Stalin
La guerra civil
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La guerra civil
El tratado de Brest-Litovsk había supuesto el primer desafío serio para el partido desde la toma del poder. Los militantes estaban consternados por la dura realidad de una Rusia débil y aislada. No se habían recuperado del impacto de esta experiencia cuando se encontraron abrumados por la guerra civil. El nuevo régimen revolucionario se enfrentaba a la aniquilación en una lucha durante la cual, una tenebrosa fuerza destructiva se apoderó del pueblo ruso. Una ola de violencia, odio y asesinatos arrasó el país. Iba a ser una de las más crueles guerras civiles de la historia; librada en la inmensidad de la llanura rusa y afectando a millones de personas, alcanzó dimensiones épicas.
La guerra civil no estalló de pronto en todo el país. Como los primeros temblores premonitorios de un terremoto, comenzó muy lejos, en el sur. Mientras tanto, en Moscú, dogmas y medidas políticas esperadas eran dejadas de lado, al concentrar Lenin y su gobierno todos sus pensamientos y energías en la supervivencia. Los acontecimientos se agolpaban, y el significado de muchas de las medidas adoptadas por el gobierno en aquella época no pudo apreciarse hasta mucho más tarde. Esto es especialmente cierto respecto al traslado de la capital de Petrogrado a Moscú en marzo de 1918.
La decisión se tomó apresuradamente por considerarse conveniente y oportuna. «Si los alemanes en un único avance toman Petrogrado, con nosotros en ella —pensaba Lenin—, la revolución está perdida. Si, por el contrario, el gobierno está en Moscú, entonces la caída de Petrogrado sólo significaría un serio revés.» Pero fue un cambio de profunda importancia en la historia del Moscú soviético y en la propia vida de Stalin.
Las ciudades de Moscú y Petrogrado habían llegado a simbolizar el cisma que existía dentro de la nación rusa. Moscú era la antigua capital alrededor de la cual había surgido la nación. En ella se encontraba el viejo y patriarcal principado de Moscovia, con su amalgama de tradiciones asiáticas y cristiano-ortodoxas. En el correr de los siglos, los rusos habían dirigido su mirada hacia ella como peregrinos. El Kremlin, o ciudadela, una fortaleza sobria y misteriosa, con su salvaje belleza acentuada por las doradas cúpulas de sus iglesias, todavía mantenía su carácter de residencia de los zares, venerados, temidos e investidos de poderes absolutos, y se convirtió en la residencia de los nuevos líderes soviéticos.
Petrogrado, magnífica ciudad fundada por Pedro el Grande a principios del siglo XVIII, era el pórtico de las ideas y de las técnicas occidentales, y representaba la afinidad de Rusia con Occidente. El pueblo de Petrogrado desdeñaba a Moscú por considerarle el centro de todo lo conservador y atrasado de la vida rusa. Por su parte, los moscovitas tildaban a los habitantes de Petrogrado de arribistas peligrosos, miraban con desconfianza hacia Occidente, y se enorgullecían de su papel de guardianes del antiguo, independiente y superior estilo de vida moscovita.
En todas las generaciones se había producido el conflicto entre los conservadores moscovitas y los petersburgueses occidentalizantes. El cataclismo de cambios y reformas de Pedro el Grande, simbolizado por su nueva capital, y después la Revolución, habían agudizado el conflicto. Los habitantes de Petrogrado, la ciudad de la Revolución, se enorgullecían de ser los innovadores que habían traído a Rusia la gran doctrina revolucionaria occidental del marxismo. Lenin y la mayoría de los líderes bolcheviques, pertenecían espiritualmente a Petrogrado. Estaban orientados hacia Occidente, y esperaban con anhelo la unión del proletariado internacional. Pero Stalin pertenecía a la tradición moscovita, más asiática que occidental; se instaló enseguida en la ciudad vieja, y al igual que los zares, la convirtió en el centro de su vida, llegando a ser conocido como «el recluso del Kremlin»[LXIX].
Al llegar a Moscú, fueron asignadas a Stalin, como a otros miembros del gobierno, unas habitaciones dentro del Kremlin. Se encontró, sin embargo, con que el Soviet de Moscú había reservado dos edificios en calles diferentes para su comisariado, y él quería instalarlo en un solo edificio. Pestkovsky relata que cuando Stalin trató de conseguir el Gran Hotel Siberiano, encontró un cartel en la puerta principal que decía: «Estos locales están ocupados por el Consejo Supremo de Economía Nacional». Lo arrancaron y lo sustituyeron por otros en los que decía: «Estos locales están ocupados por el Narcomnats», escritos por Nadia Alliluyeva, que formaba parte del personal como secretaria. Su intento de apropiarse del edificio fracasó. «Fue una de las pocas ocasiones —señaló Pestkovsky— en que Stalin sufrió una derrota.»
La oficina de su comisariado era por entonces la última de las preocupaciones de Stalin. Su dedicación primordial era participar en la adopción de medidas urgentes para sobrevivir a la gigantesca oleada de desastres. En el país reinaba el caos; la industria estaba paralizada y el hambre amenazaba en las ciudades. Los campesinos, ahora convertidos en propietarios, no estaban dispuestos a enviar sus productos para la población urbana sin recibir nada a cambio. Pero, por encima de todo, estaba la guerra civil.
La primera fase de la guerra se había iniciado en enero de 1918. El general Mijail Alekseev había huido al sur, donde se unió a Hetman A. M. Kaledin, que había implantado un régimen cosaco en la zona del Don. Allí, Alekseev reclutó un ejército de voluntarios, llamado «ejército blanco», formado por oficiales-zaristas, cadetes y otros que se oponían a la Revolución.
Lenin confió el mando de las ofensivas bolcheviques en Ucrania y en la región del Don a Vladimir Antonov-Ovseenko, ex oficial zarista que se había hecho revolucionario. La Rada ucraniana había declarado la independencia de Ucrania. En respuesta al ultimátum soviético, enviado el 17 de diciembre de 1917, la secretaría de la Rada señaló que: «La Declaración de los Derechos de los Pueblos de Rusia», firmada por Lenin y Stalin, garantizaba la igualdad y la soberanía de los ucranianos, así como la de los demás pueblos de Rusia, y rechazaba el intento del Sovnarcom de imponer su autoridad. En una ofensiva contra los nacionalistas ucranianos, Kiev fue capturada el 9 de febrero de 1918. Poco después, sin embargo, tropas alemanas y austríacas, conforme a un acuerdo, ocuparon Ucrania, que pasó a ser considerada como independiente. Las fuerzas rojas tuvieron que retirarse.
Antonov Ovseenko envió el grueso de su ejército a la región del Don, donde consiguieron acabar con el régimen de Kaledin. El ejército de voluntarios de Alekseev, fue obligado a retirarse a Kuban, y el gélido invierno causó la muerte de muchos de ellos en su desesperado viaje a través de la estepa. El ejército de voluntarios, con refuerzos de tropas de Kuban, y al mando de Kornilov, atacó Ekaterinodar, donde el contingente del Ejército Rojo ascendía a treinta mil hombres. Después de cuatro días de encarnizados combates, Kornilov ordenó el asalto a la ciudad el 13 de abril de 1918, con la esperanza de tomarla. Pero el ataque tuvo que ser abandonado después de que un proyectil alcanzara a Kornilov causándole la muerte. A principios de mayo, tropas alemanas ocuparon Rostov y nombraron gobernador al general P. N. Krasnov. El ejército voluntario regresó a la región del Don, que se convirtió en punto de reunión de los antirrevolucionarios.
La guerra entró en una nueva fase en mayo-junio de 1918 como resultado de una serie de acontecimientos extraordinarios. El ejército expedicionario checoslovaco, compuesto por unos treinta mil hombres, entre los que figuraban prisioneros de guerra checos y eslovacos, aislado después de la retirada del Ejército Rojo, se hizo con el control de todas las ciudades y estaciones principales, con la excepción de Irkutsk, a lo largo del ferrocarril transiberiano. Se negaron a ponerse del lado de las fuerzas blancas o rojas, pero después, amenazados por el gobierno soviético, y especialmente por los telegramas de Trotski en los que ordenaba que se convirtieran en batallones de trabajo o que se integraran en el Ejército Rojo, decidieron avanzar en dirección este. Contaban con una férrea disciplina, un buen armamento, y con que no había fuerza soviética capaz de impedir su dominio de la ruta hacia Oriente.
Lenin, Trotski y Stalin eran conscientes de que la supervivencia de su régimen dependía de la creación de un ejército disciplinado. No era un asunto en el que hubieran pensado anteriormente[LXX]. El fracaso de la conferencia de paz de Brest-Litovsk y el renovado avance alemán subrayaban la urgente necesidad de organizar un ejército regular. El 1 de marzo de 1918 se fundó en Petrogrado el Consejo Supremo de Guerra, y se le encargó esta tarea. Pero el traslado del gobierno a Moscú y la aparición de pequeñas unidades independientes surgidas de Soviets locales, junto con otros factores, hacían difícil avanzar en este terreno, y el Ejército Rojo se iba organizando de manera lenta y confusa.
El 13 de marzo de 1918, Trotski, que ocupaba el cargo de comisario popular de la guerra, fue nombrado presidente del Consejo Supremo de Guerra. Durante largo tiempo había defendido la necesidad del reclutamiento obligatorio, una estricta disciplina, eficiencia técnica y un cuerpo de oficiales para conseguir un ejército regular. La más sorprendente innovación que pretendía era que, en las extraordinarias circunstancias de la etapa revolucionaria, debían utilizarse los conocimientos técnicos y la experiencia de los oficiales zaristas. Fue una propuesta extremadamente controvertida: los oficiales eran odiados como enemigos de clase. Muchos advertían contra el peligro de que los oficiales traicionaran al Ejército Rojo abandonándolo en los momentos críticos. Lenin tenía serias dudas sobre la conveniencia de confiar en ellos. Pero entonces se enteró de que unos cuarenta mil de estos «especialistas militares» ya prestaban servicio, y que el ejército se desmoronaría si se les retiraba. Trotski se salió con la suya: había obligado a los oficiales a alistarse en el ejército, asegurándose su lealtad con el despiadado sistema de dar a sus familias el carácter de rehenes, estrechamente vigilados por comisarios militares. Muchos oficiales desertaron, pero muchos se pasaron a la causa revolucionaria, o prestaron servicio como un deber hacia la nación.
Trotski desempeñó un destacado papel en las fases iniciales de la guerra. Poseído por una energía endiablada, supervisaba constantemente los diversos frentes. El tren especial desde el que operaba era fiel reflejo de su personalidad: evidenciaba su talento y su gusto por el poder y la ostentación. Estaba provisto de dos motores, emisora de telégrafo, prensa de imprenta, generador eléctrico, y un garaje con coches que eran utilizados para desplazarse inmediatamente a los puntos estratégicos situados lejos de la línea férrea. Todo el personal —incluyendo su escolta y la tripulación del tren— llevaba uniformes de cuero negro. Como elemento complementario contaba con una unidad de ametralladoras. Tenían que defenderse no sólo del Ejército Blanco, sino también de las bandas guerrilleras que vagaban por el país.
En su lucha por la supervivencia, el gobierno soviético se decidió por un comunismo de guerra, que suponía un control gubernamental centralizado de la vida económica de la nación. Rápidamente se erigió una inmensa máquina burocrática que iba a ejercer pronto un tremendo poder, en general con un alto grado de ineficacia.
El Comisariado de Alimentación era la más crucial de las nuevas instituciones burocráticas. Los productos alimenticios tenían que ser requisados a los campesinos y distribuidos mediante un sistema de cartillas de racionamiento, estrictamente organizadas con criterios de clase. El índice de mortalidad por inanición y malnutrición era elevado, especialmente en las grandes poblaciones. El Comisariado de Alimentación tenía plenos poderes y era responsable de proporcionar al pueblo «artículos de primera necesidad y productos alimenticios». Movilizaba destacamentos de trabajadores para la recolección de grano y, en julio de 1918, estos destacamentos contaban con más de diez mil miembros. Funcionaban con estructura militar, y cada unidad constaba de un mínimo de setenta y cinco hombres con un jefe y un comisario político, y disponía de metralletas. Su tarea consistía en arrebatar el grano a las clases enemigas, concretamente a la burguesía de los pueblos, a los especuladores y a los kulaks —que significa «puño»— que contrataban trabajadores, arrendaban tierras y eran relativamente ricos.
Los odios de clase se vieron intensificados por un decreto especial, firmado por Lenin y Sverdlov en junio de 1918, que ordenaba la formación de «Comités de Pobres», los Combedy. Eran los responsables de distribuir bienes, alimentos y, en particular, de retirar el excedente de grano a los kulaks. De hecho actuaban como si tuvieran licencia para hacer los que quisieran. La envidia, la codicia y el odio se desataron. Todo el país se encontró pronto envuelto en una guerra del pan, tan salvaje e inhumana como la guerra civil. Cientos de hombres y mujeres fueron quemados vivos, mutilados con guadañas, torturados y golpeados hasta morir.
Lenin estaba consternado por la ferocidad y la escalada de la guerra que se había desencadenado en los pueblos. El 18 de agosto de 1918 envió una circular a todos los Soviets provinciales y comités de la alimentación, resaltando que «los Comités de Pobres, deben ser organizaciones revolucionarias de todo el campesinado contra los antiguos terratenientes, kulaks, comerciantes y sacerdotes, y no organizaciones formadas exclusivamente por los proletarios del pueblo enfrentados al resto de la población». Todo fue inútil. El salvajismo causaba estragos y producía sufrimientos inenarrables. Por fin, en noviembre de 1918 se suprimieron los Combedy, pero los odios perduraron y el saqueo del grano continuaba.
Los socialistas revolucionarios, el partido de los campesinos, había evolucionado hacia una creciente oposición al gobierno bolchevique. Jamás dejaron de criticar el tratado de Brest-Litovsk, y comenzaban a acusar al gobierno de causar una guerra civil en los pueblos.
El V Congreso Panruso de Soviets se celebró el 4 de julio de 1918, en el teatro Bolshoi, de Moscú. El Comité Ejecutivo del Soviet Panruso había expulsado el mes anterior a los socialistas revolucionarios de centro y a los mencheviques. La única oposición legal al partido la constituían los socialistas revolucionarios de izquierda, que decidieron desafiar al gobierno.
El 6 de julio, dos socialistas revolucionarios consiguieron entrar en la embajada alemana y asesinar al embajador, el conde Mirbach. El objetivo del asesinato era provocar al gobierno de su país para que denunciara el tratado de paz y atacara Rusia, obligando así al gobierno soviético a organizar una guerra revolucionaria contra Alemania. Los alemanes estaban, sin embargo, completamente desplegados en el frente occidental, y no podían renovar el frente del este.
El mismo día los socialistas revolucionarios intentaron tomar la ciudad con un contingente de varios miles de hombres. Sus tropas llegaron hasta el teatro Bolshoi por la tarde. Allí se encontraron con las fuerzas bolcheviques de guardia, y en lugar de luchar se retiraron a sus cuarteles donde más tarde se rindieron.
El Partido Socialista Revolucionario fue declarado ilegal. Sin embargo, los más fanáticos decidieron utilizar el terrorismo, que había sido su arma política más importante antes de la revolución. El 30 de agosto de 1918, M. S. Uritsky, jefe de la Cheka de Petrogrado, fue asesinado. Se produjo un atentado contra Trotski, y Lenin fue herido por un joven judío llamado Fanya Kaplan, que le alcanzó de un disparo. Fue trasladado inmediatamente al Kremlin, donde después de dos angustiosos días comenzó a recuperarse; el 19 de septiembre reanudó sus actividades.
En aquella época, que Lenin llamó la más crítica de la revolución, cuando la guerra civil y la guerra del pan alcanzaron las cotas más altas de salvajismo, estas acciones terroristas exasperaron a los bolcheviques, que decidieron utilizar el terror a gran escala. En Petrogrado más de quinientas personas fueron fusiladas en represalia por la muerte de Uritsky. Fanya Kaplan fue ejecutado sumariamente. Petrovsky, comisario de Interior, dirigió una proclama a los Soviets, con las siguientes instrucciones: «Los Soviets locales deben detener inmediatamente a todos los socialistas revolucionarios... Las Chekas y los departamentos militares deben realizar denodados esfuerzos para localizar y detener a todos aquellos que utilicen nombres falsos, y disparar sin formalismo a cualquiera que esté relacionado con los guardias blancos y con otros sucios conspiradores contra el gobierno de la clase trabajadora y del campesinado pobre. No hay que dudar a la hora de llevar a cabo el terror a gran es-cala...»
Como una erupción volcánica de lava hirviendo, el terrorismo a gran escala se extendió por todo el país. Los bolcheviques siempre lo habían considerado como un instrumento esencial de su programa. Feliks Dzerzinsky había declarado en junio de 1918: «Estamos a favor del terror organizado. El terror es absolutamente necesario en tiempos de revolución.»[LXXI] La Cheka ejercía un poder absoluto para llevar a cabo esta medida. Contaba con más de treinta mil agentes; muchos de ellos eran criminales y soldados embrutecidos y sádicos, más corrompidos aún por estar autorizados a matar, torturar y saquear. En Moscú y Petrogrado, en todos lo pueblos y ciudades, el pueblo vivía en medio de una horrible pesadilla.
Entre tanto derramamiento de sangre, el asesinato de Nicolás II y posiblemente también de su esposa e hijos en Ekaterinburg, ocurrido en la noche del 16 al 17 de julio, pasó inadvertido. No eran más que víctimas, al igual que miles de rusos, de la barbarie generalizada. El comisario militar del Soviet de Ural, responsable de la región, se había trasladado a primeros de julio a Moscú para recibir instrucciones de Sverdlov. Lenin, Stalin y Trotski fueron consultados probablemente, y, dado que el Ejército Blanco trataba de tomar Ekaterinburg, debieron de considerar inevitable la muerte del zar y de la zarina. Pero Nicolás II, que no había conseguido salvar a Rusia de la revolución, había abdicado en marzo de 1917: para el pueblo ruso ya había muerto[LXXII].
El verano de 1918 trajo más amenazas para Lenin y su gobierno. La intervención aliada, instigada principalmente por Winston Churchill, pero apoyada por Estados Unidos, Francia, Japón e Italia, había desembocado en la ocupación de Murmansk, Archangel, Vladivostok y otras ciudades rusas por destacamentos de tropas británicas, francesas y americanas. Pero esta intervención no prosperó, ni prestó apoyo de consideración al Ejército Blanco, como temían Lenin y otros. Mientras tanto, las fuerzas soviéticas controlaban precariamente la Rusia central, pero Siberia y, sobre todo, Ucrania estaban en manos antisoviéticas. En agosto, las tropas blancas conquistaron Kazán y llegaron a amenazar Moscú. El ejército de cosacos del general Krasnov comenzó a moverse hacia el norte para unirse a las fuerzas blancas que se encontraban en Kazán, y cortaron la línea férrea entre Tsaritsyn y Moscú. El norte del Cáucaso constituía la única zona productora de grano que seguía en su poder, por lo que la pérdida de aquella región significaría la inanición para los habitantes del norte.
Hacia finales de mayo de 1918 llegaron a Moscú noticias sobre la desesperada situación, tanto civil como militar, en Tsaritsyn. Stalin fue enviado allí para organizar los envíos de grano. Acompañado de su joven esposa, Nadia Alliluyeva, con la que acababa de casarse, llegó el 6 de junio de 1918 con dos vehículos blindados y una escolta de cuatrocientos guardias rojos. Al día siguiente informó a Lenin que había encontrado una «bacanal de especulación y estraperlo» y que había tomado medidas drásticas. Despidió a los funcionarios corruptos e ineficaces, disolvió comités revolucionarios inútiles y nombró comisarios para organizar el trabajo y el transporte, y para asegurar el envío de grano a Moscú.
El distrito militar soviético del norte del Cáucaso tenía su cuartel general en Tsaritsyn. Estaban al mando del distrito el general Snesarev, que había pertenecido al ejército zarista, y un marinero y viejo bolchevique llamado Zedin. El 14 de junio de 1918 Snesarev dividió el distrito en tres grupos, cada uno con su propio jefe. Pocos días después, probablemente por instigación de Stalin, Klim Vorochilov fue puesto al mando del grupo de Tsaritsyn. Obrero metalúrgico empleado desde 1914 en la fábrica de cañones de Tsaritsyn, Vorochilov no tenía experiencia militar, pero diez años antes había trabajado con Lenin en el comité bolchevique de Bakú, y los dos hombres eran fieles camaradas. También se encontraban en Tsaritsyn Semeon Budenny, antiguo sargento de dragones, gallardo y patilludo, y, como comisario político, un amigo de Stalin llamado Ordjonikidze. Borochilov escribió después que este «grupo de viejos bolcheviques y trabajadores revolucionarios se apiñó en torno al camarada Stalin y, en lugar de un inútil equipo de personas, se constituyó en el sur un baluarte bolchevique»[LXXIII].
El 7 de julio de 1918, Lenin envió un telegrama a Stalin informándole del levantamiento de los socialistas revolucionarios en Moscú, y le advertía: «Es necesario suprimir sin piedad a estos aventureros histéricos y despreciables, que se han convertido en un instrumento en manos de los contrarrevolucionarios. Por consiguiente, sé implacable con los social-revolucionarios de izquierdas e informa con más frecuencia.» Stalin replicó que «se hará todo lo necesario para impedir posibles sor-presas. Ten la seguridad de que nuestra mano no temblará»[LXXIV]. Tsaritsyn estaba sometido a fuertes presiones. Los envíos de alimentos y la ciudad misma estaban amenazados. Stalin comenzó a tomar parte de manera directa en las operaciones militares. El 7 de julio informó urgentemente a Lenin:
« Me dirijo apresuradamente hacia el frente. La línea no ha sido restablecida todavía al sur de Tsaritsyn. Animo a todo el mundo y doy un grito a quien lo necesita; espero que la restauraremos rápidamente. Puedes estar seguro de que todos trabajamos al máximo, tanto nosotros como los demás, y, pase lo que pase, haremos llegar el grano. Habría sido suficiente que nuestros "especialistas" militares (¡zopencos!) no hubieran estado ociosos y dormidos, para que la línea no hubiera sido rota, y si es restaurada, no será gracias a ellos, sino a pesar suyo... Dadas las deficientes comunicaciones con el centro, es necesario disponer de un hombre sobre el terreno con plenos poderes para que pueda tomar medidas sin dilación.»
Tres días después, al no haber recibido una respuesta inmediata, Stalin envió un mensaje furibundo. Criticó la acción despótica de Trotski al ignorar el cuartel general de Tsaritsyn y tratar directamente con los sectores bajo su mando. En particular, Trotski no debería hacer nombramientos sin consultar a las personas que se encontraran en el lugar. Solicitaba además aviones, vehículos blindados y cañones de seis pulgadas, «sin los cuales el frente de Tsaritsyn dejará de existir». Finalmente hacía valer su propia autoridad, afirmando que «para hacer las cosas como es debido, tengo que tener plenos poderes en el campo militar. Ya he escrito sobre esto, pero no he recibido respuesta. Muy bien. En ese caso, yo mismo, sin formalidades, destituiré a todos aquellos jefes y comisarios que están estropeando las cosas. Estoy obligado a ello en beneficio de todos y, en cualquier caso, la falta de una nota de Trotski no me detendrá». Al día siguiente envió otro telegrama, informando a Lenin de que ya había tomado la plena responsabilidad militar y había relevado de sus cargos a los jefes y especialistas militares que eran indecisos o incompetentes[LXXV].
Los mensajes de Stalin a Lenin estaban escritos en términos directos e incluso rudos. Eran, sin embargo, comunicaciones de igual a igual, enviados en tiempos de crisis. Aunque respetaba a Lenin y sentía afecto por él, no le trataba con deferencia. Por su parte, Lenin, lejos de ofenderse, actuó prontamente. El 19 de julio de 1918, el Consejo Supremo de la Guerra creaba un Consejo de Guerra del distrito militar del norte del Cáucaso, y Stalin fue oficialmente nombrado presidente del consejo.
La firme actitud de Stalin, evidentemente impresionó a Trotski. El 24 de julio, en su calidad de comisario de la Guerra, envió un mensaje, en tono deferente, afirmando que el distrito militar del norte del Cáucaso era responsable de todas las actividades militares y partisanas en toda la zona que se extiende desde Voronezh, siguiendo el río Don hacia el sur, hasta Bakú[LXXVI].
Durante los meses de julio y agosto de 1918, la situación bolchevique en el Volga continuó deteriorándose. El 13 de agosto Stalin declaró a Tsaritsyn en estado de sitio. La situación se hizo aún más crítica. El 22 de agosto, el consejo militar envió órdenes a Zloba, antiguo minero y representante del consejo en el sur, para que avanzara con su división hacia Tsaritsyn sin dilación.
El mensajero no llegó a Sorokin con estas instrucciones hasta el 2 de septiembre de 1918. Mientras tanto, los cosacos del Don habían suspendido la ofensiva.
El 31 de agosto de 1918 Stalin envió un largo informe a Lenin. Evidentemente se encontraba animado y afirmaba que las tropas de los cosacos se estaban viniendo abajo, opinión que, como pronto se comprobó, era demasiado optimista. Pedía que le enviaran dos lanchas torpederas y dos submarinos por el Volga, arguyendo que con este refuerzo, Bakú, el norte del Cáucaso y el Turquestán podrían ser tomados fácilmente. Esta carta, escrita el día siguiente del atentado de Fanya Kaplan contra Lenin, finalizaba con una expresión muy afectuosa: «Un apretón de manos a mi querido y amado Ilyich.»
Aquel mismo día, Stalin y Vorochilov enviaron un telegrama a Sverdlov con un mensaje de felicitación para «el mayor revolucionario del mundo, el líder contrastado, mentor del proletariado, el camarada Lenin», que había salido con vida del atentado. En el mensaje le pedían que respondiese a este vil atentado «organizando un terror sistemático, masivo y público contra la burguesía y sus agentes». Empezaba a nacer el culto al líder.
La crisis volvió a producirse en el frente del Volga, al reanudar sus ataques los cosacos del Don, poniendo al descubierto la debilidad de las fuerzas soviéticas. La confusión, la ineficacia y una profunda y corrosiva desconfianza desgastaban al Ejército Rojo. Otro punto débil era la ausencia de un mando militar centralizado y dotado de prestigio. A. 1. Egorov, antiguo coronel zarista, y después jefe del Ejército Rojo en los frentes sur y suroccidental, recomendó el nombramiento de un jefe supremo. Siguiendo su consejo, Trotski, con la aprobación de Lenin, nombró jefe supremo al antiguo coronel zarista I. I. Vatsetis. Fue un extraño nombramiento: Vatsetis no había conseguido ascender al finalizar el curso de 1909 en la Academia general. El mismo Trotski le describía como «testarudo, chiflado y caprichoso». Probablemente era el mejor hombre entonces disponible y, aunque enérgico en sus planteamientos, resultó un jefe mediocre.
El 2 de septiembre fue abolido el Consejo Supremo de la Guerra y, en su lugar, se creó el Consejo Revolucionario de Guerra de la Re-pública con Trotski como presidente. El 18 de septiembre el distrito militar del norte del Cáucaso fue reorganizado y denominado frente sur («frente» en la terminología rusa es un formación de varios ejércitos o un grupo del ejército). Stalin fue nombrado presidente de su consejo militar, ayudado por Sergei Minin y Vorochilov. Al mismo tiempo, los tres continuaban manteniendo su puesto en el consejo militar del grupo de Vorochilov, más adelante conocido como el décimo ejército, en Tsaritsyn. Esta doble función originaría confusiones y conflictos.
Por aquellas fechas, Trotski decidió trasladar el cuartel general del frente sur a Kozlov, ciudad por la que pasaba el ferrocarril, a unos cuatrocientos kilómetros al norte de Tsaritsyn. Sin duda, influyó en esta decisión el hecho de que Kozlov fuera de fácil acceso para su tren personal; entusiasmado por el encanto de su cuartel general móvil, Trotski no se dio cuenta de que ésta no era la mejor forma de mantener una supervisión general de la cambiante situación militar. Trotski también nombró, como jefe especialista militar del frente sur, a un antiguo jefe de artillería llamado P. P. Sytin, que estableció su cuartel general en Kozlov. Los demás miembros del consejo militar se quedaron en Tsaritsyn.
Sytin pronto se quejó a Vatsetin por la falta de cooperación desde Tsaritsyn. También se mostró indignado cuando se enteró de que Stalin, Minin y Vorochilov habían enviado órdenes sin consultarle al. L. Sorokin, en el sur, sobre la organización de tropas en el norte del Cáucaso. A petición suya Vatsetis anuló estas órdenes.
En aquellas fechas, alarmado por el avance de los cosacos del Don, que empujaba a las tropas de Vorochilov hacia el este, Stalin pidió urgentemente a Moscú el envío de armas y municiones. Se quejaba, además, de la falta de preocupación de Sytin por el frente sur. El Consejo Revolucionario de Guerra envió a Sytin, junto con uno de sus miembros, Mekonochin, a Tsaritsyn para poner en claro sus relaciones con Stalin. En una reunión celebrada el 29 de septiembre, Sytin expresó su deseo de que el cuartel general estuviera en Kozlov o en Balachov: Tsaritsyn era inadecuada por su lejanía del centro de operaciones del Volga. Stalin se mantuvo firme en que el cuartel general debía permanecer en Tsaritsyn. Además, junto con Minin y Vorochilov, hizo patente que ellos «no podían reconocer la plena competencia de Sytin ni la legalidad de sus órdenes». El consejo militar del décimo ejército, formado por Stalin, Minin y Vorochilov, era también, con la inclusión de Sytin, el consejo militar del frente sur. Por ello, al insistir en mantener a Tsaritsyn como su cuartel general y al manifestar un voto de no confianza a Sytin, Stalin y sus colegas actuaban con pleno derecho. Sin embargo, estaban obstaculizando la política del partido de establecer una estructura de mando centralizada que Stalin consideraba necesaria.
El frente sur permanecía inestable. El 2 de noviembre de 1918, Stalin y Minin enviaron un telegrama al Consejo Revolucionario de Guerra, preguntando cuáles eran sus intenciones, ya que sus peticiones no habían sido atendidas. El conflicto dentro de la estructura de mando estaba alcanzando un punto crítico. El Comité Central del partido se reunió para considerar el problema de la insubordinación de sus miembros, y dio instrucciones a Sverdlov para que éste cursara un mensaje a Tsaritsyn, recriminando al consejo local por desatender las instrucciones del Consejo Revolucionario de Guerra. Vatsetis, que recibió una copia del telegrama enviado por Stalin y Minin, les respondió duramente afirmando que «vosotros habéis centrado vuestra atención en el sector de Tsaritsyn a costa de otros... Se os ha propuesto en repetidas ocasiones que os trasladarais de Tsaritsyn a Kozlov para uniros a un jefe..., pero hasta ahora habéis seguido actuando independientemente. Tal desobediencia a las órdenes... considero que es intolerable».
Vatsetis informó al mismo tiempo a Trotski, afirmando que la actuación independiente de Stalin estaba perjudicando al planteamiento de la campaña. También pedía que se revocara la orden 118 de Stalin, que presumiblemente contenía la destitución de Sytin. Por su parte, Stalin y Vorochilov informaron a Lenin de la conveniencia de que el Comité Central investigara las actividades de Trotski que, según ellos, estaban poniendo en peligro la existencia del frente sur. El 4 de octubre de 1918, Trotski dio rienda suelta a su rabia en un telegrama dirigido a Sverdlov, del que envió copia a Lenin:
« Insisto categóricamente en la destitución de Stalin. Las cosas van mal en el frente de Tsaritsyn a pesar de contar allí con un numeroso contingente. Vorochilov es capaz de mandar un regimiento, pero no un ejército de cincuenta mil hombres. Sin embargo, le dejaré el mando del décimo ejército en Tsaritsyn con tal de que informe al jefe del ejército del sur, Sytin. Hasta ahora, Tsaritsyn no ha enviado ni siquiera informes de las operaciones a Kozlov... Si no lo hacen mañana, haré arrestar a Vorochilov y a Minin para someterlos a un consejo de guerra... Tsaritsyn tiene que adaptarse o atenerse a las consecuencias. La superioridad de nuestras fuerzas es abrumadora, pero hay una compacta anarquía en la cúpula. Puedo acabar con ella en veinticuatro horas si cuento con tu apoyo firme y decidido. En todo caso, ésta es la única solución que veo.»
Este enfrentamiento entre dos destacados líderes del partido, ambos indispensables, supuso para Lenin un difícil problema. Finalmente decidió apoyar a Trotski e hizo regresar a Stalin del frente sur. Pero trató por todos los medios de no ofenderle. Sverdlov, en nombre del Comité Central, se trasladó en un tren especial para escoltar a Stalin hasta Moscú;[LXXVII] más aún, puso de relieve que Stalin no había caído en desgracia y que su liderazgo militar no se ponía en duda, nombrándole miembro del Consejo Supremo Revolucionario de Guerra. Además, posiblemente a petición de Stalin, le permitió regresar a Tsaritsyn provisionalmente.
La situación del frente sur era crítica. Stalin, Minin y Vorochilov enviaron repetidos llamamientos pidiendo ayuda a Lenin, así como a Vatsetis y a Sytin. Vatsetis envió una respuesta en tono de reproche: «Por el telegrama que he recibido hoy veo que la defensa de Tsaritsyn ha sido llevada por vosotros a un estado catastrófico...; sólo vosotros sois responsables de la caótica situación... Dado el grave estado de Tsaritsyn envío refuerzos... En ningún caso podemos entregar Tsaritsyn.»
La ciudad habría caído probablemente el 16 de octubre si no hubiera sido por la oportuna llegada de la división de Zloba, integrada por ocho regimientos de infantería y dos de caballería. Tsaritsyn no cayó entonces, pero no está nada claro cuál de entre los líderes del Ejército Rojo podría atribuirse la salvación de la ciudad. Vorochilov escribió más adelante que fue salvada «por la indomable voluntad de victoria de Stalin», pero Trotski y otros rechazaban esta afirmación.
El 23 de octubre de 1918, Stalin regresó a Moscú. Inmediatamente se mostró dispuesto a colaborar con Trotski y con los demás en el Consejo de la Guerra. Evidentemente se sentía deseoso de hacer desaparecer cualquier impresión de que era un miembro difícil e insubordinado de la jerarquía del partido. Más aún, creyendo firmemente en un control disciplinado y jerarquizado, admitió que debía adaptarse y dar ejemplo. En un resumen de los acontecimientos del año, publicado en Pravda el 30 de octubre, rendía homenaje a Trotski por el papel que había desempeñado en la revolución como presidente del Soviet de Petersburgo y del Comité Militar Revolucionario, y también como comisario de la Guerra y presidente del Consejo Militar Revolucionario de Guerra de la República. Estaba ofreciendo una rama de olivo, pero Trotski no correspondió[LXXVIII].
A la victoria aliada en Occidente siguió la caída de los regímenes de los Habsburgo y de los Hohenzollem, y la aparición de los primeros signos de la revolución en sus respectivos países. Lenin, Trotski y otros bolcheviques que abrigaban esperanzas de un movimiento revolucionario internacional, estaban pendientes de lo que acontecía en Alemania y en Austria. Pero su primera reacción fue anular el odiado tratado de Brest-Litovsk. La guerra de Ucrania ocupó pronto su atención. La guerra había estallado entre P. P. Skoropadsky, marioneta en manos de los alemanes, los nacionalistas ucranianos, los bolcheviques y otros. En las extensas estepas reinaba la anarquía.
Stalin fue nombrado miembro del consejo militar del frente de Ucrania, cuya misión era la ocupación de este territorio. Poco después fue elegido para el Presidium del Comité Ejecutivo Central Panruso. El 30 de noviembre, el Comité Ejecutivo Central creó un Consejo de Defensa de Trabajadores y Campesinos, con Lenin como presidente, para movilizar los recursos del país para la guerra. Stalin era miembro de este nuevo consejo como representante del Comité Ejecutivo Central, y también era suplente de Lenin.
En diciembre de 1918, las fuerzas blancas en Siberia, al mando del almirante A. V. Kolchak avanzaron hacia el oeste. El tercer ejército rojo tuvo que rendir la importante ciudad de Perm en los Urales. El avance blanco, si no era frenado, amenazaría Moscú. Además, Kolchak decidió que algunos destacamentos de sus fuerzas se unieran al ejército blanco Archangel, al norte de Kotlas.
Lenin estaba alarmado. Envió telegramas a Trotski con instrucciones de que «presionara a Vatsetis» para reforzar las posiciones del Ejército Rojo en los Urales. También informaba a Trotski, que al parecer ignoraba la situación, sobre «el estado catastrófico del tercer ejército y de su embriaguez». El viejo bolchevique, antiguo sargento, al mando de este ejército, «bebe demasiado y no está en condiciones de restaurar el orden». Lenin decidió enviar a Stalin, pero diplomáticamente pidió primero la opinión de Trotski. Este envió un telegrama mostrando su acuerdo en que se enviara a Stalin «con poderes tanto del partido como del Consejo Revolucionario de Guerra de la República para restaurar el orden, purgar a los comisarios y castigar severamente a los culpables».
El 1 de enero de 1919, Stalin, en compañía de Dzerzinsky, salió para unirse al tercer ejército. Lo encontró desmoralizado y necesitado urgentemente de refuerzos. Envió su primer informe a Lenin cuatro días después de llegar, y éste, junto con el informe final firmado en Moscú, proporcionaba una revisión exhaustiva del estado del ejército. Era duro en sus críticas a Vatsetis, y también al Comisariado de la Guerra de Trotski y al Consejo Revolucionario de Guerra. Su informe mostraba sus conocimientos generales sobre las necesidades operativas y tácticas de un ejército en acción. Stalin era todavía un principiante en asuntos militares, pero estaba aprendiendo rápidamente.
En el VIII Congreso del Partido, celebrado en Moscú del 18 al 23 de marzo de 1919, se discutió largamente sobre la estructura del mando y sobre la organización del Ejército Rojo. Trotski, que no asistió, fue vehementemente criticado por muchos delegados «por sus modales dictatoriales, por su actitud desdeñosa hacia los trabajadores del frente y su desinterés en escucharlos, y por el torrente de telegramas desconsiderados que enviaba a las juntas de estado mayor y a los jefes, cambiando directrices y causando una confusión sin fin».
Stalin hubiera estado de acuerdo con estas y otras críticas sobre el despotismo de Trotski. Probablemente estuvo tentado de apoyar públicamente esta censura, instigada por V. M. Smimov, principal portavoz de la «oposición militar», como luego se supo, contra el tan detestado comisario de la Guerra. Sin embargo, habló firmemente en apoyo de Lenin y en defensa de Trotski. Reconocía en sus palabras el correcto planteamiento básico del Ejército Rojo mantenido por Trotski. «Los hechos demuestran —dijo— que el concepto de un ejército de voluntarios no resiste un examen serio, que no seremos capaces de defender nuestra república si no creamos un ejército regular imbuido de disciplina... Las propuestas de Smirnov son inaceptables.»
Entre los militantes y fuera del partido, la reputación de Stalin crecía. Era el líder práctico, con una gran disposición para el trabajo y capaz de aceptar responsabilidades. No era un gran orador, pero siempre hablaba con sentido común. Era un hombre, además, que podía abrirse camino a través de los obstáculos burocráticos y tomar decisiones. La alta estima de que era objeto quedó demostrada en el VIII Congreso del Partido. Figuraba entre los preferidos en todas las listas para la elección del Comité Central. En este congreso se crearon dos nuevos subcomités del Comité Central: el Politburó, integrado por cinco miembros y en-cargado de dirigir al partido en temas políticos, y el Orgburó, para asesorar en asuntos de personal y de administración. Stalin fue elegido para ambos subcomités, y además fue nombrado comisario de Control del Estado con la responsabilidad de vigilar la burocracia que empezaba a renacer. Al igual que el trabajo del Orgburó, las funciones de este nuevo comisariado parecían ofrecer un trabajo duro sin posibilidad de público reconocimiento. Era, sin embargo, un trabajo organizativo esencial, y en manos de Stalin ambos puestos iban a aumentar su autoridad y a magnificar su poder.
El 17 de mayo de 1919, Stalin llegó a Petrogrado con plenos poderes para organizar la defensa de la región contra el ataque del ejército del general N. N. Yudenich, que avanzaba desde el noroeste. En Moscú, Lenin mantenía el control del Consejo Revolucionario de Guerra y estaba en contacto directo con todos los frentes. Envió numerosos telegramas a Stalin, animando, aconsejando y pidiendo información. En un telegrama de fecha 20 de mayo expresaba su esperanza de que «la movilización general de los petersburgueses dará como resultado una ofensiva en lugar de permanecer sentados en los cuarteles».
Lenin estaba inquieto por la rapidez del avance de Yudenich, y desconfiaba de los jefes y de las tropas del Ejército Rojo en la zona. El 27 de marzo advirtió a Stalin de la posibilidad de una traición, y como explicación de derrotas o de otros fracasos, la traición se iba a convertir en una fobia dentro del partido. Stalin actuó con prontitud. La Cheka comenzó a trabajar y pronto afirmaba haber descubierto una conspiración entre los empleados de los consulados suizo, italiano y danés. Stalin informó a Lenin de que se había desarticulado por completo un complot contrarrevolucionario en apoyo de los blancos, y que la Cheka continuaba investigando. En un mensaje a Lenin fechado el 4 de junio de 1919 escribió: «Te envío un documento de los suizos. Resulta evidente en él, que no sólo el jefe de Estado Mayor del séptimo ejército trabaja para los blancos... sino también todo el Estado Mayor del Consejo Revolucionario de Guerra de la República... Depende ahora del Comité Central sacar las conclusiones necesarias. ¿Tendrá el valor de hacerlo?»
Stalin mismo no escapó a las críticas. Un viejo bolchevique hostil al grupo de Tsaritsyn, A. I. Okulov, miembro político del Consejo Militar del frente occidental, se quejó al Comité Central de que, debido a las acciones de Stalin, el séptimo ejército estaba siendo separado del frente occidental, que estaba a las órdenes de D. N. Nadezny, antiguo jefe del ejército zarista, y que debería ser devuelto a su mando. Lenin pidió opinión a Stalin, quien respondió: «Tengo la profunda convicción de que: 1) Nadezny no es un jefe. Es incapaz de mandar. Terminará por perder el frente occidental; 2) Los trabajadores como Okulov que incitan a los especialistas contra nuestros comisarios, que ya están bastante desanimados de todas formas, son dañinos porque debilitan el centro vital de nuestro ejército.» Okulov fue destituido.
Después de que el avance blanco sobre Petrogrado fuera rechazado en junio, Stalin fue nombrado miembro político del Consejo Militar del Frente Occidental, y un nuevo jefe reemplazó a Nadezny.
En el frente oriental surgieron divergencias entre Vatsetis, comandante en jefe, y S. S. Kamenev, jefe del frente. Trotski respaldó a Vatsetis, a quien él había nombrado, y adoptó una actitud hostil hacia Kamenev. En una ocasión, Trotski se encontraba en Simbirsk vestido con uniforme de cuero negro, al igual que su escolta personal, y, armado con una pistola, irrumpió en el despacho de Kamenev amenazándole con gran excitación. Posteriormente, e instigado por Vatsetis, Trotski le destituyó.
Kamenev era apreciado y respetado. El Consejo Militar del Frente Oriental protestó formalmente a Lenin. El mismo Kamenev se trasladó a Moscú para exponer su caso. El 15 de mayo de 1919 consiguió entrevistarse con Lenin, que quedó impresionado y le ordenó regresar a su puesto de mando. Lenin era habitualmente prudente y diplomático en sus relaciones con sus allegados, y al anular públicamente una orden de Trotski mostraba su desaprobación más terminante. Había empezado a perder la confianza en el buen criterio de Trotski y estaba cada vez más molesto por su conducta arrogante. Además no tenía un concepto muy favorable de Vatsetis, que, al igual que Trotski, se había enemistado con los trabajadores, tanto con los incorporados al ejército como con los dedicados a tareas políticas
El punto culminante se produjo en julio de 1919. Kamenev había elaborado un plan para continuar el avance en dirección este hacia el interior de Siberia. Vatsetis vetó el plan. El Consejo Militar del Frente Oriental expresó sus protestas a Lenin. Dos reuniones del Comité Cent ral consideraron el caso, y sus conclusiones fueron contrarias a la postura de Vatsetis. En una reunión celebrada el 3 de julio, el comité revisó y confirmó su decisión. Trotski, enfurecido y herido en su orgullo, declaró que presentaba la dimisión de todos sus cargos; pero el Comité la rechazó. Se decidió, además, nombrar a Kamenev jefe supremo. Vatsetis fue arrestado, sometido a investigación por sospecha de traición, y puesto en libertad ; posteriormente fue nombrado instructor militar.
El Comité Central también reorganizó el Consejo Revolucionario de Guerra, reduciendo a seis el número de sus miembros. Trotski figuraba en él, pero los otros cinco miembros no eran partidarios suyos, por lo que ya no podía dominar el Consejo y salirse con la suya. Pro-fundamente ofendido, Trotski permaneció en el frente sur durante el resto del verano. El Consejo Revolucionario de Guerra funcionó directamente bajo el control de Lenin, y con más armonía.
Con posterioridad, Trotski atribuyó a Stalin la responsabilidad de su mayor revés en su trayectoria militar. Mantenía que la hostilidad de Stalin hacia Vatsetis era notoria, y que aquél había apoyado al Consejo Militar del Frente Oriental como medio para perjudicar al mismo Trotski, que interpretaba las acciones de Stalin como surgidas de la hostilidad hacia su persona. En este conflicto, sin embargo, las opiniones de Stalin eran las de Lenin y otros miembros del Comité Central, y su preocupación primordial era la victoria del Ejército Rojo.
A finales de junio de 1919, A. Denikin controlaba toda la zona del Don, y su ejército continuaba avanzando rápidamente; sus fuerzas se habían replegado primero a través de Ucrania y del sur de Rusia y, después, había iniciado la ofensiva hacia el norte. En Moscú, Lenin estaba cada vez más angustiado por la defensa de la ciudad. Kamenev, el comandante en jefe, había preparado un plan, concentrando un fuerte contingente de tropas rojas para efectuar su ataque del flanco desde el este. Un segundo plan, elaborado anteriormente por Vatsetis, y que Trotski posteriormente afirmó que era obra suya, proponía que los ejércitos del frente sur atacaran frontalmente desde el sur a las tropas de Denikin. El Comité Central había aprobado el plan de Kamenev.
El ataque del flanco del Ejército Rojo fracasó completamente en su intento de frenar el avance blanco. Consternado por este fracaso, Kamenev revisó su estrategia y recomendó que, mientras se mantenía la presión sobre el enemigo desde el este, numerosas fuerzas de la reserva deberían concentrarse al sur de Moscú. La respuesta de Lenin y del Comité Central fue una impresionante manifestación de su confianza en Kamenev. Se le aconsejaba «no considerarse obligado por sus recomendaciones previas ni por ninguna decisión anterior del Comité Central», y se le confirmaban «plenos poderes como especialista militar para tomar las medidas que considerara oportunas».
El 27 de septiembre de 1919, el Comité Central aprobó el plan de apostar un gran contingente al sur de Moscú. También se decidió enviar a Stalin para que se hiciera cargo del frente sur. Esto era una des-consideración para Trotski, que había estado allí en los meses del de-sastre. Durante un breve periodo de tiempo, Stalin y Trotski coincidieron en el cuartel general del frente sur, pero al parecer no discutieron abiertamente.
El 11 de octubre de 1919, Yudenich lanzó un ataque por sorpresa contra Petrogrado, y el Ejército Rojo comenzó a replegarse desordenadamente. Lenin consideraba que la ciudad debería ser abandonada, por-que no estaba dispuesto a debilitar lo más mínimo la defensa de Moscú. El 15 de octubre, sin embargo, el Politburó envió a Trotski con la misión de hacerse cargo de la defensa de Petrogrado. Reunió a las tropas y reorganizó los medios defensivos de la ciudad, y Petrogrado no cayó. Posteriormente se quejaba con amargura de que en los documentos oficia-les Stalin había fundido las dos campañas de Yudenich en una sola, y «la famosa defensa de Petrogrado figura como obra de Stalin».
Poco después de su llegada al cuartel general del frente sur, Stalin informó a Lenin explicando las medidas que pensaba tomar, criticaba a Kamenev por mantener su estrategia original, y sostenía que era necesario «cambiar este plan, ya desacreditado en la práctica, y sustituirlo por un ataque a Rostov desde la zona de Voronez a través de Jarkov y de la cuenca del Donetz». Apoyaba su propuesta en argumentos convincentes, y cerraba el informe con el siguiente comentario: «Sin este cambio de estrategia mi trabajo... será inútil, reprensible y superfluo, dándome derecho (yo diría que obligándome) a marcharme a cualquier par-te, incluso al infierno, con tal de no quedarme en el frente sur»[LXXIX].