Tres veces tú

Tres veces tú


Ciento cuarenta y cuatro

Página 146 de 149

CIENTO CUARENTA Y CUATRO

Ya han pasado muchos meses desde que Gin se fue. Siempre está en mi pensamiento. Esta vez mantendré mi promesa.

Hoy el mar está tranquilo. El antiguo propietario y su hombre de confianza se han marchado.

Camino por la casa, miro las pequeñas reformas que habrá que hacer; la decoración es la misma, unos preciosos sofás de piel, cuadros de todas las medidas que tienen como tema el mar y las embarcaciones. Hay algunos bonitos, otros divertidos; otros, en cambio, son tan solo tristes. Quién sabe cuántas cosas habrá visto esta casa, cuántas generaciones, cuántas noches de amor lícitas e ilícitas, precisamente como la nuestra. Hay un cuenco lleno de piedras, todas distintas entre sí, algunas redondas, otras de colores, incluso veo un cristal de alguna botella rota que el mar ha ido puliendo con el tiempo hasta que ha podido hacerse pasar por una piedra y vivir con tranquilidad junto a las demás. Ignoro quién debe de haberlas recogido. Tal vez una mujer. Un poco más allá hay un viejo reloj colgado en la pared; está parado, las manecillas se han detenido en las doce y cuarto de alguna fecha desconocida. Hay unas butacas claras cubiertas con sábanas celestes. En el centro del salón se encuentra una mesa grande. Me siento, enfrente hay una cristalera que da al mar. A la derecha puedo ver toda la Feniglia, en el centro, aunque un poco más lejos está Porto Ercole. Luego se abre un mar infinito, más adelante están Giglio, Giannutri y muchas islas más. Nunca habría pensado que pudiera permitirme una villa así, y menos aún que pudiera permitirme justo esta.

Entonces oigo un sonido, dos bocinazos, e inmediatamente después el portero automático. Voy a la cocina. Nada más entrar, a la derecha, hay un gran televisor de plasma dividido en nueve recuadros. En el primero de abajo, a la derecha, está ella. Ya ha llegado. Levanto el auricular del interfono y pulso un botón. Lo he hecho de forma instintiva, pero he acertado. Veo abrirse la verja, ella sube al coche, espera a que acabe de abrirse y, a continuación, entra. Me quedo mirando cómo el coche recorre todo el sendero, lo sigo en las distintas cámaras hasta que lo veo llegar a la explanada que hay frente a la casa. De modo que cruzo el salón y salgo.

—Hola.

Baja y me sonríe.

—¡No te lo vas a creer, escucha!

Mete medio cuerpo por la ventanilla del coche y sube el volumen de la canción que están poniendo en la radio. «Ancora tu. Ma non dovevamo vederci più? E come stai, domanda inutile. Stai come me…». «Otra vez tú. Pero ¿no debíamos no vernos más? Y ¿cómo estás?, pregunta inútil.

Estás como yo»[57]. Luego la baja.

—¿No te das cuenta? Es una señal del destino. Esto es realmente absurdo.

—¡Sí, pensaba que la habías puesto tú!

—¡Qué va, ni siquiera sé qué emisora es! —Entonces mira a su alrededor—. Es preciosa. No recordaba que fuera tan bonita.

—Ven.

La cojo de la mano. Recorremos juntos el mismo camino que muchos años antes, cuando éramos más jóvenes, cuando no nos habíamos casado, cuando no teníamos hijos pero estábamos enamorados del mismo modo. Llegamos a la pequeña terraza que se asoma al mar.

—¿En serio la has comprado?

—Sí. Quería volver a romper la ventana, pero luego habría tenido que reparar los daños de todos modos, así que he hecho que me dieran las llaves.

Babi se echa a reír. Su rostro se ve fresco, sereno, y los reflejos del sol juegan entre sus cabellos.

No la quería más que a ella en mi vida, habría renunciado a todo por no perderla nunca. Intenté olvidarla con desesperación, enamorarme de nuevo, pero ahora ya basta, tengo que dejar el orgullo a un lado, debo aceptar que este amor es más fuerte que todo, que la voluntad, incluso que el destino que había decidido otra cosa para los dos.

—Babi, Babi, Babi.

—Sí, esa soy yo. —Se echa a reír.

—Lo repito tres veces porque quiero estar seguro de que no estoy soñando; tres veces tú.

—Sí, y te amo tres veces más que cuando estuvimos en esta casa por primera vez. Pensaba que ya no querías volver a verme. Te escribí cuando sucedió todo y tú solo me contestaste «Gracias».

—Sí, me sentía mal.

—Lo siento. ¿Sabes que quiso que nos conociéramos?

—Sí, me lo dijo, pero no me contó nada de vuestro encuentro.

—Me gustó muchísimo. Creo que yo, en su lugar, no habría tenido tanta fortaleza. Era mejor que yo, yo habría sido mala. Ella, en cambio, no, no lo fue, en absoluto. Me imaginaba cualquier cosa y, sin embargo, me pidió algo muy bello que de verdad confío en poder llevar a cabo.

—¿Qué era?

—Me pidió que te hiciera feliz.

Entonces me emociono. Me da por pensar en lo bella que es Ginevra, en lo grande y generoso que es su corazón y en cuánto me amaba para llegar a decir una cosa como esa.

—Necesitaba que pasara todo este tiempo, perdóname.

—No importa.

Y me besa delicadamente, me abraza y me estrecha con fuerza y me dice esas palabras que he esperado durante tanto tiempo:

—Te amo, Stefano Mancini.

Y no me parece real estar de nuevo junto a ella.

—Yo también te amo.

Nos quedamos abrazados, acariciados por el sol, con los ojos cerrados, respirándonos en silencio, dejando a un lado cualquier inútil pensamiento, saboreando este momento que la vida ha querido regalarnos de nuevo. Más tarde, entramos y empezamos a fantasear.

—Aquí me gustaría poner un televisor grande. Aquí, a mí me parece que quedaría mejor un sofá muy largo y otro delante para cuando invitemos a los amigos.

—¿A los míos o a los tuyos?

—A los nuestros.

Y decidimos el color de las cortinas y los cuadros tristes que queremos cambiar, y que el verano lo pasaremos aquí, con nuestros hijos, y que ella querrá muchísimo a Aurora.

—Será nuestra niña. Te ayudaré en todo y estoy convencida de que Ginevra estará orgullosa de su hija y de su mamá prestada.

Y Babi ha cambiado o, mejor dicho, es ella misma pero sin filtros ni miedos, y de este modo seguimos imaginando pequeñas o grandes modificaciones, los platos de la cocina, las toallas para el baño, las flores para el jardín, y lo más extraño de todo es que caminamos por el salón cogidos de la mano como si tuviéramos miedo a perdernos de nuevo.

Ir a la siguiente página

Report Page