Stalin
I. El revolucionario » 7. Fugitivo
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Posteriormente los comentarios de Dzhughashvili se usaron como prueba de su antisemitismo. Ciertamente eran muy crueles e insensibles. Pero probablemente no demostraban aversión hacia todos los judíos, o en realidad hacia todos los georgianos. Él, un georgiano, estaba repitiendo lo que un bolchevique ruso había dicho sobre los rusos y los judíos. Después sería, durante muchos años, amigo, allegado o líder de incontables judíos. Lo que contaba para Dzhughashvili era la marcha de la historia; se daba cuenta de que, si la monarquía imperial iba a ser derrocada, habría que empujar tanto a los rusos como a los judíos y los georgianos para que tomaran parte activa. Lo que es más, estaba publicando su comentario tres décadas antes de que Hitler exterminara a los judíos de Europa oriental. Antes de la Gran Guerra, Dzhughashvili puede no haber tenido una especial simpatía por los judíos en tanto judíos, pero tampoco estaba en contra de ellos. Ésta era su actitud hacia toda la humanidad. No le agradaba ni odiaba a ningún pueblo en particular; su principio rector era juzgar cómo podían ser impulsados u obligados a contribuir al logro de la clase de estado y de sociedad que él aprobaba. A pesar de estas reservas, el comentario tenía un trasfondo de insensibilidad. Un pogromo era un pogromo. Expresaba la violencia popular de las masas contra los judíos. Dzhughashvili, cuando menos, había hecho una broma políticamente incorrecta. Además estaba sugiriendo implícitamente que la influencia judía en el Partido Obrero Socialdemócrata Ruso debía ser contrarrestada. Su internacionalismo no era un compromiso carente de ambigüedades.
Como fuera, su propia afirmación nacional estaba declinando y empezó a escribir en ruso y no en georgiano. Su primer artículo en ruso apareció, después de su regreso de Londres, en el periódico bolchevique de Bakú Bakinski rabochi[34]. De ahí en adelante, no escribió en georgiano más que cartas a camaradas y parientes. Dejó en gran medida de escribir en su lengua natal para el público político. Era un paso que solían dar los bolcheviques georgianos. Pertenecer a las filas del bolchevismo implicaba un compromiso con el internacionalismo y con el ruso como instrumento en el marco del marxismo organizado en todo el Imperio. Durante un tiempo estudió esperanto por su cuenta. Dzhughashvili y muchos jóvenes revolucionarios creían que este lenguaje, inventado por el investigador judío polaco Ludwig Zamenhoff, sería uno de los cimientos culturales del orden socialista que deseaban crear en todo el mundo[35].
De cualquier modo, no era la sospecha de antisemitismo lo que más perturbaba a quienes estaban en contacto con Dzhugashvili por entonces. Semión Vereshchak le conoció en la prisión de Bailov, en las afueras de Bakú, y se quedó perplejo ante su crueldad. Dzhughashvili no dejaba de enfrentar a un preso contra otro. En dos ocasiones esto terminó en violencia[36]:
En el corredor del pabellón de los políticos [de la prisión] estaban pegando a un joven georgiano. Todo el que pudo se unió a la paliza con lo que tuviera a mano. Una palabra resonó en el pabellón: ¡provocador! (…) Todos pensaron que era su deber dar golpes. Finalmente llegaron los soldados y detuvieron la pelea. Llevaron el cuerpo ensangrentado en camilla al hospital de la prisión. El administrador cerró los corredores y las celdas. Llegó el ayudante del fiscal y comenzó la investigación. No se encontró ningún responsable. Los muros del corredor estaban cubiertos de sangre. Cuando todo se hubo calmado, comenzamos a preguntarnos unos a otros a quién habíamos pegado. ¿Quién dice que es un provocador? Si es un provocador, ¿por qué no le han matado? (…) Nadie sabía ni entendía nada. Y sólo mucho después quedó claro que Dzhughashvili había propagado el rumor.
En otra ocasión un criminal conocido como Mitka Grek apuñaló y mató a un joven obrero. Al parecer Dzhughashvili le había dicho a Grek que era un espía[37].
Los revolucionarios no tenían escrúpulos a la hora de eliminar a los que informaban sobre sus actividades o trataban de impedirlas. Lo peculiar de Dzhughashvili, sin embargo, era que hacía este tipo de cosas en silencio. La indagación de rigor sobre el acusado no tenía lugar. Dzhughashvili sencillamente tomaba una decisión e instigaba a la acción[38]. Ponía a sus compañeros conspiradores en peligro y se mantenía al margen del asunto. Era resuelto, inmisericorde y extremadamente seguro de sí mismo. Pero también era valiente. Los que buscan adjudicarle todos los defectos posibles normalmente lo pasan por alto. Incluso su detractor Semión Vereshchak concede que Dzhughashvili se comportaba con coraje y dignidad frente a las autoridades. En la Pascua de 1909 una unidad de soldados irrumpió en el pabellón de los presos políticos para pegar a los internos. Dzhughashvili no demostró miedo. Decidió enseñar a los soldados que su violencia nunca podría con él. Con un libro en la mano, mantuvo la cabeza bien alta mientras se abalanzaban contra él[39].
Esta conducta era lo suficientemente extraordinaria como para que Vereshchak se sobrecogiese al recordarlo. Otros aspectos del comportamiento de Dzhughashvili eran menos apreciables. Se recuperó de la muerte de su esposa con increíble rapidez y siempre que estaba fuera de la cárcel tenía líos de faldas. Delgado, silencioso y seguro, siempre había sido atractivo para las mujeres. Tuvo una novia, Tatiana Sújova, en Solvychegodsk en 1909. Había llegado allí con ropas del Sur, poco apropiadas para el crudo invierno del norte de Rusia. Sújova le ayudó en todo; hasta le dio dinero y le ayudó a escapar[40]. En otra de sus estancias en Solvychegodsk salió con una estudiante del lugar que se llamaba Pelagueia Onúfrieva. Sólo tenía 17 años en ese momento. No fue su última aventura sexual con adolescentes[41] y no todos sus camaradas las aprobaron, entonces o más tarde. Menos agradable fue el modo en que trató a María Kuzákova, que poseía una de las casas de madera más grandes de Solvychegodsk, donde le alojó. Kuzákova era una joven viuda campesina. A su debido tiempo tuvo un bebé al que bautizó con el nombre de Konstantín. No había mucha duda acerca de la paternidad de Konstantín. Todos los que lo vieron cuando ya era un adulto recordaban cuánto se parecía a Stalin en su aspecto y hasta en su forma de moverse[42].
Dzhughashvili no tenía la intención de quedarse con la madre y el hijo. Consideraba que las mujeres eran una fuente de gratificación sexual y de comodidad doméstica. Le gustaba relajarse con ellas sólo si tenían las características que encontraba agradables. Sus acompañantes tenían que apoyarle en todo y ser sumisas. Requería de una mujer que se dedicara exclusivamente a él y Kuzákova le vino bien durante un tiempo. Sin embargo, esa relación rompía un código. Como otros revolucionarios, los bolcheviques creían que tenían la misión de construir un mundo mejor sobre los principios de la colectivización de los bienes. Dzhughashvili había utilizado a Kuzákova de un modo egoísta para satisfacer su lujuria, y ni entones ni luego consideró que su actitud fuera reprobable. Así pasó agradablemente el tiempo de su sentencia junto al río Vychegda hasta el 27 de junio de 1911, cuando se le permitió trasladarse a Vólogda. Viajó hasta Kotlas y tomó el nuevo tren hacia el Oeste. Nunca volvió a Solvychegodsk.