Sedados. Cómo el capitalismo moderno creó la crisis de salud mental | James Davies

Sedados. Cómo el capitalismo moderno creó la crisis de salud mental | James Davies

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Fragmentos del libro:


Sedados. Cómo el capitalismo moderno creó la crisis de salud mental


James Davies. Profesor titular de antropología social y psicoterapia en la Universidad de Roehampton y ha ejercido como psicoterapeuta en organizaciones como MIND y el NHS. Se graduó en Oxford en 2006 con un doctorado en antropología social y médica. Es cofundador del Consejo de Psiquiatría Basada en la Evidencia. Ha publicado cuatro libros, ha dado conferencias sobre su investigación a nivel internacional y ha escrito para diversos medios de comunicación. Ha sido consultor de la BBC, ITV y otros medios de comunicación sobre asuntos relacionados con la salud mental. Ha publicado 4 libros.


...desde la década de 1980, los sucesivos gobiernos y las grandes corporaciones han contribuido a promover una nueva concepción de la salud mental que sitúa en el centro un nuevo tipo ideal: una persona resiliente, optimista, individualista y, sobre todo, económicamente productiva, las características que necesita y desea la nueva economía. Como resultado de este cambio de perspectiva, todo nuestro abordaje de la salud mental se ha modificado radicalmente con el fin de satisfacer estas exigencias del mercado. Definimos la «recuperación de la salud» como la «vuelta al trabajo». Achacamos el sufrimiento a unas mentes y cerebros defectuosos en vez de vincularlo a unas condiciones sociales, políticas y laborales nocivas. Promovemos intervenciones medicalizadas sumamente rentables que, si bien son una magnífica noticia para las grandes empresas farmacéuticas, a la larga se convierten en un lastre para millones de personas.


...esta visión mercantilizada de la salud mental ha despojado a nuestro sufrimiento de su significado y sentido más profundos. Como resultado, nuestro malestar ya no se percibe como una llamada de atención vital a favor de un cambio ni como nada que se pueda considerar potencialmente transformador o instructivo. Al contrario, en el curso de los últimos decenios, más bien se ha convertido en una ocasión más para la compraventa. Industrias enteras han prosperado apoyándose en esta lógica y ofreciendo explicaciones y soluciones interesadas para muchas de las dificultades de la vida. La industria cosmética atribuye nuestro sufrimiento al envejecimiento; la industria dietética, a nuestras imperfecciones corporales; la industria de la moda, a que no estamos al día; y la industria farmacéutica, a supuestas deficiencias en nuestra química cerebral. Cada uno de estos sectores ofrece su propio y rentable elixir para el éxito emocional, pero todos comparten y promueven la misma filosofía consumista con respecto al sufrimiento, a saber: que lo malsano no es la forma en que nos enseñan a interpretar y abordar nuestras dificultades (el envejecimiento, los traumas, la tristeza, la angustia o el duelo), sino el hecho mismo de sufrir; algo que un consumo bien orientado puede resolver. El sufrimiento es el nuevo mal y no consumir los «remedios» adecuados, la nueva injusticia.


...a partir de la década de 1980, este programa a favor del mercado comenzó a resultar dañino para el Reino Unido y para el mundo occidental en general al transformar toda nuestra actuación psicosanitaria en un abordaje centrado en la sedación, en la despolitización de nuestro sufrimiento y en mantenernos productivos y productivas, y al servicio del statu quo económico. Anteponer la servitud económica a la verdadera salud y desarrollo individuales ha alterado dramática y peligrosamente nuestro orden de prioridades y el infausto resultado ha sido, paradójicamente, un mayor sufrimiento.


...estos problemas no surgieron de la nada, sino que han proliferado bajo el capitalismo de nuevo estilo que nos gobierna desde la década de 1980, un estilo que favorece una concepción particular sobre la salud mental y la intervención en este campo y que ha antepuesto las necesidades de la economía a las nuestras, mientras anestesiaba nuestra percepción de las raíces, a menudo psicosociales, de nuestro desespero. Como resultado, nos estamos convirtiendo rápidamente en un país sedado por intervenciones psicosanitarias que sobrevaloran muchísimo la ayuda que en verdad aportan y nos enseñan sutilmente a aceptar y soportar unas condiciones sociales y relacionales que nos perjudican y nos impiden progresar, en vez de rebelarnos y cuestionarlas.


...La categorización en el DSM de una serie de experiencias humanas bajo el epígrafe de unos trescientos setenta trastornos psiquiátricos separados no fue, por consiguiente, el resultado de una sólida investigación neurobiológica. Se basó principalmente en criterios acordados por votación entre selectos grupos reducidos de psiquiatras encargados de elaborar el DSM; criterios ratificados posteriormente y aparentemente legitimados científicamente por el hecho de estar incluidos en el manual. Obviamente, en este contexto no es irrelevante que la mayoría de esos psiquiatras (incluidos los tres anteriores presidentes del comité del DSM) también mantuvieran vinculaciones económicas con la industria farmacéutica, habida cuenta que la enorme expansión del DSM, diseñado por psiquiatras con semejante conflicto de intereses, ha resultado enormemente rentable para dicho sector industrial.


...Además, la industria ha pagado, encargado, diseñado y llevado a cabo casi todos los ensayos clínicos de psicofármacos (antidepresivos, antipsicóticos, tranquilizantes). De este modo, las empresas han podido crear literalmente una base de resultados favorables, a menudo mediante prácticas de análisis dudosas, diseñadas con la finalidad de legitimar sus productos. Entre ellas figuran la ocultación de datos negativos; artículos académicos escritos por encargo; manipulación de los resultados para ampliar la apariencia de eficacia; ocultación de molestos efectos nocivos; incentivos económicos a ciertas publicaciones y sus directores; y vistosas campañas publicitarias engañosas que encubren un trabajo científico deficiente. También sabemos por innumerables estudios académicos que la mayoría de investigadores destacados en el campo de los psicofármacos han recibido dinero de la industria (por ejemplo, a través de subvenciones u honorarios por tareas de asesoramiento, por impartir conferencias o por otros conceptos) y que esta vinculación económica genera sesgos demostrables. En otras palabras, los profesionales clínicos, investigadores, organizaciones y miembros del comité del DSM que reciben dinero de la industria son mucho más propensos a promover y recomendar productos de las empresas farmacéuticas en sus trabajos de investigación, en su práctica clínica y docente y en sus declaraciones públicas que quienes no tienen esta vinculación económica. Y dado que estos vínculos han proliferado hasta contaminar literalmente la profesión en los últimos treinta años, no es de extrañar que la sobremedicalización y la medicación del malestar emocional hayan proliferado a la par.




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