Todo lo que debe saber sobre el Antiguo Egipto
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LOS TESOROS DEL IMPERIO MEDIO
Como ya pudimos ver, no han sido demasiadas las joyas de uso diario procedentes del Imperio Antiguo que se hayan salvado de los saqueadores de tumbas[82]. Tampoco se nos escapa un detalle sorprendente. Se sospecha que los hurtos a gran escala en las tumbas de nobles y reyes se iniciaron en los primeros años del I Período Intermedio, pero las tumbas de los reyes no aparecen desmanteladas. Los ladrones no tuvieron que demoler ninguna cara norte de las pirámides para hallar la entrada a ellas. Sabemos que las entradas a las pirámides del Imperio Antiguo estaban bastante bien disimuladas. Así que esto nos hace sospechar que los saqueadores sabían el punto exacto en el que comenzar a excavar, lo cual significa que o bien tenían en su poder los planos de la tumba o bien contaban con la ayuda de algún funcionario. En todo caso, la administración estaba corrompida, y a buen seguro los ladrones se beneficiaron de la inestimable ayuda de los vigilantes de las necrópolis.
Como ya comentamos, los tesoros más destacados del Imperio Antiguo serían las joyas que aparecieron en la pirámide del rey Sejemjet, las joyas de la reina Hetepheres y algún otro hallazgo como el ajuar de la reina anónima o el collar de cuentas de Ptahshepses. Pero afortunadamente el Imperio Medio nos ha legado unas buenas colecciones que no sólo sirven para maravillarnos ante la vida de lujo de los nobles y príncipes, sino para comprender también la evolución social que Egipto tuvo en este período histórico. Los amuletos que la gente de a pie utilizaba sufrieron pequeñas modificaciones o transformaciones. También aparecen nuevos modelos de joyas como los amuletos tubulares. Estos, básicamente, constaban de un cilindro de oro de cortas dimensiones y eran empleados como colgantes. Su uso nace en la XII Dinastía, y la confección de estas joyas tiene claros signos extranjeros, ya que sus dueñas primeramente fueron princesas sirias o palestinas que llegaron a la corte real para establecer matrimonios de paz entre ambos pueblos. Con el transcurso de los años, este amuleto sería adoptado por todo el pueblo e incluso llegaría a marcar una moda y se copiarían los contrapesos que se empleaban para los grandes collares de cuentas que caían por la espalda.
Igualmente, durante la XII Dinastía surgen técnicas para trabajar los materiales que no existían en el Imperio Antiguo. Estas nuevas formas de confeccionar las joyas provienen, según algunos expertos, de los artesanos asiáticos que llegaron a Egipto bien durante el I Período Intermedio o bien durante los primeros años de la XII Dinastía.
Pero no sólo debemos considerar el hallazgo de estas joyas, sino que debemos tener en gran consideración a los hombres que trabajaron en estos lugares, donde los reyes del Imperio Medio levantaron sus pirámides. Los excavadores del siglo XIX eran hijos de su tiempo, pero gracias a sus métodos hoy podemos admirar las diversas piezas halladas en Egipto que están repartidas por todos los museos del mundo, y no sería justo despedir el Imperio Medio sin hacer mención a los tesoros rescatados de este período.
Jacques de Morgan inició una campaña de excavación en Dashur entre los años 1894 y 1895. Investigó, catalogó e hizo inventario en la pirámide de Amenemhat II. Aquí, De Morgan halló las tumbas de las princesas y reinas reales, que milagrosamente habían escapado del pillaje de la Antigüedad e incluso del que tuvo lugar durante la Edad Media. En la Pirámide de Amenemhat II descubrió las tumbas de las princesas Ita y Jnumet. Ita fue hija de Amenemhat II y esposa de Senwosret II. En su tumba se halló un precioso ataúd muy deteriorado. En el interior, una joya increíble, como antes no se había visto en Egipto. Se trata de una daga, un puñal encastrado en tres secciones. En un primer lugar tenemos el pomo, en forma de media luna y confeccionado íntegramente en lapislázuli[83]. La segunda sección sería la empuñadura, un tubo de forma oval, que se adelgaza sensiblemente desde su centro hasta sus extremos. Está decorado con incrustaciones de lapislázuli y feldespato verde, unidas entre sí con un fino hilo de oro. La tercera sección sería la hoja, que, aunque es de bronce, se une a la empuñadura mediante un encastre de oro puro. El hecho de que no se haya encontrado una daga similar de este período sugiere a los expertos que tal vez este puñal fue confeccionado en los talleres reales únicamente para la princesa Ita, e igualmente se cree que tal vez o bien el artesano no era egipcio y conocía modelos distintos a los vistos, o bien el artista dejó volar su imaginación.
La princesa Jnumet fue hija de Amenemhat II y posiblemente también era esposa de Senwosret II, y su tumba fue la que más joyas pudo salvar de los ladrones: dos coronas, un collar decorado con dos cabezas de halcones, collares de cuentas, colgantes y pulseras con diversos amuletos, tobilleras de oro y ceñidores. Una de las coronas es de motivos florales. En su centro tiene un rosetón hecho de turquesa, lapislázuli y obsidiana. Pero sin duda, la joya más hermosa es el collar de cuentas con cabezas de halcones. Se trata de ocho filas de cuentas ensartadas en unos finos alambres de oro, seis pequeñas y dos más grandes. Lo más singular de este collar es que cuando De Morgan lo encontró en la cámara funeraria estaba prácticamente deshecho. El resto de las joyas de Jnumet son pequeñas obras maestras, de las cuales puede sobresalir sobre todas ellas una ajorca de oro para el tobillo.
Jacques de Morgan también excavó la pirámide de Senwosret III. Tras hallar las pirámides destinadas a las princesas reales, el arqueólogo francés encontró una galería en la que se alojaban ocho tumbas, cada una con su sarcófago. Sólo dos de los sarcófagos contenían inscripciones que delataban a sus propietarios. Las princesas Mereret y Senetsenbets, ambas hijas de Senwosret II. También halló la tumba de la princesa Sit-Hathor, posible esposa de Senwosret III. De los objetos hallados en la tumba de Sit-Hathor, cabría destacar una serie de collares ensartados y pectorales de Senwosret II. La princesa Mereret, enterrada a muy poca distancia de Sit-Hathor, albergaba en su tumba dos preciosos pectorales. Ambos tienen un corte similar al de Senwosret II. Uno de ellos contenía el nombre de Senwosret III y el otro el cartucho real de Amenemhat III.
El otro yacimiento arqueológico que nos sorprendió gratamente fue el complejo de Lahum. Flinders Petrie consiguió la concesión para excavar en la región de El Fayum en el año 1887. En la campaña de 1913 y 1914, Petrie dedicó sus esfuerzos a investigar el complejo de la pirámide de Senwosret II. Fue en 1914 cuando Petrie halló cuatro nichos. Tres de ellos habían sido saqueados de manera muy violenta. En una de las tumbas la momia estaba despedazada. Los saqueadores la habían desmembrado en busca de los amuletos mágicos y sus restos estaban diseminados por toda la cámara funeraria. Sin embargo, se pudo leer el nombre de la desdichada princesa gracias a los vasos canopes, que todavía conservaban las vísceras de la pobre Sit-Hathor-Iunit, hija de Senwosret II. Petrie, siempre metódico y anotándolo todo, tras explorar la tumba pudo constatar un hecho increíble que le proporcionaría un trabajo casi faraónico. Flinders Petrie y Guy Brunton estaban convencidos de que aquella lastimosa tumba no tenía nada que mereciese la pena ser excavado, pero aquel era el único hueco que quedaba por explorar en el recinto funerario, así que se disponían a realizar una exploración superficial cuando de entre los cascajos y el barro solidificado comenzaron a asomar varios tubos de oro macizo. Los arqueólogos decidieron en ese momento sacar de allí a todos los obreros e intentar mantener un sepulcral silencio sobre el hallazgo. Envió a las cuadrillas a otro sector y dejó aquella tumba en manos de Brunton, el cual debió quedar eclipsado ante la cantidad de trabajo duro que tenía por delante. Durante casi una semana entera, el ayudante de Petrie trabajó incluso de noche con la ayuda de una pobre luz. A medida que iba desmenuzando la capa de arcilla seca, iban asomando más y más cuentas de oro, más y más tubos de oro. El trabajo era tan sumamente delicado que la mayor parte de su labor tuvo que hacerla con un fino alfiler. Afortunadamente, Brunton había aprendido los métodos del padre de la arqueología en Egipto y, al contrario que De Morgan, Petrie medía y anotaba hasta el último detalle antes de mover la pieza encontrada. Esto fue una gran suerte, ya que gracias a las anotaciones de Brunton las cuentas pudieron ser reconstruidas en el mismo orden en que fueron encontradas. Las enseñanzas de Petrie permitieron recuperar no sólo un sinfín de objetos en todo Egipto, sino que gracias a las anotaciones obtendríamos una gran cantidad de información que los objetos por sí solos no podrían decirnos. Esto lo asimiló muy bien un joven ayudante de Petrie, llamado Howard Carter, y sus años como aprendiz serían cruciales a la hora de afrontar el increíble descubrimiento de la tumba del faraón niño Tut-Anj-Amón, en el Valle de los Reyes.
Corona de la princesa Sit-Hathor-Iunit. Museo de El Cairo, Egipto.
Fotografía de Nacho Ares.
El ajuar funerario rescatado en la tumba de Sit-Hathor-Iunit en Lahum sobrepasaba con creces los hallazgos de Dashur. Entre las joyas había una corona, un espejo, varios brazaletes de cuentas, ajorcas para los tobillos, ceñidores, varios amuletos de oro, un uraeus y pectorales con el nombre de Senwosret II y Amenemhat III. La práctica totalidad de las joyas fue utilizada en vida por la princesa, tal y como muestra su desgaste. Este hecho nos permite tener una idea de su complexión física. Tras una reconstrucción bastante aproximada, sabemos que tenía una cintura muy delgada, que era de estatura media y que tanto sus muñecas como sus tobillos eran también muy delgados y finos. De los tesoros hallados por Petrie cabe destacar varios objetos. En un cofre, encontrado en el fondo de la cámara, se halló una peluca y una corona real, con dos plumas de oro y un uraeus también de oro. Los pectorales de Sit-Hathor-Iunit son muy similares a los hallados en Dashur, pero están elaborados con mucha más maestría. Otra pieza que cabe destacar, sin duda alguna, es el espejo de plata y obsidiana. Está considerado como uno de los objetos más exquisitos y sublimes que jamás elaboró un artesano en Egipto. Nos hallamos ante una obra maestra, compuesta por un centro de plata pura en un noventa por ciento y una empuñadura de obsidiana con forma de tallo de papiro. La empuñadura comienza con una cabeza de Hathor, que en realidad es una clara alusión al nombre de Sit-Hathor-Iunit, que podría traducirse como ‘Hija de Hathor de Dendera’. Lo que resulta incomprensible es que los ladrones de tumbas que saquearon esta necrópolis dejaran atrás semejante tesoro. Afortunados debemos sentirnos ante tal torpeza, pues todos estos objetos han arrojado un haz de luz ante tanta bruma que se ciñe sobre la vida de estas reinas y princesas. Lo que no llegaremos a saber, desgraciadamente, es el papel concreto que jugaron en conjunto con sus esposos, con quienes vivieron estos apasionantes días del Imperio Medio.
Espejo de Sit-Hator-Iunit. Museo de El Cairo, Egipto.
Fotografía de Nacho Ares.