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Las torres de Azuchi

No hacía mucho que el emperador había elevado a Nobunaga al cargo cortesano de consejero de Estado, y ahora le había nombrado General de la Derecha. La ceremonia de felicitación por su último ascenso tuvo lugar durante el undécimo mes con una pompa que excedía cuanto se había visto en eras anteriores.

El alojamiento de Nobunaga en la capital se hallaba en el antiguo palacio del shogun en Nijo. Todos los días había una multitud de invitados en el palacio: cortesanos, samurais, maestros del té, poetas y mercaderes de las cercanas ciudades comerciales de Naniwa y Sakai.

Mitsuhide tenía la intención de dejar a Nobunaga y regresar a su castillo de Tamba, y mientras aún era de día se había trasladado al palacio de Nijo para despedirse.

—Mitsuhide —le saludó Hideyoshi con una ancha sonrisa.

—¿Hideyoshi? —respondió Mitsuhide riendo.

—¿Qué te trae hoy por aquí? —le preguntó Hideyoshi, cogiéndole del brazo.

—Sólo he venido porque Su Señoría se marcha mañana.

—Así es. ¿Dónde crees que volveremos a encontrarnos?

—¿Estás borracho?

—Ni un solo día dejo de emborracharme cuando estoy en la capital. Su Señoría también bebe más cuando está aquí. La verdad es que si vas a verle ahora te hará beber una buena cantidad de sake.

—¿Otra vez está celebrando una fiesta? —preguntó Mitsuhide.

Desde luego, Nobunaga bebía más en los últimos tiempos, y un viejo servidor, que llevaba muchos años con Nobunaga, había observado que éste jamás había bebido tanto como ahora.

Hideyoshi siempre participaba en esas jaranas, pero no tenía la resistencia de Nobunaga. La constitución física de éste parecía más delicada, pero era con mucho el más fuerte de los dos. Si uno le observaba atentamente, podía ver su fuerza espiritual. Hideyoshi era todo lo contrario. Su aspecto externo era el de un campesino sano, pero carecía de verdadero vigor.

Su madre todavía le amonestaba por el descuido de su salud.

—Está bien que te diviertas, pero hazme el favor de cuidar tu salud. Fuiste enfermizo desde tu nacimiento, y hasta los cuatro o cinco años ninguno de los vecinos creía que vivirías hasta llegar a adulto.

La preocupación de su madre surtía efecto en Hideyoshi, porque conocía el motivo de su debilidad infantil. Cuando su madre estaba embarazada, la pobreza de la familia era tal que a veces no había ningún alimento en la mesa, y era indudable que ese estado de adversidad había afectado al crecimiento del feto.

El hecho de que hubiera sobrevivido se debía casi exclusivamente a los desvelos de su madre. Y así, aunque ciertamente no le desagradaba el sake, recordaba las palabras de su madre cada vez que tenía una taza en las manos. Por otro lado, no podía olvidar las ocasiones en que su madre había llorado tanto debido a las borracheras de su padre.

Sin embargo, nadie habría creído que se tomaba la bebida tan en serio. La gente decía de él: «No bebe mucho, pero le encantan las fiestas. Y cuando bebe, lo hace con toda libertad». De hecho, nadie era más prudente que Hideyoshi, mientras que Mitsuhide, con quien se había encontrado ahora en el corredor, ingería considerables cantidades de alcohol. Sin embargo, Mitsuhide parecía decepcionado, y era evidente que el hecho de que Nobunaga se entregara a la bebida, como acababa de confirmar Hideyoshi, inquietaba no poco a sus servidores.

Riéndose, Hideyoshi negó lo que acababa de decir.

—No, eso era una broma. —Divertido al ver a Mitsuhide tan dubitativo, sacudió la cabeza, con las mejillas enrojecidas—. La verdad es que te he tomado un poco el pelo. La fiesta ha terminado, y la prueba es que estoy aquí y me marcho ebrio. Y eso también es mentira. —Volvió a reírse.

—Ah, qué malo eres.

Mitsuhide forzó una sonrisa. Toleraba las bromas de Hideyoshi porque éste no le desagradaba. Tampoco Hideyoshi sentía ninguna hostilidad hacia Mitsuhide. Siempre bromeaba francamente con su serio colega, pero al mismo tiempo le respetaba cuando era preciso mostrar respeto.

Por su parte, Mitsuhide parecía reconocer la utilidad de Hideyoshi. Éste le superaba un poco en categoría y ocupaba un lugar más elevado en las reuniones de estado mayor, pero al igual que los demás generales veteranos, Mitsuhide estaba orgulloso del rango de su familia, de su linaje y educación. Ciertamente no tomaba a Hideyoshi a la ligera, pero de alguna manera manifestaba una actitud condescendiente hacia el hombre de más categoría, con comentarios como: «Eres un hombre simpático».

Esa condescendencia se debía, por supuesto, al carácter de Mitsuhide, pero incluso cuando Hideyoshi la notaba no le molestaba. Por el contrario, consideraba natural que un hombre de intelecto superior como Mitsuhide le tuviera a menos. No le incomodaba reconocer la gran superioridad de Mitsuhide en cuanto a su intelecto, educación y antecedentes.

—Ah, sí, olvidaba algo —le dijo Hideyoshi, como si se hubiera acordado de repente—. Tengo que felicitarte. Sin duda la concesión de la provincia de Tamba te llenará de contento durante algún tiempo. Pero creo que es natural después de tantos años de servicio abnegado. Ruego por que esto sea el comienzo de la mejor fortuna para ti y que prosperes por muchos años.

—No, todos los favores de Su Señoría son honores que están por encima de mi posición. —Mitsuhide siempre devolvía una cortesía por otra con gran seriedad, pero entonces siguió diciendo—: Aunque me ha sido concedida una provincia, estaba en posesión del shogun anterior, e incluso ahora hay buen número de poderosos clanes locales que se han encerrado detrás de sus muros y se niegan a someterse a mi autoridad. Así pues, las felicitaciones son un poco prematuras.

—No, no, eres demasiado modesto —protestó Hideyoshi—. En cuanto te trasladaste a Tamba con Hosokawa Fujitaka y su hijo, el clan Kameyama capituló, de modo que ya has obtenido resultados, ¿no es cierto? He observado con interés cómo tomaste Kameyama, e incluso Su Señoría te alabó por la habilidad con que sojuzgaste al enemigo y tomaste el castillo sin perder un solo hombre.

—Kameyama no fue más que el comienzo. Las verdaderas dificultades están todavía por llegar.

—Vivir sólo merece la pena cuando tenemos dificultades ante nosotros —dijo Hideyoshi—. De lo contrario no hay ningún incentivo. Y nada sería más dulce que devolver la paz a un nuevo dominio que te ha entregado Su Señoría y gobernarlo bien. Allí serás el dueño y podrás hacer lo que quieras.

De repente ambos hombres tuvieron la sensación de que aquel encuentro casual se había prolongado demasiado.

—Bueno, hasta que volvamos a vernos —le dijo Mitsuhide.

—Espera un momento —replicó Hideyoshi, y de improviso cambió de tema—. Eres un hombre instruido, por lo que quizás lo sepas. Entre los castillos que hay ahora en Japón, ¿cuántos tienen torre del homenaje y en qué provincias se encuentran?

—El castillo de Satomi Yoshihiro, en Tateyama, provincia de Awa, tiene una torre del homenaje de tres pisos que puede verse desde el mar. También en Yamaguchi, provincia de Suo, Ouchi Yoshioki levantó una torre del homenaje de cuatro pisos en su castillo principal, que probablemente es el más imponente de todo Japón.

—¿Sólo esos dos?

—Que yo sepa, sí, pero ¿por qué me preguntas eso ahora?

—Verás, hoy estaba con Su Señoría, hablando de los diseños de diversos castillos, y Mori explicaba con vehemencia las ventajas de las torres del homenaje, declarándose firme partidario de que se incluya uno en el diseño del castillo que el señor Nobunaga construirá en Azuchi.

—¿Quién es ese Mori?

—El paje de Su Señoría, Ranmaru.

Mitsuhide frunció el ceño unos instantes.

—¿Es que tienes alguna duda al respecto?

—No especialmente.

El semblante de Mitsuhide adoptó en seguida una expresión impasible. Cambió de tema y siguieron hablando durante unos minutos. Finalmente se excusó y se apresuró a adentrarse en el palacio.

—¡Señor Hideyoshi! ¡Señor Hideyoshi!

El gran corredor del palacio de Nijo estaba lleno de gente que iba y venía para visitar al señor Nobunaga. Alguien volvió a llamarle.

—Vaya, el reverendo Asayama —dijo Hideyoshi al volverse sonriendo.

Asayama Nichijo era un hombre de fealdad fuera de lo corriente. Araki Murashige, uno de los generales de Nobunaga, destacaba por su fealdad, pero por lo menos tenía cierto encanto. Asayama, por otro lado, no era más que un sacerdote de aspecto untuoso. Se acercó a Hideyoshi y en seguida bajó la voz como si estuviera enterado secretamente de algún asunto importante.

—Señor Hideyoshi.

—Sí, decidme.

—Parece que acabáis de tener una discusión confidencial con el señor Mitsuhide.

—¿Una discusión confidencial? —Hideyoshi se echó a reír—. ¿Es éste el lugar para una discusión confidencial?

—Cuando el señor Hideyoshi y el señor Mitsuhide susurran durante largo raro en los corredores del palacio de Nijo, la gente se sobresalta.

—No es posible.

—¡Podéis estar seguro!

—¿También Vuestra Reverencia está un poco bebido?

—Bastante. Bebo demasiado. Pero, desde luego, deberíais tener más cuidado.

—¿Os referís al sake?

—No seáis tonto. Os advierto para que tengáis más discreción y no mostréis tanta familiaridad con Mitsuhide.

—¿Por qué?

—Su inteligencia es un poco excesiva.

—Pero si todo el mundo dice que vos sois hoy el hombre más inteligente de Japón.

—¿Yo? No, soy demasiado torpe —objetó el sacerdote.

—De ninguna manera —le aseguró Hideyoshi—. Vuestra Reverencia sabe mucho de todo. Los puntos más débiles del samurai estriban en sus tratos con la nobleza o con mercaderes poderosos, pero nadie os supera en astucia entre los hombres del clan Oda. Vamos, hasta el señor Katsuie está totalmente pasmado por vuestro talento.

—Pero, por otro lado, no he logrado ninguna hazaña militar.

—En la construcción del palacio imperial, en la administración de la capital, en diversos asuntos financieros, habéis mostrado un genio extraordinario.

—¿Me estáis alabando o denigrando?

—Veréis, sois a la vez un prodigio y un inútil en la clase samurai, y a fuer de sincero, os alabo y denigro al mismo tiempo.

—No puedo con vos —dijo Asayama, echándose a reír y mostrando los huecos correspondientes a dos o tres dientes perdidos.

Aunque Asayama era mucho mayor que Hideyoshi, lo bastante mayor para ser su padre, le consideraba superior a él. En cambio, no podía aceptar a Mitsuhide tan fácilmente. Reconocía la inteligencia de aquel hombre, pero le amilanaba la agudeza de su ingenio.

—Creía que sólo era cosa de mi imaginación —dijo Asayama—, pero recientemente una persona famosa por su discernimiento de la personalidad de un hombre a partir de sus rasgos ha expresado la misma opinión.

—¿Un fisonomista ha hecho alguna clase de juicio sobre Mitsuhide?

—No es un fisonomista. El abad Ekei es uno de los grandes eruditos de nuestro tiempo. Él me ha dicho esto con el mayor secreto.

—¿Qué os ha dicho?

—Que Mitsuhide tiene el aspecto de un hombre sabio que podría ahogarse en su propia sabiduría. Además, hay signos funestos de que suplantará a su señor.

—Asayama.

—¿Qué?

—No vais a disfrutar de la vejez si permitís que esa clase de cosas salgan de vuestra boca —le dijo severamente Hideyoshi—. He oído decir que Vuestra Reverencia es un político astuto, pero creo que una afición política no debe llevarse al extremo de propagar semejantes habladurías sobre uno de los servidores de Su Señoría.

* * *

Los pajes habían extendido un gran mapa de Omi en la amplia sala.

—¡Aquí está la sección interior del lago Biwa! —dijo uno de ellos.

—¡Aquí está el templo Sojitsu! —exclamó otro—. ¡Y el templo Joraku!

Los pajes estaban sentados juntos en un lado y estiraban los cuellos para mirar, como polluelos de golondrina. Ranmaru permanecía modestamente un poco separado del grupo. Aún no tenía veinte años, pero había dejado muy atrás la ceremonia de la mayoría de edad. Si le hubieran rasurado las guedejas, habría tenido el aspecto de un imponente samurai joven. Nobunaga le había pedido que siguiera como estaba, pues le quería en calidad de paje al margen de su edad. Ranmaru podía competir por su donaire con otros muchachos, y su moño y prendas de seda eran los de un niño.

Nobunaga examinó minuciosamente el mapa.

—Está bien dibujado —dijo—. Incluso es más exacto que nuestros mapas militares. Dime, Ranmaru, ¿cómo has conseguido un mapa tan detallado en tan poco tiempo?

—Mi madre, que ha entrado en las órdenes sagradas, conocía la existencia de un mapa en el almacén secreto de cierto templo.

La madre de Ranmaru, que había tomado el nombre de Myoko al hacerse monja, era la viuda de Mori Yoshinari. Sus cinco hijos habían sido admitidos por Nobunaga como servidores. Los dos hermanos menores de Ranmaru, Bomaru y Rikimaru, también eran pajes. Todo el mundo decía que había muy pocas similitudes entre ellos. No es que sus hermanos fuesen unos niños torpes, sino que Ranmaru descollaba. Era evidente para cualquiera que le viese que la inteligencia de Ranmaru estaba muy por encima de las demás. Cuando frecuentaba a los generales del estado mayor o a los servidores de alto rango, nunca le trataban como a un niño a pesar de su atuendo.

—¿Qué? ¿Myoko te ha dado esto? —Nobunaga fijó en Ranmaru una mirada peculiar—. Como monja, es natural que recorra una serie de templos, pero no debe ser engañada por los espías de los monjes guerreros que siguen lanzando maldiciones contra mí. Quizá deberías buscar el momento adecuado y advertirla.

—Siempre tiene mucho cuidado, incluso más que yo, mi señor.

Nobunaga se inclinó y examinó atentamente el mapa de Azuchi. Era allí donde construiría un castillo que iba a ser su nueva residencia y sede del gobierno. El planteamiento del traslado era reciente, una decisión tomada porque la situación del castillo de Gifu ya no convenía a sus propósitos.

El terreno en el que Nobunaga había puesto realmente sus miras estaba en Osaka, pero allí se alzaba el Honganji, la fortaleza de sus enemigos más encarnizados, los monjes guerreros.

Tras reflexionar en la necedad de los shogunes, Nobunaga ni siquiera tuvo en cuenta la posibilidad de establecer el gobierno en Kyoto, donde se había fraguado el lamentable estado de cosas anterior. Azuchi estaba más cerca de su ideal, pues desde allí podría precaverse de las provincias norteñas así como frenar los avances de Uesugi Kenshin desde el norte.

—El señor Mitsuhide está en la sala de espera y dice que quisiera hablar con vos antes de su partida —le anunció un samurai desde la puerta.

—¿Mitsuhide? —dijo jovialmente Nobunaga—. Que entre —ordenó, y siguió examinando el mapa de Azuchi.

Nada más entrar, Mitsuhide suspiró aliviado. En el aire no flotaba el menor efluvio de sake, y su primer pensamiento fue que Hideyoshi había vuelto a tomarle el pelo.

—Ven aquí, Mitsuhide.

Nobunaga no hizo caso de la cortés reverencia del hombre y le hizo una seña para que se aproximara al mapa. Mitsuhide se acercó en actitud respetuosa.

—He oído decir que sólo pensáis en los planes de un nuevo castillo, mi señor —le dijo afablemente.

Nobunaga podía ser un soñador, pero en capacidad ejecutiva no le aventajaba nadie.

—¿Qué te parece? ¿No es esta región montañosa frente al lago apropiada para un castillo?

Al parecer, Nobunaga ya había diseñado mentalmente la estructura y la escala del castillo. Trazó una línea con un dedo.

—Se extenderá de aquí hasta aquí. Construiremos una población alrededor del castillo, al pie de la montaña, con un barrio para los mercaderes que estará mejor organizado que en cualquier otra provincia de Japón. Voy a dedicar a este castillo todos los recursos de que dispongo. Tiene que ser lo bastante imponente para intimidar a todos los demás señores. No será extravagante, pero no tendrá igual en el imperio. Mi castillo combinará la belleza, el buen funcionamiento y la dignidad.

Mitsuhide reconoció que el proyecto no era un producto de la vanidad de Nobunaga ni tampoco una diversión exagerada, por lo que expresó sus sentimientos sinceramente. Pero su respuesta seria en exceso no bastó. Nobunaga estaba demasiado acostumbrado a las respuestas ostentosas en total acuerdo con él y a las afirmaciones ingeniosas que sólo eran un eco de las suyas propias.

—¿Qué opinas? —le preguntó Nobunaga, indeciso—. ¿No es acertado?

—Yo no diría eso.

—¿Crees que éste es el momento oportuno?

—Estoy seguro de ello.

Nobunaga intentaba reforzar la confianza en sí mismo. No había nadie que estimara más que él la inteligencia de Mitsuhide. Éste no sólo poseía una inteligencia moderna, sino que también se había enfrentado a problemas políticos muy difíciles de superar sólo con la convicción. Así pues, Nobunaga conocía el genio de Mitsuhide incluso más que Hideyoshi, el cual lo alababa tanto.

—Tengo entendido que estás muy versado en la ciencia de la construcción de castillos. ¿Podrías aceptar esta responsabilidad?

—No, no. Mi conocimiento es insuficiente para construir un castillo.

—¿Insuficiente?

—Construir un castillo es como librar una gran batalla. El hombre encargado debe saber utilizar con facilidad tanto los hombres como los materiales. Creo que deberíais asignar esta tarea a uno de vuestros generales veteranos.

—¿Y quién podría ser? —le preguntó Nobunaga.

—El señor Niwa sería el más adecuado, ya que se lleva tan bien con los demás.

—¿Niwa? Sí…, él lo haría bien. —Esta opinión parecía acorde con las propias intenciones de Nobunaga, el cual asintió vigorosamente—. Por cierto, Ranmaru me sugiere que construya una torre del homenaje. ¿Qué te parece la idea?

Mitsuhide no respondió directamente. Veía a Ranmaru por el rabillo del ojo.

—¿Me pedís los pros y los contras de construir una torre del homenaje, mi señor?

—En efecto. ¿Es mejor incorporar una de esas torres o no?

—Es mejor tenerla, desde luego, aun cuando sólo sea por la dignidad de la estructura.

—Debe de haber diversos estilos de torres. Tengo entendido que en tu juventud viajaste extensamente por el país y adquiriste un conocimiento detallado de la construcción de castillos.

—La verdad es que mi conocimiento en ese campo es muy superficial —dijo humildemente Mitsuhide—. Por otro lado, Ranmaru debe de estar muy versado en el tema. Cuando recorrí el país sólo vi dos o tres castillos con torres del homenaje, e incluso ésas eran de construcción ruda en extremo. Si esto es una sugerencia de Ranmaru, sin duda debe de tener alguna idea al respecto.

Mitsuhide parecía reacio a decir más. Sin embargo, Nobunaga no tuvo la menor consideración hacia las delicadas sensibilidades de ambos hombres y siguió diciendo con toda naturalidad:

—Ranmaru, no estás menos instruido que Mitsuhide y parece que has hecho ciertas investigaciones sobre la construcción de castillos. ¿Cuáles son tus ideas sobre la construcción de una torre del homenaje? ¿Y bien, Ranmaru? —Al ver que el paje mantenía un azorado silencio, le preguntó—: ¿Por qué no me respondes?

—Estoy demasiado confuso, mi señor.

—¿Por qué razón?

—Estoy desconcertado —replicó, y se postró con la cara sobre ambas manos, como si sintiera una profunda vergüenza—. El señor Mitsuhide es cruel. ¿Por qué habría de tener yo cualquier idea original sobre la construcción de torres del homenaje? A decir verdad, mi señor, todo lo que os he dicho, incluso el hecho de que los castillos de Ouchi y Satomi tienen esas torres, es algo de lo que me informó el mismo señor Mitsuhide una noche que estaba de guardia.

—En ese caso, no ha sido idea tuya en absoluto.

—Temí que os irritarais si os confesaba que todo eso ha sido idea de otra persona, por lo que seguí divagando y os sugerí la construcción de una torre del homenaje.

—¿De veras? —Nobunaga se rió—. ¿Es eso todo?

—Pero el señor Mitsuhide no lo ha tomado así —siguió diciendo Ranmaru—. Por la respuesta que acaba de dar parece como si yo hubiera robado las ideas ajenas. El mismo señor Mitsuhide me dijo que tiene unas valiosas ilustraciones de las torres del homenaje de Ouchi y Satomi, e incluso un excepcional libro de bocetos. Así pues, ¿por qué ha de ser tan reservado y cargar la responsabilidad a una persona inexperta como yo?

Aunque Ranmaru tenía el aspecto de un niño, no había duda de que era un hombre.

—¿Es eso cierto, Mitsuhide? —le preguntó Nobunaga.

Como su señor le miraba directamente, Mitsuhide no pudo mantener la calma.

—Sí —balbució.

Tampoco podía dominar su enojo con Ranmaru. Había retenido a propósito sus propias opiniones y hablado en favor de la erudición de Ranmaru porque conocía el afecto de Nobunaga por el joven y expresaba secretamente su propia buena voluntad hacia él. No sólo había permitido que Ranmaru entregara la flor a su señor sino que también había puesto especial cuidado en no azorarle.

Mitsuhide le había contado a Ranmaru todo lo que sabía sobre las torres del homenaje y la construcción de castillos durante las horas de ocio de una guardia nocturna. Era absurdo que Ranmaru hubiese relatado todo aquello a Nobunaga como si fuese su propia idea. No obstante, si ahora lo decía claramente así, Ranmaru se sentiría más azorado todavía y Nobunaga se disgustaría de veras. Creyendo que evitar una situación tan incómoda también redundaría en su propio beneficio, había atribuido el mérito a Ranmaru. Pero el resultado había sido exactamente el contrario del que había planeado. No podía evitar que un escalofrío le recorriera la espalda ante la perversidad de aquel adulto vestido de niño.

Al ver su perplejidad, Nobunaga pareció comprender lo que pasaba por la mente de Mitsuhide. De repente se echó a reír.

—Incluso Mitsuhide puede pecar de un exceso de prudencia.

Sea como fuere, ¿tienes a mano esas ilustraciones?

—Tengo algunas, pero no sé si bastarán.

—Bastarán. Préstamelas durante algún tiempo.

—Ahora mismo os las traeré.

Mitsuhide se culpó por haber dicho incluso la más leve mentira a Nobunaga, y aunque el asunto estaba zanjado, era él el único que había sufrido las consecuencias. Sin embargo, cuando el giro de la conversación pasó a los castillos de las diversas provincias y otros temas, el humor de Nobunaga seguía siendo bueno. Después de cenar, Mitsuhide se retiró sin ningún rencor.

A la mañana siguiente, cuando Nobunaga hubo salido de Nijo, Ranmaru fue a ver a su madre.

—Madre, oí decir a mi hermano menor y los demás sirvientes que el señor Mitsuhide le había dicho a Su Señoría que, como entras y sales de los templos, podrías filtrar secretos militares a los monjes guerreros. Así que ayer, cuando estaba en presencia de Su Señoría, le lancé una flecha de desquite. En cualquier caso, desde la muerte de mi padre nuestra familia ha recibido muchas más muestras de amabilidad por parte de Su Señoría que otros, por lo que me temo que la gente está celosa. Ten cuidado y no confíes en nadie.

* * *

En cuanto terminaron las celebraciones de Año Nuevo del cuarto año de Tensho, comenzó la construcción del castillo de Azuchi, junto con un proyecto de ciudad fortificada de un tamaño sin precedentes. Los artesanos se reunieron en Azuchi con sus aprendices y obreros. Llegaron de la capital y de Osaka, desde las lejanas provincias occidentales e incluso del este y el norte: herreros, albañiles, yeseros, metalistas y hasta empapeladores, representantes de todos los oficios de la nación.

El famoso Kano Eitoku fue elegido para que decorase las puertas, los tabiques deslizantes y los techos. Para aquel proyecto Kano no contó simplemente con las tradiciones de su propia escuela, sino que consultó con los maestros de cada escuela y luego creó las obras maestras de su vida, enviando brillantes rayos de luz al mundo de las artes, que había estado en declive durante los largos años de guerra civil.

Los campos de moreras desaparecieron en una sola noche, convirtiéndose en un plano de calles bien trazadas, mientras que en lo alto de la montaña la estructura de la torre del homenaje apareció casi antes de que la gente se percatara de su construcción. La ciudadela principal, modelada según el mítico monte Meru, tenía cuatro torres, que representaban a los reyes de las Cuatro Direcciones, alrededor de la torre del homenaje central, con sus cinco pisos. Debajo había un enorme edificio de piedra, del que partían unos anexos. Por encima y debajo de ese edificio se extendían más de un centenar de estructuras relacionadas, y era difícil saber cuántos pisos tenía cada estructura.

En la Sala del Ciruelo, la Sala de las Ocho Escenas Famosas y la Sala de los Niños Chinos, el pintor aplicó su arte sin tiempo para dormir. El maestro lacador, que detestaba la mera mención del polvo, lacó las barandillas bermellones y las paredes negras. Un ceramista de origen chino recibió el encargo de fabricar las tejas y baldosas. El humo de su horno en la orilla del lago se alzaba en el aire día y noche.

Un sacerdote solitario musitó para sí mismo mientras miraba el castillo. No era más que un monje viajero, pero su amplia frente y su ancha boca le daban un aspecto peculiar.

—¿No sois Ekei? —le preguntó Hideyoshi, dándole unas suaves palmadas en el hombro para no sobresaltarle.

Hideyoshi se había separado de un grupo de generales que estaban a escasa distancia.

—¡Vaya, pero si es el señor Hideyoshi!

—No habría esperado encontraros aquí —le dijo Hideyoshi alegremente. Volvió a darle unas palmaditas en el hombro, sonriendo con afecto—. Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que nos vimos. Creo que fue en casa del señor Koroku en Hachikusa.

—Sí, es cierto. No hace mucho, creo que fue a fines de año en el palacio de Nijo, oí decir al señor Mitsuhide que habíais ido a la capital. Fui con un enviado del señor Mori Terumoto y me quedé algún tiempo en Kyoto. El enviado ya ha regresado a casa, pero como soy un sacerdote rural sin asuntos urgentes, he hecho un alto aquí y allá, en templos dentro y fuera de Kyoto. He pensado que el proyecto de construcción actual del señor Nobunaga sería un buen tema de conversación sobre este viaje cuando vuelva a casa, así que he venido a echar un vistazo. Debo deciros que estoy muy impresionado.

—Tengo entendido que Vuestra Reverencia también está empeñado en cierta construcción —observó Hideyoshi de súbito. Ekei pareció sobresaltado, pero Hideyoshi añadió riendo—: No, no se trata de un castillo. Creo que estáis construyendo un monasterio llamado Ankokuji.

—Ah, el monasterio. —Ekei recobró la calma y también se rió—. Ankokuji ya está terminado. Confío en que encontréis tiempo para visitarme allí, aunque me temo que, como señor del castillo de Nagahama, vuestras ocupaciones no os lo permitirán.

—Puede que sea el señor de un castillo, pero mi estipendio todavía es bajo, por lo que ni mi posición ni mis opiniones tienen mucho peso. No obstante, supongo que os parezco un poco más adulto que la última vez que me visteis en Hachisuka.

—No, no habéis cambiado lo más mínimo. Sois joven, señor Hideyoshi, pero casi todos los miembros del estado mayor del señor Nobunaga están en la flor de la vida. Desde el principio me ha impresionado la grandiosidad del plan de este castillo y el espíritu de sus generales. El señor Nobunaga parece tener la fuerza del sol naciente.

—La financiación de Ankokuji ha corrido a cargo del señor Terumoto de las provincias occidentales, ¿no es cierto? Su propia provincia es rica y fuerte, y supongo que incluso en lo que respecta a hombres de talento, el clan del señor Nobunaga está muy por debajo.

El derrotero que estaba tomando la conversación no parecía agradar a Ekei, el cual volvió a alabar la construcción de la torre del homenaje y el magnífico panorama de la zona.

—Nagahama está en la costa, a poca distancia de aquí hacia el norte —le fijo finalmente Hideyoshi—. Mi embarcación está atracada cerca… ¿Por qué no os venís a pasar una o dos noches? Me han concedido un permiso y he pensado en regresar a Nagahama.

Ekei aprovechó esta invitación para retirarse a toda prisa.

—No, tal vez os visitaré en otra ocasión. Os ruego que saludéis de mi parte al señor Koroku, o más bien el señor Hikoemon, ahora que es uno de vuestros servidores.

Tras decir esto, el sacerdote se marchó bruscamente.

Mientras Hideyoshi le veía alejarse, dos monjes, que parecían ser sus discípulos, salieron de una casa plebeya y corrieron tras él.

Acompañado sólo por Mosuke, Hideyoshi fue al solar en construcción, cuyo aspecto era el de un campo de batalla. Como no le habían asignado responsabilidades importantes en la obra, no tenía que quedarse de manera permanente en Azuchi, pero de todos modos realizaba frecuentes viajes en barco desde Nagahama hasta Azuchi.

—¡Señor Hideyoshi! ¡Señor Hideyoshi!

Alguien le estaba llamando. Miró a su alrededor y vio a Ranmaru, que exhibía una hermosa línea de blancos dientes en su boca sonriente y corría hacia él.

—Hola, Ranmaru. ¿Dónde está Su Señoría?

—Se ha pasado toda la mañana en la torre del homenaje, pero ahora está descansando en el templo Sojitsu.

—Bien, vayamos allá.

—Señor Hideyoshi, ese monje con el que estabais hablando…, ¿no era Ekei, el famoso fisonomista?

—En efecto. He oído a otra persona llamarle así, pero no sé si un fisonomista puede ver realmente el verdadero carácter de un hombre.

Hideyoshi fingió que tenía escaso interés por el tema. Cada vez que Ranmaru hablaba con él, no medía sus palabras como lo hacía con Mitsuhide. Esto no significaba que Ranmaru considerase a Hideyoshi fácil de embaucar, pero había ocasiones en que el hombre mayor se hacía el tonto y a Ranmaru le resultaba fácil congeniar con él.

—¡Pues claro que un fisonomista puede verlo! —replicó Ranmaru—. Mi madre lo dice siempre. Poco antes de que mi padre muriese en combate, uno de ellos predijo su muerte, Y la cuestión es que…, bueno, me interesa algo que dijo Ekei.

—¿Le has pedido que estudiara tus rasgos?

—No, no. No se trata de mí. —Miró a uno y otro lado de la calle y dijo en tono confidencial—. Es sobre el señor Mitsuhide.

—¿El señor Mitsuhide?

—Ekei dijo que había ciertos signos funestos…, que tiene el aspecto de un hombre que se volverá contra su señor.

—Si buscas esa cualidad, la encontrarás, pero no sólo en el señor Mitsuhide.

—¡No, de veras! Ekei lo ha dicho.

Hideyoshi le escuchaba sonriente. Muchos habrían censurado a Ranmaru por ser un desaprensivo traficante de rumores, pero cuando hablaba así no parecía mucho más que un chiquillo recién destetado. Después de que Hideyoshi le hubiera seguido un rato la corriente, preguntó a Ranmaru más seriamente:

—¿A quién has oído decir esas cosas?

—Asayama Nichijo —se apresuró a confiarle Ranmaru.

Hideyoshi hizo un gesto de asentimiento, como dando a entender que lo había imaginado.

—Pero Asayama no te lo habrá dicho personalmente, ¿no es cierto? Tienes que haberlo sabido a través de otra persona. A ver si lo adivino.

—Adelante.

—¿Ha sido tu madre?

—¿Cómo lo habéis sabido?

Hideyoshi se echó a reír.

—No, de veras —insistió Ranmaru—. ¿Cómo lo habéis sabido?

—Myoko creería tales cosas desde el principio —dijo Hideyoshi—. No, sería mejor decir que es aficionada a tales cosas, y además tiene una relación de confianza con Asayama. Pero a mi modo de ver, Ekei es más hábil en el estudio de la fisionomía de una provincia que la de un hombre.

—¿La fisionomía de una provincia?

—Si a juzgar el carácter de un hombre por la observación de sus rasgos puede llamarse fisionomía, entonces juzgar el carácter de una provincia por el mismo método debería llamarse igual. Me he dado cuenta de que Ekei ha dominado ese arte. No deberías acercarte demasiado a los hombres como él. Puede que no sea nada más que un monje, pero en realidad está a sueldo de Mori Terumoto, señor de las provincias occidentales. ¿Qué te parece, Ranmaru? —dijo riendo—. ¿No soy mucho más hábil que Ekei en el estudio de la fisionomía?

El portal del templo Sojitsu apareció a la vista. Los dos hombres seguían riendo al subir los escalones de piedra.

La construcción del castillo estaba progresando visiblemente. A finales del segundo mes de aquel año, Nobunaga ya se había trasladado allí desde Gifu. El castillo de Gifu fue cedido al hijo mayor de Nobunaga, un muchacho de diecinueve años llamado Nobutada.

Sin embargo, mientras que el castillo de Azuchi, de fortaleza incomparable y anunciador de toda una nueva época en la construcción de castillos, se alzaba orgullosamente en aquel cruce estratégico, había varios hombres muy preocupados por su valor militar, entre ellos los monjes guerreros del Honganji, Mori Terumoto, de las provincias occidentales, y Uesugi Kenshin de Echigo.

Azuchi se alzaba en la carretera que iba de Echigo a Kyoto. Kenshin, por supuesto, también tenía las miras puestas en la capital. Si se presentaba la oportunidad propicia, cruzaría las montañas, llegaría al norte del lago Biwa y, de un solo golpe, izaría sus banderas en Kyoto.

El shogun depuesto, Yoshiaki, de quien no se tenía noticias desde hacía algún tiempo, envió cartas a Kenshin, tratando de incitarle a la acción.

Sólo el exterior del castillo de Azuchi ha sido terminado. De un modo realista, el interior requerirá otros dos años y medio. Una vez construido el castillo, muy bien podréis decir que la carretera entre Echigo y Kyoto habrá dejado de existir. Ahora es el momento de atacar. Viajaré por las provincias y forjaré una alianza de todas las fuerzas contrarias a Nobunaga, que incluirá al señor Terumoto de las provincias occidentales, los Hojo, los Takeda y vuestro propio clan en Echigo. Sin embargo, si no tomáis primero una postura animosa como jefe de esta alianza, no preveo ningún éxito.

Kenshin forzó una sonrisa, preguntándose si aquel gorrioncillo tenía la intención de brincar hasta los cien años de edad. Él no era la clase de dirigente corto de luces que se dejaría engañar por semejante estratagema.

Desde el Año Nuevo hasta el verano, Kenshin trasladó a sus hombres a Kaga y Noto, y empezó a amenazar las fronteras de Oda. Un ejército de socorro fue enviado desde Omi con la velocidad del rayo. Con Shibata Katsuie al frente, las fuerzas de Takigawa, Hideyoshi, Niwa, Sassa y Maeda persiguieron al enemigo e incendiaron los pueblos que usarían como protección hasta Kanatsu.

Llegó un mensajero desde el campamento de Kenshin y dijo a gritos que la carta que traía sólo debería leerla Nobunaga.

—Es indudable que es de puño y letra de Kenshin —dijo Nobunaga mientras rompía el sello de la misiva.

Hace mucho que oigo hablar de vuestra fama y lamento no haber tenido aún el placer de conoceros. Ésta parece ser la mejor oportunidad. Si no lográramos encontrarnos en la lucha, ambos lo lamentaríamos durante muchos años. La batalla ha sido fijada para mañana a la hora de la liebre. Os veré en el río Kanatsu. Todo se arreglará cuando nos encontremos de hombre a hombre.

Era un desafío formal a combatir.

—¿Qué le ha ocurrido al enviado? —preguntó Nobunaga.

—Se ha marchado en seguida —respondió el servidor.

Nobunaga no pudo reprimir un escalofrío. Aquella noche anunció de repente que levantaría el campamento, y sus fuerzas se retiraron.

Más adelante esta retirada provocó la risa de Kenshin.

—¿No es precisamente eso lo que cabría esperar de Nobunaga? De haberse quedado donde estaba, al día siguiente lo habría dejado todo a los cascos de mis caballos y, además de conocerle, le habría hecho el favor de cortarle la cabeza allí mismo junto al río.

Pero Nobunaga regresó en seguida a Azuchi con un escuadrón de sus soldados. Al pensar en la anticuada carta de desafío de Kenshin, sonreía sin poder evitarlo.

—Probablemente fue así como atrajo a Shingen a Kawanakajima. Desde luego, es un hombre valeroso y se enorgullece mucho de esa larga espada suya forjada por Azuki Nagamitsu. Creo que no deseo verla con mis propios ojos. Es una lástima que Kenshin no naciera en los brillantes tiempos dorados, cuando llevaban armaduras trenzadas de escarlata con placas de oro. No sé qué pensará de Azuchi, con su mezcla de estilos japonés, chino y de los bárbaros del sur. Los avances en el armamento y la estrategia en la última década han cambiado el mundo. ¿Cómo puede alguien decir que el arte de la guerra no ha cambiado también? Supongo que se ríe de mi retirada, considerándola cobardía, pero yo no puedo evitar reírme porque su anticuada manera de pensar es inferior a la de mis artesanos.

Quienes le escucharon realmente decir esto aprendieron mucho. Sin embargo, había algunos a los que se les enseñaba pero que nunca aprendían.

Después del regreso de Nobunaga a Azuchi, le dijeron que había sucedido algo durante la campaña del norte entre el comandante en jefe, Shibata Katsuie, y Hideyoshi. La causa no estaba clara, pero se había estado cociendo una querella entre los dos por cuestiones de estrategia. El resultado fue que Hideyoshi había reunido sus tropas y regresado a Nagahama mientras Katsuie se apresuraba a apelar ante Nobunaga.

—Hideyoshi ha considerado innecesario obedecer vuestras órdenes y ha regresado a su castillo. Su comportamiento es inexcusable y debería ser castigado.

Hideyoshi no envió ningún mensaje. Creyendo que tendría alguna explicación plausible de sus acciones, Nobunaga se propuso esperar a que todos los generales hubieran regresado de la campaña del norte. Sin embargo, los rumores llegaban uno tras otro.

—El señor Katsuie está enojado en extremo.

—El señor Hideyoshi es demasiado irascible. Retirar sus tropas durante una campaña no es algo que pueda hacer un gran general y mantener al mismo tiempo su honor.

Finalmente, Nobunaga pidió a un ayudante que examinara el asunto.

—¿Ha regresado Hideyoshi realmente a Nagahama? —le preguntó.

—Sí, parece estar definitivamente allí.

Nobunaga montó en cólera y envió un mensajero con una severa reprimenda: «Esta conducta es insolente. ¡Antes que nada, da alguna muestra de arrepentimiento!».

Cuando el mensajero estuvo de regreso, Nobunaga le preguntó:

—¿Qué clase de expresión tenía cuando oyó mi reprimenda?

—Parecía como si estuviera pensando: «Ya veo».

—¿Es eso todo?

—Entonces dijo que tenía necesidad de descansar un poco.

—Es audaz y se está volviendo presuntuoso.

La expresión de Nobunaga no mostraba un verdadero resentimiento hacia Hideyoshi, aun cuando le había censurado verbalmente. Sin embargo, cuando Katsuie y los demás generales de la campaña del norte regresaron por fin, Nobunaga se enojó de veras.

En primer lugar, aun cuando Hideyoshi había recibido la orden de permanecer bajo arresto domiciliario en el castillo de Nagahama, en vez de manifestar su arrepentimiento, daba fiestas a diario. No había ninguna razón para que Nobunaga no estuviera irritado, y la gente conjeturaba que, en el peor de los casos, Hideyoshi recibiría la orden de hacerse el seppuku, y en el mejor probablemente sería convocado al castillo de Azuchi para enfrentarse a un consejo de guerra. Pero al cabo de un tiempo Nobunaga pareció olvidarlo todo y en lo sucesivo nunca mencionó siquiera el incidente.

* * *

En el castillo de Nagahama, Hideyoshi había adquirido el hábito de levantarse tarde. Cada mañana, cuando Nene veía el rostro de su marido, el sol ya estaba alto en el cielo.

Incluso su madre estaba preocupada y comentaba a Nene:

—Estos días ese chico no es el mismo de siempre, ¿no te parece?

A Nene no le resultaba nada fácil responderle. La razón de que Hideyoshi se levantara tan tarde era que todas las noches bebía. Cuando lo hacía en casa, su rostro enrojecía vivamente después de cuatro o cinco tacitas, y cenaba a toda prisa. Entonces reunía a sus veteranos y, cuando todos estaban animados, bebían copiosamente sin preocuparse de la hora. La consecuencia era que el señor del castillo se quedaba dormido en la sala de los pajes. Una noche, cuando su esposa andaba por el corredor principal con sus doncellas, vio a un hombre que avanzaba lentamente hacia ella. Era Hideyoshi, pero ella dijo: «¿Quién es ese que viene por ahí?», y fingió no conocerle.

El sorprendido marido dio media vuelta e intentó ocultar su confusión, pero sólo consiguió dar la impresión de que estaba practicando alguna clase de danza.

—Estoy perdido —le dijo al tiempo que se le acercaba tambaleándose, y se apoyó en su hombro para mantener el equilibrio—. Ah, estoy borracho. ¡Llévame, Nene! ¡No puedo andar!

Cuando Nene vio sus intentos de ocultar el penoso estado en que se hallaba, se echó a reír y le dijo con fingido mal genio:

—Claro, claro, te llevaré. Por cierto, ¿adonde vas?

Hideyoshi se encaramó a su espalda, riendo entre dientes.

—A tu habitación. ¡Llévame a tu habitación! —le imploró, y agitó los talones en el aire como un niño.

Nene, con la espalda doblada bajo el peso, bromeó con las doncellas:

—Oídme todas, ¿dónde dejo a este mugriento viajero que he encontrado por el camino?

El regocijo de las doncellas era tan grande que se sujetaban los costados mientras las lágrimas se deslizaban por sus mejillas. Entonces, como jaraneros alrededor de una carroza de festival, rodearon al hombre a quien Nene había recogido y se divirtieron durante toda la noche en la habitación de su señora.

Tales incidentes no ocurrían con frecuencia. Por la mañana Nene tenía a menudo la sensación de que su papel consistía en mirar el rostro malhumorado de su esposo. ¿Qué ocultaba en su interior? Llevaban casados quince años. Ahora Nene tenía más de treinta y su marido cuarenta y uno. Ella no podía creer que la expresión disgustada de Hideyoshi se debiera tan sólo a su estado de ánimo. Temía el mal genio de su marido, pero rogaba fervientemente para poder comprender de alguna manera sus aflicciones, aunque sólo fuese un poco, a fin de mitigar su sufrimiento.

En esas ocasiones Nene consideraba a la madre de Hideyoshi como un modelo de fortaleza. Una mañana su suegra se levantó temprano y salió a la huerta del recinto norte cuando el suelo estaba todavía cubierto de rocío.

—Nene, el señor tardará un poco en levantarse —le dijo—. Vamos a recoger unas berenjenas mientras aún hay tiempo. ¡Trae un cesto!

La anciana empezó a recoger las berenjenas. Nene llenó un cesto y luego trajo otro.

—¡Eh, Nene! ¿Estáis ahí afuera tú y mi madre?

Era la voz de su marido, el cual últimamente no solía levantarse tan temprano.

—No sabía que te habías levantado —se disculpó Nene.

—No, me he despertado de repente. Hasta los pajes estaban aturdidos. —Hideyoshi sonreía como ella no le había visto hacerlo en bastante tiempo—. Takenaka Hanbei me ha dicho que navega desde Azuchi un barco con la bandera de un enviado. Me he levantado de inmediato, he ido a presentar mis respetos al santuario del castillo y luego he venido aquí para disculparme por haberte desatendido en los últimos días.

—¡Aja! —exclamó su madre riendo—. ¡Has pedido disculpas a los dioses!

—Así es, y ahora he de pedir disculpas a mi madre e incluso a mi esposa —dijo con gran seriedad.

—¿Has venido hasta aquí para eso?

—Sí, y si comprendierais lo que siento, no tendría que volver a hacerlo nunca más.

—Ah, qué astuto es este chico —dijo su madre, riendo de buena gana.

Aunque probablemente la madre de Hideyoshi tenía ciertas sospechas sobre el talante repentinamente alegre de su hijo, no tardaría en comprender el motivo.

En aquel momento Mosuke anunció:

—Los señores Maeda y Nonomura acaban de llegar a las puertas del castillo como mensajeros oficiales de Azuchi. El señor Hikoemon ha salido de inmediato y los ha acompañado a la sala de recepción de invitados.

Hideyoshi despidió al paje y se puso a recoger berenjenas con su madre.

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