Terminal

Terminal


Primera parte. Consecuencias » Capítulo 2

Página 12 de 41

Jürgen empezó a caminar lentamente, todavía con su hijo colgado de él.

—Karl no puede hablar. De hecho, no ha dicho una sola palabra desde el día en que se desató la epidemia. Verán, mi esposa, su madre, no consiguió llegar a este refugio a tiempo. Sabemos que venía de camino hacia aquí, pero puede que los invasores la apresaran para hacer más lavados de cerebros.

Tenían la costumbre de hacerle eso a cualquiera que pareciera tener prisa.

—Lo siento —murmuró Will.

Jürgen siguió andando lentamente, y la voz le temblaba al recordar.

—De todas formas, no pudimos esperarla mucho más tiempo. No tuvimos elección. Teníamos que cerrar la puerta principal… o todas las demás personas que había aquí dentro nos habrían aplastado.

—¿Dijo «lavado de cerebro»? ¿Se refiere a que los styx la sometieron a la Luz Oscura? —preguntó Elliott con tacto.

—¿Luz Oscura? —dijo el hombre, repitiendo la palabra desconocida—. ¿Con la luz púrpura? —Entrecerró los ojos y simuló protegerse la cara de una luz brillante—. Sí, todos pasamos por eso. La gente a la que llaman styx recorrieron la ciudad manzana por manzana, sacándonos a la fuerza de los edificios. Luego nos hicieron mirar las luces púrpura, incluido aquí Karl. —Le alborotó el pelo a su hijo.

Will intercambió una mirada con Elliott, que tenía el entrecejo arrugado.

—Ésas no son buenas noticias. Tenemos que hacernos cargo de lo que quiera que les implantaran —dijo ella, poniendo en palabras exactamente lo que su amigo estaba pensando.

—¿Y pueden hacer eso? —preguntó Jürgen—. ¿Cómo? ¿Y por qué?

—Tengo un artilugio en mi Bergen que se desarrolló para neutralizar la Luz Oscura —contestó Will, refiriéndose al Purgador—. Lo que le metieron en la cabeza podría ser peligroso para usted o para cualquiera que esté con usted. Yo fui programado para tirarme desde cualquier altura que fuera suficiente para matarme.

—Entiendo —dijo Jürgen, asintiendo con la cabeza—. Entonces deberíamos ocuparnos de eso después, pero primero hay asuntos más apremiantes que abordar. —Condujo a Will y a Elliott a una habitación atestada de equipamiento médico. Un hombre levantó la vista de su microscopio.

—Guten Tag —dijo.

—En inglés, Werner, tienes que hablar en inglés —le recordó Jürgen.

Aunque Werner tenía los ojos azules de su hermano y unas facciones parecidas, era más alto y bastante más delgado. Sin duda era el mayor de los dos, y el pelo rubio le raleaba ostensiblemente en el cuero cabelludo.

—De acuerdo, en inglés —dijo.

—¿Necesita un poco de nuestra sangre? —preguntó Will.

—Así es. He estado trabajando en la identificación de los organismos virales para poder aislarlos —explicó Werner, inclinando la cabeza hacia el microscopio—. Hasta el momento no he tenido éxito. —Entonces se levantó y se puso un par de guantes de goma—. Ya ven, esta sala en la que están se creó porque siempre estaba el fantasma de alguna nueva cepa vírica o bacteriana que podía colarse en nuestro mundo desde la Superficie. Y dado que careceríamos de toda resistencia natural a ella, se temía que pudiera extenderse por la población. Esta epidemia que nos ha atacado fue demasiado virulenta para que nuestros médicos hicieran algo a tiempo.

—Pero ¿sabe cómo preparar una vacuna a partir de nuestra sangre? —preguntó Will.

Werner asintió con la cabeza.

—Los antígenos que llevan en su organismo permitirán que tenga disponible una vacuna contra la epidemia, para nosotros y para cualquier otro superviviente que encontremos. —Les pidió que se sentaran, y luego utilizó unas jeringas para extraerles sendas muestras de sangre a cada uno. Les dijo que en cuanto tuviera preparada la vacuna, o él o su hermano la probarían primero, porque si salía mal no podían permitirse estar incapacitados los dos al mismo tiempo.

—Entonces yo seré… el cohiba —dijo Jürgen, asintiendo con la cabeza de forma entusiasta.

—Creo que es cobaya —le corrigió Will.

—Entonces, ¿aquí ya no nos necesitan más? —preguntó Elliott.

—No, pero si están de acuerdo, ¿les importaría quedarse hasta que sepamos que la vacuna es viable? Podría necesitar alguna muestra más —explicó Werner—. ¿Cómo dicen ustedes...? Más vale prevenir que curar.

—De acuerdo, pero ¿cuánto tiempo quiere que nos quedemos? —preguntó Will, impaciente por salir de la ciudad y regresar a su plataforma en la selva.

—Como máximo, cuarenta y ocho horas —respondió Werner, que estaba llevando las muestras de sangre a una centrifugadora, ya que había empezado con su trabajo.

Jürgen guió a Will y a Elliott fuera del laboratorio y por un pasillo en el que dejaron varias puertas atrás.

—Tenemos algunas habitaciones para ustedes por aquí. —Señaló el lado derecho del pasillo—. Éstas son todas habitaciones de aislamiento, alojamientos autosuficientes con su propia filtración de aire independiente para que puedan quitarse las mascarillas dentro de ellas para comer y beber.

Habían pasado varias de aquellas habitaciones de aislamiento, cuando Will alcanzó a ver algo por el ventanuco de control de una de las puertas que le hizo pararse en seco.

—¡No me lo puedo creer! —exclamó cuando vio la figura sentada en el borde del catre, cuya piel áspera y verticilada era como la corteza de un árbol viejo—. Es un indígena, ¿no es así? ¿Cómo consiguó que viniera aquí?

—Nunca he visto antes uno vivo —dijo Elliott, yendo hasta el ventanuco para atisbar dentro.

El indígena tenía la cabeza vuelta hacia ella, y sus pequeños ojos castaños eran el único rasgo humano reconocible, hasta que abrió la boca y ella le vio su lengua rosa. Parecía estar diciendo algo.

—Pero ¿por qué está aquí? —exigió saber Will, dirigiéndose a Jürgen.

—Yo formaba parte de un pequeño equipo del Instituto de las Antigüedades que estuvo trabajando con la población indígena (o nativos, como los llamamos nosotros) durante los últimos diez años —respondió Jürgen—. Establecimos contacto en una expedición y se lo ocultamos a los militares, a los que se les había metido en la cabeza que eran hostiles. En realidad, no tenían ni idea de lo que había en aquel sector de la selva, pero si lo hubieran sabido, lo más probable es que hubieran montado una operación para acorralarlos.

Jürgen tomó aire.

—Fue una pena que varios soldados perdieran la vida, cuando erróneamente se les consideró una amenaza para las pirámides. Pudimos evitar que hubiera más muertes hablando con los nativos y haciéndoles comprender.

Will estaba sacudiendo la cabeza cuando cayó en la cuenta de algo.

—Así que ésa es la razón de que a mi padre y a mí nos dejaran en paz —dijo.

—Exacto —le confirmó Jürgen—. Por lo que respecta a este nativo, fue introducido de matute en mi instituto varias semanas antes de que se desencadenara la epidemia, y no podía dejarlo abandonado. No sabía si también era vulnerable al virus.

—Encontramos a algunos de ellos muertos en la selva —dijo Will.

—Werner pensó que ése podría ser el caso. La mayoría de los vertebrados son vulnerables. Y bajo esas capas epidérmicas radicalmente distintas, la fisiología de los nativos es la misma que la nuestra —afirmó Jürgen.

Elliott no pareció muy convencida con aquello.

—¿Son humanos? —preguntó—. No lo parecen.

Pero Will tenía la cabeza llena de preguntas.

—¿Dijo que habían estado trabajando con ellos? ¿En qué exactamente?

—En los orígenes de su civilización, las pirámides y la ciudad en ruinas —contestó el neogermano—. Los avances han sido lentos debido a que la comunicación con ellos está en pañales. ¿Ve esos dibujos que hay encima de la mesa que tiene delante?

Will y Elliott miraron las hojas de papel cubiertas de dibujos, muy parecidos a los pictogramas esculpidos en el exterior de las pirámides.

—¿Jeroglíficos? —preguntó Will.

—Sí. Desde el primer instante nos dimos cuenta de que ésa era la mejor manera de mantener alguna especie de conversación. Como pueden ver, su lengua es muy básica, muy limitada.

—Mi padre podía hablar con ellos, aunque eso no nos llevó a ninguna parte —dijo Will, acordándose del momento en el interior de la pirámide.

—Ésa es la razón de que este nativo estuviera en el instituto, para realizar grabaciones. Habíamos descubierto que se comunicaban entre sí utilizando toda una serie distinta de sonidos que apenas son audibles para el oído humano. Es…

—Es como una especie de agudo, como un zumbido —le interrumpió Will.

Jürgen asintió con la cabeza.

—Muy cierto.

—Y es aún más difícil de oír porque se mueven al mismo tiempo… que susurran —explicó el chico, y entonces enmudeció, la mirada fija en la media distancia. Seguía guardándoles rencor a los indígenas por la manera en que les habían tratado a él y al doctor Burrows—. Lo capté cuando nos hicieron prisioneros, poco antes de que nos vendieran a los styx.

Jürgen se volvió hacia él.

—¿Sabe una cosa?, los indígenas no eran…, no son sus enemigos. No quieren verse envueltos en los conflictos de los demás. Quizá les entregaron a los invasores porque creyeron que tenían que hacerlo para proteger su pirámide. Así es como actúan. Así es como actúan todos. Protegen sus pirámides. Un sinfín de generaciones han sido sus guardianes…, los custodios de algo que no parecen comprender realmente. —Jürgen se dirigió a la ventanilla de control y levantó la mano hacia el nativo, que hizo lo propio, aunque la suya parecía un haz de ramas.

Will observó que alrededor de donde estaba sentado el indígena había esparcidos trozos de su piel, como si fueran hojas trituradas.

—¿Qué es eso que tiene a los pies?

—La capa epidérmica de esta gente, su piel gruesa, es una adaptación evolutiva. Es tanto un camuflaje como una pantalla contra los rayos dañinos del sol. Pero ahí dentro, lejos de la luz solar, la capa exterior deja de ser necesaria y en algunas partes empieza a secarse y desprenderse.

Era evidente que Jürgen estaba ansioso por enseñarles sus habitaciones, y empezó a caminar lentamente por el pasillo, aunque Will estaba enfrascado en sus pensamientos y no reparó en el hecho. Cuando Elliott le cogió del brazo para que se moviera, él dijo:

—Me encantaría saber qué han aprendido sobre esta gente.

—Estaré encantado de detallarle… —dijo Jürgen, dejando que las palabras se apagaran cuando su hijo apareció. El niño le metió algo en la mano a Will antes de volver a alejarse corriendo. Era un reluciente pirulí de colores que giraba sobre su palo, igual que los que él había visto en la tienda.

Jürgen sonrió.

—Puede usted considerarlo todo un honor, ciertamente. Esos pirulís Kriesel son los preferidos indiscutibles de Karl. Se lo puede comer en su habitación, donde podrá quitarse la mascarilla.

—Seguro que lo haré —corroboró Will, haciendo girar la parte superior del pirulí con el dedo y sonriendo al niño que se alejaba.

Aunque los cuartos de aislamiento eran pequeños, los catres eran bastante cómodos y la comida enlatada supuso una satisfactoria novedad respecto a la comida de Will y Elliott en la selva. Jürgen fue el primer candidato a recibir la vacuna de Werner, y después de que le pinchara tan sólo padeció un ligero dolor de cabeza y su cuerpo empezó a producir antígenos contra la enfermedad.

Al cabo de veinticuatro horas, Werner realizó unos análisis de la sangre de su hermano para determinar si había desarrollado inmunidad frente al virus. Aunque las pruebas demostraron que sí, Jürgen no se aventuró a salir de la sala de cuarentena, y en su lugar hizo compañía a Will y a Elliott, hablándoles de sus investigaciones sobre los nativos y las ruinas que su equipo había encontrado en las expediciones a la selva.

Entonces Werner se vacunó a sí mismo, a Karl y al nativo. La sensación de entusiasmo creciente era casi palpable entre los neogermanos, pero entonces, mediado el segundo día, hubo un incidente. Will fue sacado de su sueño por un estruendo, seguido de un griterío en el pasillo exterior. Tras ponerse la mascarilla, salió corriendo de su cuarto y se encontró con que Elliott ya estaba allí, junto con los dos hermanos neogermanos. Estaban junto a la puerta del cuarto del nativo, atisbando por el ventanuco de observación.

—¿Qué sucede? —inquirió Will.

—Todavía no lo sabemos —murmuró Werner—. Tenemos que entrar ahí.

Jürgen asintió con la cabeza.

Werner abrió la puerta por la fuerza y entró rápidamente acompañado por su hermano. Fue entonces cuando Will pudo echar un primer vistazo.

El nativo se había desmayado contra la puerta y la estaba bloqueando. Fuera lo que fuese lo que le pasara, debía de haber dado unos cuantos pasos después de levantarse del catre; y sin duda había derribado una pequeña mesa al caer, lo que explicaba el estrépito. Respiraba agitadamente, y las gotas de sudor le corrían por la piel.

Y «era» piel; los últimos trozos de la capa exterior de aquel cuero acorchado se habían desprendido, y los pedazos estaban diseminados sobre el catre y en el suelo alrededor del indígena.

No había ya ninguna duda de que era humano, un hombre enjuto, sí, aunque completamente desarrollado. Pero, en contradicción con esto, tenía la piel muy rosa, como la de un recién nacido. Y repartidos por todo el cuerpo tenía unas manchas sanguinolentas, parecidas a abrasiones, allí donde la muda de los verticilos de la gruesa piel exterior habían provocado sendas hemorragias.

Jürgen y Werner cogieron al nativo cada uno por un brazo y lo llevaron de nuevo hasta el catre.

Will vio entonces que el hombre carecía por completo de pelo. Es más, ni siquiera tenía cejas.

—Pero ¿esto ha sucedido antes? —preguntó Will—. ¿Qué se desprendieran todas las capas exteriores?

—No, con ninguno de los demás nativos que tuvimos en el instituto —respondió Jürgen mientras su hermano le sujetaba la muñeca al indígena.

—Parece tener un pulso bastante fuerte, aunque muy acelerado —informó Werner, que estaba utilizando su reloj para cronometrarlo.

Jürgen parecía preocupado.

—Debe de ser una reacción a la vacuna.

—No entiendo la razón. Previamente, efectué algunos ensayos in vitro con su sangre, y no hubo nada que sugi…

—Espere, ¡mire! —exclamó Will cuando el nativo se despertó con una expresión de atontamiento en los ojos—. ¡Está volviendo en sí!

El indígena intentó incorporarse, pero Jürgen le habló en un tono tranquilizador, instándole a permanecer donde estaba. Aunque probablemente no entendiera lo que se le estaba diciendo, el sujeto se relajó y apoyó de nuevo la cabeza en la almohada. Tan pronto tenía los ojos abiertos como los cerraba con rápidos movimientos, como si se esforzara en permanecer consciente.

Jürgen le acercó un vaso a los labios y le ayudó a beber un poco de agua.

—Está ardiendo —dijo.

—Puede que le haya subido un poco la temperatura, o que sencillamente esté deshidratado —sugirió Werner, cuando el nativo tomó un poco más de agua.

Jürgen mostró su conformidad con un gesto de la cabeza.

—Eso explicaría la razón de que se desmayara. Y de que parezca estar mejorando ahora.

En efecto, el nativo daba muestras de estarse recuperando con rapidez; se negó a seguir bebiendo y apartó el vaso mientras intentaba hablar.

Pronunció unas palabras en la lengua gutural que Will había oído con anterioridad, pero entre medias el zumbido era ahora más audible. Y se estaba haciendo cada vez más audible a cada segundo. Era como si su laringe también estuviera experimentando una transformación. Súbitamente, el agudo del zumbido pareció disminuir y unos horribles y nítidos sonidos salieron de su garganta.

—¡Caray! —exclamó Will, retrocediendo con tanta brusquedad que chocó con la pared.

Elliott se quedó igual de espantada, demasiado aturdida para poder hablar durante un rato.

Jürgen y Werner se volvieron hacia ellos y les miraron inquisitivamente.

—¿Qué sucede? —preguntó Jürgen.

Por las palabras que Elliott había podido reconocer, el nativo había estado preguntando qué le pasaba.

En el idioma de los styx.

Y como la chica, gracias a su padre, hablaba con fluidez esa lengua, pudo responder al nativo en styx.

—No se preocupe. Averiguaremos qué pasa —le dijo, y el inquietante sonido de sus palabras llenaron el cuarto como si alguien estuviera rasgando un pergamino viejo.

—Mein Gott —dijo Werner.

—Eso digo yo, Mein Gott —masculló Will.

Elliott volvió al inglés para dirigirse a Will y a los dos asombrados neogermanos.

—Entiendo algo de lo que está diciendo. Quiere saber qué le pasa.

A pesar de estar tan débil, al oír hablar a Elliott en la lengua de los styx, de golpe el nativo puso los ojos como platos. Se levantó como pudo del catre y, antes de que nadie pudiera impedírselo, se había arrojado a los pies de ella. Con la cara contra el suelo, empezó a repetir las mismas palabras.

—Han regresado —decía una y otra vez.

Will estaba estupefacto.

—Los nativos siempre han estado hablando en styx. Pero en un tono tan agudo, que nadie lo reconocía.

Movió la mirada del hombre postrado en el suelo a Elliott y de nuevo al hombre.

—Si sabe hablar styx, entonces ¿puede que sea medio styx, como tú? Y quizá tu sangre… tu sangre styx en la vacuna haya provocado este… que haya cambiado. Pero ¿cómo? ¿Y por qué?

Ir a la siguiente página

Report Page