Stalin

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I. El revolucionario » 4. Poeta y rebelde

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En el momento en que su estancia en el Seminario de Tiflis estaba a punto de concluir Iósef se había alejado totalmente de las autoridades. Había dejado de estudiar con esmero desde el segundo curso, cuando comenzó a interesarse por escribir y publicar[30]. Pero también se apartaba del mundo de la literatura. Pese al patronazgo de Ilia Chavchavadze y Guiorgui Tsereteli, ya no deseaba convertirse en poeta. Dejó de lado la oportunidad de unirse a la élite cultural georgiana. En su lugar se dedicó a estudiar el socialismo, la política y la economía. Después de haber resplandecido fugazmente como un pequeño meteoro que surcaba la escena literaria de Tbilisi entre 1895 y 1896, se esfumó con la misma velocidad. Podría parecer que dejó de escribir poesía por completo. Poca gente, aparte de sus editores y de sus más íntimos amigos del Seminario, sabía que había publicado algo (cuando Yákob Goguebashvili reimprimió «La mañana» en 1912, lo hizo con el seudónimo original)[31]. Dzhughashvili buscaba un modo de vida distinto de los que le ofrecían tanto el sacerdocio como los círculos literarios de Tbilisi. Su

alter ego de militante de voz ronca proveniente de las profundidades de la sociedad estaba comenzando a emerger y, hasta donde sabía la mayoría de la gente, este personaje fue el único Dzhughashvili que existió.

Detestaba el régimen disciplinario del Seminario. Estaba al frente de un grupo que el 28 de septiembre de 1898 fue sorprendido leyendo material prohibido. Iósef incluso había hecho anotaciones en él[32]. El inspector Abashidze, exasperado por estas infracciones, informó:

En el transcurso de un registro de las pertenencias de ciertos alumnos de quinto curso, Dzhughashvili, Iósef (V. I.) protestó varias veces a los inspectores, expresando en sus comentarios el descontento por los registros que se hacen de cuando en cuando a los seminaristas. En uno de ellos afirmó que tales registros no se realizan en ningún otro seminario. En general, el alumno Dzhughashvili es maleducado e irrespetuoso con las personas que ejercen la autoridad y sistemáticamente ha dejado de inclinarse ante uno de los profesores (A. A. Murajovski), como este último ha referido con frecuencia a los inspectores.

Ha sido reprendido y confinado en la celda durante cinco horas por orden del padre rector.

Con su conducta, podría decirse que se estaba buscando problemas y la reacción del rector agravó la tensión en el joven. Era sólo cuestión de tiempo que Iósef tirara por la borda su vocación sacerdotal.

Aguantó casi hasta el final del curso. Hubo razones prácticas para que lo hiciera. Una hoja de papel que certificara la finalización de los estudios en el Seminario, aunque rechazara entrar en el sacerdocio, le habría dado la cualificación (si hubiera tenido el dinero necesario) para ingresar en alguna de las universidades del Imperio ruso. Pero Iósef no disponía de ninguna fuente privada de ingresos y no tenía contactos con ninguna organización que lo pudiera mantener. Tendría que haberse ganado la vida empezando de cero. Así que su desaparición del Seminario de Tiflis en mayo de 1899, cuando estaban a punto de realizarse los exámenes finales, fue una elección existencial. No dejó a las autoridades ninguna explicación acerca de su resolución. En años posteriores simuló que había sido expulsado por llevar «propaganda marxista»[33], pero la realidad es que tomó la decisión de irse por su cuenta. Tenía un espíritu voluntarioso. Había perdido la fe religiosa y estaba empezando a descubrir un modo diferente de interpretar el mundo en el marxismo. También era impulsivo. Iósef Dzhughashvili había tenido suficiente: dejó el ambiente sacerdotal según su propio parecer. Siempre quería que el mundo concordara con sus deseos. Si detrás quedaba algo sin resolver, mala suerte. Había tomado una decisión.

Aborrecía a las autoridades imperiales. Tenía orgullo nacional. En Tbilisi reaccionó a la efervescencia intelectual de la vida pública georgiana de finales del siglo XIX. Ya se consideraba a sí mismo un hombre de extraordinaria capacidad. Ya había demostrado su ambición al conseguir que sus poemas se publicaran.

Los rasgos de la personalidad posterior de Iósef empezaban a manifestarse. Se dedicaba a perfeccionarse mediante el estudio diario. Su capacidad para el trabajo duro, siempre que pensara que semejante trabajo resultaba útil, era inmensa. El régimen imperial le había dado una educación provechosa y amplia, pese a que fuera una educación basada en la liturgia cristiana y en la lealtad al zar. Sabía de números y letras; su poesía tenía un estilo agradable. En su tiempo libre había comenzado a familiarizarse con ideas más amplias acerca de la sociedad y a estudiar los textos marxistas. También leía novelas clásicas europeas y rusas. Obviamente era capaz de ingresar en la universidad y tenía una mente analítica aguda. Su problema era qué hacer con su vida. Tras haber abandonado el cristianismo, no tenía una carrera por delante y su familia carecía de los recursos y del deseo de ayudarle a ingresar en otra profesión. Durante unos pocos años iba a gastar mucha energía tratando de resolver la pregunta fundamental de los rebeldes en el Imperio ruso: ¿qué hacer? Otra pregunta también acuciaba su mente: ¿con quién hacerlo? El joven Dzhughashvili, liberado del Seminario de Tiflis, todavía debía formular sus respuestas.

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