezará a compararla con la vuestra y perderemos de paliza, está claro…
—Sí, hombre. —Y entonces Gin, con su natural inocencia, pregunta—: Y ¿cuándo será?
Ele lo dice con gran ligereza:
—El 26 de junio.
Para cualquiera sería una pregunta normal, pero para todos nosotros al momento se convierte en atroz. Permanecemos un instante en silencio.
—Abro el helado que habéis traído, ¿de acuerdo?
—Sí, yo quiero un poco.
De modo que me levanto de la mesa mientras Gin bebe un poco de agua y a continuación mira de nuevo a Ele y a Marcantonio.
—Me alegro por vosotros.
Ele sonríe.
—Gracias. —Justo después, se le acerca y le aprieta la mano—. Es la primera fecha que he podido conseguir.
—No pasa nada.
Estoy en la cocina, pero esas palabras llegan hasta mí y se me encoge el corazón. Ha sido como si hubiera dicho: «Me habría gustado mucho asistir a vuestra boda, pero yo ya no estaré».
Y no quiero ni pensarlo. De modo que vuelvo a la mesa como si no hubiera oído nada.
—Aquí está, también he traído las copas. ¿Dónde lo habéis comprado? He probado un poco y me ha parecido de fábula.
—Lo hemos comprado en la heladería La Romana, en la via Cola di Rienzo; han abierto hace poco, pero es excelente. También tienen creps, granizados, y además llenan las obleas de chocolate negro y blanco y encima te ponen nata; prácticamente es como tener un pastel en el helado. A mí eso de que te hagan pagar cincuenta céntimos por la nata, como hacen en Milán, siempre me ha fastidiado, ¿sabéis?
—¿Y si quieres doble ración?
—No sé, quizá un euro.
Y continuamos hablando de las cosas más estúpidas, y resulta que al final, cuando recuerdas una noche de estas, nunca sabes de qué estuviste hablando, sino cómo lo pasaste y, sobre todo, qué sentiste en realidad en el fondo de tu corazón. Como esas palabras de Gin en la puerta, despidiéndose de ellos a la hora de irse.
—Me alegro de que hayáis venido y me alegro de que os caséis. Hasta hoy estaba muy preocupada por Aurora, en cambio, ahora me siento mucho más tranquila. Por favor, venid a menudo.
Cierra la puerta y la abrazo, le acaricio la cara.
—Estaba rica la cena, ¿verdad?
—Riquísima. Y el helado me ha gustado muchísimo. Es increíble que se casen, ¿verdad?
—Sí.
Empezamos a recoger un poco, pero veo que está cansada.
—Cariño, déjalo, yo me ocupo.
—Gracias.
—No hay de qué. Aunque me parece que te encuentras un poco mejor.
Ella se vuelve y se echa a reír.
—¡Sí, como cuando me decías que no había engordado o que estaba bien sin maquillaje!
—¡No, no es cierto, y además eso lo pensaba en serio! Y esto también.
Pero, por desgracia, me estoy equivocando.