Stigmata

Stigmata


Capítulo 4

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El estruendo del estallido retumba en mis oídos, un grito ahogado se me escapa de la garganta y, por instinto, me cubro la cara con los brazos.

Cientos de cristales diminutos salen despedidos en todas las direcciones posibles y el dolor en los antebrazos no se hace esperar. Un gemido se me escapa cuando el ardor de los cortes hechos por los trozos de cristal me invade.

Un tirón violento en el lazo que comparto con el demonio me hace doblarme sobre mí misma y me quedo sin aliento debido al intenso dolor que ha comenzado a apoderarse de mi sistema.

Todo pasa tan rápido que ni siquiera tengo tiempo de procesarlo. No tengo tiempo, siquiera, de alzar la cara para mirar una vez más al ser que se encuentra parado sobre el cofre de mi coche.

Otro movimiento brusco me retuerce el pecho y un gemido ahogado brota de mis labios. La sensación de abrumadora desconexión que el forcejeo me causa hace que una oleada de pánico se apodere de mí.

Es como si estuviesen arrancándome de raíz del suelo donde me encuentro anclada. Como si tratasen de lanzarme al vacío y mi cuerpo estuviese resistiéndose con toda su fuerza.

Los ojos se me nublan con lágrimas involuntarias en el instante en el que un pitido agudo se apodera de mi audición, y lucho más allá de mis límites por controlar la sensación agobiante que la atadura me provoca.

Mis manos temblorosas buscan y tantean hasta que son capaces de sentir el contacto de las llaves y sin procesarlo demasiado, enciendo el auto.

El motor ruge a la vida cuando giro el conector y, sin más, piso el acelerador.

Las llantas del coche patinan inútiles, al tiempo que el sonido del metal siendo aplastado lo inunda todo. Una de mis manos se aferra al volante, y con la que se encuentra libre, golpeo la palanca de las velocidades hasta posicionarla en —lo que creo que es— reversa. 

Acto seguido, acelero una vez más.

Mi vieja chatarra se echa hacia atrás a toda marcha y el dolor en mi pecho cede. El automóvil colea y se mueve de forma incontrolable, y piso el freno para detener su andar desbocado.

Es solo hasta que el coche se detiene, que tengo oportunidad de mirar hacia adelante para descubrir que, sobre el capo, no hay absolutamente nada. Mikhail… No… La criatura que se encontraba sobre el cofre se ha marchado.

Aún puedo sentirlo. Puedo percibir su abrumadora esencia. La energía angelical que llevo dentro se agita con inquietud debido a eso y sé, gracias a la tensión en la cuerda invisible en mi pecho, que Mikhail aún está cerca. No sé qué diablos pretende hacer ocultándose de este modo, pero sé que no está lejos de aquí.

«¡Debes irte ya!», grita la vocecilla insidiosa de mi cabeza. «¡Lárgate ahora mismo!».

Mi respiración es irregular, mis manos se sienten temblorosas y hay un montón de pensamientos incoherentes e inconexos yendo y viniendo a toda marcha. A pesar de eso, me las arreglo para maniobrar la palanca de velocidades y pisar el acelerador una vez más.

Mi destartalado vehículo corre más allá de sus límites en un abrir y cerrar de ojos, pero no avanza demasiado, ya que una alarmante cantidad de humo comienza a salir por debajo del cofre destrozado.

La marcha del coche ralentiza en cuestión de segundos y, a pesar de que cambio la velocidad para obligarlo a seguir moviéndose, se detiene por completo.

Terror crudo y puro me recorre en un escalofrío, y un grito de frustración se construye en mi garganta. La tensión en el lazo no ha aumentado, pero la energía angelical que llevo dentro se agita con más intensidad que antes. Es como si tuviese vida propia. Como si pudiese reconocer al ser que la reclama y ella ansiara regresar a él. Como si extrañara formar parte de la constitución de la criatura que alguna vez fue Mikhail.

Trago duro. La sugestión y la paranoia comienzan a hacer estragos en mí, ya que no puedo dejar de mirar hacia todos lados en busca de algo que no sé si realmente está ahí. De algo que no sé si de verdad vi; pero, pese a todo, trato de contenerla para no entrar en pánico. Trato de mantener la catástrofe que comienza a crear mi subconsciente y me concentro en el aquí y el ahora.

«Muévete. Ahora, Bess. Hazlo ya».

Bajo del auto.

Procuro tomar todas mis pertenencias del interior antes de echarme a andar por la carretera desierta. Mientras avanzo, digito el número de Daialee. No puedo dejar de mirar hacia atrás. No puedo dejar de mirar hacia el cielo para buscar la figura del ser que hace unos instantes intentó atacarme.

—Responde. Responde. Responde… —murmuro una y otra vez, al tiempo que un extraño zumbido resuena en la lejanía.

Todos los vellos del cuerpo se me erizan y giro sobre mi eje, en la búsqueda del causante del sonido.

No encuentro nada.

Finalizo la llamada cuando escucho el timbre más de cinco veces y vuelvo a intentarlo.

Mis pasos son más veloces ahora. El palpitar de mi pulso detrás de las orejas es tan intenso que soy capaz de escucharlo, y la sensación de estar siendo cazada, es cada vez más intensa y angustiante.

Estoy casi a punto del trote.

Estoy casi a punto de la histeria…

…Y Daialee no responde el teléfono.

Presiono la tecla de llamada una vez más y el timbre resuena en mi oreja por tercera vez en los últimos dos minutos.

—¿Sí? —La voz de la bruja inunda el otro lado de la línea. El alivio me invade de pies a cabeza y abro la boca para decir algo, pero es en ese preciso instante, que sucede…

Una silueta luminosa cae en picada desde el cielo, al tiempo que la figura del demonio de ojos blanquecinos impacta a pocos pasos de distancia de mí y se agazapa unos instantes.

Me mira. Sus impresionantes ojos claros se clavan en los míos y siento cómo el lazo se agita en señal de reconocimiento. No me muevo. Ni siquiera respiro. No puedo hacer nada más que contemplar la devastadora imagen del intimidante demonio que no aparta la vista de mí.

Su cabello luce como si hubiese sido asaltado por una ráfaga de viento y luce más largo de lo que recuerdo; su piel luce más mortecina que antes y los ángulos de su mandíbula lucen más afilados y duros que nunca.

Su torso desnudo se marca y angula en lugares que antes habían sido más suaves y amables, y su postura amenazadora, le da un aspecto salvaje, grotesco y antinatural.

El rostro del demonio se inclina ligeramente y noto cómo estira el cuello en mi dirección, como si estuviese olisqueándome. Como si tratase de reconocer el aroma de mi piel desde la distancia a la que nos encontramos.

Doy un paso hacia atrás.

Él se incorpora hasta quedar de pie completamente. Sus letales alas de murciélago se expanden hasta alcanzar un tamaño que jamás les vi conseguir y las puntas afiladas se tensan cuando doy otro paso dubitativo hacia atrás.

—¿A dónde vas, Cielo? —dice, y la sola mención de la palabra «cielo»

hace que todo mi mundo se desmorone. La sola mención del ridículo apodo con el que me llamó durante tanto tiempo, hace que una pequeña e inocente llama se encienda en mi interior.

—Mikhail… —Mi voz suena aliviada, temblorosa e inestable.

Una pequeña sonrisa se desliza en sus labios, pero no es una amable. No es ni siquiera agradable. Un escalofrío de puro horror me recorre la espina dorsal, y es entonces, cuando el demonio se abalanza sobre mí.

Apenas tengo tiempo de reaccionar. Apenas tengo tiempo de intentar apartarme de su camino, cuando siento cómo su mano grande, caliente y ardiente, se envuelve en mi cuello y me eleva del suelo.

No puedo respirar. No puedo apartar los ojos de aquellos familiares —y extraños— que alguna vez me miraron con bondad y compasión. No puedo hacer otra cosa más que boquear como un maldito pez mientras el aire me falta y mis pies patalean en busca del concreto.

Mi mano se aferra a su muñeca y entierro mis uñas en su carne. Espero que el efecto de mi naturaleza le hiera y me deje ir, pero nada sucede.

«¡¿Por qué demonios nada sucede?!».

Puntos negros invaden mi campo de visión y la imagen del rostro del demonio se difumina y se desenfoca. Estoy a punto de desmayarme. Esto es todo. Voy a morir. Voy a morir.

Voy. A. Morir…

—Devuélvemelo —La voz de Mikhail retumba en mis oídos y el sonido familiar, ronco y violento envía un escalofrío por mi espina.

La sensación enfermiza y satisfactoria que me provoca es casi tan intensa como la desesperación que la falta de oxígeno me causa.

No puedo hablar. No puedo hacer nada más que emitir un montón de sonidos lastimosos y ahogados.

La fuerza del agarre de Mikhail incrementa.

«¡¿Qué está pasando?! ¡¿Por qué hace esto?!».

La angustia y el terror se abren paso en mi sistema y forman un agujero en mi estómago mientras los hilos de energía de los Estigmas comienzan a hacerse presentes.

Trato de hablar. Trato de pronunciar cualquier cosa para pedirle que se detenga, pero no puedo hacerlo. No puedo hacer nada más que rasguñarle y herirle para que me suelte.

«¡Ya no te reconoce! ¡No sabe quién eres!», grita la voz de mi cabeza, pero me rehúso a creerle. Me rehúso a aceptar que tiene razón. Eso no puede ser. Acaba de llamarme «Cielo», ¿por qué habría de hacerlo si no me reconoce ya?...

«Fue una coincidencia»,

susurra la voz una vez más, y una punzada de dolor absoluto e intenso me atraviesa de lado a lado.

Un nudo se instala en mi garganta.

Algo húmedo y caliente corre por mis muñecas, pero no soy capaz de conectar los puntos en mi cerebro. No soy capaz de hacer nada más que dejarme llevar por el limbo semiinconsciente que amenaza con arrastrarme hasta el fondo.

Soy vagamente consciente de la tensión que comienza a envolverme y soy aún más ajena al frío que me recorre de pies a cabeza.

No puedo más. No puedo soportarlo. No puedo hacer nada más que hundirme en el mar extraño en el que la falta de oxígeno me sumerge.

Algo incandescente me ciega por completo y caigo al suelo con brusquedad.

«¿Eso era un ángel?».

Mi cabeza golpea el concreto con tanta fuerza que los bordes de mi visión se oscurecen, y mi hombro derecho cruje con tanta fuerza que, de no ser porque mis pulmones aún no son capaces de llenarse de aire, habría gritado.

El oxígeno es inhalado por mis labios en bocanadas largas y profundas, pero las arcadas y la tos no se hacen esperar.

Mi vista está llena de puntos de colores y me siento aturdida y abrumada. Con todo y eso, la parte activa de mi cerebro no deja de gritar que debo alejarme. Que debo moverme de donde me encuentro y buscar un lugar seguro.

Algo ocurre a mi alrededor, pero no soy capaz de concentrarme en nada.

Ruedo sobre mi estómago.

El dolor que me invade es tan agobiante, que tengo que quedarme quieta un momento antes de intentar incorporarme. Estoy mareada. No puedo sostenerme. Ni siquiera puedo arrastrarme lejos.

Algo me toma por los tobillos y tira de mí. Un grito ahogado se me escapa cuando soy arrastrada por la carretera. El ardor en mis brazos y piernas no se hace esperar y eso me espabila un poco.

Mi cuerpo es girado con brusquedad hasta quedar de espaldas y siento cómo el peso de algo —o alguien— repta sobre mí hasta inmovilizarme.

De inmediato, un rostro se dibuja en mi campo de visión.

Mandíbula angulosa, ojos grisáceos, cabello negro como la noche, labios mullidos, expresión salvaje…

Mikhail me mira como si no me conociera. Como si, además de no tener una remota idea de quién soy, me odiara. La resolución de este hecho cae sobre mí como baldazo de agua helada y un montón de piedras se instalan en mi estómago.

«Él no te recuerda», susurra la vocecilla en mi cabeza y el corazón se me estruja otro poco.

—¡Devuélvemelo! —Su voz truena con violencia y me hace encogerme sobre mí misma—. ¡Regrésamelo ya!

Sé perfectamente qué es lo que está reclamando. Busca la parte angelical que tomé de él. Sé que está pidiéndome eso, pero también sé que no puedo dárselo. No sé cómo.

Niego con la cabeza, en un gesto frenético y horrorizado.

—¡No sé hacerlo! —La voz me sale en un sonido tembloroso y aterrorizado.

Un gruñido aterrador brota de los labios del demonio que se encuentra sobre mí y un tirón violento me llena de dolor. Un sonido ahogado es emitido por mi garganta y mis ojos se llenan de lágrimas debido a la intensa sensación.

—¡Devuélveme lo que me quitaste! —El demonio gruñe y grita, y el sonido aterrador de su voz solo hace que las hebras de energía que se guardan en mis muñecas vibren y se tensen.

El poder comienza a envolverse alrededor de mi cuerpo mientras que Mikhail lucha contra el lazo que nos une y lo retuerce hasta hacerme gritar del dolor.

—¡Mikhail! —Es una súplica. Un ruego desesperado para que se detenga, pero no lo hace. No hace más que tirar y retorcer la cuerda invisible entre nosotros. No hace más que tratar de romper el lazo que nos une de manera brutal y violenta.

Sé que tengo que hacer algo. Sé que debo defenderme, pero no quiero hacerlo. No quiero herirlo.

«¡Va a matarte, maldita sea! ¡Haz algo! ¡Haz algo ya!».

Una punzada de desesperación me inunda los sentidos y algo oscuro e intenso hace que mi corazón se salte un latido. Sé

de qué se trata. Sé que es la energía de los Estigmas la que trata de interferir.

Mis ojos se cierran con fuerza y una disculpa murmurada me abandona.

Entonces, lo dejo ir.

Los hilos que se entretejen a mí alrededor salen disparados y siento cómo hacen su camino hasta el demonio para envolverse alrededor de sus extremidades. Acto seguido, tiro de ellos con toda la fuerza que poseo.

Un sonido —mitad gruñido, mitad gemido—

abandona a Mikhail y, abruptamente, siento cómo las hebras afianzan su agarre en él.

Tiemblo de pies a cabeza, el corazón me late a toda velocidad, la espalda se me arquea y la humedad de mi sangre me moja las manos.

El demonio se resiste al telar que trata de someterlo. Se siente como si, con cada forcejeo, se volviese cada vez más poderoso.

Un sonido estrangulado me taladra los oídos y mis ojos se abren justo a tiempo para encontrarme de lleno con una mirada cargada de angustia y confusión. Una que casi es capaz de doblegarme y detenerme.

A pesar de eso, me obligo a continuar.

No sé muy bien qué es lo que estoy haciendo. Ni siquiera tengo idea de qué diablos tratan de hacer los hilos al afianzarse de Mikhail, porque no estoy absorbiéndole. De hecho, no estoy haciendo nada más que contenerlo.

—Lo siento —susurro, con la voz entrecortada por las emociones, y los hilos que lo sostenían lo liberan. Él sale despedido a toda velocidad, como si hubiese sido impulsado por un resorte.

El demonio golpea el concreto con brusquedad y rueda sobre su eje antes de golpear contra la pared de piedra de la carretera.

Rápidamente, se incorpora y se abalanza en mi dirección con un batir furioso de alas. Yo estoy lista para recibirlo. Estoy lista para detener su camino con el poder de los Estigmas.

Las hebras de poder tejen una red delante de mí y Mikhail golpea contra ella con brusquedad. Un gruñido enfurecido abandona sus labios y hago acopio de toda mi fuerza para controlar el movimiento inquieto y rebelde de la fuerza angelical que llevo dentro.

Es como si tratase de huir hacia Mikhail. Como si estuviese cansada de habitar dentro de mí y desease volver a él.

El demonio vuelve a intentarlo, pero vuelvo a repeler su ataque. Entonces, cierro los ojos y enfoco toda mi fuerza. El lazo que comparto con Mikhail se agita con más violencia que nunca, pero no dejo que eso me desconcentre. No dejo que eso cambie el rumbo de mis pensamientos y la energía que trato de controlar y acumular.

Abro los ojos una vez más.

—Te ordeno, Miguel Arcángel, que te marches al lugar de donde viniste. —Sueno firme, fuerte y segura.

Una carcajada abandona los labios de Mikhail.

—Se necesita más que un simple nombre para poder controlarme, Cielo. —Se mofa, en medio de una risotada burlona.

Los hilos de energía se envuelven a su alrededor.

—Te ordeno, Miguel Arcángel, que te marches al lugar de donde viniste —repito, y su sonrisa vacila.

—No vas a lograrlo —insiste.

Una pequeña sonrisa dolida tira de las comisuras de mi boca, y la sensación de desasosiego me envuelve por completo. Sé que voy a lograrlo. Soy muy poderosa. Más de lo que me gustaría.

—Te ordeno, Miguel Arcángel, que te marches al lugar de donde viniste —digo, una vez más, y el suelo debajo de mis pies comienza a temblar.

La energía crepita con tanta fuerza, que una oleada violenta de aire comienza a formarse a nuestro alrededor. Los árboles crujen y se mueven al compás de la ráfaga de viento que ha invadido el lugar. El suelo se cimbra debajo de mí y siento cómo la energía desbordante que llevo dentro se expande hasta tocarlo todo.

De pronto, el mundo a mi alrededor es un tejido complejo de hilos de energía. Hilos que soy capaz de sentir. De tocar. De manipular…

Nunca había hecho algo así. Jamás había logrado hacer algo como esto, y estoy tan horrorizada como fascinada.

El rostro de Mikhail se oscurece por completo en el instante en el que se percata de lo que hago y una extraña punzada de satisfacción me llena de pies a cabeza.

—Te ordeno, Miguel Arcángel, que te largues de aquí —digo, con un tono de voz que ni siquiera soy capaz de reconocer como mío y, acto seguido, tiro de todas las hebras que están unidas a él.

Un grito de puro dolor me inunda los oídos y mi tortura momentánea cede un segundo. Él aprovecha ese instante para desperezarse de mi energía y elevarse en el aire un segundo antes de volar a toda marcha en dirección desconocida.

En el instante en el que Mikhail desaparece, suelto el resto de las hebras.

Caigo al suelo con brusquedad cuando un estremecimiento me asalta,  porque ni siquiera soy capaz de mantenerme en pie. Ni siquiera soy capaz de moverme como se debe.

Mi respiración es tan irregular que no puedo dejar de pensar en que, si esto me hubiese ocurrido hace unos años, me habría provocado un ataque de asma. Mi corazón late con tanta fuerza, que no soy capaz de hacer otra cosa más que intentar inhalar profundo para ralentizar su marcha.

No sé cuánto tiempo pasa antes de que pueda moverme de nuevo, pero cuando puedo hacerlo, lo primero que hago, es mirar hacia todos lados.

Mi vista capta, por el rabillo del ojo, algo brillante e incandescente y, vuelco toda mi atención al inmenso ser luminoso que parpadea a un lado de la carretera. El horror y el pánico se apoderan de mí en ese instante, y me pongo de pie a toda velocidad antes de dar un par de pasos para alejarme del ángel que yace a pocos metros de distancia.

Una nueva oleada de ansiedad me embarga, pero me las arreglo para buscar mi teléfono en el suelo sin apartar demasiado la vista de la criatura que parpadea en el concreto.

Mis ojos se posan en la pantalla estrellada del aparato una vez que lo encuentro, y mi corazón se estruja cuando noto la inmensa cantidad de llamadas perdidas provenientes del número de Daialee.

Alivio y cariño se mezclan en mi pecho y no puedo evitar sonreírle al condenado aparato.

Así, pues, sin perder ni un segundo, presiono la tecla de llamada y coloco el teléfono en mi oreja.

—¿Estás bien? —La voz de mi amiga invade el auricular y mis ojos se cierran debido al desfogue de tensión que me invade.

—Sí —digo, porque es cierto—, pero tenemos un problema. Uno bastante grande.

—¿De qué se trata?

—N-No le hables s-sobre m-mí. —El sonido de una voz desconocida  me inunda los oídos y un escalofrío de horror puro me recorre el cuerpo.

Mis ojos se disparan en dirección al bulto luminoso tirado en el suelo y un grito se construye en mi garganta cuando noto cómo la luz parpadea hasta apagarse y la figura de un chico queda al descubierto.

Me voy a desmayar de la impresión. Las rodillas me tiemblan y solo puedo mirar como el tipo en el suelo alza el rostro para clavar sus impresionantes ojos amarillos en mí.

«Me lleva el demonio…».

—¿Bess? —La voz de Daialee resuena del otro lado de la línea.

—Tienes que venir aquí ahora mismo, Daia. Trae a Dinorah. Trae a todo el mundo.

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