Supernova

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Capítulo 30

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Adrian casi no había visto a Nova desde que había sido liberada de Cragmoor. Su culpa por no haberle creído se incrementaba cada día y se entremezclaba con el miedo de que quizás había arruinado todo. Quería que las cosas volvieran a ser como la noche en que ella se había quedado dormida en su casa. Habían estado cómodos en la presencia del otro. Adrian sintió que podía contarle cualquier cosa y que él había ganado la misma confianza de ella. Había comenzado a pensar que hasta quizás podría estar enamorándose de ella.

Pero las cosas habían cambiado y él sabía que era su culpa.

Nova no se había unido a ellos para patrullar las últimas noches y no podía culparla después de lo ocurrido. Se vieron un par de veces en el cuartel general, pero sus conversaciones eran forzadas y extrañas. Se imaginaba con más frecuencia que le contaba lo del Centinela, se preguntaba si revelar su mayor secreto le demostraría, tal vez, cuánto confiaba en ella.

Pero luego, recordó el desprecio con el que Nova mencionaba el nombre del Centinela y supo que el tiempo no era el indicado.

No hubo más avistamientos de Pesadilla desde que había tomado sus dibujos, lo que solo incrementaba la ansiedad de Adrian. Estaba seguro de que estaba tramando su próximo golpe.

Con la ejecución de Ace Anarquía a tan solo unas horas de distancia, sospechaba que el ataque llegaría antes de lo esperado. Quería creer que Pesadilla no sería lo suficientemente arrogante como para atacar un evento en el que estarían presentes casi todos los Renegados de la ciudad, pero bueno, la villana nunca había tenido miedo de correr grandes riesgos.

Adrian bajó hasta las gradas de concreto de la arena, el mismo lugar donde celebraban las pruebas cada año. Hoy, los asientos no estaban tan llenos ni por asomo. Los miembros de la prensa habían sido invitados a la revelación de la nueva arma de los Renegados, al igual que a la ejecución pública de Ace Anarquía, pero estos eventos no estarían abiertos al público general.

Adrian nunca había estado en las gradas de la arena, solo en el campo. Era una perspectiva completamente distinta: el zumbido de la energía de la multitud hacía que se le erizaran los vellos de sus brazos, la vista elevada del campo lo hacía sentir más como un espectador que como un participante. Supuso que era cierto.

Era un Renegado, pero no tenía que representar ningún papel en la revelación del Agente N. La neutralización de docenas de villanos. La ejecución de Ace Anarquía. En cambio, sus padres estarían bajo todos los focos, como siempre. Vio que Simon ya estaba en el campo al lado de Tsunami, ambos hablaban con un grupo de periodistas.

Vio a Oscar y a Danna en la primera fila, Adrian se apresuró para bajar el resto de los escalones y unirse a ellos.

—Hola —dijo mientras se adueñaba de un asiento—. ¿Ruby todavía no llegó?

—Aún no —respondió Oscar, echó un vistazo hacia las escaleras, como si la estuviera buscando, y luego se inclinó con tono conspirativo hacia Adrian—. Antes de que llegue, ¿puedo pedirte tu opinión sobre algo?

—¿Qué? ¿Mi opinión no fue lo suficientemente buena? —preguntó Danna estirando sus brazos y entrelazando sus dedos detrás su cabeza.

—Solo estoy intentando ser riguroso —Oscar encogió los hombros.

—No es poesía, ¿o sí? —indagó Adrian.

—Es todavía mejor. Mira esto.

Oscar formó pistolas con sus manos y apuntó al espacio vacío detrás del límite de las gradas. Disparó una corriente de humo de su dedo izquierdo y formó un corazón gris algunos metros delante de ellos. Fue seguido de una flecha de cupido de su dedo derecho que atravesó directamente el corazón. La imagen duró solo unos pocos segundos antes de que comenzara a disiparse en el aire.

—Luego pensé que podría decir algo como: “Hola, Ruby… ¡Realmente me gustas! Quiero decir, me gustas tanto que pensar en hacer esto hace que quiera vomitar mis tacos de desayuno en estos asientos”.

—Inspirador —murmuró Danna mientras los Renegados en la fila siguiente miraron a Oscar con preocupación.

—Al menos es honesto —suspiró Oscar—. Leí en algún lado que la honestidad es el pilar principal de una relación sana —Adrian se rascó su nuca—. De todos modos, todavía estoy trabajando en esto. Pensé que evocaría a esos viejos aviones que solía escribir en el cielo durante eventos deportivos, ¿sabes? Entonces, ¿qué te parece? La idea en general, no la parte de vomitar.

Adrian le echó un vistazo a Danna justo en el momento en que ella revoleaba los ojos.

—¿Esto es algo que piensas intentar hoy?

—Sí, tal vez —dijo Oscar frotando sus manos—. Haría el corazón mucho más grande, ponerlo en algún lugar de la pantalla gigante para que todos puedan verlo. Le pregunté al Consejo si podía transmitir el mensaje en la pantalla antes del anuncio del agente N, pero denegaron mi pedido. Thunderbird no es una romántica.

—Oscar —respondió Adrian—. Drenarán los poderes de algunos de los villanos más peligrosos de la sociedad y luego ejecutarán a alguien.

Oscar lo estudió, con la expresión en blanco, por un largo momento.

—Entonces, ¿piensas que podría ser de mal gusto?

—Solo un poco.

—Te lo dije —intervino Danna.

Echando chispas por los ojos, Oscar se hundió en el asiento de plástico.

—¿Tienen idea cuán difícil es encontrar el momento indicado para hacer una declaración dramática? Parece que siempre alguien está siendo arrestado o liberado o que estamos capturando a un criminal o derrotando a un villano… ¿Cuándo se supone que un chico puede hacer su jugada en el medio de todo eso?

—Podría intentar no hacer una declaración dramática —sugirió Danna—. Solo invítala a salir. No es la gran cosa.

—¿“No es la gran cosa”? —gruñó Oscar—. Estoy intentado decirle a la chica de mis sueños que es, ya sabes… ¡La chica de mis sueños! ¡Es la cosa más importante de mi vida! —sacudió la cabeza y su ceja se arqueó por la ansiedad—. Y me preocupa arruinarlo.

—¿Qué demonios, Adrian? —gritó Ruby, apareció bajando las escaleras a toda velocidad repentinamente.

Oscar se tensó y les hizo a Danna y Adrian un gesto apresurado de silencio, como si estuvieran preparándose para delatarlo. Danna le devolvió el gesto.

—Hola, Ruby —dijo Adrian poniéndose de pie para que la chica pudiera llegar a su asiento—. ¿Qué sucede?

—Los puestos están cerrados —explicó señalando hacia la parte trasera de la arena—. Cada uno de ellos. ¿Quién está a cargo de esta fiesta?

—Prueba de que ustedes dos son el uno para el otro —masculló Danna y Ruby la miró.

—¿Eh?

—Nada —respondió Danna sacudiendo la cabeza—. Este no es un evento deportivo. Mostremos un poco de respecto.

—No hay ninguna ocasión que no amerite la venta de palomitas de maíz rancias y regaliz —resopló Ruby—. Es un derecho humano prácticamente.

—Amén —replicó Oscar asintiendo estoicamente.

Ruby se dejó caer en su silla y cruzó los brazos.

—¿En dónde está Nova? —preguntó y Adrian hizo una mueca, aunque intentó que no se notara.

—No creo que venga.

El chico intentó ignorar la ceja arqueada de Danna. Sabía que su compañera todavía tenía dudas sobre la inocencia de Nova y estaba comenzando a fastidiarle. Habían visto a Pesadilla y no era Nova. ¿Por qué no podía aceptarlo?

—¿Por qué no? —dijo Ruby, sorprendida.

—Siempre ha estado en contra del Agente N —empujó sus gafas hacia arriba—, y creo que haber pasado un tiempo en Cragmoor realmente la puso en contra. Mi papá me contó que le hizo un pedido bastante apasionado para que cancelaran la neutralización. Cree que los criminales deberían recibir una oportunidad de rehabilitación antes.

—Imaginen eso —dijo Danna.

Adrian volvió a mirarla de mala manera y ella lo ignoró.

—Supongo que puedo entenderlo —respondió Ruby, decepcionada—. Apenas he visto a Nova desde que regresó. Me preocupa que pueda estar enojada con nosotros…

—No te preocupes —afirmó Adrian—. Creo que solo está intentando procesar muchas cosas en este momento. Ya sabes, la explosión de su casa, Cragmoor, volver a ver a su tío… solo dale algo de tiempo.

—Por supuesto —dijo Ruby, aunque no parecía muy reconfortada por las palabras de Adrian. No podía culparla. Él se había estado repitiendo lo mismo últimamente. Le daría a Nova el espacio necesario. Sería paciente. Y cuando ella lo necesitara, estaría allí para ella.

Pero era más fácil decirlo que hacerlo. La verdad era que la extrañaba. La extrañaba más ahora de lo que la había extrañado cuando estaba en prisión. Por lo menos, en ese entonces, podía decirse a él mismo que era para mejor.

—Oh, miren, allí está Genissa —dijo Oscar señalando—. Feliz como siempre.

Genissa Clark estaba en el campo, tenía una impresionante ballesta atada en su espalda. Estaba hablando con el Capitán Chromium. Incluso desde las gradas, Adrian podía darse cuenta de que ambos estaban frustrados el uno con el otro.

—¿Eso es un refrigerador de viaje? —preguntó Danna señalando la caja a los pies de Genissa.

—Sí —respondió Oscar—. Maldita sea. Seguro pensó en traer sándwiches.

—No creo que sea comida —dijo Adrian—. Escuché que planeaba ejecutar a Pesadilla con un carámbano, una especie de justicia poética. Apuesto a que trajo uno con ella.

—Eso hubiera sido tan… —Ruby emitió un sonido de disgusto.

—Innecesario. Y desprolijo —dijo Oscar.

—Y melodramático —añadió Danna.

—¿Preferirían una ejecución en la horca como en los viejos tiempos? —preguntó Adrian mientras su estómago se revolvía al pensar por lo poco que Nova había evadido este destino—. ¿O que la quemaran en una hoguera, como solían matar a los prodigios?

No —dijo Ruby—. Preferiría… no lo sé. ¿No hay una manera de adormecer a alguien primero para que no sientan nada?

Adrian le echó un vistazo a la fila de sus amigos y supo que todos estaban pensando lo mismo. Adormecer a la gente era la especialidad de Pesadilla, su ataque de preferencia. Nunca antes se le había ocurrido que podía ser un acto misericordioso.

—¿Tu padre cómo piensa, ya sabes…? —preguntó Oscar—. ¿Ocuparse de Ace Anarquía?

Adrian observó a Hugh durante un segundo, todavía discutía con Genissa.

—No estoy seguro de qué tiene planeado. Pero… Creo que, en este momento, Genissa está intentando ser la encargada de hacerlo. Ha estado amenazándolos toda la semana desde que liberaron a Nova, diciendo que, por lo menos, merece algo de gloria si no puede tener su venganza. Caso contrario, sigue insistiendo con que arruinará a los Renegados yendo a la prensa con su larga lista de quejas.

—Esa chica tiene una extraña concepción de gloria —gruñó Danna.

—Pero la gente ha estado hablando —dijo Oscar—. En realidad, nunca lo había pensado, pero… es extraño, ¿no? Que nadie se haya detenido a pensar qué podría ser mejor para nosotros y no solo para la organización. Quiero decir, todos elegimos esta vida. Estamos dispuestos a arriesgar mucho por la causa. Pero… —no terminó la oración.

—Pero ¿no tendríamos que poder participar un poco más de la definición de la causa? —sugirió Ruby—. ¿Y qué, exactamente, estamos arriesgando?

—Odio sonar como Genissa —suspiró Oscar—, pero me hizo pensar.

—No solo suenas como Genissa —replicó Danna, bromeando levemente—. Casi suenas como un Anarquista.

—Eso fue innecesario —Oscar arrugó la nariz.

—Creo que están comenzando —dijo Ruby y llevó la atención del grupo al campo.

Habían construido un gran escenario que ocupaba casi todo el largo del campo y siete sillas estaban alineadas en el centro, al lado de un podio angosto. La prensa había sido ubicada en un sector en la primera fila. Adrian no estaba seguro de a dónde había ido Genissa. A medida que el Consejo se acercaba a sus asientos, la multitud comenzó a callarse.

El Consejo —el Capitán Chromium, Tsunami, Blacklight, Dread Warden y Thunderbird— estaba acompañado de la Dra. Hogan, una de las investigadoras y desarrolladoras principales del Agente N. Y de…

Adrian se inclinó hacia adelante escudriñando los ojos. Estaba apenas lo suficientemente lejos como para que sintiera que sus ojos estaban haciéndole un truco.

—¿Ese es el Titiritero?

—Santos cielos, creo que sí —murmuró Ruby—. Pero… luce tan diferente.

La última vez que Adrian había visto a Winston Pratt, su piel estaba fantasmagóricamente pálida, casi tan blanca como el maquillaje permanente que cubría su rostro, acompañado de mejillas rosadas y líneas negras en su mandíbula que aludían a un muñeco de ventrílocuo. Esas marcas físicas de su alias y de su superpoder se habían desvanecido cuando fue inyectado con una dosis del Agente N. En menos de un minuto, su poder —la escalofriante habilidad de transformar a los niños en marionetas con el cerebro lavado— había desaparecido. El Titiritero ya no existía.

Adrian había visto a Winston un par de veces desde ese día, lo había interrogado sobre Pesadilla y los demás Anarquistas. Pero, en esas reuniones, Winston estaba deprimido y débil, era una carcasa de su antiguo ser. Ese no era el hombre parado en el escenario ahora. Su espalda estaba recta. Su tez había recuperado un color sano.

Estaba sonriendo.

Y no era una sonrisa cruel, como si se estuviera preparando para manipular a un niño de seis años, era genuina e inesperadamente cálida.

Estaba casi irreconocible.

Mientras los demás ocupaban sus asientos, el Capitán Chromium se acercó al micrófono. Se tomó un momento para darle la bienvenida a la multitud y a la prensa que se había reunido para su anuncio importante. Resaltó que el propósito de los Renegados era, y siempre había sido, garantizar la seguridad de sus ciudadanos, al mismo tiempo en que trabajaban por mejorar la calidad de vida de los prodigios y no prodigios de todo el mundo. Habló sobre su entusiasmo por la nueva herramienta que estaban a punto de revelar y del orgullo que sentía por ser parte de su desarrollo. Anticipaba que el potencial de esta herramienta podría cambiar el mundo literalmente.

Mientras la audiencia aplaudía con educación, el Capitán dio un paso atrás y le dio la bienvenida a la Dra. Hogan.

Su discurso fue casi idéntico al que había dado cuanto introdujo el concepto del Agente N a las patrullas de Renegados.

El Agente N es una solución no violenta con resultados instantáneos… Es completamente seguro utilizarlo cerca de civiles no prodigios… Proveerá una consecuencia humanitaria para los prodigios que desafíen las regulaciones…

Adrian mantuvo su atención en la prensa concentrada en su sector. Sus bolígrafos garabateaban sobre pequeños anotadores, estaban sorprendidos e interesados. Sus cámaras hacían acercamientos al rostro de la doctora.

Se preguntó qué noticias estarían transmitiendo en unos minutos. El Consejo esperaba que esto reemplazara los rumores de que los Renegados se habían tornado incompetentes e ineficaces. El Agente N era su gran oportunidad de mostrarle al mundo a qué habían destinado sus esfuerzos todos estos años. Esta era su oportunidad para demostrar cómo pretendían lidiar con los prodigios desobedientes de aquí en adelante. Esta era su oportunidad para demostrar que no se toleraría la villanía mientras estuvieran a cargo.

Y Adrian quería creerlo. Tenía el rotulador en su mano, aunque no recordaba haberlo sacado, y se dio cuenta de que sus dedos jugaban con él de manera inconsciente. No estaba nervioso, sino… inquieto.

Recordaba observar a Congelina y a su equipo maltratar a los Anarquistas, intentaban que se incriminaran a ellos mismos, sin importar si habían estado involucrados en el ataque al desfile o no. Los había visto torturar y finalmente asesinar a Espina y luego inculparon al Centinela por el brutal ataque.

Los Anarquistas y Espina eran villanos. Tal vez no merecían compasión.

Pero en esos momentos, Adrian se había visto forzado a cuestionarse quiénes eran los verdaderos villanos.

Si el equipo de Congelina podía salir indemne, sabía que más Renegados también podrían hacerlo. ¿Quién los detendría? ¿Quién lo intentaría siquiera?

—En breve, tendremos una demonstración de lo que puede hacer el Agente N —dijo la doctora—, para que puedan ver su efectividad con sus propios ojos y presenciar cuán veloz y misericordiosa es esta arma. Pero primero, queremos invitar al escenario para que comparta su opinión sobre suero y de sus increíbles efectos a una de nuestras historias de mayor éxito. Por favor, acompáñenme a darle la palabra al exvillano y socio del mismísimo Ace Anarquía. Lo conocerán por el nombre de Titiritero, pero hoy, solo es conocido como señor Winston Pratt.

La gente aplaudió, aunque de manera forzada y con poca seguridad. La multitud se inundó de murmullos mientras Winston se ponía de pie y se ubicaba detrás del micrófono. Todo parecía tan surreal. El día que había sido neutralizado, había utilizado a un joven Renegado para intentar atacar a la Dra. Hogan. Se lo había llevado al escenario esposado.

¿Qué había cambiado para que ahora pareciera tan relajado, tan… jovial?

—Muchas gracias, Dra. Hogan —dijo Winston inclinándose sobre el micrófono que había sido modificado para la doctora y estaba demasiado bajo para su contextura—. Estoy agradecido. No solo por la manera en que ha cambiado la dirección de mi vida, gracias al Agente N y al equipo de doctores y terapeutas que han estado trabajando conmigo, también estoy agradecido por esta oportunidad de contar mi historia.

Volvió a sonreír, pero esta vez fue más vergonzoso. Adrian podía darse cuenta de que estaba nervioso. Pasó un momento ajustando el micrófono de manera extraña, luego aclaró su garganta y tomó unas tarjetas de su bolsillo.

—He conocido a muchos… villanos… a través de los años. Fui un Anarquista por más de la mitad de mi vida, contando desde que tenía tan solo catorce años. Me uní a la causa de Ace Anarquía después de haber huido de casa —hizo una pausa y dio un golpecito con el borde de las tarjetas sobre el podio. Inhaló profundamente y continuó—. Con frecuencia, cuando un nuevo miembro se nos unía, solíamos hablar de nuestras “historia de origen”.

»Es un tema de conversación popular entre nosotros, los prodigios. Tanto héroes como villanos, creo. En ese momento, no pensé mucho en ello, pero… se hizo claro para mí que nuestras historias tenían algo en común. Con la excepción de aquellos que nacieron con sus habilidades, el resto nos hemos convertido en prodigios después de… bueno, un gran trauma. Aunque hablamos de nuestros orígenes con orgullo, en realidad, esos momentos muchas veces fueron… horripilantes. Y dolorosos. Tal vez el hecho de haberlos sobrevivido hizo que se incrementara nuestro orgullo, pero yo… nunca pensé en preguntarle a mis compañeros, o… incluso a mí mismo… si hubiéramos estado mejor si nunca hubiéramos experimentado semejante trauma en primer lugar.

Adrian alzó las cejas. Echó un vistazo a sus compañeros. Danna, como él, había nacido con su don. Pero Oscar se había convertido en prodigio después de casi morir en un incendio, y Ruby obtuvo sus poderes después de ser atacada ferozmente por un miembro de la banda de los Chacales. De hecho, cada historia de orígenes que conocía estaba arraigada con algún tipo de trauma.

—En mi caso —continuó Winston, su tono denotaba cada vez más cansancio—, nunca compartí mi verdadera historia. Ni con los Anarquistas, ni con nadie todos estos años. La historia de cómo me convertí en el Titiritero no me causa orgullo. Solo vergüenza y enojo.

La sonrisa cálida de hacía unos minutos había desaparecido. Vaciló y buscó a alguien en la audiencia. Siguiendo su mirada, Adrian reconoció a la terapeuta que había estado trabajando con Winston después de su neutralización. Asintió dándole ánimos.

Winston se arrodilló y abrió un bolso a sus pies. Los periodistas cerca del frente se tensaron, tal vez esperaban que sacara una bomba o un arma. Pero solo era un muñeco. Adrian reconoció a Hettie, el muñeco de la infancia de Winston que había intercambiado con el exvillano por información de Pesadilla.

—Este es Hettie —dijo Winston alzando el muñeco para que todos pudieran verlo—. Mi padre hizo a Hettie para mí cuando cumplí siete años. Una parte de mí pensó que tal vez era demasiado grande para muñecos, pero… este tenía algo especial. Lo amé inmediatamente —hizo una pausa, una sombra eclipsó su expresión—. Unos pocos meses después, mis padres habían salido una noche y me estaba cuidando un vecino. Un… amigo de la familia de toda la vida quien solía cuidar de mí con frecuencia. Él se interesó por Hettie… sugirió que jugáramos un juego… —Winston pausó y Adrian pudo sentir cómo su propio pecho se tensaba en el horrible silencio que se asentó.

Finalmente, Winston sacudió la cabeza y apoyó el muñeco sobre el podio, como si fuera incapaz de verlo. Los ojos negros brillantes de muñeco miraban sin luz a la multitud.

—No lo comprendí en ese momento, pero el juego se convirtió en un engaño para que él… a… abusara de mí por primera vez. No… no fue la última.

Hubo jadeos en la multitud. Manos presionadas sobre bocas sin palabras. Miradas de lástima y horror. Por el rabillo del ojo, Adrian vio que Ruby estrujaba el brazo de Oscar.

—Nunca me había sentido tan indefenso. Tan avergonzado y confundido —Winston escudriñaba al muñeco mientras contaba su historia—. No supe que me había convertido en un prodigo hasta semanas después cuando, en la escuela, mi enojo estalló y ataqué a un niño un año mayor que yo que había tomado la última porción de pizza del comedor. Antes de que pudiera comprender lo que estaba haciendo, mis hilos lo habían rodeado. Lo hice… —pausó y se aclaró la garganta—. Lo hice golpear su propio rostro sobre la bandeja.

Rompí su nariz.

Su declaración fue seguida de un largo silencio.

—Mis poderes comenzaron a cambiar después de eso —continuó Winston—. Me cambiaron por dentro y por fuera. Desde ese día, he herido a más niños de los que puedo contar. No de la misma manera en que me lastimaron a mí, pero fueron víctimas, indefensas bajo mi control. No les cuento esta historia porque quiero su lástima. Tampoco intento justificar las cosas que he hecho o crear excusas por el rol que cumplí como Anarquista y… como villano.

Irguió su columna, ya no se inclinaba sobre el micrófono.

—Les cuento esto porque muchos prodigios insistirán con que sus poderes son un don. Yo también creía esto. Mis poderes eran mi identidad. Eran la fuente de mi fuerza, mi control. No supe hasta hace poco, hasta después de que mis poderes fueran neutralizados por el Agente N, que no eran esas cosas. Eran una carga. Una maldición. Me mantuvieron con la mentalidad de una víctima durante todos esos años y me transformaron en un monstruo a también.

»Sé que nunca seré libre del trauma que viví o de los recuerdos de todas las cosas horribles que he hecho. Pero, gracias al Agente N, siento… Por primera vez, siento que puede haber un camino adelante. Por primera vez, siento que comienzo a sanar. Hablar en nombre propio y tal vez, algún día, en nombre de niños que eran iguales a mí. Lamento mucho el dolor que he causado. Puede que nunca logre hacer las paces con todos los niños que utilicé como marionetas, pero sí tengo la esperanza de reparar el daño de la mejor manera que pueda. No puedo decir que otros prodigios neutralizados se sentirán de la misma manera, pero en mi caso, no lamento haber sido liberado de mis poderes.

Tomó a Hettie y apoyó el muñeco en los tablones de madera del suelo del escenario, luego, extendió una mano hacia el Capitán Chromium.

El Capitán se puso de pie y alzó el largo instrumento de cromo que había estado recostado sobre su silla. La Lanza de Plata. Se la entregó a Winston.

Winston dio un paso hacia atrás y sujetó la lanza con ambas manos.

—¡Ya no soy una víctima! —gritó y agitó la lanza hacia abajo. Su extremo impactó en el muñeco que se hizo añicos por el impacto: se hundió en su cabeza, un brazo salió disparado del escenario y una pierna se deslizó debajo del asiento de Tsunami. Winston volvió a golpearlo… dos veces, tres.

Finalmente se detuvo después del sexto golpe, el muñeco no era más que fragmentos rotos y prendas maltratadas. Agitado por el esfuerzo, Winston le devolvió la lanza al Capitán, luego inclinó su cabeza una vez más sobre el micrófono.

—Pero todavía más importante que eso —dijo, su voz cargada de emoción—. Ya no soy un villano.

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