Stigmata

Stigmata


Capítulo 6

Página 7 de 37

—¿Podrían dejar de mirarme como si estuviese a punto de asesinarlas a todas? —Rael, el ángel, es el primero en romper el silencio tenso que se ha apoderado de la estancia en la que nos hemos instalado.

Nadie responde.

Todas —tanto las brujas como yo— estamos lo suficientemente nerviosas como para poder pronunciar una oración coherente.

Un suspiro cansino escapa del tipo que se encuentra sentado frente a nosotras, y una negativa de cabeza le acompaña.

—No tengo intención alguna de desgastarme hiriéndolas —dice, pero ninguna baja la guardia. Él lo nota de inmediato, ya que rueda los ojos al cielo y masculla un débil—: No sé por qué me molesto intentando explicarme. Son tan necias. Ya les he dicho que…

—Ahórrate las palabras tranquilizadoras. —Zianya es la primera en recomponerse de la impresión de lo que ha ocurrido las últimas casi doce horas, y toma el control de la conversación—. Si realmente quieres que confiemos en ti, habla de una vez.

Otro suspiro pesado escapa de los labios del ángel.

—De acuerdo —dice, con aire derrotado—. ¿Qué es lo que quieren saber?

—¿Quién te ha enviado? —Zianya pregunta. Trata de sonar serena, pero el filo tenso en su voz la delata.

—Gabrielle Arcángel.

Una risotada carente de humor sale de la garganta de Daialee.

—No sé porque no me sorprende —suelta, con aire venenoso.

Rael le dedica una mirada cargada de irritación, pero ella ni siquiera se inmuta.

—¿Con qué orden específica estás aquí? ¿Te han mandado a asesinar a Bess? —Zianya ignora completamente el comentario despectivo de Daialee y retoma el hilo de la conversación.

—¿Es en serio? —Las cejas del ángel se disparan al cielo con condescendencia—. Hace un rato les dije que estoy aquí para cuidar de Annelise. ¿Es que acaso no escuchan? ¿La capacidad de retención de ustedes los humanos es así de limitada?

—El problema es, Rael —es mi turno de intervenir, antes de que Daialee escupa algo en respuesta—, que no creemos una mierda de lo que dices. Los de tu especie me querían muerta hace unos años. Gabrielle en persona me atacó para llevarme en ese entonces y, de no ser por Mikhail, lo habría conseguido. De no haber sido por él, ahora mismo el mundo como lo conocemos habría desaparecido.

—Pero las cosas son diferentes ahora. Nuestro interés por ti ha cambiado por completo. ¿Es tan difícil de entender?

—¿De verdad pretendes que me trague ese cuento cuando los tuyos no hicieron más que atosigarme hasta el cansancio? ¿Tienes una idea de cuánta gente inocente murió gracias a esa caza incesante? —escupo—. Será mejor que empieces a hablar con la verdad de una maldita vez o vamos a acabar contigo.

El ángel deja caer su cuerpo sobre el respaldo del sillón y frota su rostro con ambas manos antes de mirarme con irritación.

—En mis fantasías eras más callada —masculla—. ¿Sabes cuántos sueños húmedos has arruinado para mí?

Sus palabras me sacan de balance. El rubor no se hace esperar y sube por mi cuello hasta inundarme la cara. Con todo y eso, trato de mantener mi expresión en blanco para que no sea capaz de notar la vergüenza que me invade.

—¿Quieres dejar de ser un imbécil y hablar claro de una buena vez? —Daialee espeta, con irritación—. No eres gracioso.

Rael posa su atención en la bruja y suspira con pesar.

—Tú también eras más amable en mis fantasías —dice, con fingida tristeza—. Me han arruinado por completo.

—¿Quieres, por favor, concentrarte en lo que realmente importa? —Mi voz suena cada vez más impaciente e irritada, pero aún hay un vestigio de vergüenza en ella. No puedo evitarlo. Su comentario me tomó con la guardia tan baja, que no puedo sacudírmelo del todo—. Háblanos acerca de lo que está pasando. ¿Con qué motivo te ha enviado Gabrielle? ¿Por qué diablos nadie fue capaz de percibirte? ¿Qué hacías anoche en la carretera? ¿Estabas siguiéndome? ¿Qué diablos está pasando con los espíritus que aún no cruzan? ¿Qué ha ocurrido con Mikhail? —Me detengo unos segundos antes de añadir—: Nosotras creímos que estaba muerto.

Los ojos del chico se posan en mí una vez más y todo el humor que había en su rostro hace unos instantes, se esfuma. Su expresión es dura y severa ahora y, por un momento, luce como si el peso del mundo cayera sobre sus hombros.

—Las cosas están bastante agitadas en todos lados, Annelise. —Rael habla. Esta vez, su tono es serio. No me pasa desapercibido el hecho de que ha vuelto a llamarme por mi segundo nombre—. El escape de Miguel de las fosas del Infierno ha hecho que el poco equilibrio que se había conseguido en el mundo se fuera al caño.

—No estaba muerto —Daialee murmura, pero suena más bien como si estuviese hablando para ella misma.

Rael niega con la cabeza.

—No. Quizás ustedes no lo sepan, pero es muy difícil matar a un ser de su naturaleza o la mía.

—¿Quieres decir que tanto ángeles como demonios pueden morir? —Mi amiga pregunta con incredulidad.

El ángel asiente.

—No cualquiera puede acabar con nuestra existencia, pero definitivamente no somos inmortales.

—Entiendo… —ella musita.

—Dices, entonces, que Mikhail escapó de las fosas del Infierno —digo, con la esperanza de que el tema anterior sea retomado—. ¿Cómo es que llegó ahí en primer lugar?

Rael se encoge de hombros.

—Los detalles de su encierro son completamente desconocidos para mí —dice—, pero Gabrielle tiene la teoría de que los seres que intentaban llevárselo el día que desapareció, lo aprisionaron en el infierno. No estamos muy familiarizados con la naturaleza de estas criaturas, pero Gabrielle dice que emanaban una energía bastante oscura.

—Cabe la probabilidad de que esos seres se hayan encargado de concretar la transformación de Mikhail a demonio, ¿no es cierto? —Daialee pregunta, con los ojos entornados.

—Es una posibilidad, sí. —Rael asiente en aprobación y luce un tanto… ¿sorprendido?—. Esa teoría, de hecho, es bastante buena. No habíamos pensado en eso antes.

—¿Es posible que la transformación haya hecho que Mikhail se olvide de Bess? —Daialee habla al cabo de unos segundos de silencio.

—Así es —Rael responde—. Es un hecho que la transformación se ha encargado de eliminar cualquier recuerdo que Miguel Arcángel pudiese haber almacenado en su memoria. Ahora que es un demonio completo, ni siquiera es capaz de recordar que fue uno de nosotros.

El corazón se me estruja con las palabras del ángel, pero me obligo a no hacerlo notar.

—¿Cómo es que sabes eso? —pregunto, a pesar de que no estoy segura de querer escuchar la respuesta. A pesar de la revolución sentimental que ha comenzado a formarse en mi pecho—. ¿Cómo es que sabes que no es capaz de recordar?

Rael posa toda su atención en mí una vez más.

—Miguel Arcángel era un superior ejemplar, Annelise. Sabía el nombre de todos y cada uno de sus subordinados. Conocía a su ejército como a la palma de su mano. Sabía quiénes éramos, de dónde veníamos… Incluso conocía nuestras heridas de batalla. Se preocupaba por los suyos y siempre recordó cada rostro y cada nombre de todos y cada uno de nosotros. —Hace una pequeña pausa para dejar que sus palabras se asienten en el ambiente—. Ahora, desde que salió de las fosas, no ha sido capaz de reconocer a nadie. Cientos de nosotros han intentado detenerlo y no ha reconocido a nadie. Está hecho un monstruo incontrolable. ¿Tienes una idea de cuán jodidamente poderoso es ahora? —Sacude la cara en una negativa incrédula—. Ni siquiera los Príncipes del Infierno han podido contenerlo. Es una bestia imparable que lo único que quiere es conseguir de ti eso que te dio en un principio.

—Pero, ¿por qué? —Niego, incapaz de comprender del todo lo que trata de decir—. Esto no tiene sentido. ¿Qué objeto tiene recuperar una fuerza que no necesita? ¿Una que ni siquiera puede llevar dentro porque su transformación ya se ha completado?

—Tenemos una teoría —dice y la atención de todas las brujas se centra en el ser que se encuentra sentado en nuestra sala.

—Te escuchamos… —Daialee susurra, tras un largo momento de silencio.

—No estoy muy familiarizado con el tipo de magia que utilizaron cuando ataron la vida de Miguel a la de Annelise —se dirige a las brujas—, pero tenemos la sospecha de que esa atadura supone una amenaza para él. Los Arcángeles creen que, quizás, el lazo entre ustedes esté más arraigado de lo que debería, y que es probable que Miguel sea capaz de sufrir alguna clase de daño físico si algo ocurre contigo. —Sus ojos se posan en mí ahora.

—Si Bess es herida, él también lo resiente. ¿A eso te refieres? —Daialee habla.

Rael hace un gesto afirmativo.

—Creemos que ese es el motivo por el cual está tan desesperado —dice—. Creemos, también, que es por eso que está tan ansioso por cazar a Annelise. Si nuestra teoría es correcta, es muy probable que la chica aquí presente —hace un gesto de cabeza en mi dirección—, sea la única debilidad del demonio. Su punto débil. El único impedimento de Miguel para convertirse en el ser más poderoso del Inframundo.

—Si lo que dices es cierto, quiere decir que, si él de algún modo llegase a recuperar lo que le dio a Bess… Si llegase a deshacerse de su debilidad, se convertiría en el Rey del Infierno. —Niara habla por primera vez desde que entramos a la estancia.

—Algo así. —Rael la mira—. Creemos que Mikhail está ansioso por desafiar a Lucifer y que es por eso que necesita deshacerse de la única criatura en el mundo que supone una amenaza para él. Nosotros, por supuesto, no podemos permitir que eso ocurra. —Hace otra pausa—. Si Miguel Arcángel mata a Annelise, den por sentado que la tierra misma se convertirá en un infierno. No solo porque el apocalipsis se desatará, sino porque Miguel, siendo una criatura más poderosa que el mismísimo Lucifer, será incontenible. No podemos permitir que logre su cometido. No podemos permitir que averigüe la manera de deshacerse del lazo y se convierta en un ser invencible.

—Entonces Mikhail es el causante de todo el caos que se ha estado formando en la tierra y en el mundo espiritual. —Dinorah habla por primera vez, pero suena como si estuviese hablando para sí misma.

Rael asiente.

—Está aterrorizando a todos los seres paranormales, alterando el orden de las cosas y rompiendo, hilo a hilo, el telar del equilibrio de todo el mundo —dice—. Tanto ángeles como demonios estamos tratando de detenerlo, pero es imposible seguirle el paso. Es como un huracán y no va a detenerse hasta arrasar con todo. No va a detenerse hasta que haya conseguido lo que quiere.

—Es por eso que te enviaron a cuidar de Bess. —Daialee concluye y mi vista se posa en ella.

—Exactamente —Rael responde—. Y, por si se lo preguntaban, el motivo por el cual ustedes no fueron capaces de percibirme, es porque mis superiores me proporcionaron una armadura capaz de camuflar mi energía. Armadura que, por cierto, Miguel Arcángel destruyó ayer por la noche.

—¿Desde hace cuánto tiempo has cuidado de mí? —pregunto, al tiempo que ignoro el aire quejumbroso con el que el ángel habla.

—Apenas unas semanas —dice—, justo cuando nos dimos cuenta de que Miguel había escapado y que estaba buscando algo con mucho ímpetu. Gabrielle inmediatamente intuyó que se trataba de ti y me envió a vigilarte.

El silencio que le sigue a sus palabras es tenso y tirante. Nadie se atreve a decir nada una vez que Rael termina de hablar y no sé cómo sentirme al respecto. Una parte de mí se siente de cierto modo liberada por la información adquirida; la otra, está horrorizada. No puedo dejar de darle vueltas al asunto y tampoco puedo dejar de sentir como si la historia de hace cuatro años estuviese repitiéndose una vez más.

—No lo piensen tanto. —El ángel rompe el silencio, al cabo de un largo rato—. No es tan malo como suena.

Una risotada carente de humor se me escapa, pero él ni siquiera se inmuta con el sonido cruel que imprimo en la voz.

—Hablas de Mikhail como si fuese cualquier cosa —digo, en un tono violento y enojado—. Como si no se tratase del demonio más poderoso del Inframundo.

Rael se encoge de hombros.

—Miguel Arcángel no es así de poderoso aún, Annelise. Lo será una vez que sea capaz de dominar esos impulsos salvajes que lleva dentro y sea capaz de deshacerse de ti sin que le suponga un daño de muerte —dice—. Ahora mismo, actúa como un animal en plena cacería. No razona ni se detiene un momento a analizar lo que ocurre porque los instintos son más poderosos para los demonios de su categoría. El verdadero problema llegará cuando sea capaz de razonar antes de actuar. Cuando lo haga, estaremos completamente jodidos. Ahora mismo, tenemos algo de tiempo por delante.

—¿Y de qué mierda nos sirve tener tiempo por delante? Más temprano que tarde va a venir a intentar acabar conmigo —escupo—. No es como si pudiese escapar de él el resto de mis días.

El ángel pone los ojos en blanco.

—¿Siempre eres así de pesimista? —Se queja, al tiempo que sacude la cabeza en una negativa—. Ya se nos ocurrirá algo para contenerlo.

—Lo haces sonar como si fuese algo sencillo —mascullo. La ira se mezcla en mi tono.

—¿A qué le tienes tanto miedo, Annelise? —Rael pregunta, con exasperación—. Eres una cosa jodidamente poderosa, ¿lo sabías? Pudiste hacer lo que ninguno de nosotros pudo: lo contuviste. Paraste por completo su ataque hacia ti y, no conforme con ello, fuiste capaz de controlarlo. Eso, cariño, es suficiente para hacerme sentir tranquilo. Eres muy fuerte.

—¿Y qué va a pasar si Mikhail descubre cómo arrebatarme lo que me dio? ¿Si descubre como matarme sin herirse a sí mismo? —La preocupación me invade sin que pueda evitarlo—. Si lo hace, todo esto se irá a la mierda. Nada ni nadie podrá detenerlo.

—Si eso llegase a ocurrir, pensaremos en una solución. —El ángel hace un gesto desdeñoso para restarle importancia a mi comentario—. Por ahora no debemos preocuparnos.

—Esa clase de actitud no va a ayudarnos en nada —Daialee interviene. Suena furiosa—. Lo que tenemos que hacer, es encontrar la manera de detener a Mikhail. De hacer que vuelva al lugar de donde vino y no pueda salir de ahí nunca más.

Es el turno de Rael para reír sin humor.

—Buena suerte con eso —se burla, pero mi amiga ni siquiera lo mira—. Vas a necesitarla.

La mirada de Daialee se posa en mí y me regala un asentimiento. Yo, sin saber muy bien a dónde nos dirigimos, me pongo de pie para seguirla.

—¿Es en serio? —Rael habla a nuestras espaldas mientras que avanzamos hacia la puerta—. ¿Van a intentar hacer algo? ¿Es que acaso no escucharon que es imposible detenerlo?

No respondemos. Ni siquiera miramos hacia atrás. Nos limitamos a avanzar en dirección a la salida de la estancia.

La noche ha caído hace un rato ya, pero —como es usual en mí— no puedo dormir. No puedo hacer otra cosa más que mirar hacia la calle desde el pórtico donde me encuentro cómodamente sentada.

Estoy envuelta en una manta gruesa porque el frío nocturno es apenas tolerable, y llevo en la cabeza un gorro tejido que Daialee me prestó. Una nube de vaho proveniente de mis labios se hace presente de vez en cuando, y me abrazo a mí misma porque no estoy lista para volver adentro a pesar del frío inclemente. No aún. No cuando mis pensamientos son una revolución y mi corazón es un manojo de sensaciones sin sentido alguno.

La plática temprana con Rael me ha dejado con un sabor amargo en la punta de la lengua y más preguntas que respuestas.

El lazo que comparto con Mikhail ha tomado un significado diferente ahora y no puedo dejar de preguntarme hasta qué punto soy capaz de afectar su existencia y hasta qué punto él es capaz de afectar en la mía. Nunca imaginé, siquiera, que yo podría convertirme en su única debilidad. Y no porque signifique algo para él en el plano romántico, sino porque, literalmente, soy su vulnerabilidad. El lazo que nos une lo es.

Un suspiro cansado y profundo brota de mi garganta. Estoy exhausta. Estoy a punto de desvanecerme debido al agotamiento y, a pesar de eso, no puedo conciliar el sueño. No puedo dejar de intentar descifrar qué es lo que voy a hacer ahora que mi vida se ve amenazada de nuevo.

En otros tiempos, esto no me habría perturbado del modo en el que lo hace ahora. En otros tiempos, habría tenido la certeza de que, pasara lo que pasara, Mikhail estaría ahí para cuidar de mí. De que él estaría ahí, justo a tiempo para protegerme.

Cierro los ojos. Un centenar de recuerdos se agolpan en mi memoria y, sin más, me encuentro envuelta en uno particularmente doloroso. Uno que involucra al que antes fue un semi demonio de ojos grises y actitud arrogante.

Entonces, la imagen en mi cabeza cambia. Mi corazón se estruja en el instante en el que visualizo la habitación que tenía en el apartamento de mi tía Dahlia y, justo sobre la cama, soy capaz de ver al chico de las alas de murciélago. Soy capaz de dibujar su sonrisa torcida y su cabello enmarañado.

Un tirón violento me invade el pecho y el recuerdo cambia. Esta vez, no soy capaz de verle, pero sé que está ahí. Sé que es él quien me sostiene contra su pecho y sé que es su cuerpo el que protege el mío de todo lo demás.

Recuerdo su aroma almizclado, la vibración de su pecho con el sonido de su voz ronca y la presión suave de sus labios contra los míos; la sensación de letargo que me invadía con su cercanía y el aleteo de mi corazón cada que lo escuchaba hablarme en lenguas desconocidas.

Una punzada de dolor crudo y puro me recorre y aprieto los párpados unos instantes.

Me torturo con la imagen de su sonrisa. Con el recuerdo de sus besos; de su tacto suave; de sus brazos protectores y su mirada intensa y, luego, abro los ojos.

La confusión me invade de pies a cabeza y parpadeo varias veces para eliminar el rostro familiar que se ha quedado impreso en mi campo de visión y que juega con mi cordura; pero nada sucede. Nada ocurre. La visión del rostro de Mikhail no se va.

Mi ceño se frunce ligeramente y, entonces, lo noto…

Las pequeñas diferencias entre la imagen que tengo enfrente y mis recuerdos, apenas son perceptibles, pero no puedo pasarlas por alto. Los ojos, antes grisáceos con tintes dorados, son ahora de un color tan pálido que casi podría jurar que es blanco; la piel, antes pálida, luce casi ceniza y sin vida, y el cabello de la figura delante de mí es tan largo ahora, que se le enrosca hacia afuera a la altura de las orejas.

Todo esto sin tomar en cuenta el hecho de que el Mikhail que tengo enfrente, es completamente inexpresivo. No sonríe. No me mira con intensidad. No hace nada más que escrutarme con gesto ausente.

Poco a poco, las piezas caen en su lugar y el pánico me paraliza en mi lugar en el instante en el que siento cómo el tirón que sentí hace unos instantes, vuelve y se estruja otro poco.

«Oh, mierda…».

La criatura delante de mí inclina la cabeza.

El gesto antinatural me pone la carne de gallina, y parpadeo un par de veces más solo para confirmar que la figura que tengo enfrente no es una alucinación.

Pánico, terror y nerviosismo se detona en mi sistema en un abrir y cerrar de ojos y un grito se construye en mi garganta en el proceso.

Mi cuerpo entero se tensa en el instante en el que el rostro de Mikhail se acerca al mío lenta y, deliberadamente, y me congelo en mi lugar, en la espera de un ataque brutal y violento.

Aprieto los párpados con fuerza y contengo la respiración. Mi pulso golpea a un ritmo frenético y aterrorizado en la parte trasera de mis orejas, y mis puños se cierran con violencia en el material de lana que me protege del frío.

Entonces, siento cómo una mano grande se coloca en la base de mi garganta.

Las alarmas se encienden en mi cerebro, pero no soy capaz de moverme. Estoy tan aturdida. Estoy tan… confundida.

«¿Esto realmente está ocurriendo?».

Espero sentir la presión de su mano, pero el dolor nunca llega. El ataque no se hace presente.

«Estoy alucinando. Esto no puede ser. Él quiere asesinarme. Estoy alucinando».

Con suma delicadeza, el demonio me hace girar el rostro y, con toda la lentitud existente en la tierra, acerca su cara a la mía. Soy consciente de la presión suave de sus dedos y el calor ardiente de su palma. Soy consciente, también, de su aroma terroso y fresco, y de cómo su nariz me roza el punto en el que la mandíbula y el cuello se unen.

Esto no puede ser una alucinación. Es demasiado real. Es demasiado familiar.

La carne se me pone de gallina en el instante en el que aspira mi aroma y todas las dudas se disipan en un abrir y cerrar de ojos. Sé que esto de verdad está pasándome. Sé que Mikhail, de algún modo, está aquí y no está atacándome.

Vuelve a inspirar profundo. El gesto es salvaje y animal, pero no deja de erizarme todos y cada uno de los vellos del cuerpo. No deja de provocar un millar de sensaciones extrañas y placenteras en todas y cada una de mis terminaciones nerviosas.

La parte activa de mi cerebro grita que debo poner distancia entre nosotros. Que debo alejarme de él en este momento porque va a intentar matarme, pero no puedo hacerlo. No puedo moverme porque la impresión de sentir su tacto sobre mí es más abrumadora que todo lo demás. Porque hace cuatro años, hacer esto le era imposible. Ponerme un dedo encima le hacía arder de adentro hacia afuera y ahora…

Ahora es capaz de posar su mano sobre mí sin quemarse en lo absoluto.

«¿Por qué?».

La nariz del demonio corre y se desliza por la línea de mi mandíbula, y su respiración me hace cosquillas. Hace que la mía falle por completo.

Se aparta un poco. Sus ojos blanquecinos miran directamente los míos y aprieto los dientes

«¡Aléjalo de ti!», grita la voz en mi cabeza. «¡Aléjalo ahora!».

No lo hago. No trato de apartarlo porque, por un doloroso instante, soy capaz de ver algo en su mirada. Algo más allá de la fría y vacía inexpresividad que había en ella hace apenas unos instantes.

—¿Quién eres? —El susurro ronco e inestable que abandona sus labios hace que el mundo entero pierda enfoque. Hace que una bola de fuego se forme en mi garganta y que un puñado de lágrimas se acumule en mi mirada.

Niega con la cabeza.

—¿Qué es lo que…?

No es capaz de terminar su pregunta.

En ese preciso instante, toda su atención se posa en un punto a mis espaldas y su cuerpo entero se tensa en un abrir y cerrar de ojos.

Su mirada se posa en la mía una vez más, y la indecisión y la angustia se filtran en su rostro, pero no lo piensa demasiado.

Su mano me libera en cuestión de medio segundo y, acto seguido, despliega sus alas para emprender un vuelo furioso y violento con rumbo desconocido.

El pulso golpea me contra las orejas con tanta fuerza, que soy capaz de escucharlo; las manos me tiemblan tanto, que apenas puedo mantener la manta sobre mis hombros.

La puerta principal se abre.

Un escalofrío de puro terror me recorre la espina y me tenso.

Con todo y eso, trato de mantener el pánico a raya antes de girar el rostro para encontrarme de frente con Dinorah, quien mira hacia la calle vacía con expresión preocupada.

—¿Pasa algo? —Mi voz suena más ronca que de costumbre. Estoy aterrorizada y ni siquiera sé por qué. No sé si ha sido por mi acercamiento con Mikhail o por el simple hecho de pensar en qué habría pasado si lo hubiesen descubierto aquí.

Dinorah niega.

—Creí haber sentido algo… —musita, pero deja escapar un suspiro cansado—. Supongo que solo estoy muy nerviosa.

No digo nada. Me limito a mirarla con aire ansioso y culpable. A pesar de eso, ella no parece notar nada; ya que hace un gesto de cabeza hacia el interior de la casa.

—Vamos adentro. Está helando y hay un ángel convaleciente que exige tenerte dentro de su campo de visión mientras se recupera —dice, con una sonrisa suave pintada en los labios. El gesto no toca sus ojos.

—Voy en un momento —me las arreglo para decir, pero ella no luce satisfecha con mi respuesta y se queda quieta en el umbral, con sus impresionantes ojos castaños clavados en mí.

Trato de esbozar una sonrisa, pero no estoy segura de lucir tranquilizadora en lo absoluto.

—No tardes demasiado —dice ella, finalmente, y me dedica una sonrisa igual de tensa que la mía.

—No lo haré —aseguro.

Dinorah me dedica una última mirada significativa antes desaparecer por donde vino. Yo, a pesar de que sé que debería entrar, no puedo evitar mirar hacia la calle vacía una vez más. No puedo evitar buscar entre las sombras algún vestigio del demonio que, por unos dolorosos segundos, pareció reconocerme.

Ir a la siguiente página

Report Page