Sexo
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Sexo
El ruido de las persianas automáticas y la luz del sol que entró de repente por la ventana irrumpieron en su subconsciente obligándola a despertar. Poco a poco tomó conciencia espabilándose del sueño profundo en el que había caído a las tantas de la mañana, cuando llegó a casa después de terminar su cita con Julio.
Su insatisfactoria cita.
Girando sobre sí misma Sara apartó de su cuerpo las sábanas y se quedó mirando al techo, con la mirada perdida, recordando el desastre de la pasada noche ¿Por qué no podía encontrar un hombre que por fin le diera lo que quería, sin más complicaciones? Sabía que lamentarse no le servía de nada, porque además de todo quedaba como una completa quejica. Sole, aunque la comprendía, se había dado por vencida con los hombres mucho antes que ella. Y Marcelo, era un hombre, directamente no la comprendía ¡¿De qué tenía que quejarse?! Cada hombre que la conocía deseaba meterse entre sus sábanas, más específicamente, entre sus piernas ¿qué más podía pedir? En lo que concernía a sus amigos más queridos no había nada que hacer.
Últimamente estaba empezando a sentirse como un bicho raro. Lo podía decir más alto, pero no más claro.
No buscaba romance, no quería flores, no le interesaba una relación duradera, no quería responsabilidades…
Quería ¡SATISFACCIÓN SEXUAL!
Frunciendo el ceño pateó las sábanas enredadas en sus pies y salió de la cama rumbo a la ducha. El calor del verano sureño ya se notaba a esa hora de la mañana y por otro lado necesitaba una ducha. La noche de sexo con Julio dejó en su cuerpo insatisfacción, y remanentes de los que estaba deseando deshacerse. La frescura del agua despejó su mente, aliviando un tanto la tensión que tenía en sus hombros y sus brazos. Haber dormido apenas cuatro horas tampoco ayudaba demasiado. Tenía suerte de que fuera fin de semana o de lo contrario el día en el despacho habría sido un auténtico suplicio.
Después de secarse buscó un pantalón corto tipo short y una camiseta de tirantes. Mientras se vestía escuchó el motor del cortacésped en el patio y recordó que ese fin de semana Pablo tenía previsto arreglar el jardín. Su casa a las afueras de la ciudad costó una pequeña fortuna, pero siendo hija única y perteneciendo a uno de los mejores despachos de abogados de la cuidad era algo que se podía permitir. La casa tenía una parcela de más de mil metros cuadrados, terraza amplia y piscina. A pesar de estar la mayor parte del día fuera de casa para ella era muy importante tener un lugar cómodo y bien cuidado al que regresar después del trabajo. Por ese motivo contrató desde un principio a alguien que se encargaba de las tareas de mantenimiento en el exterior e interior de la casa. Una empleada iba casi todos los días para realizar las tareas del hogar, de ese modo nunca tenía que estar pendiente de nada que pudiera trastocar su horario laboral y sus horas de descanso.
Dirigiéndose a la cocina comenzó a planear el día que tenía por delante. Un café se le antojó delicioso a esa hora de la mañana. Y un zumo. Y unas tostadas con jamón. Con el piloto automático puesto, entró a la cocina y encendió la cafetera. Colocó una pequeña bandeja en la encimera para llevar el desayuno a la terraza, a esas horas aún podía disfrutar del exterior sin que resultara agobiante.
Mientras colocaba las tostadas y el jamón en un plato levantó la vista al frente al sentir movimiento en el exterior. La ventana que daba al costado de la casa era amplia, perfecta para dejar entrar la luz de la mañana. En ese momento Pablo estaba concentrado, cortando el césped sistemáticamente, sin levantar la vista de su trabajo. Vestía unos bermudas y una camiseta de manga corta de color verde caqui que le quedaba pegada al cuerpo. Pablo no llevaba trabajando para ella tanto como Sonia, su empleada doméstica, pero recordaba con claridad la primera impresión que recibió de él el día que lo conoció. Era alto, por lo menos un metro ochenta y cinco, y bastante fornido, con las extremidades largas y fuertes y el torso amplio. Siempre había llevado el pelo oscuro cortado casi al ras del cráneo y sus rasgos afilados y definidos le atribuían una apariencia algo intimidante. Tenía los ojos oscuros enmarcados por unas cejas gruesas que le daban carácter. El día que le entrevistó para el puesto de trabajo estuvo a punto de rechazarlo, nada más por su aspecto, ¿cómo iba a tener un hombre así en su casa? Era un poco intimidante.
Pero al final tomó la decisión adecuada. Pablo resultó ser un hombre tranquilo, confiable. Transmitía seguridad cuando hablaba, incluso con su lenguaje corporal. Sabía lo que hacía. Y tenía una mirada, de esas que expresaban serenidad, y una sonrisa cálida que sorprendía desde la primera vez que la veías. Desde el principio se sintió confiada teniéndole en casa.
Dudó un momento pensando en si interrumpir su trabajo o no, pero finalmente levantó la mano y golpeó el cristal de la ventana con insistencia, intentando llamar su atención. Segundos después Pablo levantó la vista y apagó el cortacésped al verla saludándolo con un gesto. Sara abrió la ventana y se inclinó sobre el alfeizar para hacerse oír.
—¡Buenos días, Pablo!
—Sara, buenos días —Pablo la sonrió mientras limpiaba con su antebrazo el sudor de su frente—. Disculpa el ruido, ¿te he despertado?
—No, ¡qué va! Ya era mi hora.
—Está bien, ya casi estoy terminando con esto.
—De acuerdo —asintió sonriendo—. Oye, voy a desayunar ¿te apetece un café?
—Pues ahora no —rechazó con cortesía—, pero dentro de un rato te acepto la invitación.
—Está bien. Voy a estar desayunando en la terraza —explicó—, cuando termines ven y te tomas uno.
—Hecho. Gracias Sara.
—No es nada.
Sara le hizo un gesto con la mano y cerró la ventana de la cocina para que el calor del exterior no entrara.
Pablo rara vez aceptaba algún tipo de invitación por su parte, no como Sonia, con la que acostumbraba a charla mientras tomaban algo cuando ambas se encontraban en la casa. Le gustaba hablar con la gente que tenía a su alrededor para conocerlos y saber quiénes eran. En ese sentido Pablo era bastante más reservado que Sonia.
Haciendo equilibrios cogió la bandeja llena con su desayuno y una taza extra para el café de Pablo, atravesó la cocina y el salón y salió a la terraza por las amplias puertas francesas. En ese lado de la casa la sombra permanecería unas cuantas horas más por lo que podría disfrutar de algo de frescor con su desayuno.
Despistada como era tuvo que volver a la cocina a por el móvil que había dejado sobre la encimera. Necesitaba hacer un par de llamadas antes de que avanzara demasiado la mañana. Tranquilamente se sirvió su primer café del día, bien cargado y con mucho azúcar, dando un gran sorbo sintió cómo la cafeína hacía su trabajo, despejando su cabeza para poder poner las cosas en perspectiva. ¡Un día más! Como otro cualquiera.
Cuando dio cuenta de la mitad de su desayuno, acabando con los retortijones de hambre en su estómago, buscó su móvil y marcó el número de su compañero en el despacho. Habló con él durante quince minutos sobre los últimos trámites que realizó para uno de sus más importantes clientes. Le resolvió algunas dudas y colgó después de concretar una cita que ambos tendrían con otro cliente el lunes.
Acabó con la otra mitad de su desayuno, repitiendo tostada, sintiéndose satisfecha por fin. Se sirvió otra media taza de café mientras marcaba el número de su amiga Sole.
—¿Ya has desayunado? —soltó a bocajarro Sole nada más descolgar.
—Acabo de terminar ¿por?
—Nada. Te iba a invitar a desayunar en el centro, tengo que hacer cosas por aquí y así me hacías compañía.
—Pues te agradezco que pensaran en mí para entretenerte —Tomó un sorbo de café—, pero me quiero ocupar de unas cosillas que tengo pendientes en casa.
—Ya —gruñó por lo bajo Sole—, además es un poco tarde, en lo que vienes y tal se va la mañana.
—Vente a comer hoy a casa ¿te apetece? —le ofreció.
—¡Ah! ¡Pues vale! —aceptó de inmediato—. Aviso a Mario y listo.
—De acuerdo, te espero entonces —concluyó Sara—. ¿Qué tal tu chico?
—Según él, la vida es horrible.
Sara rio con ganas al escuchar a su amiga.
—¿Qué le pasa ahora?
—Nada hija, la tienda, que parece que solo le da problemas —Sara escuchó el suspiro de su amiga a través de la línea—. Tú ya sabes cómo es. Tiene que tener todo controladísimo, y cuando las cosas no salen como él quiere parece que se le acaba el mundo.
—Ya, bueno, lo entiendo. Tiene muchas cosas encima.
—Sí, ¿qué me vas a contar? ¡Ay! Espera… —Sara escuchó ruidos de roce y crujir de bolsas y tela—. ¡Ya está!
—¿Qué haces? —se rio.
—Nada hija, que casi se me cae el móvil al sentarme en la mesa de la cafetería. ¿Qué te estaba diciendo?
—De Mario, que está muy agobiado.
—¡Agobiado! Que me tiene loca —se quejó Sole—. A ver si cogemos vacaciones pronto porque no damos para más, ni él, ni yo.
—Bueno, ya no os queda nada, mujer.
—Pues sí —se conformó—. ¿Y tú, qué tal? ¿Saliste anoche con Julio?
—Puuuufff ¡ni me hables! —gruñó con disgusto.
—¿Así de mal?
—¡Peor! —exclamó—. A la segunda va la vencida. Amiga, este queda borrado de la agenda definitivamente.
—¿Te volvió a dejar con dos palmos de narices? —se indignó su amiga.
—Tal cual —gruñó.
—¿Y no le dijiste nada?
—¿Tú que crees? —se estaba encendiendo solo de recordarlo—. Vamos a su casa después de cenar, directamente al lío. Nos desnudamos, toqueteo por aquí, toqueteo por allá. Se enfunda el condón, mete, saca, mete, saca, gruñido, gruñido, se corre, me da un beso, y la saca.
A pesar de los intentos de Sole, la risa contenida de su amiga se escucha con claridad a través de la línea.
—¿Y qué hiciste?
—Después de morderme la lengua un momento le digo que no me he corrido y me suelta: espera —poniendo voz de oso gruñón desganado—, que te como el coño.
—¡Joder! —suelta perpleja Sole.
—¡Espera, que te como el coño! —Sara hizo un gesto con la mano, como si hubiera un titular de letras grandes ante sus ojos.
—¡Dios! ¿este es tonto?
—Mira, no sé, pero con las mismas cogí mi ropa, me vestí y ahí le dejé —terminó de explicar Sara—. No pienso dejar que nadie me trate como si me debiera un favor, y menos en este tema.
—¿Qué te pasa con los tíos, amiga?
—¿Me lo preguntas a mí? Porque no tengo ni idea.
—Estás teniendo una racha muy mala.
—¿Tú sabes cuánto hace que no echo un polvo en condiciones? —el enfado iba en aumento solo de pensarlo—. Ya ni me acuerdo ¿Cuándo fue? ¿Cuándo estuve con Leo? ¿Allá, en la prehistoria de mi vida sexual?
—Creo que has entrado en un bucle o una especie de espiral rara de relaciones de mierda.
—¡Qué bucle, ni qué bucle! —enfadada se irguió sentada en la silla, haciendo gestos con la mano libre—. ¿Tan difícil es echar un buen polvo? No pido nada más, en serio. Solo un poco de buen sexo y que no me traten como un agujero adecuado y sin necesidades propias en el que correrse a placer.
Un ruido seco le hizo levantar la vista para encontrarse de lleno con los ojos de Pablo clavados en ella en la distancia.
—¡Joder! —murmuró entre dientes.
—¿Qué pasa? —se extrañó Sole.
—Nada, me he golpeado el brazo sin querer —buscó una excusa.
Estaba segura de que Pablo había escuchado su conversación con claridad desde donde estaba parado, pero aparte del sobresalto inicial no podía importarle menos, que pensara lo que quisiera. No fue la primera en apartar la vista. Le miró hasta que se giró, agachándose para recoger la manguera de jardín. No iba dejarse amilanar ni avergonzarse por nada, todo el mundo practicaba sexo, y ¡ella quería que el suyo fuera bueno!
—¡Pues ya está! —retomó Sole— Damos este capítulo por concluido, y se acabó.
—Eso está más que hecho, en serio —Se recostó de nuevo sobre el respaldo de su silla—. No voy a echar de menos a ese hombre, ¡lo juro!
—Lo bueno es que no eres de las que se apegan.
El comentario práctico de su amiga le hizo reír. Estaba en lo cierto, nunca se había enamorado y tampoco lo buscaba. Se sentía a gusto teniendo la vida que tenía, aunque de un tiempo a esta parte lo referente a las relaciones sexuales cojeara un poco. O mucho.
—¡Dios! Si quisiera buscar un novio te digo que no sabría ni por dónde empezar.
—Ni yo.
La risa que surgió entre ellas ayudó a que el cabreo que aún persistía en Sara se disipara un poco.
—No puedo creer que vaya a decir esto —suspiró—, pero a veces pienso que soy yo la que tengo algún tipo de problema.
—¡Para ahí ahora mismo! —interrumpió Sole— ¿Qué estás diciendo? ¿Qué es lo que estoy escuchando? Esa no eres tú. Tú eres fuerte, eres segura de ti misma, sabes lo que quieres y tienes las cosas muy claras ¡siempre ha sido así! Desde que te conozco. Así que no me vengas con tonterías ¿Qué problema vas a tener? ¿Querer tener una vida sexual plena? ¿No callarte y pedir lo que quieres y necesitas? ¡Venga hombre! No quiero volver a escuchar nada parecido otra vez ¿me oyes?
Por unos segundos solo se escuchó el silencio en la línea telefónica, hasta que Sara habló.
—Esto es por lo que te necesito y te quiero tanto —La sinceridad y el cariño marcaron sus palabras—. Me conoces mejor que nadie. Enseguida sacas el látigo si ves que me compadezco de mi misma demasiado.
—Pues claro —se rio Sole—. Si no lo hago yo, ¿quién lo va a hacer?
—¿Quién? —preguntó retóricamente Sara.
—Mira, ¿por qué no hacemos una cosa? —Se entusiasmó Sole— Esta tarde llamamos a Marcelo y le convencemos para que amplíe un poco el cupo de invitados a su fiesta de mañana. Que traiga a unos cuantos más de sus amigos.
—Puuffff, los amigos de Marce son todos unos estirados.
—Bueno, tienes un poco de razón —concordó—. Entonces le pido permiso para invitar a algún amigo de Mario —dijo refiriéndose a su novio—. Conozco a alguno que creo que te va a gustar.
—Si te digo la verdad no estoy de muchos ánimos para citas a ciegas.
—¡Qué va! ¡qué no! —negó rotunda—. Nada de citas a ciegas, nosotras nos presentamos allí y si te gusta alguien de la fiesta pues a por él. Punto.
—¿Y por qué no lo hablamos a la hora de comer? —propuso— preferiría ir a la cena de Marce y luego salir por ahí a divertirnos un rato. No te enfades, pero no me apetece entablar relaciones ni con amigos de Marce ni de Mario. Ya sabes cómo soy, no todo el mundo me entiende.
—Vale, como quieras —se conformó—. Esta tarde miramos a ver qué hacer.
—Ok, entonces —sonrió satisfecha—. Vente a casa sobre la una y media o las dos, así me da tiempo de preparar algo rico.
—Si quieres voy antes y te ayudo —se ofreció.
—No, no te preocupes, yo me encargo. Tú atiende tus cosas tranquilamente.
—Bueno, como quieras, no insisto.
—Ok. Pues nos vemos luego —se despidió Sara.
—Nos vemos, besos.
—Besos.
Colgó y dejó el móvil sobre la mesa. La cucharilla dentro de su taza de café tintineó. Los restos ya estaban fríos, por lo que se levantó para deshacerse de ellos, se serviría media taza y así completaría la mañana. De vuelta se sentó, pero antes de servirse buscó con la mirada a Pablo. Había estado pendiente de él con su vista periférica durante toda su conversación con Sole. Quizás ahora era buen momento para ese café al que le invitó antes.
—¡Pablo! —le llamó, haciéndole un gesto con la taza en su mano—. ¿Te apetece ahora ese café?
Pablo levantó la cabeza de su tarea al escuchar a Sara llamándole por su nombre. La miró en la distancia y sonrió al verla agitar la taza de café, como tentándole. Miró la hora en su reloj. Había terminado prácticamente todo el trabajo del día. Solo le quedaba recoger los trastos y dejar todo como estaba. Solo de vez en cuando aceptaba las invitaciones de Sara a tomar café, o permitirse el lujo de hablar con ella más que dos o tres frases corteses. Desde el primer momento decidió que tendría que mantener las distancias lo más posible con ella. Porque lo que esa mujer le hacía cuando la tenía cerca era demasiado peligroso para su tranquilidad mental. Decidiendo sobre la marcha, le devolvió el gesto con la mano antes de contestar.
—Dame dos minutos —contestó alzando la voz—. Ve sirviendo si quieres.
Vio la sonrisa y el cabeceo de asentimiento y se la quedó mirando durante un segundo de más cuando notó cómo la larga melena oscura resbalaba desde su hombro para caer cubriendo su pecho. Caminó hacia el grifo del exterior después de haber recogido los trastos a su alrededor. Mientras se lavaba las manos y se aseaba quitándose el polvo de encima, sonrió al recordar las indignadas palabras de Sara mientras hablaba por teléfono. Por lo que sabía y había observado Sara era una persona sincera y desinhibida que no dudaba en decir lo que pensaba, aunque los que tuviera en frente no supieran muy bien dónde meterse después de recibir sus palabras.
Secó sus manos húmedas en los costados de sus pantalones mientras caminaba hacia la terraza. Sara le vio acercarse y sonrió dándole una cálida bienvenida. Se sentía un poco incómodo al estar con la ropa de trabajo, pero en ninguna de las otras ocasiones en las que habían tomado café juntos Sara le dijo algo al respecto o le hizo sentir incómodo.
—Aún no hace demasiado calor —dijo Sara a modo de saludo— pero estoy segura que en nada se pondrá peor ¿seguirás trabajando hasta la hora de comer?
Sara le pasó una taza llena de café con dibujitos divertidos adornándola. Era la que siempre le daba. Le hizo un gesto con la cabeza invitándole a sentarse en la silla frente a ella, pero Pablo prefirió permanecer de pie.
—No, en realidad esta mañana ya no tengo que ir a ningún sitio más —dio un sorbo al café negro sin azúcar y se alegró al comprobar que Sara lo había preparado a su gusto sin tener que recordárselo—. Esta tarde iré a una finca a última hora, cuando baje un poco el calor, y eso será todo por hoy. Llevo en pie desde las cinco de la mañana. Es lo que tiene vivir fuera de la ciudad.
—Ya, son muchas horas de trabajo, sin embargo parece que disfrutas haciendo lo que haces, aunque parece duro.
—Bueno, me gusta trabajar al aire libre, y no me da miedo el trabajo duro. Hay cosas que me gustan más y otras menos, pero supongo que le ocurre lo mismo a todas las personas.
Sara le miraba desde abajo buscando sus ojos mientras charlaban distendidamente de las cosas del día a día. Tener esos ojos castaños centrados en él le hacía hervir la sangre de la mejor manera posible. La voz alegre y suave matizada con toques de terciopelo le hacía cosquillas en los sentidos. Los gestos, la sonrisa de su boca, su cuerpo, del que imaginaba que se acoplaría al suyo con una perfección que haría a ambos jadear de placer.
Estas eran las miles de razones por las que, casi siempre, evitaba pasar más de cinco minutos cerca de esa mujer.
—Entonces ¿tendrás invitados a comer hoy? —demasiado tarde se dio cuenta del tras pies que acababa de cometer. Mencionar la conversación telefónica que había escuchado indiscretamente más temprano ponía sobre la mesa de golpe el asunto.
—Sí, mi amiga Sole vendrá hoy a hacerme compañía.
Pablo cabeceó mirando al suelo, sonriendo de medio lado sin poder evitar sentirse algo culpable y divertido a la vez. Lo que había escucho estaba entre ellos como un gran elefante rosa. No sabía muy bien cómo manejar el asunto, ¿era adecuado disculparse? ¿O debía dejar las cosas como estaban sin mencionarlo siquiera? El pequeño diablillo que susurraba sobre su hombro tomó la decisión por él. Quería ver la reacción de Sara, quería seguir mirándola y charlar con ella. No pudo evitar el cosquilleo de placer que recorrió su piel cuando ella lamió sus labios manchados de café después de un trago. La deseaba. Mucho. No le cabía en la cabeza que aquél hombre, cualquier hombre, se tomara como una obligación no deseada el hecho dar placer a semejante mujer.
Tomó aire y se tiró al vacío.
—Siento haber escuchado antes tu conversación privada —soltó mientras clavaba su mirada en los ojos castaños de Sara—. No fue mi intención ser indiscreto.
La sonrisa de medio lado volvió a sus labios, acompañando las chispas de diversión que salpicaron sus ojos. Por suerte para él Sara captó su humor y alzó una ceja arrogante mientras mordía la comisura de sus labios, aguantando también la sonrisa. El sentido del humor de ella también era sexi.
—No pasa nada, creo que la indiscreta fui yo —explicó—. Lo que ocurre es que hay cosas que no soporto y cuando me enfado no suelo medirme demasiado.
—Bueno, te entiendo. Yo también soy bastante expresivo cuando me enfado —dijo encogiéndose de hombros—. De cualquier manera, algo que no me cabe en la cabeza, es que haya un hombre capaz de tratarte de ese modo —se atrevió a decir—. Y mucho menos que no haya sido el único.
Vio cómo la cara de Sara cambiaba, convirtiéndose en un gesto algo rígido, como si su afirmación tuviera una réplica lógica que él era incapaz de ver. Pero ella se iba a encargar de aclarárselo.
—Pues a mí me sorprende que te sorprenda —contestó ladeando la cabeza, sin apartar sus ojos de él—.
Los hombres –generalmente–, son seres bastante básicos, que después de satisfacer sus necesidades dejan de tener interés por la persona que tienen al lado y se giran dándote la espalda para echar un sueñecito –generalmente–. Las mujeres tenemos que aguantar muchas veces eso, y mucho más. No deberías de extrañarte.
Sara le miró a los ojos desafiante, con una sonrisa retadora en los labios. Pablo supo entonces que ella le estaba midiendo, interesada por saber qué era lo que tenía que decir sobre el asunto. Él lo tenía muy claro.
—Como tú dices –generalmente– puede que ocurran ese tipo de cosas, y es una verdadera lástima, algunos hombres deberían aprender a hacer las cosas mejor, sin embargo no me estaba refiriendo a cualquier mujer, sino a ti —la señaló haciendo un gesto con la barbilla—. Te escucho, y te veo, y eres…demasiado.
Pablo se lanzó a la piscina de lleno, sin acabar de creerse que lo hubiera hecho. Pero antes incluso de abrir la boca para hablar supo que era eso lo que tenía que hacer. Sara le interesaba, y mucho. Por lo que sabía de ella estaba claro que no era una persona que buscara vínculos emocionales demasiado profundos con ningún hombre en una relación, sin embargo estaba dispuesto a arriesgarse para poder conseguir un poco de lo que llevaba deseando tanto tiempo. Sara era especial, y la quería para él. De cualquier forma posible, bajo los términos que ella quisiera.
Sara lamió sus labios con nerviosismos y excitación a partes iguales. Algo estupefacta por lo que acababa de oír, la seriedad y sinceridad en las palabras de Pablo, en sus gestos, le dejó por unos segundos sin nada que decir.
—Demasiado —dijo al fin— ¿Soy demasiado?
La sonrisa se escapó de sus labios llegando hasta sus ojos. Observó a Pablo, erguido delante de ella, con una aparente calma infinita, aún con la taza de café sujeta entre sus dedos, mientras parecía como si estuviera mordiéndose palabras que deseara decirle. Le instó a ello con un gesto.
—¿Qué? —exigió— ¿Qué?
Pablo ladeó la cabeza mirando hacia el jardín mientras intentaba ocultar una sonrisa ladina en sus labios.
—Estoy intentado pensar —comenzó con un ronco susurro—, en cómo decirte lo que quiero sin espantarte, ni parecer demasiado arrogante.
Las brillantes pupilas volvieron a clavarse en ella, provocándole temblores en sitios demasiado inadecuados. O demasiado adecuados, según se mire.
—Ya eres arrogante —soltó Sara sin tapujos—, un poco más no creo que haga mucho daño. Y por si no lo sabes ya, no suelo espantarme con facilidad.
La sonrisa de Pablo fue segura y firme cuando dio un paso hacia ella para inclinarse y dejar la taza sobre la mesa, justo junto a su codo. Un latido caliente palpitó en su vientre al sentir su cercanía. Entonces extendió su mano, agarrando sin titubear su muñeca, instándola en un gesto a que se pusiera de pie frente a él. Cerca, muy cerca, Sara fue capaz de percibir su calor corporal, el perfume suave de algún producto masculino y el tenue olor a sudor fresco que desprendía. Era delicioso.
Sin soltar su suave agarre, extendió la otra mano y, con una cálida pasada de su áspero pulgar, delineo en una caricia la línea de su mandíbula, erizándole la piel de placer puro.
—Puedo darte todo el placer que me pidas —propuso—, solo dilo, pídemelo.
Sara dejó caer los párpados al escuchar las palabras susurradas. La piel de sus labios chispearon al sentir el toque del pulgar que buscaba su suavidad y sin poder evitarlo alzó los ojos buscando la mirada de Pablo y lamió la salada y rasposa superficie con la punta de la lengua.
Y estuvo perdida.
La boca de Pablo se abatió sobre la suya, cubriendo sus labios, invadiendo su cavidad, con caricias húmedas y pellizcos calientes. Se estremeció cuando las amplias palmas de sus manos abarcaron su rostro, enredando los dedos en los mechones de su cabello. Sintiéndose supera por la situación tuvo que apartarse un segundo, al pensar en lo que realmente estaba haciendo. Dando un paso atrás llevó una mano temblorosa hasta sus labios, sintiéndolos hinchados y clientes al tacto. Era magnífico.
—Dime que es esto lo que quieres —La voz de Pablo rugosa y grave.
—No digo que no —intentó aplacarse, manteniendo la cordura—. Pero no sabía que fueras del tipo de mezclar trabajo y placer. Esto puede llegar a ser un gran error.
—Ningún error, hay solución para esto —contestó con seguridad—. De cualquier manera, ahora no estoy trabajando para ti.
El desafío y la determinación se veían claramente dibujados en la mirada firme de Pablo. Sara un era una persona que se dejara llevar fácilmente por arrebatos, pero si encontraba algo lo suficientemente bueno como para arriesgarse, no dudaba en ir a por ello. Y Pablo parecía más que bueno para ella.
Tomada la decisión ya no había marcha atrás. Alzó la barbilla mirando de frente a su futuro amante.
Dime que es esto lo que quieres —repitió de nuevo Pablo, al ver el gesto decidido de Sara.
Una sonrisa repentina iluminó su cara. Sabía que esto iba a ser bueno, y pensaba disfrutarlo lo máximo posible.
—Vamos a ver qué es lo que somos capaces de hacer juntos —propuso, colmada de excitación.
Pablo le devolvió la sonrisa que llegó hasta sus ojos chispeantes y se inclinó hacia ella, con la intención de arrebatarle de nuevo un beso.
—¡Espera! —le detuvo—. Déjame hacer algo.
Pablo se quedó quieto frente a ella, a la expectativa y extendió los brazos a los lados, como ofreciéndose por completo.
Sara se acercó hasta alcanzarle con las manos, colocó las palmas abiertas sobre su torso y arrastró los dedos hacia su cuello para acariciar la piel suave de sus clavículas y el hueco entre ellas. Sintió el pulso acelerado bajo sus dedos, y eso le gustó. Las pulsaciones se hicieron eco en el hueco de su vientre, haciéndola estremecer. Bajó las manos por el pecho y encontró las durezas de los pezones, cosquilleando en sus palmas. Quería lamerlos con su lengua, chuparlos hasta endurecerlos aún más. La respiración pesada de Pablo junto a su oído le indicó con claridad que él deseaba su toque, permaneciendo, por el momento, a la expectativa. No se hizo de rogar. Descendió con su caricia por los costados del cuerpo masculino, buscando la bastilla de la camiseta ajustada al torso.
—Déjame —pidió—, levanta los brazos.
Pablo obedeció al instante, levantando los brazos sin apartar la mirada de cada uno de los movimientos que ella realizaba. Con un gesto fluido, y la ayuda inestimable de Pablo, Sara se deshizo de la prenda, dejando a la vista su magnífico torso.
—Esto es algo que me encanta —afirmó antes de inclinarse más hacia él para rozar los labios sobre la suave pelambre del pecho, que bajaba en una fina línea hasta el ombligo, y más allá.
—Acabo de terminar de trabajar —protestó suavemente Pablo—, probablemente huela a sudor.
—Hules como a gel de baño masculino, sol y sudor fresco —ronroneó Sara, mientras frotaba la mejilla sobre el endurecido pezón a su alcance—, me encanta.
Pablo se rio suavemente, con el aliento temblando entre sus labios al sentir las eróticas caricias de ella en su piel. Su polla estaba dura, marcando su bragueta, exigiendo que hicieran algo con ella. Entonces se sacudió en sus confines cuando Sara deslizó sus manos hacia su espalda, abarcando su torso, y chupó uno de sus pezones, tragándoselo en la boca, succionando y titilando con su lengua la dura protuberancia. Pablo envistió con sus caderas, frotándose contra el cuerpo cálido de Sara, necesitado por el placer que recorría sus terminaciones nerviosas.
—Estás algo ansioso —sonrió hacia él Sara, con los labios húmedos de saliva y sonrosados por sus acciones—. ¿No te gusta que juegue un poco?
La pregunta era prácticamente retórica.
—Sin problema —contestó Pablo acariciando su pelo, retirándolo por encima d sus hombros—, pero yo también quiero jugar.
Utilizó su dedo índice para bordear el escote de la camiseta de Sara. Los pezones duros y gruesos se delineaban con claridad sobre el fresco tejido, dejando claro que n llevaba ropa interior. Los pechos firmes y pesados se estremecieron al sentir la sutil caricia. Sara buscó la mirada de Pablo entre sus pestañas y sonrió a la expectativa, deseando ver lo que él tenía para ella. No esperó demasiado.
Pablo enganchó el dedo índice en el escote de la camiseta y tiró hacia abajo dejando al descubierto el turgente pecho, de areolas hermosas y morenas y pezones gruesos y apetecibles. La carne se contrajo en el acto resaltando aún más a la vista. El dedo pasó por encima del botón, mientras Sara comenzaba a respirar con dificultad, sintiendo el cosquillo recorrerla de arriaba a abajo.
—Siento que sería imposible cansarme alguna vez de esto —elogió Pablo en un susurro, como si estuviera hipnotizado con la imagen ante él.
Entonces, casi con reverencia, Pablo inclinó la cabeza hasta alcanzar el pezón con su boca. La lengua barrió la turgencia erizada, humedeciéndola, haciéndola resbaladiza, antes de meterla con glotonería dentro de su boca. Chupó titilando con la lengua, acariciando con los dientes, succionando con los labios, la jugosidad del pecho de Sara.
El gemido estremecido salió de su boca sin poder evitarlo. La succión quemaba su piel, tirando de su carne hacia el interior, como si Pablo quisiera poseerla de esa manera. Las piernas le temblaron, sintiéndose de repente débil y enfebrecida a la vez. Posó las palmas de sus manos sobre el cráneo rasurado de Pablo, sintiendo la textura sensual del cabella tan corto, estimulando, aún con eso, sus sentidos.
—Necesito más —exigió entre dientes—, necesito más de eso.
Arrastró las puntas de sus dedos entre el pelo corto hasta las orejas de Pablo, acariciando sus lóbulos mientras seguía sintiendo el lujurioso ataque que él estaba perpetrando en sus entrañas.
Apenas sin tiempo a reaccionar, se vio alzada en volandas, las grandes manos de Pablo abarcando sus caderas, instándola a que utilizara sus largas piernas para rodear su torso.
—Quiero una superficie cómoda y horizontal, ya —exigió Pablo, solo el tiempo suficiente antes de engullir de nuevo su pecho, mientras Sara pasaba un brazo sobre los hombros masculinos y con la otra mano se ofrecía a la boca glotona.
—Llévame al salón —pensó en el lugar más cercano—, al sofá.
El amplio mueble era grande, ancho y cómodo. Perfecto.
Pablo la tendió sobre la superficie mullida, llegando hasta allí prácticamente sin ver, con todos los sentidos puestos en ella. Por unos cuantos segundos su tumbó sobre ella, dejándola sentir su peso entre sus piernas, consiguiendo que su sexo se humedeciera aún más, mientras arrebataba de nuevo su boca con un beso devorador.
Apartándose, rompiendo el beso, Pablo habló cosquilleando su aliento sobre sus labios hipersensibles.
—Necesitamos condones —Entre un parpadeo y otro, mientras hacía la contundente declaración, Pabló tiró de la bastilla de su camiseta, deshaciéndose de ella con un solo movimiento. El mismo destino corrió su pantalón corto. Tampoco llevaba bragas.
Totalmente expuesta, estremecida con la mirada que Pablo dedicó cuando barrió su desnudez, centrándose en su sexo húmedo, Sara alzó las manos y pellizcó sus pezones, frotándolos entre sus dedos, mientras gemía por los estremecimientos que recorrían su cuerpo solo de ver lo que provocaba su visión a su amante. La polla de Pablo destacaba contundente entre las piernas de él, haciéndola desear poder tenerla en su boca.
Obnubilada se acordó de responder al reclamo de Pablo.
—En ese baño —señaló por encima del respaldo del sofá—, en el armario debajo del lavabo, tiene que haber alguna caja sin abrir.
Pablo besó dulcemente el hueco debajo de la barbilla de Sara, antes de incorporarse para buscar lo que necesitaban. Sin quitar la vista de encima de ella, desabrochó sus pantalones con una par de movimientos y se deshizo del resto de ropa que tenía encima, quedando expuesto también ante los ojos de Sara.
La polla erguida entre sus piernas brillaba rojiza y húmeda, como si estuviera ansiosa por lo que estaba por venir. Sara dejó escapar un gemido gutural cuando Pablo giró sobre sus talones para buscar los condones, pero antes permitió que viera como sacudía con firmeza su falo, retirando la piel, dejando expuesta la cabeza, una, dos, tres veces.
La sonrisa ladina de Pablo destelló en sus labios, mientras la dejaba durante unos segundos con los ojos brillantes de deseo.
Al perderle de vista Sara bajó su mano acariciando su vientre, buscando su centro húmedo y cremoso. Su clítoris sensible y hambriento se estremeció con la primera caricia. Acostumbrada a hacer las cosas por sí misma, continuó con la caricia, gozando con los espasmos, visualizando la última imagen de Pablo grabada en su retina.
—No necesitas hacer eso por ti misma, yo lo haré por ti.
La voz ronca de Pablo la obligó a volver a sus sentidos, abriendo los ojos, centrándose en el hombre excitado, de pie junto a ella. Con un simple gesto él arrojó el paquete de condones al suelo, a mano para su uso y se arrodilló entre sus muslos, abriéndolos con la amplitud de su cuerpo, ocupándose de exponer por completo su centro. Agarró la mano con la que había estado ocupándose de sí misma, y llevó los dedos hasta su boca, lamiéndolos mientras gemía por el primer gusto salado de sus fluidos.
Sara se estremeció.
—¿Vas a hacer esto por mí? —preguntó Sara mirándole a los ojos.
—Ajá —afirmó Pabló mientras soltaba su mano, y comenzaba a acariciar su vientre y su monte de venus con sus largos dedos—. De momento voy a darte tu primer orgasmo del día.
La carcajada cantarina y sensual le hizo sonreír, complacido al ver los relajada y expuesta que se mostraba Sara ante él.
—Creo que lo has hecho antes, cuando te has comido mis pechos —bromeó Sara—. Me has dejado completamente húmeda.
—Me encanta oír eso —susurró Pablo mientras se inclinaba sobre ella sin apartar su mirada—. Déjame comprobarlo.
Sara se estremeció de nuevo, corcoveando su pelvis al sentir el primer toque directo en su sexo. La humedad cubrió por completo los dedos de Pablo cuando acarició alrededor de su clítoris erecto, apartando sus labios, exponiendo su carne más íntima a sus ojos. Un gemido tembloroso escapó de ella cuando vio el ardor del deseo puro dibujado en el rostro de su amante.
—Entra, penétreme.
No tuvo que pedirlo dos veces.
Pablo utilizó un dedo y luego dos para penetras la cavidad de su cuerpo, despacio siguiendo el ritmo de las respiraciones que hacía, atento a cada una de sus reacciones. Marcó un ritmo in crescendo mientras utilizaba su pulgar para torturar su clítoris. Introdujo un tercer dedo y los movimientos se hicieron más erráticos, la respiración más pesada, la mirada más vidriosa.
Cuando Pablo dio con su punto G estuvo perdida.
Los espasmos sacudieron su cuerpo y buscó cualquier cosa a la que agarrarse mientras gemía su placer desgarrando el aire con sus quejidos. Su vientre palpita, sus muslos temblaban, sacudiéndose por el paroxismo. Pero Pablo aún no había acabado.
Al primer toque de su lengua sobre su clítoris se rompió de nueva. Una segunda ola la recorrió de nuevo, menos intensa, igual de dulce. Y la boca de su amante siguió su tortura sin decaer.
Pablo continuaba acariciando su interior mientras lamía sus labios, si clítoris, comiendo su orgasmo, mientras hacía vibrar su carne con los gemidos que salían de sus labios. Con un gesto limpio abrió sus muslos por completo, obligándola a sujetar sus piernas para mantenerla abierta a sus atenciones.
—Eres deliciosa —afirmó, ronco de placer.
—No pares —Tan solo atinó a contestar Sara.
Centrándose en lograr acometer las oleadas de placer que la recorrían por completo, se sorprendió al notar las caricias de los dedos de Pablo explorando la piel alrededor de su ano.
—¿Has probado alguna vez el sexo anal? —preguntó con la mirada prendida en la de Sara.
—Sí —contestó en medio de un gemido.
—¿Y te gustó? —continuó mientras acariciaba el perineo y la entrada fruncida.
—¿A quién no le gusta cualquier tipo de sexo si se hace bien? —La contestación de Sara salió envuelta en risas, mientras sentía cómo otro orgasmo comenzaba a crecer en sus entrañas.
—Es bueno saber que piensas así —La voz ronca vibró sobre su clítoris—. La próxima vez probaremos eso.
—La próxima vez —susurró Sara, pensando en lo que estaba por venir.
Pablo se inclinó de nuevo sobre ella, expuesta como estaba no tuvo problema en llegar donde quería llegar.
—Vamos —animó—, hazlo otra vez, córrete de nuevo.
Sara obedeció. No tuvo más remedio. La boca de Pablo abarcó casi por completo su vulva, con los labios y la lengua jugueteando sobre su húmeda carne sensible, penetrando con sus dedos una y otra vez, hasta que decidió cambiar de terreno, y ahí fue cuando Sara explotó de nuevo. Los labios de Pablo se movieron hasta su entrada trasera arrastrando copiosa humedad de sus corridas. La lengua se clavó rígida en su centro, forzando la entrada mientras alternaba las caricias de sus dientes sobre la arrugada piel, y las penetraciones en su sexo. Corcoveó sin control asiéndose con fuerza a sus muslos, aguantando la respiración mientras su cuerpo temblaba por el tremendo orgasmo que la dejaba desprovista de control.
Con los ojos cerrados, gimiendo entre dientes, levantó los brazos dejando sus piernas libres, cayendo sobre los costados de Pablo, y pasó sus dedos temblorosos entre su cabello, húmedo por su pasión, sin saber muy bien dónde estaba parada. Sintió a Pablo incorporarse sobre ella. Los brazos rodeándola, la cabeza encajada en el hueco de su cuello, su peso obligándola a abrirse a su envergadura, su polla caliente y húmeda abrasando la piel de su vientre.
Quería más.
—Es tu turno —susurró con voz ronca junto al oído de Pablo mientras mientras acariciaba el pelo corto en su cabeza.
—Es nuestro turno —Pablo giró hacia ella, buscando sus ojos, besando su boca mientras gruñía al sentir a Sara frotándose contra él.
—Ponte un condón y fóllame —ordenó con la mirada cargada de deseo.
Pablo se incorporó, asomándose al costado del sofá en busca de los condones. Arrodillándose entre sus piernas abiertas dejó que Sara le acariciara, abarcando con su mano el ancho diámetro de su miembro. Temblando por sus caricias le pasó el preservativo a ella para que se lo pusiera, después de tener que apartarla cuando Sara se incorporó para lamer e introducirse su capullo en la calidez de su boca.
Estaba seguro que no sería capaz de aguantar una mamada de esa formidable boca.
Cubierto por el látex se sentó sobre el sofá y tiró del brazo de Sara, obligándola a incorporarse sobre sus rodillas.
—Sube —indicó su regazo—, móntame.
Sara obedeció sin chistar, sentándose a horcajadas sobre Pablo.
—Me gusta cómo piensas —elogió entre risas.
Pablo agarró un puñado de su cabello acercándola con su agarre a su boca y la devoró de nuevo con un beso que le robó el aliento. Sara se apartó irguiéndose sobre sus rodillas y buscó entre sus cuerpos la polla erguida de su amante, la acarició un par de veces, sintiéndola potente entre sus dedos y se colocó sobre ella empujando hacia abajo, empalándose sobre la turgente carne.
Ambos aguantaron el aliento al sentir la conexión íntima de sus cuerpos, la calidez y la presión de la estrechez en el cuerpo de Sara.
—Hazlo despacio —susurró Pablo sobre los labios de Sara, mientras compartían el aliento que temblaba en los labios de cada uno—. Te siento estrecha y apretada. Cálida. Perfecta.
—Apenas puedo respirar —Gimió Sara, viéndose reflejada en las pupilas de su amante.
Balanceando las caderas, moviendo su cuerpo arriba y abajo, deslizándose por la longitud que la llenaba, encontró un ritmo que hizo que ambos perdieran el aliento cuando Sara consiguió la penetración completa. Su sexo palpitaba, su clítoris hinchado rozaba contra el vello del Pubis de Pablo con cada una de las acometidas. Las manos de él rodearon su cintura, buscando sus glúteos, amasando la firmeza, ayudándola a mantener el control de sus movimientos. Todo se fue a la mierda cuando Pablo comenzó a juguetear con su entrada trasera.
Los dedos indagadores, humedecidos con los fluidos de sus sexo tantearon su entra, penetrando poco a poco, mientras cada vez sus movimientos se volvían más erráticos. Gimiendo entre dientes clavó sus dedos en los hombros de Pablo cuando sintió que él empezaba a tomar el control que ella estaba perdiendo.
Sujetó con firmeza sus caderas, afianzando los pies en el suelo y comenzó a envestir dentro de ella, martillando una u otra vez sobre su sexo.
Desesperada, ya en el borde Sara gruñó entre dientes.
—¡Pablo! —soltó entre dientes—, ¡hazlo ya! ¡me corro! ¡Hazlo ahora!
Pablo invirtió sus posturas, poniendo de espaldas a Sara sobre el sofá, montó sus caderas, gruñendo mientras sus acometidas se volvían erráticas. Las uñas de Sara surcaron su espalda mientras los espasmos en sus vientre comenzaban a propagarse por todo su cuerpo, apretando su polla, ciñéndole como un puño de hierro.
Sus gemidos guturales se mezclaron con los de Sara mientras ambos se aferraban uno al otro, gozando de su éxtasis final.
Sentado en sobre la alfombra del salón, con la espalda apoyada en el sofá, Pablo disfrutaba de las caricias suaves e hipnotizantes de los dedos de Sara sobre su pelo rasurado.
Ambos permanecían desnudos, mientras se recuperaban de su intensa sesión de sexo. Sara había sido intensa y suave, fuerte y segura. Quería más de ella, no tenía duda.
—Quiero más de esto —dijo categórico.
—Ya somos dos —escuchó la suave contestación de Sara junto a su oído.
Girando un poco la cabeza, buscó sus labios y compartieron un beso profundo y tranquilo que hablaba de lo que estaba por venir.
—Me debes algo —jugueteó Sara cuando separaron sus labios.
—No sé qué podría ser.