Tentación

Tentación


La enorme pared que tenían delante de sus ojos era impresionante. Les había costado mucho encontrarla y, finalmente, la tenían delante de ellos. Tras rebuscar entre varias cavernas que no llevaban a ninguna parte y varios días totalmente perdidos en la oscuridad, el sith y su aprendiz habían dado con una gigantesca sala compuesta de varias columnas. Las enormes figuras ulfet se encontraban arodilladas y sujetaban, con sus manos, el techo. Al fondo de la misma una enorme pared mostraba, reflejados, dos ilustraciones con la mano alzada: una parecía masculina y la otra, femenina. No eran ulfet, sorprendentemente. Eran figuras humanas.

Darth Hammorth dio unos cuantos pasos hacia adelante, subiendo las escaleras que decoraban la parte delantera de la pared, mientras su aprendiz Abbot se quedaba detrás, vigilando la retarguardia. Su enorme capa ondeaba ante un aire inexistente. En realidad costaba de respirar ahí: apenas había oxígeno, pero la Fuerza les premiaba con darles la posibilidad de seguir existiendo ahí. Así el Sith solo tuvo que acercarse a la pared y poner una mano delante, entrecerrando los ojos. Inspiró profundamente, en silencio, y luego volvió a exhalar.

—Esta es. La entrada al Paraíso. —masculló, mirando los dibujos —. Dos híbridos. —su mirada pasó primero a un lado y luego a otro —. Nos faltan dos híbridos.

—Solo uno, mi señor. —Abbot agacharía la cabeza, sus ojos naranjas mirando al suelo —. Otso...

—¡Otso tardará años en llegar! —la voz de Hammorth resonó por toda la sala, mientras se giraba violentamente hacia su aprendiz. Rápidamente bajó las escaleras hacia él y lo agarró por el morro, obligándolo a mirar a los ojos —. No podemos permitirnos unos años, tenemos que conseguirlo ya... Habrá que buscar otra forma de conseguir un híbrido rápido. Quizá si usamos el Claro de los Portales podamos hablar con el guardián para que nos envíe de nuevo a la Galaxia. Quizá...

Unos pasos cortaron totalmente su línea de pensamiento y le obligaron a alzar su rostro enmascarado y a soltar a Abbot, que inmediatamente giró la cabeza en la misma dirección. Al fondo, iluminado por unas cuantas antorchas de fuego, una tercera figura había hecho acto de aparición. El ulfet no tardó en darse cuenta de quién se trataba, tensándose con facilidad, pero el sith puso una mano sobre su hombro para que mantuviera la calma y decidió avanzar en su lugar, dejando su mayor tesoro en la retaguardia, donde sabía que nadie lo debía molestar.

La silueta que había entrado en escena permaneció en silencio, con los ojos clavados en el sith, unos ojos también anaranjados y llenos de ira. Apretó los puños, los cuales uno de ellos fueron en busca de una espada láser que aun no encendió. El otro tampoco lo hizo: en silencio y con una enorme confianza continuó andando, sus gigantescos pasos haciendo resonar toda la sala. El ulfet, que continuaba en el mismo sitio donde se había quedado se giró ligeramente hacia la ilustración donde se encontraban los dos híbridos.

—Nanka. —Hammorth parecía satisfecho —. ¿Vienes a recuperar a tu viejo alumno? Ya no lo es, y lo sabes. Está conmigo.

—Nunca ha sido mi alumno. —las palabras, de alguna manera, atacaron directamente a Abbot. El ulfet tragó saliva, enmascarando ese momento de absoluta frustración y decepción con una pizca más de maldad, dejando que lo consumiera de arriba a abajo, ocultando el dolor. Era como funcionaba para sobrevivir en ese mundo, y su amo no podía descubrir que ese gesto despreciable de Nanka le había causado daño —. Solo tengo uno. Se llama Otso. Y está al caer.

Hammorth alzó ligeramente los brazos, mientras mascullaba el nombre del Ezhtari, frustrado.

—¿Sabes lo que me jode de los elegidos, Nanka? Que nunca están donde deberían. Siempre tienen que dar por culo y largarse en cualquier lado. Y ahora que realmente es necesario, ¡Ahora! ¡No aparece! Pero no te preocupes. —soltó —. Tengo planes para él en el momento en que llegue. Solo tengo que apretarle un poco las tuercas y...

—No llegará ese momento.

Fueron las últimas palabras que intercambiaron.

Nanka saltó hacia adelante, con la espada encendida en una hoja rojiza como su propia ira, pero Hammorth activó la suya y pronto pudo contraatacar, haciendo entrechocar las dos espadas al momento. Retrocedió de un salto e intentó lanzar unos cuantos rayos contra el propio ex-jedi, que venía bien preparado: sacó de dentro de su bata una especie de placa que hizo rebotar los ataques de Hammorth y, al momento, se lo lanzó a la cara. El sith, con la fuerza, apartó el objeto de su camino y tuvo que alzar la espada para evitar el siguiente golpe que Nanka le lanzó: él mismo.

Nuevamente, las espadas se cruzaron. Hammorth hizo un giro sobre sí mismo mientras con la otra pierna, doblada por la rodilla, golpeaba el tobillo de Nanka, haciendo que este perdiera el equilibrio. El resultado del giro no se hizo de rogar, dándole en el rostro y haciéndolo rodar en el suelo. Al momento intentó rematar la jugada golpeando con la espada de nuevo, pero solo consiguió dar en la dura piedra. Nanka se incorporó e intentó golpearlo con la fuerza, pero el otro lo contrarrestó al momento.

De nuevo, el alien volvió a golpear con la espada. Sin embargo, esa vez fue distinto: vino acompañado de un puñetazo en el estómago que el otro no había previsto y lo hizo inclinarse hacia abajo. En nada se encontró con la rodilla en todo el rostro que lo hizo retroceder, pero Hammorth decidió hacer una pirueta en el aire y lanzar la espada contra el hombro de Nanka, dando en el clavo. Nanka se quejó al sentir el poder de la hoja atravesar su carne, además del golpe en el pecho cuando Hammorth lanzó su peso encima del mismo.

El combate comenzó a ponerse feo por segundos. El sith recuperaría su espada y, en segundos, los dos establecerían un conflicto que duraría prácticamente media hora o incluso más. Sin que ninguno de los dos bandos mostrase síntomas de agotamiento, el combate se intensificó e incluyó, además de choque de espadas, derrumbamientos. Nanka no tardó nada en querer lanzarle una de las columnas encima al Sith y el otro casi consiguió salirse con la suya aprovechando que parte del techo se caía para matar al jedi. Pero ninguno de los dos parecía salirse con la suya.

La pelea siguió por minutos, cada vez más brusca, cada vez más peligrosa. Pero lo que quizá no se esperaría Hammorth sería una serie de golpes seguidos que terminarían con su destino, en el cual un simple despiste lo marcó todo, cuando la cabeza del Sith fue totalmente seccionada del resto del cuerpo y el ex-jedi se encargó de usar su propia fuera para terminar de separarlos. Arrodillado, respiró unos cuantos segundos, esperando a ver si el sith le venía con algún truco con el que no contase. No parecía ser así.

Había ganado.

Nanka se incorporó, observando el cuerpo inerte de Hammorth, con su cabeza encontrándose en otro sitio muy distinto. Con aquel funesto final sabía que era imposible que se regenerase. Había oído de casos, de Sith que habían vuelto a la vida tras haberles cortado las piernas o algo parecido. Con una cabeza menos era un poco más difícil pero, aun con todo, no se fió: hizo un gesto con la mano y el cuerpo entero prendió en llamas, comenzando a chamuscarse poco a poco. Y, así, sus ojos fueron a la búsqueda de Abbot, que continuaba en el mismo sitio donde se había quedado.

Nanka apagó su espada láser y la colgó de nuevo en la cintura, totalmente confiado que no necesitaría más para aplacar al ulfet. Este, a su vez, tampoco desenfundó la suya, siempre con una funda que parecía proteger una inexistente hoja. En cuanto estuvieron a pocos pasos, los ojos naranja de Nanka se fijaron en el ulfet. Apenas había cambiado de la última vez que se habían visto, hacía ya unos cuantos años ya. Quizá era un poco más viejo, pero no mucho más.

Quizá fue porque quería vivir, o quizá porque era la forma de proceder de los sith. El caso fue que Abbot se arrodilló ante el que parecía que iba a ser su nuevo dueño y este, a su vez, decidió respetar la decisión. Como si de una conexión existiera entre los dos, el pacto se había sellado. Nanka no hizo nada más al respecto. Se limitó a ir a las escaleras y subirlas, de la misma forma que había hecho Hammorth, y a mirar con cuidado las dos ilustraciones.

—Dos híbridos.

—Sí, mi señor. —soltó Abbot.

—Bien... Tenemos uno en camino... Pero tu me darás el otro... —su mano acarició la ilustración —. Solo tendremos que engañar a un alma en pena. La biología hará el resto y cuando tengamos a los dos híbridos.... Abriremos esto. —dio unos cuantos pasos hacia atrás, entrecerrando sus ojos —. Sí... Podremos volver a casa. Otso y yo, juntos, como siempre. Alumno y maestro. Volveremos... a casa... Abandonaremos esta roca....

Abbot tragó saliva. Por dentro sintió que, de la noche a la mañana, el destino de Otso había escalado unos cuantos niveles y este aun no había llegado a Ma'keli.

Cerró los ojos, sintiendo pena por su hermano.

Aun parecía que quedaba algo de luz en él.

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