Siembra tu pedacito

Siembra tu pedacito

Jorge Bacallao Guerra
Ilustración Brady

A cada rato aparecen personas en la televisión cubana alentándonos a que sembremos nuestro pedacito. Este aliento va aderezado con sonrisas y derroche de optimismo, como si lo de sembrar, recoger y comerte lo recogido fuera algo sencillito ahí que no estábamos haciendo hasta ahora por descuidados y olvidadizos. Es un optimismo que casi casi te dice que tú no tienes una mata de mamey en tu balcón de San Agustín, o tu campito de maíz en tu solar de Luyanó porque no te has puesto para eso.


Puede ser que ya hayas visto muchos salideros en tu vida y te suceda que este salidero de optimismo, esta hemorragia de fe, no te muevan a convertirte en agricultor urbano de un día para otro. Además, podrías decir que en Cuba la seguridad alimentaria y nutricional es una de las prioridades en la actualización del modelo de desarrollo económico y social, como quedó claro en el Artículo 77 de la Constitución, en donde se plantea que todas las personas tienen derecho a una alimentación sana y adecuada, y el Estado crea las condiciones para fortalecer la seguridad alimentaria de toda la población, y como tú perteneces a esa población, tienes esos derechos aunque no te enamore la idea de la mata de mamey en el balcón.


Aunque hace décadas que yo no cojo en serio casi nada que vea en la televisión cubana, esta vez, por obra y gracia de la casualidad, hemos coincidido en ideas y yo he empezado a sembrar. Tengo un pequeño huerto del que estoy muy orgulloso. Siembro, riego, trasplanto, germino, podo, hago compost, abono, pruebo lugares de más o menos sol, estudio y leo. Muchas de esas cosas las hago con mi hijo y las disfrutamos los dos, y son un excelente medio para enseñarle sobre la naturaleza, sobre responsabilidades y tesón, y sobre todo para pasar tiempo de calidad juntos, un poco más embarrados de tierra de lo normal, eso sí.


Aprendimos juntos que los pepinos tienen flores hembra y flores macho. Que los pepinos crecen a partir de las flores hembras cuando un polinizador (una abeja, por ejemplo) va primero a una flor macho y transporta polen hasta la flor hembra. Que por eso, si nos morimos todas las personas, el mundo sigue bastante parecido a como está, pero si se mueren las abejas, nos fastidiamos todos y no porque dependamos de los pepinos de mi terraza, sino porque la cosa es igual en muchísimas plantas.


Aprendí también que por mucho desarrollo que tengamos, todavía no es posible llamar por teléfono a una abeja y decirle que te hace falta que venga a polinizar, pero sí es posible polinizar las flores tú, solamente con un bastoncillo de algodón, sin que haga falta ponerte un disfraz de abeja de La Colmenita. Aprendí también, por las malas, que si bien una planta de pepino suele tener flores de los dos sexos, hay variedades híbridas que producen casi exclusivamente flores de un solo tipo y que si sembraste una sola planta, aprenderás mucho, pero lo que es comer pepino, a no ser que lo compres en la esquina, bastante menos.


He perdido días de alegría a causa de los gorriones que picotean los retoños de cualquier planta. He llegado a convencerme de que no solo lo hacen por joder, sino por joderme a mí específicamente. Lo he pensado, porque si yo me despierto bien temprano a dejarles pan y arroz, y se comen una parte de eso, pero además, me desbaratan las matas, la cosa es personal conmigo. Después de desechar de plano cualquier solución a lo Mao, y de hacer un poco el ridículo inventando un espantapájaros con unos CDs, terminé recorriendo basureros en pos de caretas de ventiladores para tapar los retoños, y ahí, bueno, jodí a los gorriones. Y nada de pan ni arroz más nunca, que la cosa esta durísima y no se lo merecen.


Vivimos tiempos en que por cada click que das, te advierten de las cookies, que nadie sabe qué son. Te compras un cuchillo y el prospecto te advierte de que no lo agarres por la parte del filo. En cada película te advierten que tiene fuertes escenas de sexo y violencia y terminas de verla sin que aparezca ni una triste nalga ni un pescozón mal tirado. Sin embargo, de las cosas que de verdad entrañan peligro, nadie te avisa. Ni tu amigos, ni el médico, ni los youtubers, ni tu familia. Nadie. Nadie te dice que si recoges chile habanero de tu huerto, y te pones a hacer una salsa picante, antes de ir a orinar, tienes que lavarte bien las manos. Pero bien. Bien, bien. Un bien que es como 4 veces lo bien que había que lavárselas para la covid.


He recogido col y lechuga de varios tipos, pepinos, cilantro, perejil, cebollino y jengibre. He cosechado tomate, rúcula, albahaca y bok choi, que es una col de hojas estilizadas que en Cuba se le dice acelga pero no es acelga. He recogido habichuelas, menta y romero. He tenido plantas grandes de zuchinni y brócoli que no han decidido darme frutos. He cuidado laboriosa y delicadamente durante meses a unas plantas sinvergüenzas que se hicieron pasar por berenjenas.


Por eso, si estás pensando en sembrar, quiero que sepas algunas cosas antes de que, como decía un viejo en Lawton, «le metas el jocico al piso». Las macetas no se llenan con tierra, sino con sustrato, y el sustrato no se recoge en los jardines, sino que se compra. Hay que abonar, y abonar no es echarle la borra del café a una maceta por las mañanas. No, abonar con compost y con humus de lombriz, que adivina qué: también se compran.


Hay plagas, a las que les gustan tus tomates y tus lechugas más que a ti, y que llevan insecticidas que puedes preparar en la casa, pero que también se compran. Tienes que tener en cuenta que como mismo ya no cabes en aquel pantalón que tanto te gustaba, hay plantas que para desarrollarse normalmente necesitan un recipente con el espacio adecuado. Si estás esperando que la semilla de ají cachucha que sembraste en un potecito de helado te vaya dar ese mismo potecito lleno de ají, espera sentado y a la sombra.


Dicho todo esto, te exhorto a sembrar y no te prometo regalarte regadera ninguna, esa te la buscas tú. Te exhorto porque a mí me encanta comer ensalada de lechuga, rúcula y bok choi recién recogidas, con hojas sin una marquita, sin la mínima química de un pesticida y con el plus de haberlas producido yo. Me encanta poder regalarle a alguien un ramito de albahaca genovesa, o de romero. Disfruto preparando salsas picantes fermentando distintos tipos de chile que he ido cosechando. Lavándome muy bien las manos siempre, por supuesto.


Le he dedicado tiempo a esto. Y dinero porque las semillas cuestan, el sustrato cuesta, las macetas y los bancales cuestan. Todo para darme mis gustos que ya enumeré arriba y que están lejísimo de influir en serio en la economía familiar dedicada a la alimentación, y eso que yo tengo agua, y terraza. Cada vez que veo lo de «siembra tu pedacito», me imagino las caras de las gentes que viven en zonas en que se friega con palangana, o donde no se descarga hasta que no orine todo el mundo, y que sus «pedacitos» están destinados a tanques de almacenar agua para poder mal bañarse y cocinar, y eso, durante toda una vida.


Sembrar un pedacito, será lindo de verdad cuando en la esquina tengas las frutas y los vegetales que debías tener, pero te apetezca de vez en cuando que tu hijo se coma un tomate que sembraron y cuidaron en casa. Ahorrar electricidad tendrá sentido cuando haya electricidad que ahorrar, y comer saludable solo será posible cuando tengas garantizado el comer. Hay que trabajar para eso y dejar de una vez por todas lo de esperar por la mata de mamey en el balcón.



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