Selena

Selena


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—Le he avisado de nuestra llegada, pero aún no hemos concretado nada —respondió la agente que permanecía muy atenta al camino que tomaba el conductor. Jack sacudió la cabeza.

—¡Menuda lianta estás hecha! —Añadió sonriendo a la ventanilla. Durante unos minutos nadie dijo nada. Fue Natalie la que comenzó a hablar.

—He pensado hacer una visita a mis padres en las próximas vacaciones. Podrías aprovechar y acompañarme, estoy segura que tu padre —hizo hincapié en este detalle— estará deseando verte. Hablé con él la semana pasada —comentaba Natalie sin apartar la vista de la carretera.

—¿Con mi padre? —Jack estaba sorprendido. Su padre llevaba varios años fallecido.

Natalie, mientras había estado hablando, había introducido la mano bajo su chaqueta. En un movimiento rápido, colocó el cañón de su pistola en la sien del piloto. El taxista se irguió algo tembloroso.

—Mi nombre es Natalie Davis. Soy agente del FBI —le mostró la placa por el retrovisor—. ¿Sabe qué es esto?

—Su identificación.

—¿Le queda claro que una agente federal le está apuntando con un arma tras identificarse? —El hombre asintió—. Por favor, dígalo en voz alta para que Jack Meyer sea testigo.

—Un agente del FBI me apunta con un arma tras identificarse —repitió el conductor. Jack la observaba detenidamente. Sabía que insistía en ese detalle para guardarse las espaldas frente a Collins, un hueso duro de roer que no dudaría en complicarle la vida. ¿Cuánto tiempo había estado fuera? Nada tenía que ver aquella mujer con la caótica novata que envió a Village Street. Natalie se dispuso a darle indicaciones al taxista.

—Se ha saltado las salidas hacia Manhattan. ¿Hacía donde nos lleva?

—Brooklyn.

—No me importa para quien trabaje, ahora mando yo. Tome la primera a la derecha. Luego la tercera a la derecha y continúe recto hasta que yo le avise. La siguiente a la izquierda, tome la primera salida en la glorieta y la segunda a la derecha—. Natalie los llevó a un parking que estaba a cierta distancia de la carretera— Estacione en un lugar apartado—. El taxista obedeció— Jack, coge las esposas de mi bolso y átalo al volante.

Natalie le indicó con la cabeza que regresara al coche. Jack ocupó el asiento del copiloto y la agente guardó la pistola; él pudo ver cómo le temblaba la mano por el estrés de aquella situación. Natalie había madurado, pero aún le quedaba mucho camino por recorrer.

—¿Para quién trabajas? —preguntó Jack.

—No trabajo para nadie. Por favor, todo esto ha sido un malentendido.

—¿A dónde nos llevabas? —quiso saber Natalie.

—Ya se lo he dicho, a Brooklyn. Un hombre me pagó en el aeropuerto para que los llevara.

—¿A qué lugar?

—A la vieja central eléctrica.

—¿Y luego?

—¡Nada! Mi trabajo era llevarles hasta allí.

—¿No pensaste que nos daríamos cuenta o trataríamos de dar la vuelta? —añadió Jack.

—El tipo me dijo que os dijera que Calvin estaría esperándonos.

—¿Has dicho Calvin? —Natalie no podía creerlo. Le hizo una seña a Jack para tratar el tema lejos del conductor; ambos salieron del taxi y se alejaron unos pasos.

—¿Qué quieres hacer? —preguntó Jack; sabía que era más sensato dejarla decidir que imponerle la solución que él creía debían seguir, no quería repetir errores del pasado y menos cuando volvían a ser amigos.

—Sé lo que tú harías, pero… —Natalie no quería avisar a Coleman y que el detective enviara a varios de sus agentes a la vieja central mientras ellos acompañaban al taxista a comisaría para que hiciera un retrato robot.

—Solo iré a la vieja central —Jack parecía leer sus pensamientos —si antes de merodear por la zona, llamamos a Coleman. ¿Trato? —le tendió la mano para sellar el pacto. Natalie dudó; al menos contaría con algo de tiempo para husmear sin que el detective apareciera.

—Trato.

Capítulo XVI

Tras interrogar al taxista y asegurarles que no había podido verle la cara al tipo que le había pagado porque se había ocultado bajo una calada gorra azul, los llevó al lugar de destino. Jack había viajado en el asiento del copiloto y le había colocado las esposas de manera que pudiera conducir, pero no huir del coche. Natalie permanecía en silencio, observando con atención el trayecto que tomaban, pues no tenía intención de dejarse engañar. El auto se detuvo frente a la vieja central, una ruinosa nave que ocupaba un rincón de Brooklyn; uno de los muchos edificios abandonados con los que cuenta Nueva York y a los que nadie presta atención.

—¿Se supone que aquí nos esperaba ese Calvin? —quiso asegurarse Natalie.

—Lo que les he contado es todo lo que sé.

—Nat, creo que nos la han jugado —concluyó Jack tratando de no recriminarle el no haber ido directamente a comisaría. Ella mantenía la vista fija en el edificio, su amigo parecía tener razón y quedar en evidencia delante de él, la torturaba. Abrió la puerta y saltó de vehículo.

—Hicimos un trato. Llama a Coleman —sugirió corriendo hacia la central.

—¡Nat! ¡Espera! No vayas sola, ¡Nat! ¡Mierda! —maldijo golpeando el salpicadero.

—No creo que sean de las que obedecen — se burló el conductor. Jack lo fulminó con la mirada mientras trataba de ponerse en contacto con el detective.

Natalie bordeó la nave, pues la puerta principal estaba bloqueada. Por más que buscaba, no encontraba ningún acceso libre; solo basura, cristales rotos y suciedad. A punto estaba de desistir, pero algo llamó su atención, un bidón estaba colocado estratégicamente para acceder a una ventana. Natalie no lo pensó dos veces, se impulsó con ayuda de sus brazos hasta poder ponerse de pie y repitió la acción para encaramarse a la pared y colarse en el interior por el primer piso. Ya dentro, se descubrió sobre una plataforma metálica, poco estable, de la que decidió bajar antes que su peso hiciera que se desplomase. La nave era un enorme espacio abierto y desalojado. Aún era de noche y la única claridad que entraba en el lugar era la luz de la luna llena que ondeaba en el cielo aquella noche. Si Calvin o cualquier otra persona hubiera estado allí, Natalie la hubiera visto; pues no había ni un solo lugar donde esconderse. Se sintió estúpida por haber arrastrado a Jack hasta allí y decidió regresar con él. La inestabilidad de la escalera metálica la decidió por probar con la puerta o uno de las ventanas laterales, entonces lo vio. En uno de los pilares que sostenía toda aquella construcción, la esperaba algo; un sobre con su nombre. Natalie no esperó un segundo en hacerse con su contenido. Un escueto mensaje la desconcertó: "Game Over".

Un sonido seco hizo que la puerta se abriera de par en par dejando a la vista a Coleman.

—¿Davis? —La llamó por su apellido como entre compañeros tenían costumbre —¿Estás bien? ¿Algún rastro de ese Calvin? —Natalie le dio la nota—. ¿Qué crees que significa?

—No estoy muy segura... —se limitó a decir. Jack se había unido a ellos mientras dos agente de policía tomaban declaración al taxista y había leído la nota por encima del hombro de Coleman.

—Está muy claro —los dos le miraron confundidos ante la obviedad que solo él parecía captar—. Él te metió en el juego y él te está sacando—. Coleman asintió corroborando la teoría.

—A partir de ahora, nada de hacerte la heroína. No hay duda de que tenías razón, ese Calvin se la jugó a Kelly Johnson.

***

Tras varias horas infructuosas, uno de los agentes de policía llevó a Natalie y a Jack a casa de ella. Natalie viajaba en silencio, sin apartar de su vista aquella nota que encerraba un claro ultimátum.

Phil les abrió la puerta del edificio y no fue hasta entonces que fue consciente que había llegado a su apartamento.

—Buenas noches. ¿A cuántos tipos has detenido hoy? —Preguntó cómo cada día que se encontraban.

—No a los suficientes —respondió ella abatida; para luego darle un fuerte abrazo—. ¿No deberías estar en el hospital?

—Me encuentro perfectamente y el sobrino del dueño casi pone esto patas arriba. Varios inquilinos se han quejado, ha roto una ventana y olvidó sacar la basura y se ha llenado todo de bichos. Julius Thompson, el vecino del cuarto piso, fue a visitarme y me puso al día, tuve que venir antes de que empeorara más la situación.

—Solo espero que te lo tomes con calma para que no me des más sustos.

—No te preocupes. Hola, señor Meyer—saludó reparando por primera vez en el acompañante de Natalie—. Me alegra volver a verlo—. Natalie posó sus ojos intermitentemente en uno y otro sin entender el comentario de su anciano amigo. Jack sonreía, no tenía intención de confesar que se había colado en su apartamento cuando ella viajó a Vermont.

—Lo mismo digo. Natalie tiene suerte de tenerlo a usted por aquí. ¡Qué descanse! —concluyó Jack arrastrando a Natalie hacia el ascensor.

—¡Espere! Han dejado algo para Natalie—. La pareja se detuvo extrañada. Phil le tendió una caja llena de documentos—. La trajo una chica alta y morena, muy guapa. Creo que se llama Olivia… —Los ojos de Natalie brillaron; podrían revisar cada detalle del caso para tratar de encontrar una pista que los llevara hasta Calvin.

—¡Gracias Phil!

Natalie no quería perder ni un segundo y de inmediato se escabulló por el ascensor. Dentro del habitáculo, sucumbió a la curiosidad.

—No sabía que conocías a Phil. Juraría que es la primera vez que vienes a mi apartamento... —Jack cambió de tema sutilmente.

—Al menos has abierto la boca. Desde que conseguiste esa nota has estado muy callada. No me gusta que Olivia se haya arriesgado tanto, pero al menos podremos repasar todos los datos. ¿Cuál será nuestro próximo paso?

—Le he pedido a Coleman que investigara a Kelly y tratara de averiguar si hay alguna relación con un tal Calvin, ya sea con ella o con alguna de las víctimas. Aunque estoy segura que es un seudónimo, prefiero no descartar nada—. Natalie lo invitó a pasar a su apartamento.

La puerta daba inmediatamente paso a una sala de estar muy amplia y de forma rectangular coronada por dos grandes ventanales sin cortinas. Un sofá de tres plazas de color gris con unos cojines de distintos colores muy llamativos, presidían la sala; junto a este, una mesa auxiliar y una estantería delimitaban el espacio. A la derecha estaba su habitación y el baño, y a la izquierda una minúscula cocina, con electrodomésticos de acero, que contaba con una ventana empotrada en la pared que comunicaba a la zona de la sala, donde había una mesa de madera con tapa de vidrio y asientos a juego. El suelo era de parqué macizo de nogal y las paredes pintadas de un blanco impoluto otorgaban calidez y confort. Jack fingió que era una novedad para él.

—Muy bonito. ¿Esos somos nosotros? —dijo señalando una foto. En la pared sur, a su derecha, había varias fotos colgadas de Natalie y sus hermanos; con sus padres; con su equipo del FBI tomando unas copas en el bar donde siempre acudían los viernes… Y la que llamaba más su atención; una foto de Natalie y él justo antes de entrar en la academia; era un primer plano de ambos, ella lo rodeaba por el cuello y le besaba en la mejilla sin dejar de mirar a la cámara mientras él mantenía una media sonrisa aparentemente indiferente. Natalie se sonrojó mientras sacaba los informes de la caja y lo esparcía por la mesa. Jack ayudó con la carga y se acomodaron en la mesa.

—Son copias de todos los informes y documentos del caso Selena.

—Oye, no hemos dormido nada y ya está amaneciendo. ¿Por qué no descansamos unas horas antes de ponernos a estudiar el caso detenidamente? —. Natalie bostezó.

—Está bien. Te traeré una almohada y mantas para que duermas en el sofá.

—¿El sofá? Pensé que ibas a dejarme que durmiera contigo... —sugirió con una pícara sonrisa.

—No tientes a tu suerte, Meyer —rio divertida abandonando la sala.

Capítulo XVII

El olor a café recién hecho despertó a Jack unas horas después. Natalie había preparado el desayuno y, mientras mordisqueaba una tostada untada en mantequilla, terminaba de colocar la última polaroid encontrada en la habitación del motel donde se hospedaba Kelly; había usado una de sus paredes de mural y se recreaba la vista satisfecha de su trabajo. Jack, despeinado y sin camiseta, se colocó junto a ella. A penas podía abrir los ojos, debido al cansancio.

—¿Y los post-it? —Preguntó con voz ronca, conocedor de la manía de su amiga por usar esas pequeñas tarjetas amarillas para meterse en la mente del asesino. Natalie señaló a la mesa que tenían a su espalda donde el bloc de notas aguardaba.

—Aún me queda mucho por hacer —dijo sirviéndole una taza de café.

—Deja que me espabile y nos ponemos a ello.

—Lo siento, pero tú tienes otra misión —esas fueron las palabras mágicas para que Jack volviera a la vida.

—¿Qué se te ha ocurrido ahora?

—Coleman te espera dentro de una hora en comisaría para que te entrevistes con los padres de Kelly. Luego tienes que visitar al exmarido, es el único superviviente que puede contarnos algo hasta que el periodista se recupere y quién mejor conocía a Kelly, a parte de sus padres.

—¿Y...? —Jack quería saber qué pensaba hacer ella, temía que intentara contactar con Calvin y se pusiera en peligro.

—Yo tengo que revisar todo el material y no puedo hacer ciertas preguntas sin mostrar mi placa, pero tú...

—Soy un investigador privado —añadió Jack con una mueca. A continuación, la rodeó con el brazo por los hombros—. Cuando todo esto acabe, tú y yo tenemos que tener una conversación bastante seria —le recordó con una media sonrisa. Natalie le miró boquiabierta, no tenía muy claro si se estaba burlando de ella o se refería a la temida charla sobre su relación; optó por desviar el tema.

—Ve a vestirte antes de que sea tarde. Ya habrá tiempo de hablar cuando atrapemos a ese maldito sociópata—. Jack asintió, no muy conforme, y en dirección al baño insistió.

—No pienso olvidar el tema; te guste o no —concluyó sacándole la lengua y desapareciendo de su vista.

Natalie se dedicó a ordenar toda la documentación mientras Jack paseaba por el apartamento. Una vez sin compañía, apartó algunos cuadros que ocupaban la pared que usaría para disponer toda la información con la que contaba.

Víctima n1. Steve Eddison. Profesor de natación. Ahogamiento.

Víctima n2. Liam Ellis. Químico. Intoxicación química.

Víctima n3. Nick Austin. Adicto. Corte en las muñecas.

Víctima n4. Edgar Malone. Camarero. Corte en el cuello.

Víctima n5. Elías Wilder. Periodista. Apuñalamiento.

Víctima n6. Greg Sullivan. Exmarido. Retenido y amordazado.

Natalie se detuvo y golpeó rítmicamente con la cabeza del bolígrafo en sus labios tratando de decidirse.

Víctima n7. Kelly Johnson. Incinerada.

—¿Y ahora qué? —inspiró y expiró con la esperanza de activar su sentidos—. ¿Qué puntos sigo sin conocer? —Tomó su bloc de notas y revisando el mural de polaroids inició una nueva lista, y una conversación consigo misma en voz alta—. El escenario del instituto es un callejón sin salida. La única persona que podía decirme algo está muerta. ¿O tal vez no? Si alguien ha encerado el suelo de la piscina, significa que ha estado trasteando con los utensilios de limpieza y quizás con un poco de suerte alguna huella—sacudió la cabeza—. Natalie, no te hagas ilusiones; estás ante un tipo muy inteligente. Eso me lleva al laboratorio. El asesino inhabilitó las cámaras, pero ¿cómo pasó al guardia de seguridad? Para no verlo debería estar ciego, fuera de su puesto o... ¡Adormilado! Tanto como la tercera víctima gracias a la Marihuana. En este punto se volvió más violento, se dejó de sutilezas y comenzó a derramar sangre. ¿Qué había sucedido para que se produjera ese cambio? —La agente guardó unos minutos de silencio—¡Nadie parecía preocuparse de las muertes! Calvin necesitaba hacer ruido para dirigir todas las miradas hacia Kelly y convertirla, a ojos de la ley, en una desquiciada capaz de todo—. De ahí, pasó al camarero y al periodista—. Debo hablar de nuevo con Louis, el marido, para saber por qué aún no ha contactado conmigo para poder visitarlo. Y por último el exmarido, una muerte que fue evitada de manera fortuita—. Natalie golpeó el aire con el puño para aliviar su frustración. Había basado toda la investigación en la búsqueda de una mujer inocente y... —¡Ahí está la clave! —Debía buscar un hombre. Tomó la lupa y minuciosamente revisó cada foto, cada contexto, cada... Natalie se detuvo, no podía creerlo. En todas ellas un mismo detalle se repetía, un hombre con una calada gorra azul merodeando alrededor de las víctimas. Ahí estaba la razón de que Kelly los fotografiara; conocía al culpable y lo seguía con la intención de detenerlo—. ¡Ahora todo encaja! —Exclamó golpeando su frente. Rebuscó entre los papeles y halló la transcripción de los mensajes encontrados, contextualizados ya no eran mensajes de amenaza.

“Nick, ¿dónde demonios estás? Necesito que me digas algo”.

“Te dejé muy claro lo que debías hacer. Por tu bien, espero que no lo hayas olvidado”.

“Si no me llamas dentro de una hora, será tu fin”.

—Kelly fue aquella noche a advertirle que Calvin podía hacerle daño y a la mañana siguiente se presentó para comprobar que estuviera bien. Por eso, tenía sentido que el asesino atacara a Phil y cortara la luz; debía seguir de incógnito porque nunca lo habíamos visto.

Natalie se llevó la mano al pecho para recobrar el aliento. Repasó el block de notas en busca de más incógnitas sin resolver. Encontró la palabra “vómito” y “pisadas de sangre” junto a un gran interrogante. Con un poco de suerte Jessica las habría procesado. De nuevo removió los documentos de la mesa y allí estaba el informe. El ADN coincidía con el de una mujer que había cenado comida china. El incendio del coche le impedía ojear su interior por si había resto de tickets o alguna pista con la que poder hilar cada uno de los pasos de Kelly. De las pisadas, se sabía que era un 41 europeo, botas de goma ancha como las de punta de acero que usan en fábricas, y que no coincidían con nadie del entorno; por tanto debían ser del asesino. Natalie estaba entusiasmada, aún estaba lejos de saber quién se escondía tras el nombre de Calvin, pero había avanzado mucho.

Ahora debía visitar el instituto, localizar al periodista y hacer que todas las piezas encajasen. Solo esperaba que Jack estuviera teniendo tanta suerte como ella.

***

Jack se había duchado y afeitado en casa de Natalie, había tomado un buen desayuno y vestido como solía hacer en el FBI. Pantalón oscuro, camisa, y zapatos de salón. Cruzó las puertas de la comisaría algo nervioso; no tenía miedo al trabajo, pero sí a no desenvolverse correctamente ante aquella nueva situación. Un tipo delgado pero fibroso, vestido con jeans y camiseta ajustada, salió a su encuentro.

—Debes ser el agente Meyer— afirmó Coleman.

—Bueno, ya solo soy Jack.

—Es cierto, disculpa —el detective carraspeó avergonzado—. Mi nombre es James Coleman— se dieron la mano—. Los padres de Kelly Johnson aún no han llegado. Vayamos a la sala a esperarlos, mientras, charlaremos; hay algunas cosas que quiero compartir contigo—. Jack asintió y lo siguió.

Era una habitación habilitada para tratar con familiares y colaboradores. Las paredes eran de un color gris perla apagado que unido con el mobiliario de finales de los 90s otorgaban al lugar un aire tétrico. Si esa sala era para los familiares de las víctimas, no quería ni imaginar cómo sería la sala de interrogatorios. Coleman pareció leer su mente.

—Supongo que no es a lo que estás acostumbrado, pero ya sabes cómo es el presupuesto —añadió entre dientes. Ambos tomaron asiento.

—¿Qué es lo que querías comentarme?

—La agente Davis.

—¿Qué sucede con Natalie?

—Me preocupa que su intervención en el caso lo estropee, no solo porque puede exponerse a que el asesino vaya tras ella; también porque puede estropear nuestra investigación —soltó sin rodeos. Jack no podía creer que ese tipo, una imitación de Bradley Cooper, quisiera apartar del caso a Natalie siendo ella la responsable de haberlos puesto de nuevo en el tablero de juego—. Además, ¿la has visto bien? —Coleman continuó con sus argumentos—. Un bombón como ese no puede ser muy inteligente. Dime una sola tía que sea guapa e inteligente. Encima, cree saberlo todo. ¡Pero si hasta hace tres días era una novata que no sabía ni atarse los cordones! Jack, los hombres nos entendemos mejor entre nosotros. Estaremos bien solos—. Jack no pensaba dejar las cosas así.

—La agente Davis está sobradamente cualificada, si atrapáis a ese tipo será gracias a ella. Había oído que tenías problemas con el FBI, pero nunca pensé que tu ego fuera más grande que tu cabeza. Supongo que es para compensar el vacío que te queda en la entrepierna—Coleman se quedó mirándolo perplejo para, a continuación, romper en una carcajada.

—¡Lo siento, chicos! ¡No he podido aguantar! —gritó al aire. Varios compañeros se asomaron a la puerta—Tranquilo, Jack, era nuestra forma de darte la bienvenida.

—Has tenido suerte. A mí me encerraron en la morgue —añadió una de las agentes.

—Coleman, te dije que me dejaras a mí. ¡Joder! ¿Y ahora qué hago con esto? —dijo mostrando una caja con un dedo amputado.

—Dáselo a Ginés —uno de los informáticos— ese tío se lo traga todo —añadió bromeando con su sobrepeso—. Es de caramelo, no temas —le explicó a Jack; pero él no entendía nada. ¿Se suponía que todo aquello era parte de una broma? ¿Una novatada para darle la bienvenida al grupo?

—Espero que no te hayas enfadado. Aquí tenemos la costumbre de torturar a los nuevos. Es nuestro ritual para incluirlos en la familia—. Jack miraba a todos con una estúpida sonrisa dibujada en su cara. Todos permanecían expectantes a que dijera algo. Jack se puso de pie, le arrebató la caja al agente, tomó el dedo y se lo metió en la boca.

—Creo que ese Ginés tendrá que buscarse otro dedo que roer —todos rieron con la broma y regresaron a sus puestos.

—Vamos, Jack, sígueme —ordenó Coleman.

—¿A dónde?

—¿De verdad creías que este cuchitril era la sala de familiares? —Jack se encogió de hombros y lo acompañó a una sala con gran similitud a la del FBI, aunque más modesta.

Diez minutos después los padres de Kelly Johnson se unieron a ellos.

—Siento mucho la pérdida de su hija —dijo Jack.

—Aún no podemos creerlo —dijo el señor Johnson— veníamos para llevarla con nosotros a casa y ahora...

—Sé que es muy duro, pero estarán conmigo en que debemos honrar su memoria y no dejar que el responsable quede impune —explicó Coleman.

—Esa es la única razón de que hayamos accedido hablar con ustedes.

—Y se lo agradecemos —incidió Jack ofreciéndoles un poco de agua a la pareja.

—Me gustaría hacerles algunas preguntas. Por ejemplo, ¿cómo afrontó su separación?

—Kelly era una niña adorable. Su matrimonio fue una auténtica pesadilla que casi la consume, pero cuando finalmente esa rata fue a prisión, Kelly volvió a resurgir. Recuperó su apellido de soltera, pasó una temporada viviendo con nosotros, mientras duró la terapia, y luego retomó su vida —explicó la señora Johnson.

—¿Saben de alguien que quisiera hacerle daño?

—Solo hay un nombre. Esa basura de Greg. Kelly nos llamó en cuanto supo que estaba fuera.

—¿Se refiere a su exmarido? —preguntó Coleman. La pareja asintió.

—Kelly sufrió un ataque de ansiedad y tuvimos que hospitalizarla.

—Al marido lo atacaron y si los federales no hubiesen llegado a tiempo, hubiera sido una víctima más—. La pareja se miró.

—¿Qué sucede?

—Hay alguien más.

—Bueno, no estamos seguros, pero Kelly tuvo problemas con este chico.

— Se llama Nelson Carter. Acudió con Kelly a la terapia y se obsesionó con ella, hasta tal punto que la psicóloga remitió al chico a otro centro.

—Está bien. Lo investigaremos. Creo que con eso será suficiente, por el momento.

—Hagan lo que tengan que hacer, pero por favor, limpien el nombre de nuestra hija.

—No duden que haremos todo lo que esté en nuestras manos.

Capítulo XVIII

Natalie se vistió dispuesta a hacer su particular visita. Llevaba su pequeño maletín de pruebas, pero era consciente que no podía acudir sola; pues no era una visita oficial. Cuando llegó al instituto, Coleman la esperaba apoyado en el capó de su coche.

—Me alegro que me llamaras —confesó el detective.

—No busco medallas, ya te lo dije. Además, estando suspendida, tú eres mi pase a casi cualquier escenario.

—¿Casi? —Por primera vez le sonrió a Natalie, ya no la consideraba una amenaza.

—¿No creerás que voy a pedirte permiso a cada paso que dé? —añadió continuando su camino al interior y recogiendo su pelo en una cola alta. Coleman la observó unos segundos antes de seguirla, pensando en lo peculiar que era aquella mujer; algo que la hacía encantadora.

El director dio la bienvenida a Coleman con un efusivo saludo confirmando la historia de que eran amigos.

—Dime, James, ¿qué te trae por aquí de nuevo? Creí que el FBI ya lo había solucionado.

—Esos gallitos de corral... Nada más que son fachada. Hay algunos hilos sueltos que tenemos que cerrar—. Natalie permanecía sentada junto a Coleman como si de un espectador ajeno se tratara—. ¿Te importa si hablamos con el encargado de mantenimiento y echamos un vistazo al armario de la limpieza?

—Siempre que seas discreto, no tengo ningún problema. Ya sabes cómo son esos ricachones, si llega a oídos de algún padre que la policía sigue por aquí, pondrán el grito en el cielo.

—No te preocupes —se volvieron a dar la mano a modo de despedida y abandonó la oficina seguido muy de cerca de Natalie; al pasar por delante de la mesa de la secretaria, los detuvo.

—Agente Davis, ¿siguen investigando el caso?

—Sí, así es.

—Entonces, quizás le interese esto —la secretaria rebuscó entre sus papeles para acabar encontrando lo que buscaba al final del tercer cajón de su mesa—. ¿Recuerda el nombre que me hizo buscar?

—Sí, Calvin. Me dijo que no había nadie con ese nombre.

—Cierto, no hay ningún alumno ni padre de alumno; pero casualmente encontré esto el otro día—. Le dio una nota. Natalie abrió los ojos como platos y se la mostró a Coleman—. Son los datos de su ficha —aclaró la secretaria.

—¿Dónde está ahora?

—Hoy es miércoles, debe estar cortando el césped del campo de fútbol.

Coleman y Natalie acordaron que ella revisaría el cuarto de mantenimiento y el detective hablaría con el sospechoso, ya que conocía a Natalie.

Natalie revisó con la mirada el cuarto de la limpieza para ubicarse. Era una habitación de forma cuadrada bastante amplia. En la pared derecha y en la izquierda, una estantería ocupaba ambos espacios; en una guardaban los productos de limpieza y en la otra material escolar. Justo en la pared de enfrente, dos puertas de color verde, formaban la entrada por donde Mauro introducía o sacaba la cortadora de césped; como las marcas en el suelo reflejaban. En la esquina superior derecha, casi oculto por los productos de limpieza, había una taquilla que supuso sería donde Mauro guardaba sus pertenencias. No tenía una orden para hurgar en ella, así que optó por echar una ojeada a cada rincón y buscar el bote de cera. Lo halló en la última balda, escondido tras varias botellas de friegasuelos. Pasó un poco de polvos por la superficie, quitó el exceso con una brocha y se vislumbró una huella parcial que Natalie registró.

A su espalda la puerta se cerró de golpe y pudo oír como echaban la llave. Natalie guardó la pista en su maletín y comenzó a golpear la puerta; se detuvo en cuanto vio que se colaba bajo ella algo de humo. Natalie reanudó los golpes con más fuerza, mientras gritaba pidiendo socorro.

Coleman encontró a Mauro subido en la cortadora. En cuanto, lo vio, lo reconoció y paró el motor. Coleman se limitó a mostrar su placa y en un acto instintivo, Mauro saltó de la máquina y huyó. El agente comenzó una persecución por el campo de juego, saltó la alambrada que bordeaba la zona, llegó al parking de los profesores que separaba el centro de la calle y vio como Mauro se aproximaba a la carretera.

Natalie comenzaba a asfixiarse con el humo, la garganta se le secaba y tosía. No iba a morir, no sin haber metido antes entre rejas a esa escoria de Calvin. Buscó entre sus cosas un alambre rígido al que doblar la punta en forma de garfio para usar de ganzúa y abrir la cerradura de las puertas que daban al exterior; optó por una pinza alargada y deseó con todas sus fuerzas que aquello funcionara. Los ojos le escocían y la garganta comenzaba a secársele, por más que lo intentaba no lograba que la cerradura cediera.

Coleman pisaba los talones de Mauro, quien se había arriesgado a cruzar entre los vehículos para escapar del agente. El tiempo se detuvo por un segundo. Un coche se dirigía toda velocidad hacia el fugitivo.

Natalie trataba de mantener la calma mientras giraba una y otra vez la muñeca con la intención de liberarse. Un nuevo intento y por fin oyó un “click”, signo de que solo tenía que girar el pomo para escapar. La agente abandonó la habitación e inspiró con fuerza el aire limpio. Trataba de recuperarse cuando a lo lejos vio a Coleman detenido en la acera y Mauro en medio de la carretera. El tiempo se detuvo. Acto seguido un coche a toda velocidad levantó por los aires al bedel cayendo contra el suelo y quedando inmóvil. Natalie acudió de inmediato tratando de reanimarlo, mientras Coleman llamaba a una ambulancia.

Con el pulso débil y la respiración asistida, el hombre que habían perseguido entraba por urgencias custodiado por Natalie y Coleman; a quienes obligaron a permanecer en la sala de esperas.

—¡Qué mala suerte! —Se quejó Coleman. Natalie lo oía con la vista perdida—. Por fin encontramos a alguien que puede decirnos algo de ese psicópata y nuestra fuente acaba en el hospital. ¿Quién hubiera imaginado que lo teníamos tan cerca? —Coleman no dejaba de releer el post-it: "S.Calvin número de la seguridad social: XXXXX. Horas a pagar: XXXXX. Sustitución de Mauro Ramírez. Persona de contacto Mauro Ramírez".

—Iba demasiado rápido —se atrevió a hablar Natalie.

—¿A qué te refieres?

—Es una zona escolar, el coche que ha atropellado a Mauro debía ir al doble de lo permitido y no paró.

—Es más habitual de lo que nos gustaría, pero suele pasar—. Natalie no estaba conforme. El médico les interrumpió.

—Lo siento mucho, agentes. Hemos hecho todo lo que hemos podido, pero ha sido imposible salvarlo —dijo conciso.

Tras unas llamadas y algún papeleo, se encaminaron al aparcamiento.

—¿Ahora a dónde vamos? ¿Todavía quieres regresar al instituto? ¿Me oyes? —Insistió Coleman cuando la vio paralizada junto al auto, con un ligero temblor de manos—. ¿Te encuentras bien? —Coleman siguió la mirada de Natalie. En su parabrisas, una nueva nota les esperaba. El detective se hizo con ella y leyó en voz alta.

"Te lo advertí".

El pecho de Natalie subía y bajaba tan rápido que su cuerpo no era capaz de reaccionar ante el exceso de oxígeno, comenzó a sentirse mareada; no tenía valor para confesarle a Coleman que habían intentado acabar con ella. Se llevó la mano a la boca, dio unos pasos y entre dos coches, vomitó. Cerró los ojos y se obligó a respirar más despacio para que su pulso retomara el ritmo habitual y el estómago no volviera a revolvérsele. Las imágenes comenzaron a sucederse en su mente. Calvin con una calada gorra azul, un mono marrón, botas negras de goma ancha y puntera de acero. Calvin encerando el suelo y golpeando al profesor de natación. Calvin colándose en el laboratorio y cambiando los productos químicos. Calvin pasando el filo acero por las muñecas del adicto, hundiéndolo en la garganta del camarero, atravesando el pecho del periodista y... El timbrar de su teléfono la obligó a regresar, pero su estómago tenía preferencia. Tras vomitar de nuevo y recomponerse, atendió el teléfono.

—Louis, ¿va todo bien? —Preguntó al marido del periodista—. ¡Cuánto me alegro! En seguida vamos hacia allí—. Colgó—. ¡Coleman! Buenas noticias. El periodista ha despertado y asegura que puede hacer un retrato robot.

***

Coleman y Jack habían separado sus pasos; mientras el primero ayudaba a Natalie, el segundo había continuado con su segundo objetivo: visitar a Greg Sullivan.

Jack no podía creer que Greg viviera en una de las zonas más caras de Manhattan. Según había leído en su ficha, no solo lo habían condenado por violencia doméstica también por homicidio. Las costas de los juicios, el recurso que había presentado y perdido, el sueldo de su abogado y la indemnización a su exmujer le habían dejado sin blanca. Jack llamó a la puerta, oyó algunos pasos al otro lado, así que decidió presentarse.

—¿Greg Sullivan? Soy Jack Meyer, vengo en nombre del departamento de policía. He venido a hacerle algunas preguntas. Sé que está ahí dentro. ¿Señor Sullivan? —La puerta se abrió lentamente, un rostro blanquecino y ojeroso le dio la bienvenida.

—Hola, agente —dijo con un hilo de voz.

—Soy asesor externo —le corrigió—. ¿Puedo pasar? —El hombre no contestó, se limitó a abrir la puerta completamente y a dejarle el paso libre. Jack lo siguió hasta un salón del tamaño de todo su antiguo apartamento; lo que le recordó que cuando acabara de ayudar a Natalie, tenía que buscar un sitio donde vivir.

La habitación estaba en penumbra, la escasa luz que se colaba por una abertura entre las cortinas, escasamente permitía intuir la forma de los objetos. Greg pareció no percatarse. Ocupó un espacio e invitó a Jack a tomar asiento.

—¿Le importa si corro las cortinas? —Preguntó el, ahora, asesor.

—Haga lo que quiera —respondió el anfitrión acomodando hacia atrás la cabeza y cubriéndose los ojos con el antebrazo.

Jack dejó libre las ventanas iluminándose cada rincón y empeorando sus sensaciones. Apenas había decoración y los muebles eran de líneas rectas y sobrias. La mesa de café, compuesta por una estructura metálica y un soporte de cristal, estaba llena de somníferos, ansiolíticos y restos de alcohol; una mezcla explosiva. Jack se sentó y se tomó unos minutos para decidir la mejor forma de abordar aquel asunto; a Greg parecía no molestarle el silencio.

—Señor Sullivan... —inició Jack la conversación.

—Llámeme Greg, tutéeme, a estas alturas lo demás no importa.

—Bien, Greg, quería hacerte unas preguntas sobre Kelly y sobre todo lo que recuerdes del día que te retuvieron— Greg pasó las palmas de las manos por su cara como si tratara de eliminar una suciedad invisible. Antes de contestar, cogió la botella de whisky de la mesa y se sirvió un trago.

—¿Qué quieres saber exactamente? Ya lo conté todo. Y de Kelly... Desde que... —Se detuvo—. Me cuesta siquiera decir en voz alta la palabra “fallecido”.

—Justamente por eso estoy aquí. Tenemos pruebas para pensar que no fue accidental.

—¿Cómo dices? Si está muerta y no fue algo casual, la única alternativa es... ¿No me irás a decir que ese cabrón...? —Se cubrió el rostro y comenzó a sollozar—. Todo es culpa mía. Si no hubiera hecho lo que hice, nada de esto hubiera pasado.

—No hemos descubierto exactamente los motivos, pero nuestra principal hipótesis es que el responsable le guardaba un gran odio a su exmujer—. Una mueca de Greg dejó a la vista parte de su dentadura, una triste sonrisa que se confundida con un gesto de dolor.

—¿Sabes? Seguía siendo mi mujer. No llegamos a divorciarnos. Después del juicio, Kelly quiso huir de todo, olvidar los malos momentos y ni siquiera miró atrás; nunca recibí los papeles del divorcio. De hecho —se levantó con dificultad y, arrastrando los pies, desapareció por la puerta que llevaba a la habitación contigua y regresó con un dossier que cedió al investigador—. Tenía intención de contactar con ella para dárselos personalmente y disculparme por todo el daño que le había ocasionado. Pero ya nunca tendré oportunidad—. Se desplomó en el sofá y bebió a morro de la botella. Jack decidió centrarse en lo importante para huir de allí cuanto antes, pues en breve aquel hombre estaría inconsciente. Sabía perfectamente cómo era estar en esa situación en la que no ves la luz al final del túnel y acabas recurriendo al whisky o a la cerveza para olvidarte de los problemas; cuando en realidad solo consigues que estos se hagan más grandes.

—¿Quién crees que podría odiarla tanto como para planear toda esta locura? ¿Algún exnovio? ¿Sabes quién fue el último novio que tuvo antes de estar contigo?

—Preguntas mucho, amigo. Mi cabeza no puede seguirte el ritmo —respondió acompañando sus palabras de más alcohol—. Kelly era buena persona; su único delito fue tener mal ojo con los hombres. Toda esa panda de desgraciados —golpeó la mesa con la palma de la mano— jugaron con ella y luego le dieron la patada. Cuando nos conocimos, creo que... —Comenzaba a costarle hilar frases—. Un cubano. Mucha pasta. Alfredo no sé qué… Suárez.

—¿Y tú tenías enemigos?

—¿Yo? ¿Qué tengo que ver yo en todo esto?

—No podemos descartar ninguna hipótesis. Si alguien te odiaba, podría haber querido destruirte a través de ella.

—Suena a peli de Tarantino. ¡Olvídalo! No dejé deudas, se lo fundieron todo. En la cárcel tuve suerte, nada de malos rollos. Tendrás que seguir investigando. ¿Una copa? —Preguntó antes de vaciar por completo la botella de un trago. Jack se puso de pie.

—Será mejor que me marche—. Dudó un segundo—. Me llevo esto —dijo cogiendo los tarros de pastillas—. Necesitas ayuda.

—Claro que la necesito. Pero… ¿puedes retroceder en el tiempo? —Jack se le quedó mirando—. No, ¿verdad? —respondió por él—. Así que... adiós —añadió Greg dando por concluida la visita.

El investigador abandonó el edificio frustrado ante la ausencia de evidencias o pistas con las que poder desentrañar toda aquella historia. Solo esperaba que Natalie estuviera teniendo más suerte que él.

Capítulo XIX

Coleman y Natalie iniciaron la marcha, de nuevo, hacia el hospital. Ella caminaba en silencio preocupada por la amenaza y el intento de eliminarla. Temía la reacción de Coleman; pero sabía que si acababa enterándose, perdería su confianza. Lo agarró por el brazo y ambos se detuvieron.

—¿Qué ocurre? —Preguntó el detective.

—Hay algo que debes saber... —Natalie narró lo sucedido. Coleman se acariciaba la barbilla procesando la nueva información.

—¿Te encuentras bien?

—No pienso apartarme del caso —respondió tajante. Coleman le dedicó una sonrisa llena de comprensión; él hubiera actuado igual.

—¿Y tu maletín con la huella que encontraste?

—Bajo el asiento del copiloto.

—Dejarás que te vea un médico, luego iremos hablar con el periodista, yo iré a comisaría con la prueba y el retrato; el dibujante está en camino. Y tú te irás a casa a trabajar allí.

—Me parece justo.

—Me alegro, porque no pienso darte alternativa. ¡Vamos! Cuanto antes sepamos que estás al 100%, antes podremos seguir trabajando.

***

Jack conducía con el “manos libres” activado.

—Ginés—agente del departamento de informática de la policía de Nueva York— necesito que busques a alguien. No tengo muchos datos.

—Esa es mi especialidad. ¿Qué sabemos?

—Un importante empresario cubano llamado Alfredo Suárez que mantuvo una relación con Kelly Johnson.

—No es mucho, la verdad; pero me gustan los retos. ¿Qué necesitas saber de él, exactamente?

—Si tenía motivos para odiar a Kelly y ser el responsable de todas esas muertes.

—Quizás no pueda responderte a eso, pero trataré de darte algo de dónde tirar. Dame un par de horas y te cuento.

—Perfecto. Hasta luego.

Jack colgó y paró el auto frente al centro de terapia donde acudía Nelson Carter; el acosador de Kelly, según le habían informado sus padres. Como había averiguado, Carter había seguido a Kelly hasta Nueva York desde California. Por lo que sabía, gracias a la ayuda de Ginés, a Carter le dieron una paliza de muerte los familiares de su expareja; quien lo había acusado falsamente de violarla. Cuando ella confesó que todo era mentira, él se debatía entre la vida y la muerte en un hospital. Los agresores fueron detenidos y condenados a 18 meses de prisión; ella tuvo que pagar una multa por injurias y calumnias, e incitación a la violencia.

Cuando Carter logró recuperarse de las heridas físicas y pudo abandonar el hospital, las secuelas psicólogas eran una enorme losa que arrastraba y que no lo dejaba continuar con su vida. Se volvió una persona retraída, huraña, ermitaña, por lo que su doctor le recomendó que acudiera a un centro para participar en uno de los muchos grupos de autoayuda que existían.

Casualidades del destino, conoció a Kelly y, aunque su situación psicológica mejoró, se volvió obsesivo y comenzó a acosarla. Una amistad que había superado los límites y se había convertido en una pesadilla para Kelly que interpuso una demanda de alejamiento que el juez no dudó en conceder. Carter era una persona inestable que bien habría podido personalizar en Kelly su frustración con su expareja. Jack se reunió con la directora del centro con la esperanza de obtener información útil.

***

El doctor había sido claro, aunque Natalie tenía la garganta irritada por haber inspirado el humo, no había inhalado lo suficiente ni había estado expuesta demasiado tiempo como para perjudicar su salud. Le recomendó hidratarse constantemente y regresar a la mínima molestia. Natalie no veía el momento para abandonar la camilla y continuar con la investigación; comenzaba a ser una asidua a estar entre médicos y eso la perturbaba.

Coleman y Natalie irrumpieron en la habitación cuando el dibujante terminaba de dar los últimos trazos del retrato. Ojos pequeños, nariz respingona, labios delgados y rectos, y una poblada barba que dificultaba apreciar los rasgos e identificar al agresor, una vez que ese detalle desapareciera. Natalie hizo una mueca y Coleman le leyó el pensamiento.

—Probablemente la barba sea falsa, pero al menos tenemos algo.

—Agente Davis, mi marido me contó lo que hicieron. Solo puedo darle las gracias por salvarme la vida—dijo Elías.

—No tiene por qué darlas. Sin Louis no hubiera podido hacerlo —añadió con falsa modestia—. ¿Qué recuerda del momento en que le atacaron?

—Louis estaba en el sótano trabajando y yo preparaba limonada para servirle al agente del FBI que viniera de visita. Se coló por la parte trasera, me asusté y le afronté por haberse tomado esas confianzas en nuestra propiedad...

—¿Quién es usted y quien le ha dado permiso para colarse así en mi casa? ¿Quiere que llame a la policía?

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