Selena

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Capítulo XXXIII

Durante el resto del camino, Kelly había estado contándole a Greg todo lo que pensaba hacer cuando llegaran a Canadá; cuál sería su destino una vez hubieran despistado a la policía, cómo decoraría su casa, a qué podían dedicarse... Greg estaba exultante de felicidad y ella no podía dejar de sonreír.

—¡Mira una gasolinera! —advirtió Kelly —¿Por qué no repostas mientras yo compro algo para comer y voy al baño? —Greg la miró vacilante—. ¿Ocurre algo? —quiso saber ella.

—No —Greg había decidido confiar en ella. Sacó dinero de su bolsillo y se lo dio para que pagara la gasolina y comprara lo que le apeteciera.

—Vuelvo enseguida —se despidió, no sin antes darle un beso en los labios.

Kelly saludó al dependiente. Se dirigió a las estanterías donde cogió refrescos, comida y golosinas que colocó en el mostrador. Pidió la llave de los aseos y regresó cuando hubo terminado; pagó la cuenta y subió al auto tan contenta como lo había abandonado.

El dependiente los miraba con gesto serio, mientras la pareja desaparecía por la carretera. El joven abrió el trozo de papel higiénico que Kelly le había dado con el dinero y leyó la nota que había escrito con el bolígrafo que le había pedido prestado:

“Me llamo Kelly Johnson. Me han secuestrado. Por favor, llame a la policía en cuanto vea que el coche abandona la gasolinera”.

El dependiente no estaba seguro de si se trataba de una broma, pero ante la duda, obedeció.

***

Coleman esperaba en su despacho a recibir alguna noticia. De momento, era lo único que podía hacer.

—¡Jefe! —interrumpió uno de sus agentes—. Nos han dado un aviso sobre el paradero de Kelly Johnson. Viajan por carreteras secundarias. Están a medio camino de la frontera.

—¡Maldita rata! —exclamó poniendo punto y final al encuentro, pues abandonó su despacho dispuesto a recorrer las carreteras secundarias, una a una, si era necesario para echar el guante a aquel tipo.

Capítulo XXXIV

La normalidad inundaba el ambiente que se respiraba en aquel coche. La pareja reía, bromeaba, comentaba alguna canción... disfrutaban de un tranquilo viaje por carretera como si ninguna muerte pesara en sus consciencias. Kelly sabía que Greg había bajado la guardia, creyendo que ella había asumido que lo amaba. Era el momento justo para hacer su próximo movimiento; porque nada indicaba que el dependiente de la gasolinera hubiera hecho caso a su petición.

—Hay una cosa a la que no paro de darle vueltas... sobre lo sucedido en Nueva York—. El gesto de Greg se endureció.

—Eso ya es cosa del pasado; centrémonos en todos los momentos buenos que están por venir.

—Te quiero, Greg; pero necesito saber la verdad.

—Está bien —suspiró el hombre—pregunta.

—¿Cómo hiciste creer a la policía que yo había muerto?

—¿Eso es lo que te preocupa? —rio aliviado—. Mientras tú y yo estábamos muy lejos del escenario, Nelson preparó todo. Condujo acelerando y frenando para dejar las marcas en la carretera, y luego estampó el coche contra un poste de la luz que estaba en el arcén.

—Pero... ¡podría haberse hecho daño!

—No es tan estúpido; apenas iba rápido. Ni si quiera le saltó el airbag. Además, no es tan bueno como tu piensas. Mientras yo fingía ser un hombre devastado por tu muerte, él se encargó de que Mauro no hablara con la policía.

—¿Qué quieres decir? ¿Quién es Mauro?

—Era el encargado de mantenimiento en el instituto donde trabajaba Steve y que me ayudó por ser primo de mi compañero de celda. Nelson lo atropelló y Mauro no sobrevivió. Por suerte, Wallas nos tenía informados de los movimientos de la policía.

—Pero sigo sin entender… —Kelly necesitaba centrarse y olvidar sus sentimientos de rechazo ante los hombres que la habían rodeado —. ¿Y el fuego? ¿Y el cuerpo?

—Nelson se las ingenió para reventar el motor y que la gasolina se derramara; si usaba algún acelerante hubiera levantado sospechas. Solo tuvo que prender una cerilla para que el coche ardiera.

—¿Y el cuerpo? —insistió Kelly.

—Wallas le cedió a Nelson un cuerpo de una joven cuya complexión era similar a la tuya; nadie lo había reclamado y llevaba meses esperando en una nevera de la morgue. Una vez calcinado, no habría forma humana de reconocerla; excepto por las pruebas dentales.

—De las que Wallas se encargaría.

—Exacto—corroboró Greg.

—Siempre has sido un tipo inteligente, pero... ¿cómo se te ocurrieron todas esas cosas? —Kelly se abrazaba a sí misma para que él no se percatara de que temblaba; repudiaba con toda su alma al hombre que tenía a su lado.

—La cárcel es un pozo de sabiduría—respondió tajante. Kelly cesó de hurgar en el tema; no quería que el buen talante del que disfrutaba Greg, acabara enturbiado por asuntos del pasado.

Tras unos minutos de silencio, Kelly reanudó la conversación y sugirió descansar unos minutos en el arcén para estirar las piernas.

—Vamos, Greg, debes estar cansado de conducir. Unos minutos no nos retrasarán casi nada —suplicó colocando su mano en el muslo interior de su acompañante. La mirada pícara de Greg le confirmó que había logrado su objetivo.

Una vez fuera del coche, lo rodeó con sus brazos y se apretó todo lo que pudo contra su entrepierna.

—Hace tanto que no lo hacemos... —comentó Kelly con lascivia. Greg tragó saliva—. Vayamos tras esos matorrales.

—Estamos muy cerca de la frontera. No estoy seguro de que sea buena idea... —dudaba el hombre.

Kelly le dio un beso muy apasionado, contoneó sus caderas hasta que sintió la erección de él bajo su cuerpo y se apartó corriendo hacia los matorrales desprendiéndose de la ropa en su camino. Greg no lo pensó dos veces y la siguió a toda prisa. La encontró desnuda y tumbada sobre la hierba, esperándolo para iniciar su juego. Greg se deshizo de la ropa y se dejó caer sobre ella para perderse en sus pechos. Kelly aprovechó que la excitación cegaba a Greg. Con un golpe certero, Kelly dejó inconsciente a Greg con una piedra que había sostenido en su mano todo el tiempo. Lo apartó de un empujón haciéndolo rodar por el suelo y se incorporó completamente fuera de sí; lloraba, temblaba y escupía. Se sentía sucia y asqueada. Necesitaba ayuda cuanto antes; Greg no tardaría en despertar.

***

Coleman llegó al lugar de los hechos tan pronto como pudo; le habían dado el aviso por radio. Había gente por todas partes: los sanitarios con su ambulancia, los bomberos y agentes de policía; incluso el sheriff del condado se había unido al caos. Precisamente, el sheriff se acercó a él para informarle.

—¿Detective Coleman?

—Sí, soy yo. ¿Qué ha ocurrido? ¿Dónde está Kelly Johnson?

—Kelly está siendo atendida por los sanitarios —inició su discurso poniéndose en movimiento hacia donde todos los profesionales se afanaban en ejercer su labor.— Según nos ha contado, trató de seducir a ese tipo en un intento desesperado por hallar una opción para huir; pero en cuanto él se acercó, no pudo soportarlo. Kelly le golpeó dejándolo inconsciente, aunque él no tardó en despertarse. Estaba hecho un basilisco, la abofeteó e insultó, y la obligó a subir al coche; pero ella se negaba a resistirse. Él arrancó el vehículo, mientras ambos luchaban por hacerse con el volante—. El sheriff indicó con la barbilla el acantilado—. Tuvieron mala suerte y se despeñaron cuesta abajo.

—¿Dónde está Greg Sullivan? —quiso saber Coleman.

—Tras la colisión, Kelly bajó del auto. Tenía algunos rasguños, estaba en shock y no sabía qué hacer. Comprobó el estado de... ese Sullivan; y no había nada qué hacer. El olor a gasolina la puso en alerta e inició a toda prisa el ascenso. Como puede ver, la ladera es una empinada cuesta muy rocosa; no hay que ser un experto escalador para subir a la cima.

—El olor, la humareda... ¿el coche salió ardiendo?

—Así es. De hecho, si no hubiese sido así, jamás hubiéramos encontrado a la mujer. Esta carretera no suele ser muy transitada. Fueron los agentes forestales los que acudieron de inmediato para comprobar de qué se trataba. Encontraron a la chica en el arcén, paseando de un lado a otro, completamente fuera de sí.

—Respecto a Sullivan... —retomó Coleman el tema.

—No hay nada sobre ese desgraciado; es una mole calcinada que ya no podrá hacer más daño.

—Gracias por todo, sheriff—se despidió el detective.

—¿Qué sucederá ahora? —el sheriff parecía preocupado por algo.

—Recopilaremos todos los datos, redactaremos los correspondientes informes y daremos por cerrado el caso—. El sheriff bufó contrariado—. ¿Hay algo que no me ha contado? —El hombre se quitó el sombrero y rascó su despoblada cabeza. Titubeante se animó a compartir sus impresiones.

—Sé que esa chica lo ha pasado muy mal, también estoy al tanto de las fechorías de esa basura que ojalá se pudra en el infierno, pero... La actitud de ella...

—¿Qué me está tratando de decir?

—No sé, quizás solo sean ideas mías, pero ella parece estar muy atenta a cada paso que damos y observa con cierto temor.

—¿Cree que mató a Sullivan?

—¡No, diablos! ¡Claro que no! Pero creo que oculta algo. Quizás solo se sienta culpable...

—O esté aun en estado de shock —sugirió Coleman, quien no pensaba darle más crédito del necesario a las palabras de aquel hombre—. No se preocupe, nosotros nos encargaremos—. Ambos se dieron la mano a modo de despedida y Coleman buscó la ambulancia donde estaban atendiendo a Kelly Johnson para que corroborara la versión dada al sheriff. La joven realmente estaba afectada, le había dado un tranquilizante y hablaba como si la lengua se le hubiera hinchado; a pesar de su estado somnoliento, su versión coincidió con la que ya había oído. Además, había añadido información sobre Wallas y Carter quienes no saldrían impunes. Satisfecho, dejó partir a la ambulancia hacia el hospital, y llamó a Natalie para informarle de que el caso Selena había sido resuelto con éxito.

***

Kelly viajaba mirando el techo perdida en sus pensamientos y temores. La ambulancia era el lugar más seguro en el que había estado en mucho tiempo. No podía creer que hubiera sido capaz de dejar morir a Greg y haber logrado mantener el tipo delante de todos aquellos agentes. Por un segundo sintió que el sheriff podría leer su mente y saber que estaba mintiendo. Sí, ella había tratado de seducir a Greg y luego, asqueada, le había golpeado dejándolo inconsciente; pero él nunca había despertado, al menos, antes de que el fuego lo rematara. Lo arrastró con todas sus fuerzas adentro del coche y puso el vehículo en marcha; tuvo que decidir si arriesgarse o no, estaba cansada de vivir con miedo y se negaba a que él pudiera regresar a su vida. Decisiones desesperadas, requieren medidas desesperadas. Cogió una piedra para ponerla en los pedales, tomó asiento y puso en marcha su descabellado plan: despeñar el coche con Greg y ella en su interior, y rezar por no morir en el intento. El descenso duró a penas unos minutos que se convirtieron en horas para Kelly. Cuando inició aquella locura, jamás pensó que el coche rodaría dando vueltas de campana por la ladera, haciéndola sentir como el calcetín sucio que rueda dentro de una lavadora. Era consciente que los giros habían cesado, pero la cabeza continuaba girando para ella; tenía náuseas y un punzante dolor en la siente, sin contar con que estaba boca abajo y que un fuerte olor a gasolina viciaba el ambiente. Se desabrochó el cinturón y pegó la cara contra el techo; con maña salió del vehículo por la ventanilla y trató de ponerse en pie con dificultad. Miró hacía arriba y se maldijo por tomar aquella decisión. La voz, ronca y débil, de Greg la obligó a dejar de lamentarse de sí misma.

—¡Socorro! ¿Hay alguien ahí? ¿Kelly? ¡Socorro! —repetía Greg, una vez tras otra.

Kelly dudó unos segundos; finalmente, bordeó el coche y se puso de rodillas junto a la ventanilla para comprobar su estado. En cuanto él la vio se sintió aliviado.

—Cariño, por favor, ayúdame a salir antes de que llegue la policía. ¿Ese olor es gasolina? —preguntó histérico. —¡Rápido, Kelly! ¡Maldita sea!

Kelly lo miró y supo que nunca escaparía de él; a menos que pusiera el punto y final a esa historia. Se incorporó de inmediato. Regresó al lado del copiloto, introdujo la mitad de su cuerpo, sin importarle clavarse los restos de cristales que se esparcían por el techo del coche (ahora rozando el suelo) y estiró la mano para tomar un objeto negro que Greg no logró distinguir.

—¿Qué haces? ¿Qué has cogido? ¿No irás a llamar a la policía? ¡Kelly! ¡Kelly! —la llamó con todas sus fuerzas cuando ella estuvo fuera de su campo de visión; pero ella ya no oía nada. Tomó una rama seca de entre las piedras de la ladera, la prendió con el mechero que había tomado del coche y en cuestión de segundos, una bola de fuego engullía su peor pesadilla. Los gritos y el olor a carne quemada le revolvían en el estómago, pero no tenía tiempo para remordimientos. Inició su ascenso hacia la cima encaramándose a las rocas; ya nada importaba las heridas, los cortes o el cansancio. En cuestión de minutos, sería libre. Las lágrimas recorrieron sus mejillas y los gritos cesaron para siempre.

Capítulo XXXV

—¡Jack! ¡Despierta! —gritaba Natalie mientras zarandeaba a su amigo—. ¡Coleman ha recuperado a Kelly! Aunque Calvin —como ellos seguían apodando al asesino Greg Sullivan— ha fallecido en la persecución.

—Bueno, al menos no ha escapado sin su merecido. Collins —el jefe de Natalie— estará muy contento contigo cuando se entere de todo lo que has ayudado al detective Coleman—logró pronunciar él, restregándose los ojos.

—¡Oh, Jack! ¡Qué inocente eres! —le dijo tomando su cara entre sus manos —. ¿De verdad creías que iba a quedarme de brazos cruzados? —luego lo besó en los labios; un beso tierno y largo que solo contribuyó a confundir más a Jack. Se apartó tan intempestivamente como se había acercado a él y regresó a su habitación sin darle ninguna explicación.

—¡Hasta mañana, Jack! —fueron sus últimas palabras.

***

Natalie y Jack paseaban cogidos de la mano por Central Park. Era el último día libre de ella y a él le esperaba un día lleno de emociones; pero querían disfrutar de aquella calma momentánea hasta que el caos volviera a dominar sus vidas.

—He mirado los periódicos y en ninguno hablaba sobre Calvin —. Después de un desayuno sin sacar el tema, lleno de risas y bromas, Jack había acabado por retomar el asunto; ellos seguían llamando al asesino por su seudónimo.

—Coleman ha preferido no hacerlo oficial hasta esta tarde—explicó Natalie—. Ha organizado una rueda de prensa donde poder pavonearse a gusto.

—¿Qué te ha dicho Collins? ¿Le has dado la noticia? —Natalie comenzó a reír.

—Jack... ¿En serio?

—No sé a qué te refieres.

—Como te dije anoche, ¿de verdad crees que iba a quedarme con los brazos cruzados y no hacer nada por ti?

—Nat, dime que no es nada ilegal—. Natalie se carcajeó. Jack la miraba expectante. Ella se recompuso y comenzó a hablar.

—Cuando contacté con Coleman para comentarle mis sospechas, hicimos un trato. Yo le ofrecía información y le ayudaba a resolverlo, con la única condición de que mi nombre no apareciera por ningún lado, pero sí el del asesor Jack Meyer —. Él se atragantó con su propia saliva cuando escuchó su nombre—. Coleman se llevaría todos los honores y patearía en el trasero a Collins. No sé si te habrás dado cuenta, pero no tiene muchas simpatías por el FBI.

—No estoy seguro de que sea una buena idea ni de lo qué pretendes conseguir —ella ignoró su comentario.

—Coleman te llamará a lo largo de la mañana para avisarte de a qué hora tienes que estar en el departamento para la reunión con la prensa—. Jack la miraba pensativo—. Sé que has pasado unos meses horribles...

—Toqué fondo Natalie. Llevaba meses alimentándome de alcohol y resentimiento. El día antes de tu llegada me quedé semiconsciente y casi me ahogo con mi propio vómito. Fue un toque para dejar el camino de autodestrucción que había tomado. Llegué a la tienda y compré comida dispuesto a adquirir cierta normalidad. Por la expresión del tendero, supe que a él también le sorprendió mi actitud. Y sin saberlo... Tú ya habías venido a rescatarme—. Él no podía quitar sus ojos de ella, totalmente embelesado. Natalie se sentía incómoda ante la sinceridad de su amigo. Desde niños habían sido amigos, pero la academia y su ascenso a jefe de equipo debilitaron su relación. Ahora habían vuelto al punto de inicio, se sentía tan feliz que daba miedo.

—Jack... —Él esperaba una confesión sobre sus sentimientos, pero ella no podía permitirse exponerse de nuevo; no después de todo lo que había sufrido con Mark Jones—. El tendero es un viejo amigo del padre de Joe, le pidió que te vigilara para asegurarnos que estabas bien. Y quiero que sepas que la locura del disfraz fue una idea de Olivia para que pudiera tantear el terreno sin que decidieras huir de nuevo. Por cierto… —cambió radicalmente de tema—. ¿Cómo crees que reaccionará Collins cuando se entere? Estoy deseando ver su cara —Jack sacudió la cabeza. Se conformaba con pasear con ella cogidos de la mano; estaba dispuesto a esperar todo el tiempo que ella necesitara.

—Me juego una cena contigo en el restaurante Per Se a qué te acusa de estar detrás de todo—. Natalie detuvo el paso en seco, y con una enorme sonrisa añadió, a pesar de estar segura de que él estaba en lo cierto…

—Vas a perder, Meyer —mintió, llamándolo por su apellido; como hacían de niños cuando se peleaban o disfrutaban retándose el uno al otro.

—Espero que tengas un bonito vestido para la ocasión, Davis—. Jack le tendió la mano para sellar el pacto. Natalie se la estrechó, trayéndolo hacia ella para poder besarlo.

—Tenemos que ir a la 5ta Avenida a por un traje nuevo para la prensa —añadió interrumpiendo el beso—. Es tu gran regreso, Jack— le recordó apoyando sus manos sobre su pecho. Él asintió y reanudaron la marcha acompañados de los cláxones, los gritos, el bullicio, la música metálica de la ciudad que nunca duerme.

Aunque para ellos la melodía era muy distinta, una suave balada que daba comienzo a un nuevo reto; el caso más importante del que tendrían que ocuparse en su vida y del que solo ellos serían responsables: quererse el uno al otro.

Epílogo

Dos años antes

Kelly miraba el reloj con impaciencia y terror. Greg se retrasaba y eso solo podía significar que una de sus reuniones se había retrasado tomando algunas copas. Solo pensar en ello comenzó a temblar. Greg y ella se conocieron una noche en un bar. Kelly celebraba el cumpleaños de una de sus amigas mientras él, su primer ascenso importante en la empresa. Ese ascenso le supondría más responsabilidades y más horas de trabajo, pero le revertiría en un considerable aumento de sueldo, cuantiosas comisiones y demás regalías interesantes. Se enamoraron con tan solo intercambiar unas palabras; su noviazgo fue corto pero intenso. En poco más de un año estaban casados, iniciando una vida juntos, y celebrando un nuevo ascenso de Greg; poco imaginaba que las risas se transformarían en llantos. El trabajo de Greg consistía en reunirse con posibles clientes y eso casi siempre incluía cenas y alcohol.

Oyó como la llave hacía girar la cerradura al tiempo que su corazón se aceleraba y el bebé se retorcía en su vientre incómodo ante la tensa situación a la que se enfrentaba su madre.

—¡Ya estoy en casa! —gritó contento. Kelly no supo cómo reaccionar, pues cualquier movimiento podía desembocar en tragedia. Greg se acercó a ella le dio un beso en la mejilla y luego se puso de rodillas para besar y acariciar su vientre. Kelly suspiró aliviada con la esperanza de que aquella noche fuera diferente.

—Voy a darme una ducha y luego podemos sentarnos a cenar. ¿Te parece?

—Greg, son las 11.30— recordó con un hilo de voz.

—¿Ya has cenado? —Preguntó en tono amenazante. Kelly asintió agachando la cabeza—. Bueno... Pues ponme la cena y, al menos, siéntate conmigo.

—¿Qué te apetece de cenar?

—Espera, ¿me estás diciendo que no me has preparado nada para cenar?

—Pensé que cenarías con tus socios —trató de excusarse. Greg la abofeteó.

—¡Eres una desagradecida! ¡Me mato a trabajar para que puedas vivir en esta casa y para que no tengas que trabajar! ¿Y así me lo pagas? ¡Me das asco! ¡Cualquier camarera del bar de mala muerte de la esquina vale más que tú!

—Por favor, basta, no me encuentro bien —suplicó Kelly que comenzaba a sentirse indispuesta debido a la presión y a su avanzado estado de gestación.

—¡Ahora ese es tu pretexto para todo! —Kelly comenzó a llorar—. ¡Estupendo! ¡Encima ponte a llorar! ¡Eres retorcida! ¡Te gusta hacerme sentir mal! ¡Pintarme como el monstruo de la película! Pero no lo voy a consentir, ¿me oyes? —dijo agarrándola por la mandíbula. Luego la golpeó con todas sus fuerzas en el vientre dejándola sin respiración y haciendo que se desplomara de rodillas por el dolor. Kelly se arrastró hacia el teléfono para llamar a la policía, había llegado a su límite; temía por la vida de su hijo. Greg la interceptó—. ¿Dónde crees que vas? ¿Qué vas a llamar a la bruja de tu madre? ¡De tal palo tal astilla! —La cogió por la nuca y la levantó del suelo—. Lo que tienes que hacer es ir a la cocina y hacerme la cena, ¿te enteras? ¿O quieres matarme de hambre? ¡Desgraciada! —La premió con un nuevo bofetón, con tan mala suerte que tropezó y cayó, haciéndose un corte en la ceja con la esquina de la mesa auxiliar. La sangre bañaba su rostro y por un segundo, Greg se sintió culpable y quiso socorrerla; pero Kelly no le dio oportunidad. Tomó el jarrón que tenía a mano, y había volcado en su caída, y lo lanzó contra su cabeza; haciéndose añicos e hiriéndolo. Él comenzó a maldecir y trató de alcanzarla para enseñarle a golpes de correa, lo que era el respeto. Kelly había aprovechado la confusión del jarrón para ponerse de pie y mantener las distancias de su marido, todo lo que su abultada barriga le había permitido. Comenzó a usar como arma arrojadiza todo lo que se encontraba a su paso, con tan buena puntería que los moratones y cortes en Greg se hacían cada vez más visibles. A pesar de las heridas, su marido recortaba distancias, y a ella se le acababan las opciones. Entonces, huyó hacia el interruptor y apagó la luz. La oscuridad era tan cerrada que era imposible dibujar las formas, discernir si tenían los ojos abiertos o cerrados. Kelly se tiró al suelo y gateó por el salón clavándose en las rodillas y en las palmas de las manos los restos de los objetos que había estrellado contra Greg. Él trataba de orientarse, mientras ella estaba cada vez más cerca de su objetivo. Quizás fue el instinto de supervivencia o pura suerte, pero cuando Greg prendió de nuevo las luces Kelly estaba al otro lado de la habitación con el teléfono en una mano y en la otra mano, la pistola que Greg escondía entre los libros por si entraba algún ladrón.

—¡Oh, vamos!¿ A quién quieres engañar? Los dos sabemos que no vas a disparar.

—¡No te acerques! —Le advirtió ella.

—Cariño, no estoy enfadado contigo. Sé que todo es culpa de las hormonas que te tienen algo ida —añadió dando un paso.

—Te juro por mi hijo que como muevas un solo pie, ¡disparo!

—Sé que no lo harás. Me quieres tanto como te quiero yo a ti—dio otro paso.

—¡No voy a volver a repetirlo! —Insistió Kelly.

—¿Qué te parece si mañana hablo con mi jefe y me tomo unos días libres? Nos vendrá bien un vacaciones juntos —avanzó de nuevo. Kelly dudó un segundo y él volvió a ser él—. Dame ya la pistola y deja de hacer el ridículo —esa fue su condena. Kelly cerró los ojos, alzó la mano y apretó el gatillo varias veces.

No fue consciente del tiempo que tardó en llegar la policía acompañada de dos sanitarios. Desde que había apretado el gatillo había entrado en estado de shock; se limitaba a llorar y a observar el cuerpo inmóvil de su marido, aferrada a uno de los cojines que había lanzado contra él. Llamaron al timbre, Kelly permanecía sentada en el suelo, alzó la vista hacia la puerta y fue incapaz de pronunciar palabra.

—¡Abran! ¡Somos la policía! —oyó gritar.

Paralizada, por más que abría la boca, no salía de ella ningún sonido. Los agentes se impacientaron y, tras varios intentos, echaron la puerta abajo. De la pareja de sanitarios, la chica acudió a socorrer a Kelly; mientras el chico buscaba las constantes a Greg. Los agentes observaban el apartamento. El suelo estaba lleno de cristales, restos de porcelana y objetos de decoración. Los libros de la estantería estaban fuera de su sitio, los cojines bordeaban la habitación y la sangre cubría casi todo. Los agentes le preguntaron al chico.

—¿Cómo está ese cabrón?

—Ha perdido mucha sangre, no creo que sobreviva —incapaces de hacer nada por ninguno de ellos, decidieron esperar en el pasillo a que la enfermera logrará tranquilizar a Kelly.

—No debes preocuparte. Él ya no puede hacerte daño. Te llevaremos al hospital y allí te cuidaran. Necesito que me digas si tienes alguna herida, si eres alérgica a algún medicamento... ¿Puedes decirme algo? —La voz dulce y comprensiva de la joven ayudaba a Kelly a relajarse. No había dejado de llorar en ningún momento. Negó con la cabeza y apartó el cojín de su cuerpo dejando visible un reguero de sangre que salía de su entrepierna y recorría sus muslos.

—¿Te ha herido? ¿Te ha forzado a mantener relaciones?— Kelly se cubrió la cara con las palmas de sus manos y sacudió su cabeza negativamente.

—Calvin…

—¿Quién es Calvin?

—Mi bebé... —Es lo último que dijo antes de desmayarse.

Dos horas más tarde despertó en una habitación de hospital. Su madre le sujetaba la mano con fuerza.

—Cariño... ¿Cómo te encuentras? —Kelly respondió con un parpadeo más largo de lo normal y una mueca.—Hay dos agentes de policía ahí fuera esperando para hablar contigo—. Kelly se llevó la mano a su vientre—. Los médicos han hecho todo lo posible, pero no han podido salvarlo—. Una lágrima cruzo la mejilla de Kelly que se mantenía imperturbable. Mirando hacía el vacío, comenzó a girar su alianza alrededor de su dedo—. Acaban de sacarlo del quirófano. Un malnacido con suerte. Lo han esposado a la cama para que no huya. En cuanto se recupere pasará a disposición judicial —explicó su madre que entendía a la perfección cada uno de sus movimientos. Kelly miró a los ojos a su madre.

—Lo siento, mamá —se disculpó quebrándose de nuevo. La mujer rodeó a su hija entre sus brazos para consolarla.

—Llora, mi niña, desahógate. Ya nunca volverá a hacer daño—consoló, ajena que todo aquello solo era el comienza de una gran pesadilla.

Agradecimientos

Ya han pasado varios años desde que me planté frente al ordenador y decidí iniciarme en esto con un modesto blog. En todo este tiempo, me he cruzado con todo tipo de personas, he cometido errores, he tenido oportunidades, alegrías y momentos regulares; pero me he dado cuenta de lo más importante: La vida parece distinta cuando haces lo que realmente te gusta.

Por eso quiero aprovechar y dar las gracias a las administradoras del booktour “BATMW” por promover la lectura y la difusión de los autores, y a los lectores que con sus críticas han colaborado en mi proceso de aprendizaje.

Gracias a todos los autores, blogueros y usuarios que ayudan a dar a conocer mis obras en redes sociales. Gracias a los que han estado desde el principio y a los que se han unido en el trayecto. Gracias a todos los que le habéis dado una oportunidad a mis novelas porque me permitís seguir soñando.

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