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Parte IV. La revolución científica » 20. El final de Homo sapiens

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El final de Homo sapiens

Este libro ha empezado presentando la historia como la fase siguiente en el continuo que va desde la física a la química y a la biología. Los sapiens están sometidos a las mismas fuerzas físicas, reacciones químicas y procesos de selección natural que rigen a todos los seres vivos. La selección natural pudo haber proporcionado a Homo sapiens un campo de juego mucho más amplio del que ha dado a cualquier otro organismo, pero este campo tiene todavía sus límites. La consecuencia ha sido que, con independencia de cuáles sean sus esfuerzos y logros, los sapiens son incapaces de librarse de sus límites determinados biológicamente.

Sin embargo, en los albores del siglo XXI esta asunción ya no es verdad: Homo sapiens trasciende dichos límites. Ahora está empezando a quebrar las leyes de la selección natural, sustituyéndolas con las leyes del diseño inteligente.

Durante cerca de 4.000 millones de años, todos y cada uno de los organismos sobre el planeta evolucionaron sometidos a la selección natural. Ni uno solo fue diseñado por un creador inteligente. La jirafa, por ejemplo, consiguió su largo cuello gracias a la competencia entre jirafas arcaicas y no debido a los caprichos de un ser superinteligente. Las protojirafas que tenían el cuello más largo tenían acceso a más alimento y, en consecuencia, produjeron más descendientes que las de cuello más corto. Nadie, y ciertamente las jirafas no, dijo: «Un cuello largo permitirá que las jirafas roncen las hojas de la bóveda arbórea. Vamos a extendérselo». La belleza de la teoría de Darwin es que no necesita suponer la existencia de un diseñador inteligente para explicar cómo es que las jirafas han terminado teniendo un cuello largo.

Durante miles de millones de años, el diseño inteligente no fue siquiera una opción, porque no había inteligencia que pudiera diseñar cosas. Los microorganismos, que hasta hace muy poco eran los únicos seres vivos que había, son capaces de hazañas asombrosas. Un microorganismo perteneciente a una especie puede incorporar en su célula códigos genéticos de una especie completamente distinta y con ello obtener nuevas capacidades, como la resistencia a los antibióticos. Pero, hasta donde sabemos, los microorganismos no tienen conciencia, ni objetivos en la vida, ni capacidad de planificar por adelantado.

En algún momento, organismos como las jirafas, los delfines, los chimpancés y los neandertales adquirieron por evolución conciencia y la capacidad de planificar por adelantado. Pero incluso si un neandertal fantaseaba sobre aves tan gordas y lentas que las podía coger siempre que tuviera hambre, no tenía manera de transformar esta fantasía en realidad. Tenía que cazar las aves que habían sido seleccionadas naturalmente.

La primera grieta en el antiguo régimen apareció hace unos 10.000 años, durante la revolución agrícola. Los sapiens que soñaban con pollos gordos y lentos descubrieron que si emparejaban la gallina más gorda con el gallo más lento, algunos de sus descendientes serían a la vez gordos y lentos. Si se cruzaban estos descendientes entre sí, se podía producir un linaje de aves gordas y lentas. Era una raza de pollos desconocidos en la naturaleza, producidos por el diseño inteligente no de un dios, sino de un humano.

Aun así, en comparación con una deidad todopoderosa, Homo sapiens tenía habilidades de diseño limitadas. Los sapiens podían utilizar la cría selectiva para esquivar y acelerar los procesos de selección natural que afectaban normalmente a los pollos, pero no podían introducir características totalmente nuevas que estaban ausentes del acervo génico de los pollos salvajes. De alguna manera, la relación entre Homo sapiens y los pollos era semejante a otras muchas relaciones simbióticas que han surgido con mucha frecuencia y por su cuenta en la naturaleza. Los sapiens ejercían presiones selectivas peculiares sobre los pollos que provocaban que proliferaran los gordos y lentos, de la misma manera que las abejas polinizadoras seleccionan a las flores y hacen que las de colores brillantes proliferen.

Hoy en día, el régimen de la selección natural, de 4.000 millones de años de antigüedad, se enfrenta a un reto completamente distinto. En los laboratorios de todo el mundo, los científicos están manipulando seres vivos genéticamente. Quebrantan con impunidad las leyes de la selección natural, ni siquiera limitados por las características originales de un organismo. Eduardo Kac, un bioartista brasileño, decidió crear en 2000 una nueva obra de arte: un conejo verde fluorescente. Kac contactó con un laboratorio francés y le ofreció una cantidad por producir un conejito radiante según sus especificaciones. Los científicos franceses tomaron un embrión de conejo blanco corriente, implantaron en su ADN un gen tomado de una medusa verde fluorescente y voilà! Un conejo verde fluorescente para le monsieur. Kac bautizó Alba al conejo.

Es imposible explicar la existencia de Alba mediante las leyes de la selección natural. Es el producto del diseño inteligente. También es el heraldo de lo que tiene que venir. Si el potencial que Alba significa se realiza totalmente (y mientras tanto la humanidad no se aniquila a sí misma), la revolución científica puede resultar ser mucho mayor que una simple revolución histórica. Puede suceder que sea la revolución biológica más importante desde la aparición de la vida en la Tierra. Después de 4.000 millones de años de selección natural, Alba se encuentra en los albores de una nueva era cósmica, en la que la vida será regida por el diseño inteligente. Si esto es así, toda la historia humana hasta este momento puede reinterpretarse, en retrospectiva, como un proceso de experimentación y aprendizaje que revolucionó el juego de la vida; un proceso debería entenderse desde una perspectiva cósmica de miles de millones de años, y no desde una perspectiva humana de milenios.

Los biólogos de todo el mundo están enzarzados en una batalla contra el movimiento del diseño inteligente, que se opone a la enseñanza de la evolución darwiniana en las escuelas y afirma que la complejidad biológica demuestra que tuvo que haber un creador que pensara en todos los detalles biológicos por adelantado. Los biólogos tienen razón acerca del pasado, pero los defensores del diseño inteligente, irónicamente, podrían estar en lo cierto en lo que respecta al futuro.

En el momento de escribir estas líneas, la sustitución de la selección natural por el diseño inteligente podría ocurrir de tres maneras diferentes: mediante ingeniería biológica, mediante ingeniería de cíborgs (los cíborgs son seres que combinan las partes orgánicas con partes no orgánicas) o mediante la ingeniería de vida inorgánica.

DE RATONES Y HOMBRES

La ingeniería biológica es la intervención humana deliberada a nivel biológico (es decir, la implantación de un gen), destinada a modificar la forma, las capacidades, las necesidades o los deseos de un organismo, con el fin de realizar alguna idea cultural preconcebida, como las predilecciones artísticas de Eduardo Kac.

No hay nada nuevo en la ingeniería biológica per se. La gente la ha estado usando durante milenios con el fin de remodelarse a sí mismos y a otros organismos. Un ejemplo de ello es la castración. Hace quizá 10.000 años que los humanos empezaron a castrar toros con el fin de crear bueyes. Los bueyes son menos agresivos, y así es más fácil adiestrarlos para arrastrar arados. Los humanos castraban asimismo a sus propios machos jóvenes para crear sopranos con voces encantadoras y eunucos a los que se podía confiar con seguridad que vigilaran el harén del sultán.

Sin embargo, los avances recientes en nuestra comprensión de cómo funcionan los organismos, hasta los niveles celular y nuclear, han abierto posibilidades inimaginables. Por ejemplo, en la actualidad no solo podemos castrar a un hombre, sino cambiar su sexo mediante tratamientos quirúrgicos y hormonales. Pero esto no es todo. Considere el lector la sorpresa, la repugnancia y la consternación que se produjeron cuando, en 1996, apareció en los periódicos y la televisión la fotografía que aparece en la figura 27.

FIGURA 27. Un ratón en cuyo dorso los científicos han hecho crecer una «oreja» hecha de células de cartílago de vaca. Es un eco pavoroso de la estatua del hombre león de la cueva de Stadel. Hace 30.000 años, los seres humanos ya fantaseaban con combinar diferentes especies. En la actualidad, esas quimeras se han hecho realidad.

No, no se trata de un truco de Photoshop. Se trata de una foto sin retocar de un ratón real en cuyo dorso los científicos implantaron células de cartílago bovino. Los científicos pudieron controlar el crecimiento del nuevo tejido, y en este caso le dieron la forma de algo que parece una oreja humana. El proceso permitirá pronto a los científicos producir orejas artificiales, que después se implantarán en humanos.[1]

Con la ingeniería genética se pueden producir maravillas más notables todavía, que es la razón por la que esta plantea un cúmulo de cuestiones éticas, políticas e ideológicas. Y no son solo los piadosos monoteístas los que ponen objeciones a que el hombre pueda usurpar el papel de Dios. Muchos ateos confesos quedan no menos aturdidos por la idea de que los científicos se calcen los zapatos de la naturaleza. Los activistas por los derechos de los animales condenan el sufrimiento que se causa a los animales de laboratorio en los experimentos de ingeniería genética, así como a los animales de granja que son modificados sin tener para nada en cuenta sus necesidades y deseos. Los activistas por los derechos humanos temen que la ingeniería genética pueda usarse para crear superhombres que nos conviertan al resto de nosotros en siervos. Los jeremías presentan visiones apocalípticas de biodictaduras que clonarán a soldados intrépidos y obreros obedientes. La sensación generalizada es que se abren demasiado deprisa muchas oportunidades y que nuestra capacidad de modificar genes va por delante de nuestra capacidad de hacer un uso prudente y perspicaz de esa facultad.

El resultado es que en la actualidad usamos solo una fracción del potencial de la ingeniería genética. La mayoría de los organismos que ahora son sometidos a manipulación genética son los que tienen los cabilderos políticos más débiles: plantas, hongos, bacterias e insectos. Por ejemplo, se han manipulado genéticamente linajes de Escherichia coli, una bacteria que vive simbióticamente en el tubo digestivo humano (y que aparece en los titulares de los periódicos cuando sale del tubo digestivo y causa infecciones letales), para que produzcan biocombustible.[2] E. coli y varias especies de hongos han sido asimismo manipuladas genéticamente para producir insulina, con lo que se ha reducido el coste del tratamiento de la diabetes.[3] Un gen extraído de un pez ártico se ha insertado en patatas, lo que ha hecho que las plantas sean más resistentes al frío.[4]

También se ha sometido a manipulación genética unas pocas especies de animales. Cada año la industria lechera sufre miles de millones de dólares de pérdidas debido a la mastitis, una enfermedad que afecta a las ubres de las vacas lecheras. Los científicos están experimentando ahora con vacas manipuladas genéticamente cuya leche contiene lisostafina, una sustancia bioquímica que ataca a la bacteria responsable de la enfermedad.[5] La industria porcina, que ha sufrido una reducción de las ventas porque los consumidores desconfían de las grasas poco saludables del jamón y la panceta, tiene esperanzas de un linaje de cerdos, todavía experimental, a los que se ha implantado material genético procedente de un gusano. Los nuevos genes hacen que los cerdos transformen los ácidos grasos omega 6 en sus parientes saludables, los omega 3.[6]

La nueva generación de ingeniería genética hará que los cerdos con grasa buena parezcan un juego de niños. Los genetistas han conseguido no solo prolongar seis veces la esperanza de vida de los gusanos, sino producir ratones manipulados que son genios y muestran una memoria y habilidades de aprendizaje muy mejoradas.[7] Los topillos son roedores pequeños y robustos que parecen ratones, y la mayoría de las especies son promiscuas. Pero hay una especie en la que los machos y las hembras de topillos forman relaciones monógamas y duraderas. Los genetistas afirman haber aislado los genes responsables de la monogamia de los topillos. Si la inserción de un gen puede transformar a un topillo don Juan en un marido leal y amoroso, ¿acaso estamos lejos de poder manipular genéticamente no solo las capacidades individuales de los roedores (y los humanos), sino también sus estructuras sociales?[8]

EL RETORNO DE LOS NEANDERTALES

Sin embargo, los genetistas no solo quieren transformar linajes vivos. Pretenden revivir también animales extinguidos. Y no solo dinosaurios, como en Jurassic Park. Un equipo de científicos rusos, japoneses y coreanos ha cartografiado recientemente el genoma de los antiguos mamuts que se han encontrado congelados en el hielo siberiano. Ahora quieren tomar un óvulo fecundado de un elefante actual, sustituir el ADN elefantino por un ADN reconstruido de mamut e implantar el óvulo en el útero de una elefanta. Esperan que, al cabo de unos veintidós meses, nazca el primer mamut en 5.000 años.[9]

Pero ¿por qué pararse en los mamuts? El profesor George Church, de la Universidad de Harvard, sugirió recientemente que, con la compleción del Proyecto del Genoma Neandertal, ahora podemos implantar ADN reconstruido de neandertal en un óvulo de sapiens, y producir así el primer niño neandertal en 30.000 años. Church afirmaba que podría hacerlo por unos insignificantes 30 millones de dólares. Varias mujeres se han ofrecido ya para actuar como madres de alquiler.[10]

¿Para qué necesitamos a los neandertales? Hay quien afirma que si pudiéramos estudiar a neandertales vivos, podríamos dar respuesta a algunas de las preguntas más insistentes acerca del origen y el carácter único de Homo sapiens. Comparando el cerebro de un neandertal con el de un Homo sapiens y cartografiando aquellos lugares en los que sus estructuras difieran, quizá podríamos identificar qué cambio biológico produjo la conciencia tal como la experimentamos. También hay una razón ética; hay quien ha aducido que si Homo sapiens fue el responsable de la extinción de los neandertales, tiene el deber moral de resucitarlos. Y tener algunos neandertales por ahí podría resultar útil. Muchísimos empresarios industriales pagarían con gusto a un neandertal para que hiciera las tareas serviles de dos sapiens.

Pero ¿por qué pararse en los neandertales? ¿Por qué no retroceder hasta la mesa de dibujo de Dios y diseñar un sapiens mejor? Las capacidades, necesidades y deseos de Homo sapiens tienen una base genética, y el genoma de los sapiens no es más complejo que el de topillos y ratones. (El genoma del ratón contiene unos 2.500 millones de nucleobases, el genoma del sapiens unos 2.900 millones de bases; es decir, este último es un 14 por ciento mayor que el del ratón.)[11] A medio plazo (quizá en unas pocas décadas), la ingeniería genética y otras formas de ingeniería biológica quizá nos permitan realizar alteraciones importantes no solo en nuestra fisiología, el sistema inmunitario y la esperanza de vida, sino también en nuestras capacidades intelectuales y emocionales. Si la ingeniería genética puede crear ratones que son genios, ¿por qué no humanos que sean genios? Si podemos crear topillos monógamos, ¿por qué no humanos programados para permanecer fieles a su pareja?

La revolución cognitiva que ha transformado a Homo sapiens de un simio insignificante en el amo del mundo no requirió ningún cambio apreciable en la fisiología, ni siquiera en el tamaño y la forma externa del cerebro de los sapiens. Aparentemente, no implicó más que unos pocos y pequeños cambios en la estructura interna del cerebro. Quizá otro pequeño cambio sería suficiente para iniciar una segunda revolución cognitiva, crear un tipo completamente nuevo de conciencia y transformar a Homo sapiens en algo totalmente diferente.

Es cierto que todavía no tenemos el ingenio para lograrlo, pero no parece existir ninguna barrera técnica insuperable que nos impida producir superhumanos. Los principales obstáculos son las objeciones éticas y políticas que han hecho que se afloje el paso en la investigación en humanos. Y por muy convincentes que puedan ser los argumentos éticos, es difícil ver cómo pueden detener durante mucho tiempo el siguiente paso, en especial si lo que está en juego es la posibilidad de prolongar indefinidamente la vida humana, vencer enfermedades incurables y mejorar nuestras capacidades cognitivas y mentales.

¿Qué ocurriría, por ejemplo, si desarrolláramos una cura para la enfermedad de Alzheimer que, como beneficio adicional, pudiera mejorar de forma espectacular la memoria de la gente sana? ¿Habría alguien capaz de detener la investigación relevante? Y cuando se desarrollara la cura, ¿podría alguna autoridad competente limitarla a los pacientes de Alzheimer e impedir que las personas sanas la usaran para adquirir una supermemoria?

No está claro si la bioingeniería podrá realmente hacer resucitar a los neandertales, pero es muy probable que pueda poner punto final a Homo sapiens. Manipular nuestros genes no nos matará necesariamente, pero puede que lleguemos a chapucear con Homo sapiens hasta tal extremo que ya no seamos Homo sapiens.

VIDA BIÓNICA

Hay otra tecnología nueva que puede cambiar las leyes de la vida: la ingeniería de cíborgs. Los cíborgs son seres que combinan partes orgánicas e inorgánicas, como un humano con manos biónicas. En cierto sentido, casi todos somos biónicos hoy en día, puesto que nuestros sentidos y funciones naturales están complementados por dispositivos como gafas, marcapasos, ortóticos e incluso ordenadores y teléfonos móviles (que descargan a nuestro cerebro de algunas de sus tareas de almacenar y procesar datos). Estamos a punto de convertirnos en verdaderos cíborgs, de tener características inorgánicas que sean inseparables de nuestro cuerpo, características que modificarán nuestras capacidades, deseos, personalidades e identidades.

La Agencia de Proyectos de Investigación Avanzados en Defensa (DARPA), una agencia de investigación militar de Estados Unidos, desarrolla cíborgs a partir de insectos. La idea es implantar chips, detectores y procesadores electrónicos en el cuerpo de una mosca o una cucaracha, lo que permitirá a un operador humano o automático controlar remotamente los movimientos del insecto y captar y transmitir información. Una mosca de este tipo podría estar situada en la pared del cuartel general enemigo, espiar las conversaciones más secretas y, si no la captura primero una araña, podría informarnos exactamente de lo que está planeando el enemigo.[12] En 2006, el Centro de Guerra Naval Submarina de Estados Unidos informó de su intención de desarrollar tiburones cíborg, declarando: «El NUWC desarrolla un marbete para peces cuyo objetivo es el control del comportamiento de los animales portadores a través de implantes neurales». Los investigadores esperan identificar los campos electromagnéticos submarinos generados por submarinos y minas, al explotar las capacidades de detección magnética de los tiburones, que son superiores a las de cualquier detector artificial.[13]

También los sapiens se están transformando en cíborgs. A menudo se hace referencia a las generaciones más nuevas de audífonos como «oídos biónicos». El dispositivo consiste en un implante que absorbe el sonido a través de un micrófono situado en la parte externa del oído. El implante filtra los sonidos, identifica las voces humanas y las traduce en señales eléctricas que son enviadas directamente al nervio auditivo central, y de este al cerebro.[14]

Retina Implant, una compañía alemana subvencionada por el gobierno, desarrolla una prótesis retiniana que puede permitir que las personas ciegas consigan una visión parcial. Consiste en la implantación de un pequeño microchip dentro del ojo del paciente. Unas fotocélulas absorben la luz que incide en el ojo y la transforman en energía eléctrica, que estimula a las neuronas intactas de la retina. Los impulsos nerviosos procedentes de estas células estimulan el cerebro, donde son traducidas en visión. En la actualidad, esta tecnología permite que los pacientes se orienten en el espacio, identifiquen letras e incluso reconozcan caras.[15]

Jesse Sullivan, un electricista estadounidense, perdió ambos brazos, hasta la altura del hombro, en un accidente en 2001. Hoy usa dos brazos biónicos, cortesía del Instituto de Rehabilitación de Chicago. La característica especial de los nuevos brazos de Jesse es que son accionados únicamente mediante el pensamiento. Las señales neurales que llegan del cerebro de Jesse son traducidas por microordenadores en órdenes eléctricas y los brazos se mueven. Cuando Jesse quiere levantar su brazo, hace lo que cualquier persona normal hace inconscientemente… y el brazo se levanta. Estos brazos pueden realizar una variedad de movimientos mucho más limitada que la de los brazos orgánicos, pero permiten que Jesse realice funciones cotidianas sencillas. Recientemente, Claudia Mitchell ha recibido un brazo biónico similar; Claudia es una soldado estadounidense que perdió un brazo en un accidente de motocicleta. Los científicos creen que pronto tendremos brazos biónicos que no solo se moverán cuando queramos que se muevan, sino que también serán capaces de transmitir señales al cerebro, ¡con lo que permitirán que los amputados recuperen incluso la sensación del tacto! (véase la figura 28).[16]

FIGURA 28. Jesse Sullivan y Claudia Mitchell cogidos de la mano. Lo sorprendente de sus brazos biónicos es que son accionados por el pensamiento.

Ahora mismo, estos brazos biónicos son un pobre sustituto de nuestros originales orgánicos, pero tienen el potencial de un desarrollo ilimitado. Por ejemplo, puede hacerse que los brazos biónicos sean mucho más poderosos que sus parientes orgánicos, lo que haría que incluso un campeón de boxeo se sintiera como un enclenque. Además, los brazos biónicos tienen la ventaja de que pueden ser sustituidos cada pocos años o separados del cuerpo y accionados a distancia.

Científicos de la Universidad Duke, en Carolina del Norte, lo han demostrado recientemente con macacos en cuyo cerebro se han implantado electrodos. Los electrodos captan señales del cerebro y las transmiten a dispositivos externos. Se ha adiestrado a los monos para que controlen brazos y piernas biónicos separados únicamente con el pensamiento. Una mona llamada Aurora aprendió a controlar mediante el pensamiento un brazo biónico separado al tiempo que movía simultáneamente sus dos brazos orgánicos. Como alguna diosa hindú, Aurora tiene ahora tres brazos y sus brazos pueden situarse en habitaciones (o incluso ciudades) diferentes. Puede sentarse en su laboratorio de Carolina del Norte, rascarse la espalda con una mano, rascarse la cabeza con una segunda mano y simultáneamente robar un plátano en Nueva York (aunque la capacidad de comer una fruta robada a distancia sigue siendo un sueño). Otro macaco, Idoya, adquirió fama mundial en 2008 cuando controló con la mente un par de piernas biónicas en Kioto, Japón, desde su silla en Carolina del Norte. Las piernas pesaban veinte veces el peso de Idoya.[17]

El síndrome de enclaustramiento es una condición en la que una persona pierde toda o casi toda su capacidad para mover cualquier parte del cuerpo, aunque sus capacidades cognitivas permanecen intactas. Los pacientes que padecen este síndrome podían comunicarse únicamente con el mundo exterior mediante pequeños movimientos de los ojos. Sin embargo, a unos pocos pacientes se les ha implantado en el cerebro electrodos que captan señales cerebrales. Se está intentando traducir dichas señales no simplemente en movimientos, sino también en palabras. Si los experimentos tienen éxito, los pacientes enclaustrados podrán hablar directamente con el mundo exterior, y nosotros podremos finalmente utilizar la tecnología para leer la mente de otras personas.[18]

Sin embargo, de todos los proyectos que actualmente están en desarrollo, el más revolucionario es el intento de diseñar una interfaz directa en dos sentidos cerebro-ordenador que permitirá a los ordenadores leer las señales eléctricas de un cerebro humano y transmitir simultáneamente señales que el cerebro pueda leer a su vez. ¿Qué sucederá si estas interfaces se emplean para conectar directamente un cerebro a internet, o para conectar directamente varios cerebros entre sí, creando de este modo algo así como un internet cerebral? ¿Qué puede ocurrirle a la memoria humana, a la conciencia humana y a la identidad humana si el cerebro tiene acceso directo a un banco de memoria colectivo? En una situación así, un cíborg podría, por ejemplo, recuperar los recuerdos de otro; no oír acerca de ellos, no leerlos en una autobiografía, no imaginarlos, sino recordarlos directamente como si fueran suyos propios. ¿Qué ocurriría con conceptos como el yo y la identidad de género cuando las mentes se volvieran colectivas? ¿Cómo podría uno conocerse a sí mismo o seguir sus sueños si el sueño no estaría ya en su mente, sino en un almacén colectivo de aspiraciones?

Un cíborg con estas características no sería humano, ni siquiera orgánico. Sería algo completamente diferente. Sería tan fundamentalmente otro tipo de ser que no podemos siquiera comprender sus implicaciones filosóficas, psicológicas o políticas.

OTRA VIDA

La tercera manera de cambiar las leyes de la vida es producir seres completamente inorgánicos. Los ejemplos más obvios son los programas informáticos y los virus informáticos que pueden experimentar una evolución independiente.

El campo de la programación informática es en la actualidad uno de los puntos más interesantes en el mundo de la ciencia informática. Intenta emular los métodos de la evolución genética. Muchos programadores sueñan con crear un programa que pueda aprender y que evolucione de manera completamente independiente de su creador. En este caso, el programador sería un primum mobile, un «primer motor», pero su creación sería libre para evolucionar en direcciones que ni su creador ni ningún otro humano podrían haber previsto.

Ya existe un prototipo para un programa de este tipo; se llama virus informático. A medida que se extiende a través de internet, el virus se replica millones y millones de veces, al tiempo que es perseguido por programas antivirus depredadores y que compite con otros virus para ocupar un lugar en el ciberespacio. Imaginemos que un día, mientras el virus se replica tiene lugar un error: una mutación computarizada. Quizá la mutación ocurre porque el ingeniero humano ha programado el virus para que cometiera errores de replicación ocasionales y al azar. O quizá la mutación se deba a un error aleatorio. Si, por casualidad, el virus modificado es mejor a la hora de evadir programas antivirus sin perder su capacidad de invadir otros ordenadores, se extenderá por el ciberespacio. En ese caso, los mutantes sobrevivirán y se reproducirán. A medida que pase el tiempo, el ciberespacio se iría llenando de nuevos virus que nadie ha programado y que experimentan una evolución no orgánica.

¿Son organismos vivos? Depende de lo que se entienda por «organismos vivos». Ciertamente, han sido producidos por un nuevo proceso evolutivo, completamente independiente de las leyes y limitaciones de la evolución orgánica.

Imaginemos otra posibilidad; suponga el lector que puede hacer una copia de seguridad de su cerebro en un disco duro portátil y después conectarlo a su ordenador portátil. ¿Sería el portátil capaz de pensar y sentir igual que un sapiens? Y, si así fuera, ¿sería el lector o alguna otra persona? ¿Qué pasaría si los programadores informáticos pudieran crear una mente completamente nueva pero digital, compuesta de código de ordenador, completo con un sentido del yo, conciencia y memoria? Si hiciéramos funcionar el programa en nuestro ordenador, ¿se trataría de una persona? Si lo borráramos, ¿se nos podría acusar de asesinato?

Quizá obtengamos pronto la respuesta a estas preguntas. El Proyecto Cerebro Humano, fundado en 2005, espera recrear un cerebro humano completo dentro de un ordenador, con circuitos electrónicos en el ordenador que imiten las redes neurales del cerebro. El director del proyecto ha afirmado que, si tiene la financiación suficiente, en una o dos décadas podremos tener un cerebro humano artificial dentro de un ordenador que podrá hablar y comportarse prácticamente como lo hace un humano. Si tiene éxito, eso significaría que después de 4.000 millones de años de dar vueltas dentro del pequeño mundo de los compuestos orgánicos, la vida irrumpirá de repente en la vastedad del reino inorgánico, dispuesta a adoptar formas que superarán nuestros sueños más fantásticos. No todos los expertos están de acuerdo en que la mente funciona de una manera análoga a la de los ordenadores digitales de hoy en día; y si no lo hace, los ordenadores actuales no podrán simularla. Pero sería muy necio rechazar categóricamente la posibilidad antes de comprobarlo. En 2013, el proyecto recibió una ayuda de 1.000 millones de euros de la Unión Europea.[19]

LA SINGULARIDAD

En la actualidad, solo se ha realizado una pequeña fracción de estas nuevas oportunidades. Sin embargo, el mundo de 2014 ya es un mundo en el que la cultura se está liberando de los grilletes de la biología. Nuestra capacidad de manipular no solo el mundo que nos rodea, sino sobre todo el mundo que hay en el interior de nuestro cuerpo y nuestra mente, se desarrolla a una velocidad vertiginosa. Cada vez hay más esferas de actividad que son expulsadas de sus maneras de actuar satisfechas de sí mismas. Los abogados necesitan repensar cuestiones de privacidad e identidad; los gobiernos se ven obligados a repensar cuestiones de atención sanitaria y de igualdad; las asociaciones deportivas y las instituciones educativas necesitan redefinir el juego limpio y los logros; los fondos de pensiones y los mercados laborales deberán reajustarse ante un mundo en el que los sesenta años podrían ser los nuevos treinta. Todos deberán tratar de los asuntos complejos de la bioingeniería, los cíborgs y la vida inorgánica.

Para hacer el mapa del primer genoma humano hicieron falta quince años y 3.000 millones de dólares. Hoy en día se puede hacer el mapa del ADN de una persona en pocas semanas y a un coste de unos cuantos cientos de dólares.[20] La era de la medicina personalizada (medicina que adapta el tratamiento al ADN) ya ha comenzado. El médico de familia pronto podrá decirnos con la mayor certeza que nos enfrentamos a un riesgo elevado de cáncer de hígado, mientras que no tenemos que preocuparnos demasiado por los ataques al corazón. Podrá determinar que un medicamento popular que ayuda al 92 por ciento de la población es inútil para nosotros, que en cambio deberíamos tomar otra píldora, fatal para muchas personas, pero que es exactamente la que necesitamos. Ante nosotros se abre el camino hacia la medicina casi perfecta.

Sin embargo, con las mejoras en el saber médico se plantearán nuevos dilemas éticos. Los expertos en ética y en asuntos legales ya están bregando con el espinoso asunto de la privacidad en relación con el ADN. ¿Acaso las compañías aseguradoras tendrán derecho a pedirnos nuestros perfiles de ADN y a aumentar las primas si descubren una tendencia genética a un comportamiento temerario? ¿Se nos pedirá que enviemos por fax nuestro ADN, en lugar de nuestro CV, a nuestros patronos en potencia? ¿Podrá un patrono favorecer a un candidato porque su ADN tiene mejor aspecto? ¿O podremos querellarnos en estos casos por «discriminación genética»? ¿Podrá una compañía que desarrolla un nuevo organismo o un nuevo órgano registrar una patente sobre sus secuencias de ADN? Es evidente que podemos ser propietarios de una gallina concreta, pero ¿puede alguien ser propietario de toda una especie?

Estos dilemas quedan pequeños ante las implicaciones éticas, sociales y políticas del Proyecto Gilgamesh y de nuestras nuevas capacidades potenciales para crear superhumanos. La Declaración Universal de los Derechos Humanos, los programas médicos gubernamentales en todo el mundo, los programas nacionales de seguros sanitarios y las constituciones nacionales en todo el planeta reconocen que una sociedad humanitaria debería conceder a todos sus miembros un tratamiento médico justo y procurarles una salud relativamente buena. Esto estaba muy bien mientras la medicina se preocupaba principalmente de evitar las enfermedades y de curar a los enfermos. ¿Qué puede ocurrir cuando la medicina se preocupe de aumentar las capacidades humanas? ¿Acaso todos los humanos tendrán derecho a estas capacidades mejoradas o habrá una nueva élite sobrehumana?

Nuestro mundo moderno reciente se enorgullece de reconocer, por primera vez en la historia, la igualdad básica de todos los humanos, pero puede estar a punto de crear la más desigual de todas las sociedades. A lo largo de la historia, las clases superiores siempre afirmaron ser más inteligentes, más fuertes y generalmente mejores que las clases inferiores. Por lo general, se equivocaban. Un niño nacido en el seno de una familia de campesinos pobres tenía las mismas probabilidades de ser tan inteligente como el príncipe heredero. Con la ayuda de las nuevas capacidades médicas, las pretensiones de las clases superiores podrán pronto convertirse en una realidad objetiva.

Esto no es ciencia ficción. La mayoría de los argumentos de ciencia ficción describen un mundo en el que sapiens idénticos a nosotros gozan de una tecnología superior, como naves espaciales que se desplazan a la velocidad de la luz y cañones láser. Los dilemas éticos y políticos centrales de estos argumentos se toman de nuestro propio mundo, y simplemente recrean nuestras tensiones emocionales y sociales con un telón de fondo futurista. Pero el potencial real de las tecnologías futuras es cambiar al propio Homo sapiens, incluidas nuestras emociones y deseos, y no simplemente nuestros vehículos y armas. ¿Qué es una nave espacial comparada con un cíborg eternamente joven que no se reproduce y no tiene sexualidad, que puede intercambiar pensamientos directamente con otros seres, cuyas capacidades para centrarse y recordar son mil veces superiores a las nuestras y que nunca está enfadado o triste, pero que posee emociones y deseos que no podemos empezar a imaginar?

La ciencia ficción rara vez describe un futuro de este tipo, porque una descripción precisa es, por definición, incomprensible. Producir un filme acerca de la vida de algún superciborg equivale a producir Hamlet para una audiencia de neandertales. De hecho, los futuros amos del mundo serán probablemente más diferentes de nosotros de lo que nosotros somos de los neandertales. Mientras que nosotros y los neandertales somos al menos humanos, nuestros herederos serán como dioses.

Los físicos definen el big bang como una singularidad. Es un punto en el que todas las leyes conocidas de la física no existían. Tampoco existía el tiempo. Por lo tanto, no tiene sentido decir que «antes» del big bang existiera algo. Quizá nos estemos acercando rápidamente a una nueva singularidad, en la que todos los conceptos que dan sentido a nuestro mundo (yo, tú, hombres, mujeres, amor y odio) serán irrelevantes. Cualquier cosa que ocurra más allá de este punto no tiene sentido para nosotros.

LA PROFECÍA DE FRANKENSTEIN

En 1818, Mary Shelley publicó Frankenstein, el relato de un científico que crea un ser artificial que queda fuera de control y causa estragos. En los dos últimos siglos, el mismo relato se ha contado una y otra vez en innumerables versiones. Se ha convertido en un pilar fundamental de nuestra nueva mitología científica. A primera vista, el relato de Frankenstein parece advertirnos de que si intentamos jugar a ser dioses y manipular la vida seremos severamente castigados. Pero el relato tiene un significado más profundo.

El mito de Frankenstein enfrenta a Homo sapiens con el hecho de que los últimos días se están acercando rápidamente. A menos que se interponga alguna catástrofe nuclear o ecológica, eso es lo que se cuenta, el ritmo del desarrollo tecnológico conducirá pronto a la sustitución de Homo sapiens por seres completamente distintos que no solo poseen un físico diferente, sino mundos cognitivos y emocionales muy distintos. Esto es algo que la mayoría de los sapiens encuentran muy desconcertante. Nos gusta creer que en el futuro personas igual que nosotros viajarán de un planeta a otro en rápidas naves espaciales, pero no nos gusta, en cambio, contemplar la posibilidad de que en el futuro seres con emociones e identidades como las nuestras ya no existirán, y que nuestro lugar lo ocuparán formas de vida extrañas cuyas capacidades empequeñecerán a las nuestras.

De alguna manera nos conforta pensar que el doctor Frankenstein creó un monstruo terrible, al que tuvimos que destruir para podernos salvar nosotros. Nos gusta contar la historia de esta manera porque significa que nosotros somos los mejores de todos los seres, que nunca hubo ni nunca habrá algo mejor que nosotros. Cualquier intento de mejorarnos fracasará inevitablemente, porque aunque nuestro cuerpo pueda ser mejorado, el espíritu humano no se puede tocar.

Nos costará mucho aceptar el hecho de que los científicos puedan manipular los espíritus al igual que los cuerpos y que, por lo tanto, futuros doctores Frankensteins podrán crear algo realmente superior a nosotros, algo que nos mirará de manera tan condescendiente como nosotros miramos a los neandertales.

No podemos estar seguros de si los Frankensteins de hoy en día cumplirán realmente esta profecía. El futuro es desconocido y sería sorprendente que los pronósticos de estas últimas páginas se realizaran en su totalidad. La historia nos enseña que aquello que parece estar a la vuelta de la esquina puede no materializarse nunca debido a barreras imprevistas, y que otras situaciones hipotéticas no imaginadas serán las que de hecho ocurran. Cuando la era nuclear hizo erupción en la década de 1940 se hicieron muchos pronósticos sobre el futuro mundo nuclear en el año 2000. Cuando el Sputnik y el Apolo 11 encendieron la imaginación del mundo, todos empezaron a predecir que, a finales de siglo, la gente viviría en colonias espaciales en Marte y Plutón. Pocas de estas predicciones se han hecho realidad. En cambio, nadie previó internet.

De manera que no vaya el lector a contratar un seguro de responsabilidad para ser indemnizado frente a pleitos entablados por seres digitales. Las fantasías (o pesadillas) que se mencionan más arriba son solo para estimular la imaginación del lector. Lo que tenemos que tomarnos en serio es la idea de que la próxima etapa de la historia incluirá no solo transformaciones tecnológicas y de organización, sino también transformaciones fundamentales en la conciencia y la identidad humanas. Y podrían ser transformaciones tan fundamentales que pongan en cuestión el término «humano». ¿Cuánto tiempo tenemos? Nadie lo sabe realmente. Como se ha mencionado, hay quien dice que hacia 2050 algunos humanos serán ya amortales. Predicciones menos radicales indican que será el próximo siglo o el próximo milenio. Pero, desde la perspectiva de 70.000 años de historia de los sapiens, ¿qué son unos pocos milenios?

Si realmente el telón está a punto de caer sobre la historia de los sapiens, nosotros, miembros de una de sus generaciones finales, deberíamos dedicar algún tiempo a dar respuesta a una última pregunta: ¿en qué deseamos convertirnos? Dicha pregunta, que a veces se ha calificado como la pregunta de la Mejora Humana, empequeñece los debates que en la actualidad preocupan a políticos, filósofos, estudiosos y gente ordinaria. Después de todo, el debate actual entre las religiones, las ideologías, las naciones y las clases desaparecerán, con toda probabilidad, junto con Homo sapiens. Si nuestros sucesores funcionan efectivamente a un nivel de conciencia diferente (o quizá poseen algo más allá de la conciencia que ni siquiera podemos concebir), parece dudoso que el cristianismo o el islam les resulten de interés, que su organización social pueda ser comunista o capitalista o que sus géneros puedan ser macho o hembra.

Y aun así, los grandes debates de la historia son importantes porque al menos la primera generación de estos dioses estaría modelada por las ideas culturales de sus diseñadores humanos. ¿Serían creados a imagen del capitalismo, del islam o del feminismo? La respuesta a esta pregunta podría hacerles tambalearse en direcciones completamente distintas.

La mayoría de la gente prefiere no pensar en ello. Incluso el campo de la bioética prefiere plantear otra pregunta: «¿Qué está prohibido hacer?». ¿Es aceptable realizar experimentos genéticos en seres humanos vivos? ¿En fetos abortados? ¿En células madre? ¿Es ético clonar ovejas? ¿Y chimpancés? ¿Y qué hay de los humanos? Todas estas preguntas son importantes, pero es ingenuo imaginar que podremos simplemente pisar el freno y detener los proyectos científicos que están transformando a Homo sapiens en un ser diferente, porque estos proyectos están inextricablemente entrelazados con el Proyecto Gilgamesh. Preguntemos a los científicos por qué estudian el genoma o intentan conectar un cerebro a un ordenador, o intentan crear una mente dentro de un ordenador. Nueve de cada diez veces obtendremos la misma respuesta estándar: lo hacemos para curar enfermedades y salvar vidas humanas. Aunque las implicaciones de crear una mente dentro de un ordenador son mucho más espectaculares que curar enfermedades psiquiátricas, esta es la justificación típica que se da, porque nadie puede discutirla. Esta es la razón por la que el Proyecto Gilgamesh es el buque insignia de la ciencia. Sirve para justificar todo lo que hace. El doctor Frankenstein está montado a hombros de Gilgamesh. Puesto que es imposible detener Gilgamesh, también es imposible detener al doctor Frankenstein.

La única cosa que podemos hacer es influir sobre la dirección que tomen. Puesto que pronto podremos manipular también nuestros deseos, quizá la pregunta real a la que nos enfrentamos no sea «¿En qué deseamos convertirnos?», sino «¿Qué queremos desear?». Aquellos que no se espanten ante esta pregunta es que probablemente no han pensado lo suficiente en ella.

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