Think tanks y ONGs ¿altruistas o instrumentos de poder?
Latitudes, HispanTV
Javier Couso, Presentador: Organizaciones y organismos que hablan de paz pero financian guerras. Fundaciones como Open Society, la agencia USAID, Greenpeace o la RAND Corporation prometen progreso pero imponen dependencia. Think tanks que venden neutralidad pero operan como lobbies encubiertos. ¿Quién está detrás de las revoluciones de colores? ¿Por qué estos tanques de pensamiento neoliberales dictan políticas en países soberanos? En este capítulo de Latitudes, analizamos los manuales del poder blando para que, cuando oigas “derechos humanos” o “libertad”, puedas saber quién está realmente pagando la cuenta. Comenzamos.
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Iniciamos este segmento con un viejo conocido, George Soros, y la fundación Open Society. George Soros, el magnate especulador conocido por hundir la libra esterlina y amasar una fortuna con crisis económicas, ha construido un imperio de influencia política a través de su red de fundaciones Open Society. Su objetivo declarado es promover sociedades abiertas, pero su historial revela un patrón de injerencia en asuntos soberanos, financiación de revoluciones de colores y control de narrativas mediáticas para servir a los intereses geopolíticos occidentales. Su papel en el colapso de la Unión Soviética fue determinante. En 1987, junto a la Fundación Ford y otras agencias estadounidenses, Soros elaboró estrategias para aprovechar las reformas de Gorbachov. Un año después, asesoró directamente al Comité Central Soviético sobre cómo implementar el capitalismo, acelerando el desmantelamiento del bloque socialista, como un ejemplo palmario de la doctrina del shock. Sus métodos aprovecharon los momentos de crisis para imponer reformas neoliberales. Rusia, consciente de su juego, lo declaró amenaza a la seguridad nacional en 2015 y prohibió sus organizaciones. No era paranoia. A modo de ejemplo, Soros había predicho en 2012 que España estaba condenada a permanecer en crisis permanente, revelando su interés en la inestabilidad como herramienta de cambio. Hoy, su poder se ejerce a través de una red de medios y verificadores de hechos, desde la Marshall Project, impulsor de Black Lives Matter, hasta el Project Syndicate, su página de opinión global donde Soros moldea narrativas. Financia el Poynter Institute, que entrena periodistas progresistas, y organizaciones como Transparency International, que etiqueta cómodamente a los países que desafían la imposición occidental como los más corruptos. En España, su dinero fluye hacia grupos como el Institut de Drets Humans de Catalunya, mientras sus think tanks promueven políticas identitarias que dividen a la sociedad. El resultado es claro: Soros no es un filántropo, sino un arquitecto del caos controlado, un especulador que aplica a la geopolítica las mismas tácticas que usa en los mercados: desestabilizar para beneficiarse. Su Open Society no construye democracias, las desmonta pieza a pieza cuando no sirven a sus intereses.
Vamos con otro ejemplo. A primera vista, Greenpeace se presenta como el paladín global de la defensa medioambiental, con acciones espectaculares contra petroleras y campañas mediáticas que han calado profundamente en la conciencia colectiva. Sin embargo, al rascar la superficie de su modelo de activismo, emerge un entramado de contradicciones estratégicas y alianzas incómodas que cuestionan la coherencia de su discurso. El núcleo de esta contradicción se manifiesta en su postura sobre los combustibles fósiles. Mientras sus activistas bloquean terminales de gas en Europa, con el argumento de que este combustible destruye el clima y encarece la vida, su filial alemana, Greenpeace Energy, ha estado comercializando precisamente gas natural, incluyendo suministros de origen ruso antes del conflicto en Ucrania. Este doble juego se hizo especialmente evidente cuando, tras el inicio de la operación militar especial, lanzaron agresivas campañas en España contra el gas ruso, que apenas representaba un 5% del mix energético nacional, pero guardaban silencio sobre el aumento de importaciones de gas estadounidense obtenido mediante fracking, una técnica particularmente destructiva que han denunciado en otras circunstancias. Esta selectividad en sus batallas energéticas adquiere mayor sentido cuando examinamos sus fuentes de financiación. Greenpeace recibe importantes fondos de, adivinen, las fundaciones de George Soros y, lo que es más revelador aún, del fondo de los hermanos Rockefeller. La conexión con los Rockefeller resulta particularmente ilustrativa. Esta dinastía, que construyó su fortuna con Standard Oil, antecesora de Exxon, ha girado estratégicamente hacia la financiación del ecologismo radical. Documentos internos revelan cómo han utilizado organizaciones como Greenpeace para presionar legal y mediáticamente a sus antiguos competidores en la industria petrolera, al tiempo que reposicionaban sus inversiones hacia las energías verdes. Este patrón de comportamiento sugiere que Greenpeace no es un simple movimiento ecologista, sino un instrumento de ingeniería social y económica. Sus campañas, aparentemente destinadas a salvar el planeta, coinciden sospechosamente con los intereses geopolíticos y económicos de sus patrocinadores. Greenpeace opera como un brazo activista de lo que podríamos llamar el capitalismo verde, un sistema donde las grandes fortunas utilizan el ecologismo como una herramienta para reconfigurar mercados, eliminar competidores y mantener su influencia en la nueva economía que emerge.
Llegados a este punto, no podemos dejar de nombrar a la USAID. Aunque es un organismo gubernamental, la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional, creada en 1961 como un instrumento de la Guerra Fría, ha operado durante décadas como un caballo de Troya en la política exterior estadounidense, disfrazando injerencia y desestabilización bajo el manto de la ayuda humanitaria. Sin embargo, su reciente desfinanciamiento por parte de la administración de Donald Trump no responde a una genuina preocupación por su historial intervencionista, sino a una revancha política contra un organismo que, en su lógica, habría favorecido a sus rivales demócratas. En América Latina, la USAID ha sido un actor clave en la promoción de los intereses imperiales de Washington, desde su apoyo a grupos golpistas en Venezuela durante el fallido derrocamiento del presidente Hugo Chávez en 2002, o su vinculación con intervenciones como la Operación Gedeón, un intento ridículo de mercenarios por derrocar a Nicolás Maduro, hasta su expulsión de Bolivia en 2013 por financiar a la oposición contra Evo Morales. La agencia ha dejado un rastro de manipulación política. En Cuba, su proyecto Zunzuneo, una red social encubierta para fomentar la disidencia, demostró que su asistencia no es más que una farsa para socavar gobiernos no alineados. En México, la USAID ha inyectado millones a organizaciones opositoras, mientras que en Colombia, el presidente Gustavo Petro reveló que la agencia pagaba salarios de agentes estatales, infiltrándose en instituciones clave. La actual fusión de la USAID con el Departamento de Estado, impulsada por el secretario Marco Rubio, no busca acabar con el intervencionismo, sino recentralizar el control bajo una estructura aún más alineada con la agenda imperial.
Por último, podemos señalar a la RAND Corporation, que se ha posicionado históricamente como un think tank al servicio de los intereses geopolíticos de Estados Unidos, promoviendo estrategias de injerencia bajo la fachada de investigaciones objetivas. Sus informes y análisis, financiados en gran medida por el gobierno estadounidense y actores privados vinculados al complejo militar-industrial, han servido para justificar intervenciones en países soberanos, desde golpes de estado encubiertos hasta campañas de desinformación. Lejos de ser un actor neutral, la RAND opera como un brazo intelectual del imperialismo, diseñando políticas que perpetúan la dominación económica y militar de Washington sobre el sur global. Además, la corporación ha sido clave en la elaboración de doctrinas de seguridad nacional que criminalizan movimientos sociales y gobiernos disidentes, legitimando la represión y la violación de los derechos humanos. Ejemplo de ello es su influencia en la estrategia contrainsurgente en América Latina durante la Guerra Fría, donde sus recomendaciones contribuyeron al respaldo de dictaduras y a la persecución de líderes revolucionarios. Hoy, bajo un discurso renovado de lucha contra el terrorismo o promoción de la democracia, la RAND sigue impulsando agendas intervencionistas, como su apoyo a la escalada de la OTAN en Europa del Este o su injerencia en conflictos asiáticos y africanos.
Ahora nos vamos directamente a la mesa de opinión con Juan Antonio Aguilar, con quien profundizaremos sobre este tema clave. Acompáñenme.
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Javier Couso, Presentador: Juan Antonio Aguilar, ¿qué tal? Bienvenido de nuevo a Latitudes, un placer. Hoy hemos tratado un tema que a mí me parece muy importante y se trata muy poco: la utilización de ese poder blando por parte de eso que se llama el Occidente colectivo, pero siempre al servicio de la unipolaridad de Estados Unidos. Me estoy refiriendo a las ONGs, a los think tanks, a determinados grupos. Nosotros hemos utilizado como ejemplo, nos hemos centrado en la Open Society, en Greenpeace, en la USAID o la RAND Corporation, pero hay muchísimas más. ¿Qué nos podrías decir del rol de estos artefactos para la primacía del poder unipolar?
Juan Antonio Aguilar: Muy bien, gracias. Lo que hay que intentar entender, más allá y salvando que hay gente de muy buena fe que participa en organizaciones no gubernamentales porque realmente se lo cree y tiene buena intención, es que deberían hacer un análisis crítico de realmente a quién están sirviendo. Porque todas esas grandes ONGs, fundaciones y think tanks son herramientas geopolíticas. Sirven para lo que se llama guerras de cuarta generación o guerras híbridas. Para repasar un poco: la primera generación de guerra es cuando solo existía la masa humana de soldados; la segunda generación es cuando a esa masa se le une cierta potencia de fuego, como la artillería; la tercera generación, cuando a esa masa y potencia de fuego se le une movilidad, es decir, la velocidad de maniobra. Luego, se ha definido la guerra de cuarta generación, en la cual intervienen muchos más factores. Esto viene de teóricos como Frank Hoffman en Estados Unidos y dos coroneles chinos, Qiao Liang y Wang Xiangsui, que escriben un libro llamado Guerra irrestricta o Guerra sin reglas. Estos teóricos establecen que la guerra híbrida tiene tres dimensiones: la militar, que todos conocemos; la transmilitar, que es operar militarmente más allá del campo de batalla; y la no militar, es decir, operaciones bélicas no militares. Aquí es donde funcionan estas estructuras, que están financiadas por estados o grandes corporaciones y, por lo tanto, defienden los intereses de esos estados, de alguna forma imperialistas o colonialistas, y de esas corporaciones, que conforman una especie de clase dominante o élite corporativa global. Son los grandes financiadores, aprovechando una contabilidad oscura, una fiscalidad muy beneficiosa para estas corporaciones y un carácter multinacional, instaladas en múltiples países. Ideológicamente, las ONGs tienen la excusa de la intervención humanitaria, mientras que las fundaciones, think tanks y la academia usan la defensa del mundo libre, los valores occidentales, etcétera. En el fondo, tenemos ONGs como Amnistía Internacional, Greenpeace, Oxfam, Médicos Sin Fronteras, Reporteros Sin Fronteras, o públicas como la NED o la USAID, y, sobre todo, la muy famosa Open Society Foundation de George Soros, que está en todos los fregados. También están los think tanks, como el Atlantic Council, la RAND Corporation, el Instituto Brookings, el Instituto Elcano en España, el Consejo de Relaciones Exteriores, la Fundación Rockefeller, la Fundación Ford, la Brookings Institution. Hay miles de herramientas que conforman ese poder blando para utilizarlo en guerras híbridas con intencionalidad geopolítica. Esa es la triste realidad en la que se mueve toda esta intervención, a veces humanitaria o de defensa de la libertad, la democracia y el mundo libre.
Javier Couso, Presentador: Desde los años 80, pero prácticamente a principios de los 90, irrumpen de manera espectacular todas estas organizaciones ligadas siempre a lo humanitario, que luego tiene mucho que ver con la introducción del derecho de injerencia para acabar con la carta de Naciones Unidas y la soberanía de los países en esas guerras humanitarias. Curiosamente, también están muy ligadas a eso que se llama progresía o izquierda woke. Qué curioso, porque, como tú has dicho bien antes, estas ONGs realmente no son no gubernamentales, porque reciben dinero del gran poder. ¿Por qué crees que se vende este pretendido altruismo y ocultan su financiación? Y, por otra parte, ¿por qué la izquierda de este tiempo ha comprado estos discursos trucados?
Juan Antonio Aguilar: En el primer caso, porque cuanto más evidente sea la financiación de estas organizaciones, más claramente dejan entrever sus auténticos intereses. No podemos perder minutos aquí, pero podría sacar datos de la cantidad de estructuras de este tipo que financian Google, Microsoft, Nvidia, todas las grandes empresas tecnológicas, todas las grandes corporaciones, el complejo militar-industrial, como Lockheed Martin, Boeing, Douglas, financiando este tipo de cosas. Hay una justificación teórica que va en función de los derechos humanos y la actividad humanitaria, pero la realidad, la praxis, es que lo que hacen es una injerencia clarísima en asuntos de otros estados. Recogen información que se utiliza en infoguerra, legitiman las políticas de ciertos estados o contra ciertos estados y, finalmente, se acaba justificando la intervención humanitaria, aunque sea desde el punto de vista militar, lo cual es impresionante. ¿Por qué la izquierda ha caído en esto? Porque yo creo que hay un problema en la izquierda, no es un problema de las ONGs, ellas campan por sus respetos. Es un problema de desorientación teórica en la izquierda. Se producen dos hitos característicos. El primero, el mayo del 68, donde hay un plan de la CIA para separar a la izquierda europea de la Unión Soviética con una nueva izquierda. El segundo hito es el colapso de la Unión Soviética, que produce pérdida de identidades, desorientación teórica, confusión y, al final, una transformación en la cual todos los valores colectivos de la lucha de los trabajadores, de las luchas de liberación nacional, se transforman en luchas individuales. Hay una transformación de lo colectivo, de lo socialista, al liberalismo, al neoliberalismo individualista radical. Entonces, ¿qué tenemos al final? El wokismo, la izquierda californiana, que en el fondo no es más que la superestructura ideológica del propio neoliberalismo capitalista.
Javier Couso, Presentador: Siempre que investigamos sobre lo que está pasando en relación con estos institutos, ONGs, fundaciones y todo el rastro que dejan de injerencia, desestructuración de las sociedades, desestabilización, aparece una figura: George Soros y su fundación Open Society. ¿Qué nos puedes decir sobre este personaje, que la prensa corporativa nos presenta como un filántropo humanitario?
Juan Antonio Aguilar: Hay que decir que este personaje, primero, no es nada filántropo, es un multimillonario, y tampoco tiene nada de progresista. Este personaje, que, como todo el mundo sabe, es un judío húngaro, es muy siniestro. Durante la ocupación nazi en la Segunda Guerra Mundial en Hungría, se hizo pasar por católico y, de hecho, delató a judíos que acabaron en los campos. Él lo ha reconocido en una entrevista. Luego, es bien conocido por ser un especulador financiero. En 1992, tiró a la libra esterlina del sistema monetario internacional, haciendo quebrar el Banco de Inglaterra. Solo en esa operación ganó 1,000 millones de dólares. Empezó a organizar su actividad “filantrópica”, pónganlo entre comillas. Entre otros, un conocido artículo en 1993, titulado Hacia un nuevo orden mundial, donde habla de cómo hay que ir a una guerra contra Rusia enfrentando a eslavos con eslavos. Fue condenado en 2002 por los tribunales franceses por tráfico de información privilegiada del banco Société Générale. Sería muy larga la biografía del personaje, pero hay que tener en cuenta que Soros es tanto más peligroso por lo que él es y por a quién representa. Al final, es un gestor de fondos. Hay muchos poderosos multimillonarios detrás de él, cuyas fortunas gestiona, dejando grandes beneficios. Por ejemplo, ¿quién ha trabajado con él? Ha sido número dos de Open Society Scott Bessent, actual secretario del Tesoro norteamericano con Trump. Trump era un hombre de Soros de toda la vida. Soros ha creado organizaciones como una para investigación de informes contra el crimen organizado y la corrupción, y la Asociación Internacional de Periodistas de Investigación, creadas a iniciativa del gobierno de los Estados Unidos y a través de la USAID, pero financiadas también por Soros. Esto da información para chantajear y sobornar a decenas de políticos, empresarios, intelectuales, directores de medios de comunicación, etcétera. Entre otros, sin ir más lejos, Carlos III de Inglaterra, que se ha visto chantajeado por este individuo. Es el típico patrón del gran capitalismo global. No es el único, pero es muy conocido porque lleva muchos años y ha tenido episodios muy mediáticos.
Javier Couso, Presentador: Estamos ya en la recta final, nos queda prácticamente un minuto y medio, pero quería preguntarte: la prensa utiliza siempre, para confirmar sus propias noticias, los informes de la RAND Corporation, de Amnistía Internacional. ¿Crees que detrás de esto hay una estructura para el sesgo de confirmación? Es decir, decimos esto, pero estamos apoyados en estos institutos, ONGs, que financian los mismos dueños de esos medios y también lo que se llama el ciclo de fabricación de consentimiento.
Juan Antonio Aguilar: Desde el estado profundo y las corporaciones se establece un tema porque se quiere llegar a un objetivo. Entonces, toda una serie de fundaciones y think tanks elaboran informes que son recogidos por los medios de comunicación. Se les da mucho bombo, como si fuera un tema de debate inmediato. Lo lanzan a la opinión pública, crean, a través de redes sociales y demás, lo que se llama cámaras de eco, en las que esas comunicaciones tienen un agrandamiento, una repetición permanente. Esto es recogido de nuevo por esos think tanks para elaborar otros informes, que son recogidos por esos medios de comunicación, hasta que esas ONGs u otros instrumentos pasan a la acción, porque ya la opinión pública está preparada, para buscar el objetivo que inicialmente había declarado el estado profundo. Este es el ciclo de falsificación de la realidad. Aquí intentamos justo lo contrario: desvelar todo lo que hay detrás. Muchísimas gracias.
Javier Couso, Presentador: Muchísimas gracias, Juan Antonio Aguilar. Nos vemos dentro de dos semanas, hasta pronto. En este programa hemos intentado desnudar las contradicciones del poder global: entidades que predican paz mientras financian conflictos o promueven una ayuda que finalmente encadena. La farsa del altruismo internacional tiene dueños, y sus víctimas son naciones enteras. Así concluimos este análisis. Gracias por acompañarnos en este breve recorrido. No olviden seguirnos en nuestras redes sociales para más contenido. Hasta el próximo episodio de Latitudes, tu guía en el laberinto de la información.