Rockabilly

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Rockabilly percibe algo, algo merodea a sus espaldas, pero es incapaz de voltearse, Ella no se lo permite. Debe seguir cavando, la voluntad que lo impulsa es irrefutable. Sus manos sangran, gotas se deslizan por la pala y salen salpicadas con cada carga de tierra que lanza. Sabe que alguien lo observa, puede sentir su presencia, Ella también lo ve. Escucha una serie de murmullos y gemidos. No está lejos y aunque no puede darse vuelta, calcula que provienen de los arbustos que lindan su patio con el de la vecina. Se pregunta si no será la niña esa que lo espía. Él ha sorprendido a Suicide Girl observándolo en otras ocasiones, pero la indiscreción nunca lo ha molestado, incluso le gusta la idea de ser objeto de voyeurismo. Pero duda de que sea ella, los susurros que escuchó eran demasiado graves, no le pertenecen a una niña adolescente. Es más bien la frecuencia de un hombre.

Rockabilly oye pisadas que se aproximan. Las ganas de voltearse llegan a ser angustiantes. Apenas aguanta la sensación, es como tener una picazón que no se deja rascar. Impotente, se resigna a la tarea por delante y vuelve a refugiarse en las voces del pasado.

Penny.

¿Sí, belleza?

¿Por qué estoy amarrado a la cama?

Por tu bien, belleza… por el bien de Ella.

No entiendo.

Aún no has sanado del todo. No puedo permitir que la toques.

Es que me pica.

Eso es bueno, muy bueno.

Por favor, suéltame.

No, amor. Ya te dije, no puedo.

Haz algo, por favor, Penny, haz algo que no doy más.

A ver, niño, ¿qué quieres que haga?

No sé, ráscame tú.

Bueno, pero despacito.

Eso… eso. Más arriba… eso.

¿Así?

Sí, gracias. Por favor, no te detengas. Un poco más fuerte.

Eso no, belleza. No queremos hacerle daño a Ella.

¿Qué es eso?

¿Qué cosa?

Eso, tus dedos se hundieron. ¿Qué hay ahí?

¿Acá?

Sí, ahí mismo.

No te preocupes, no es nada grave. Son las cuencas de sus ojos, son profundas, preciosas, si tan solo pudieras verlas, con cada minuto que pasa se ponen más bellas.

¿Por qué te ríes?

No, nada. Es que justo mientras hundía los dedos en los ojos, Ella parpadeó. Sus pestañas me hacen cosquillas.

Bueno, amor… estamos listos.

¿A dónde vas?

Ya cumplí con mi parte, ya es hora de regresar a casa.

Espera. No me puedes dejar así.

Sí, belleza. Te voy a dejar así. Tú eres un hombre listo, de cierta fuerza. Confío que lograrás zafarte de las ligas.

¿Vas a regresar?

No, cariño. Ni tú ni Ella volverán a verme.

Penny.

Adiós, amor.

Penny.

¿Penny?

No mintió. Rockabilly nunca la volvió a ver. Por un tiempo la buscó, se fue a las orillas de la ciudad a ver si la encontraba en la casa abandonada donde se había hecho el tatuaje. Lo atendieron un par de

methheads. Estaban demacrados, la piel cubierta de llagas y costras. Como era de esperar, no se acordaban de nada, ni de él ni de Penny. Después de unos meses, se dio por vencido. El tatuaje ya había sanado y no daba señales de algo fuera de lo normal. Incluso, con el tiempo, quedó convencido de que Penny lo había drogado, que los recuerdos de esos días desdibujados habían sido alterados. La

pin-up se veía como cualquier otro tatuaje. Claro, sus compañeros del taller le decían que se veía muy real, pero eso lo adscribía a la habilidad artística de Penny. Nada más. Pero de noche, cuando soñaba con Ella, sabía que se estaba engañando, que las cosas no eran tan simples, que Ella no iba a permitir que él la controlara, que la redujera a tinta. A veces se despertaba en medio de la noche, transpirando, con la imagen de sus ojos oscuros ardiendo detrás de sus párpados. Pasaba al baño y la miraba en el espejo. Ella se quedaba quieta, como si nada, como si fuera un simple tatuaje. Él se dejaba convencer, se reía un poco y volvía a acostarse.

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