#SHAKTI

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La ficha de bacará » Capítulo 16

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Capítulo 16

—¿Qué llevas ahí?

Amrita dirigió su mirada hacia su cintura, donde su cuñada Lakshmi señalaba. Un sobre color crema con un reborde azulón asomaba entre los siete pliegues de su sari azul, que le cubría el prominente vientre.

—Me había olvidado, un chófer ha traído esta carta a la memsahib Assia cuando salía de su casa. Estaba demasiado cansada para volver, mañana se la llevaré.

—Pero ahí metida se va a arrugar, te reñirá.

—No te preocupes, esa periodista no es una verdadera memsahib, no sabe regañar.

Amrita respiró hondo para poder sacar la carta que se había pegado a su piel y quedaba parcialmente cubierta por el pale de su sari. La dejó sobre la cama con barrotes y faldones blancos de Rahul. Las dos sirvientas se habían sentado sobre las sábanas bordadas con hilo azul y la inicial R, mientras los niños jugaban.

—¿De quién es la carta?

—No lo sé. Ya sabes que no sé leer.

Se hizo un pequeño silencio y las dos miraron a las paredes elegantes de la habitación de Rahul situada en el segundo piso de la mansión colonial. Estaban pintadas en azul con tiernas nubecitas blancas. Lakshmi alzó la vista al zócalo donde había una greca con letras doradas. Desde hacía años le producía curiosidad saber lo que estaba allí escrito. Ella tampoco sabía leer. En varias ocasiones, estuvo a punto de preguntárselo a la señora pero le daba vergüenza. Más después de que su prima Raji hubiese venido a la casa haciendo alarde de lo bien que pescribía hindi. Así que había decidido esperar a que el niño creciese y leyese mejor para poder enterarse de su significado.

—Es muy elegante, a lo mejor es algo importante —dijo Lakshmi mientras cogía el sobre y lo giraba entre sus manos.

—A lo mejor…

La dejó sobre la mesita de noche, junto a una ovejita de peluche azul y blanca con la que Rahul dormía todas las noches. Miró a los niños, que jugaban con un caballito gris sobre la alfombra azul pálido con dibujos de nubecitas. Rahul, vestido con unos pantaloncitos cortos rojos y una camiseta de cuello Mao blanca, estaba montado encima de él y cogía las riendas de cuero. Simulaba cabalgar a todo trote, como había visto tantas veces hacer a su padre. Poonam gritaba: más rápido, más rápido. El niño se balanceaba con más ímpetu hacia delante y hacia atrás.

—Corre más, Aaba, corre más, Aaba —animaba a su caballo.

Su entusiasmo se fue deshinchando a medida que se le mojaba el pelo de sudor. Frenó en seco y bajó del caballito. Entonces Poonam se remangó su vestidito con un estampado de florecillas plateadas que la señora le había regalado y se subió a la grupa. Trató de imitar a Rahul, pero este se enfadó, le lanzó el peluche azul en forma de conejo y le dijo:

—Eso no es para niñas.

—Poonam, bájate. Los caballos son solo para los niños —dijo Amrita.

La niña, enfurruñada, hizo caso a su madre.

Amrita trató de armarse de valor y preguntar lo que quería desde hacía horas a su cuñada.

—Lakshmi.

—Acha.

—¿Por qué le dijiste a Raji lo de mi embarazo?

—Yo no he hablado con ella.

—Entonces, ¿cómo lo sabe?

El día anterior, cuando Amrita salía de la mansión, la prima de su marido se había abalanzado sobre ella y se había visto obligada a darle la fórmula para limpiar las tijeras con forma de ave del paraíso de didi Devyani, otorgándole así también la llave de su corazón, porque la diseñadora solo le decía cosas buenas cuando veía esas tijeras, sus preferidas, impolutas. Se lo tuvo que decir porque Raji la amenazó con decirle a su marido que iba a tener una niña.

—Nos escucharía —dijo Lakshmi.

Amrita no sabía si creerla.

—Le he tenido que dar dinero para que no diga nada a Biju.

—¿Y de dónde lo sacas?

—Eso no es asunto tuyo.

No quería confesarle que se lo había quitado del bolso a la periodista. No había tenido más remedio.

—Tienes que parar eso —dijo Lakshmi—. Raji es caprichosa, lo es desde niña y no es de fiar. Creo que esconde algo, porque sale todas las mañanas muy temprano de su cuarto y no va a la casa. Aparece siempre más tarde que yo, después de que la señora haya desayunado. No sé lo que hace. No le des ni una rupia. Es mi prima, pero te digo que es una mala persona.

—No sé qué hacer.

—Podemos amenazarla.

A Amrita le llegó al corazón ese «podemos». Estaban en el mismo barco, había alguien que navegaba con ella.

—¿Pero con qué?

—No lo sé. Déjame pensarlo. A lo mejor algo del matrimonio, ahora que Biju le está buscando un marido.

Lakshmi acarició su mano en un gesto cómplice y cariñoso. Amrita la sintió otra vez cerca de su corazón. Aquella mujer era la hermana que nunca había tenido, su confidente, su aliada. Aquellos años juntas en la mansión las habían unido con un lazo más fuerte incluso que la amistad que tenía con Ravina, aunque sabía que si tuviese que elegir entre ella y su marido, perdería.

—Lo siento —le dijo Lakshmi.

—¿Por qué?

—Por lo del otro día.

Amrita no contestó, se quedó en silencio y le devolvió la caricia, su mano temblaba. El embarazo la tenía más alterada de lo normal.

—Me da miedo la reacción de Biju. ¿Y tú? ¿No tienes miedo?

—Sí, pero no voy a hacer lo mismo que mi madre.

—Amrita, deja ya eso. Tú nunca serás como ella, eso pasó hace muchos años. Tengo miedo por ti y por lo que le pueda pasar a Poonam. Ya sabes que mi madre también está detrás. Ella tampoco permitirá que tengas otra niña.

—Estamos lejos. No está aquí, no puede hacer nada.

—Amrita, sí puede.

—¿Cómo?

—Como lo hizo la otra vez.

—¿Qué quieres decir?

—Nada.

—La cara de Lakshmi cambió al darse cuenta de que esa verdad se había deslizado por su lengua sin que ella la quisiese decir.

—Lakshmi, dímelo.

La ayah, con su pelo alborotado y sus facciones tirantes, dirigió su mirada oscura y cansada hacia el otro lado y continuó hablando:

—Lo único que te puedo decir es que tengas cuidado con ella. Es capaz de todo.

—¿Qué hizo? Dímelo.

—Es mi madre, Amrita. No puedo, entiéndelo. Solo te digo que no se quedará con los brazos cruzados. Ella no puede permitir que Biju tenga más hijas.

Amrita no podía ni imaginar lo que esa vieja encorvada de pelo canoso, gafas de pasta marrón y mirada entristecida había hecho, ni de lo que era capaz.

—Ella te tuvo a ti.

—Sí, siempre me cuenta la vergüenza que pasó, cómo se tuvo que enfrentar a su pueblo, pero ahora es distinto.

—¿Por qué?

—Porque ya está cansada, es mayor y su futuro depende de Biju. Si él no tiene dinero para mantenerla, ¿cómo va a vivir? Si Biju tiene más hijas, ¿cómo la va a mantener? No puede permitirlo. Además, otra niña es una humillación no solo para Biju, sino para toda la familia.

Empezaron a brotar lágrimas de los ojos de Amrita. Un gemido lánguido las acompañó.

—¿Pero por qué quieres tenerla, Amrita? ¿No ves que nuestra vida es miserable? ¿No ves que si cogemos autobuses solas, nos pueden violar? Que somos esclavas de las familias a las que tenemos que servir, que nadie nos escucha, que dependemos de nuestros padres y después de nuestros maridos, que somos sus siervas. Y nosotras tenemos suerte porque vivimos lejos de nuestros pueblos y de las familias de nuestros maridos, porque si no seríamos las esclavas de sus familias. Si estuvieses con mi madre, ahora mismo te estaría esclavizando, haciéndote cocinar, limpiar, recoger, fregar y quién sabe, a lo mejor te pegaría, como su suegra le solía hacer a ella.

—Lo sé, pero yo no quiero hacer lo mismo que mi madre.

—Amrita, esto es diferente: tu madre solo tenía una hija, tú tendrás dos. No seas estúpida.

Amrita se echó sobre la cama, con la mirada fija en las nubecitas de algodón que colgaban del techo de finísimos hilos metálicos. Grandes lagrimones seguían corriendo por sus mejillas.

—No valgo para nada, Lakshmi. Primero mi madre me quiere matar y después solo produzco niñas. No valgo para nada —suspiró entre lágrimas—. Nadie me quiere, mi marido no se preocupa por mí y la señora… didi me odia y yo no sé por qué, no sé qué he hecho…

Poonam llegó corriendo al oír los lloros de su madre.

—Mamá, no llores. —Se subió al borde de la cama—. ¿Está el bebé malito? —dijo mientras le daba besos en la barriga.

—No, shona, cariño, todo está bien. Ve a jugar con Rahul.

La niña le regaló una amplia sonrisa y regresó a su mundo de colores.

—Ella es la única que me quiere —dijo Amrita siguiéndola con la mirada—. Pero me da miedo que no lo haga cuando crezca.

—Pues si la quieres tanto, deberías pensar en ella.

—¿Qué quieres decir?

—Si tienes otra hija, no tendréis dinero suficiente para su dote. No se podrá casar. Y, si lo hace, será porque habréis mentido a la familia de su futuro marido. ¿Y sabes lo que le va a pasar a Poonam? La van a apalear, la van a maltratar porque vosotros no les daréis el dinero y entonces, sí que pensará en ti y deseará que no hubieras tenido otra hija.

El corazón de Amrita se encogió con solo pensar que su pequeña la pudiese odiar. ¿Estaba siendo egoísta al tomar la decisión de tener a su bebé? Tal vez estaba pensando solo en ella, al dar a luz a esa niña que redoblaría el cariño que Poonam ya le daba. Esa bebé demostraría que no era tan ruin como su madre y que era capaz de enfrentarse a Biju y a su suegra si hacía falta, incluso que era capaz de mantener a raya a Raji. ¿Lo hacía solo por ella?

—¿De verdad crees que Poonam se enfadaría conmigo?

—Sí.

—Pero…

—Amrita, deja de luchar. Esta batalla no la vas a ganar, confórmate con Poonam, ya tienes mucho más que otras. No luches más.

—¡Lo dices solo para proteger a tu hermano y a tu madre!

—Amrita, mírame. —Lakshmi la cogió de las manos y la hizo incorporarse en la cama. Sus profundos ojos negros se enfrentaron—. Yo quiero más a Poonam que a mi hermano, que ya sabes cómo me ha tratado siempre. Yo también soy madre, y sé lo que sufres, pero aquí no merece la pena, deja de luchar.

El desagradable chirrido de la manilla de la puerta las devolvió de nuevo a la realidad. La señora Devyani entró en la habitación. Vestía un sari precioso de organdí y seda con plumas blancas en el pale y drapeados que hacían aún más esbelta su figura, los abalorios dorados bordados en las mangas semitransparentes de su top le daban un aspecto de lo más elegante.

—¿Qué hacéis las dos aquí? —dijo malhumorada.

Amrita, nerviosa, intentó coger la carta que estaba sobre la mesita, pero no pudo levantarse con suficiente rapidez. Sus manos sudaban y su ceño se contrajo pensando en lo que diría si la viese ahí.

—Mamá, mamá… —Rahul corrió y se abrazó a las piernas de su madre.

La diseñadora le dio un beso tan sonoro que inundó el vacío que se había hecho con su entrada. Después, lo cogió en brazos y empezaron a dar vueltas juntos. La seda de su pale hacía pequeñas olas en el aire y las plumas volaban caprichosas en un movimiento que a Amrita le pareció precioso. Poonam corrió hacia ella levantándose el vestido de flores plateadas que sin duda aún le quedaba demasiado grande.

—Pareces una princesa —dijo la pequeña.

—Cuando seas mayor te haré un sari como este y serás la más bonita de todas las niñas.

Las dos rieron de alegría.

Devyani sacó de un pequeño bolsillo que había diseñado en la cintura de su sari una singular pulserita, con unas curiosas piedrecitas verdes y fucsias.

—Mira lo que te he traído de Jaipur.

—¿Es para mí?

—Sí, para la maharaní más bonita del mundo. —Sonrió.

—No, eso es para mí —protestó enfadado Rahul—. Siempre le estás regalando cosas a Poonam. Eso es para mí.

—No seas celoso, a ti te he traído otra cosita. Te la daré en cuanto te metas en la cama… Esto es para niñas.

Devyani se dio la vuelta y se dirigió a Lakshmi, sin mirar a Amrita:

—Os podéis ir, yo me quedo con él.

Las dos muchachas salieron con Poonam de la mano.

En la habitación la diseñadora desvistió y metió al niño en la cama.

—A mi pequeño Rahul le he traído… —Acercó la bolsa azul que había dejado sobre el suelo al entrar en la habitación—: ¡Un pequeño elefante de Jaipur!

Era una marioneta de madera blanca con motivos en rojo con unas robustas patas articuladas con motas negras. Los ojos del niño se abrieron de alegría.

—Mamá, cuánto te quiero.

Devyani lo besó dándole todo el amor que durante el día había puesto sobre los retales de tela burdeos y dorados que su ayudante había traído de Lucknow.

Su alma sonreía cuando estaba cerca de Rahul, aunque no solía pasar demasiado tiempo con él. Su pena se hacía más soportable, menos pesada. Cuando el niño se durmió, se levantó, y vio en la mesilla de noche un sobre con una elegante línea azulona que adornaba su perímetro; en el centro estaba escrito el nombre de Assia Cotovad. La caligrafía era inconfundible. Las esbeltas patas de la «A» se alargaban y afinaban terminando en una elegante curva. Lo mismo ocurría con la «d» que terminaba en un grácil. Cada letra tenía una pequeña y delicada prolongación de lo más coqueta. Era un trazo firme, británico, casi afeminado. No había otra persona que escribiese así, nadie que utilizase un papel de tan alto gramaje y escribiese con esa pluma de tinta negra azulada. Había visto demasiadas veces esos sobres para no reconocerlos.

Otra vez todo el odio que Rahul había aplacado trepó por su cuerpo y ya no hubo forma humana de hacerlo desaparecer. Mukesh, ese maldito Mukesh. ¿Dónde estaría metido? ¿Por qué escribía a Assia?

Cogió la carta, la dobló con ira y se la metió en la cintura del su sari.

Fue a su habitación. Se quitó los tacones de piel de serpiente dorada de Jimmy Choo y los dejó sobre la alfombra afgana. Se sentó en la cama plateada con dosel, de la que caían sedas anaranjadas, miró la hora en el reloj de plata que estaba en su mesilla de noche: iba a llegar tarde a la fiesta en honor a Sonia Gandhi, pero qué importaba. Esto era más importante. Miró una vez más la carta que tenía en las manos. ¿Qué iba a hacer? No importaba, a ella le habían hecho algo mucho peor.

Se levantó y fue hasta la mesa de cristal. Cogió con los dedos ensortijados en esmeraldas el abridor de cartas con punta de cuerno de elefante y mango de plata y violó la privacidad de aquella carta. Se deleitaba en cada movimiento porque esto era parte de su venganza. Sería una venganza dura, por todo el daño que ese hombre le había ocasionado en su vida.

Sacó la carta y empezó a leer:

Mi adorada diosa Parvati…

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