¡Terror!

¡Terror!


Capítulo V

Página 8 de 8

Bill miró extraviadamente a su espalda y al final de la escalera. Se dio cuenta de que estaba cercado, acorralado.

Disparó sobre los agentes que comenzaban a subir la escalera. Pero desde las habitaciones de atrás dispararon sobre él también. Se revolvió, ahora con una agilidad de tigre, cogiendo a Pasione por la cintura y apretándola contra él.

La besó furiosamente. Ella le rechazó, arañándole, salvaje. ¡No quería morir ni aun en brazos de aquel que la defendía hasta perder su vida! ¡No quería morir! ¡¡No quería morir!!…

Disparó Bill sobre los que subían y sobre los que estaban a sus espaldas. Un duelo insensato, en el que él causó bajas, pero que no alteraba el resultado final.

Una verdadera granizada de balas, desde abajo, doblado el recodo de la escalera, y desde atrás, cayó sobre Bill y Pasione. El noruego, agarrado con una mano a la barandilla, y contra ella y su cuerpo a Pasione, para protegerla, disparó hasta que el cargador se agotó. Pero no podía ya hacer nada. Más de una docena de balas tenía en el cuerpo. Era un gigante, pero mortal al fin. Y Pasione ya estaba muerta, aunque en píe, sostenida por él, destrozado su extraño corazón a balazos.

Se derrumbaron ambos a la vez cuando Bill cayó muerto.

—Ya puedes ir a tu casa, querida —dijo McLean a Rose, cuando volvieron a la División—. Pasione jamás volverá a hacer daño a nadie.

La besó sonriente. Después la refirió lo ocurrido en Sullivan Street. Comentaron la muerte de Small. Ella le refirió cómo murió el agente especial y por qué. Le dijo después lo que Small confesó de la muerte de Tucker.

—Me pidió que se lo dijese a Gibbons —terminó ella—. ¿Qué te parece?

—No le digas nada al jefe de eso. Él sospechaba, pero no tenía la certidumbre. El pobre Small estaba demente cuando lo hizo. Después, en las últimas horas de su vida, luchó por deshacer, hasta donde pudo, el mal hecho. Ha muerto como un bravo, leal al F. B. I. ¿Para qué echar ahora sobre su memoria un terrible borrón que jamás se limpiaría, aun pensando que estuvo loco? Quedémonos con ese secreto, querida mía.

—Eso pensé yo también, y te pregunté qué te parecía: si se lo decía o no a Gibbons. ¿Me vas a llevar a mi casa?

—Sí, claro. Y, mira, deseo que dentro de unos días tu casa sea la mía también, ¿sabes? Cada vez que un camarada cae, pienso muchas cosas raras.

—Pues no lo pensemos más, hijo —replicó riendo Rose—. Yo también he pasado lo mío, sin ser agente especial. Unidos para el peligro, unámonos para disfrutar de nuestro amor como Dios manda.

FIN

Has llegado a la página final

Report Page