Resto

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Las elecciones al senado tienen tres características para tener en cuenta. Primero, dado el mayor prestigio de la cámara alta, sus candidatos tienden a ser más visibles y conocidos. Segundo, son elecciones en las que vota todo el estado, así que las campañas son mucho más caras, aparatosas, y complicadas que en la cámara baja. Tercero, esta visibilidad hace que la calidad de los candidatos sea mucho más importante, uno no puede nominar a cualquier patán, por muy conservador o progresista que sea el estado, y ganar de calle como sucede en la cámara de representantes.

El problema para los republicanos es que han nominado mal.

En condiciones normales, por ejemplo, los republicanos deberían ganar en Georgia. Por mucho que el estado votará a Biden el 2020, la inevitable erosión de las midterms pone a cualquier candidato demócrata en desventaja. El GOP sin embargo nominó a un patán llamado Hershel Walker, un ex-jugador de futbol americano sin experiencia política alguna que obviamente recibió demasiados golpes en la cabeza durante su carrera deportiva. El tipo se llevó las primarias gracias al apoyo entusiasta de Trump, que resulta ser amigo suyo (Walker tuvo un cargo simbólico en su administración), pero su campaña electoral está siendo lo suficiente desastrosa como para ir por detrás en los sondeos en unas elecciones en las que un candidato mediocre debería ganar con comodidad.

Algo parecido sucede en Nevada, un estado que estuvo muy ajustado el 2020 y donde los demócratas temían perder un escaño. Trump dio su apoyo en las primaras republicanas a un cretino llamado Adam Laxalt, un antiabortista radical que se ganó las simpatías del expresidente gracias a sus histéricas conspiranoias sobre fraude electoral. Los sondeos hoy dan una ventaja persistente a Cortez-Masto, la senadora demócrata.

Este patrón de candidatos horrendos que ganan primarias gracias al apoyo de Trump se repite en Arizona (el ganador, Blake Masters, es básicamente un fascista), Ohio (J.D. Vance, del que hablé aquí), Carolina del Norte (Ted Budd, otro negacionista electoral) y en Pensilvania, donde Mehmet Oz está pegándose una de tortas espléndida contra John Fetterman. Si a eso le sumamos el hecho de que el GOP está presentando un fósil en Iowa y un chiflado golpista en Wisconsin, esto crea un escenario donde los demócratas quizás puedan salir con vida.

Es fácil echarle la culpa a Trump de favorecer la elección de melones en las primarias republicanas, por supuesto, pero vale la pena recordar que el GOP tiene una larga de tradición de nominar a candidatos inexplicables en elecciones al senado que deberían tener ganadas, incluyendo un presunto pedófilo. El partido tiene un problema desde hace años con la tendencia de sus bases a escoger gente un tanto estrafalaria, y Trump, más que “escoger” malos candidatos simplemente estaba reforzando una tendencia conocida al caos.

Todo esto, no obstante, no quiere decir que los demócratas vayan a ganar escaños en el senado. Las elecciones y sondeos son un juego de probabilidad; estas nominaciones hacen que un puñado de escaños donde tenían digamos un 30-40% de ganar ahora tienen un 50 ó 60%. Quizás tengan suerte, y estas mejores opciones se traduzcan en más candidatos ganadores, pero es obligado recordar que un buen candidato ayuda, pero no gana elecciones.

La cámara de representantes

La cámara baja representa un problema mucho más intratable para los demócratas. Para empezar, los candidatos son menos visibles, así que la persistente tendencia republicana a nombrar chiflados es mucho menos dañina. Segundo, el gerrymandering en muchos lugares ha favorecido al GOP, así que los conservadores parten con cierta ventaja en agregado. Tercero, los pocos escaños en distritos competitivos que hay están ocupados por demócratas, que se ven obligados a defender mucho más territorio.

Aún con estos vientos en contra, los demócratas tienen algunos factores que juegan a su favor. Aunque Biden sigue siendo impopular, los sondeos dan una pequeña ventaja ahora mismo a los demócratas, en abstracto, en las encuestas (cinco décimas). El sesgo conservador del mapa electoral hace que el partido deba ganar al menos por un puntito para tener una probabilidad razonable de mantener la mayoría, pero no están demasiado lejos de ese umbral. Varias elecciones en distritos con vacantes este verano han visto a candidatos demócratas sacar mucho mejores resultados de lo esperado. Y por supuesto, tenemos ese referéndum sobre el aborto en Kansas, y la sombra de Dobbs y Roe.

Los sondeos, ciertamente, parecen estar reflejando el hecho de que Biden y los demócratas han tenido un puñado de buenas noticias estas últimas semanas. El paro sigue disminuyendo, la inflación se está frenando (Estados Unidos tiene gas natural a patadas, gracias) y han aprobado varias leyes increíblemente importantes. Los problemas legales de Trump son un recordatorio constante tanto de que el expresidente es un personaje tóxico e inaguantable como que el GOP sigue estando totalmente subyugado por su presencia.

Tenemos también el detalle de que la baja popularidad de Biden se debía, sobre todo, a que muchos votantes demócratas estaban desencantados con los problemas del presidente para aprobar su agenda. Estos votantes no iban a pasarse al GOP o a Trump ni hartos de vino, y con el partido sacando leyes adelante de nuevo y la urgencia tras la sentencia del aborto y el increíble número de chiflados que han nominado los republicanos, son muy movilizables. Y que corcho, que uno de los dos partidos diera un maldito golpe de estado hace menos de dos años cuenta por algo también.

Seguramente perderán igual

Por mucho que la era Trump produzca toda clase de resultados electorales extraños, la inexorable lógica de las midterms sigue siendo muy difícil de combatir. Son elecciones de segundo orden con baja participación; las bases del partido en el gobierno están desencantadas, las de la oposición indignadas. De no mediar algo muy excepcional o una pifia política colosal por parte del partido fuera del gobierno, lo más probable es que los demócratas se estrellen. Un buen resultado sería que perdieran la cámara baja y mantuvieran su mayoría de cero en el senado, y un muy buen resultado sería que quizás ganaran un senador o dos.

Lo más probable, sin embargo, es que pierdan ambas cámaras.

Esto sería desafortunado, pero no una tragedia. Los presidentes suelen hacer bien poco en los dos últimos años de su mandato. Casi todos pierden su mayoría en el congreso, para empezar, y el último año en el cargo la campaña presidencial absorbe toda la energía del sistema político. Biden seguirá en el cargo los dos próximos años, pero el periodo de su mandato en el que puede ser efectivo se acaba en octubre. Teniendo en cuenta la pandemia, una mayoría minúscula en el congreso y el hecho de que el principal partido de la oposición dio un golpe de estado, la producción legislativa de los demócratas ha sido bastante excepcional.

Pase lo que pase en noviembre, la principal preocupación del partido será evitar una victoria de Trump el 2024, si llega vivo (o libre) a las elecciones.

Una nota final: el resultado en noviembre va a ser leído, inevitablemente, en clave Trumpiana, sobre si los candidatos que él apoya pueden o no ganar elecciones. Un mal resultado de los republicanos, especialmente si Trump anuncia su candidatura a la presidencia durante los próximos meses, tendrá un impacto considerable en las primarias del 2024.

Epitafio de Liz Cheney

Liz Cheney perdió las primarias en Wyoming por 37 puntos este martes pasado. El motivo de su derrota es el mismo que la llevó a ser purgada primero del liderazgo del partido y convertida en un paria después, su oposición a Trump.

Muchos han hablado de su valentía y la fuerza de sus convicciones, de cómo ha sido uno de los pocos republicanos que ha tenido las agallas de hablar claro sobre el peligro que representa Trump para el futuro del país. Es alguien que se ha inmolado políticamente por defender lo que cree, y merece ser reconocida por ello.

Lo que no podemos olvidar, sin embargo, es que Liz Cheney fue durante mucho, mucho, mucho tiempo parte del problema, una miembro del establishment republicano que construyó un partido listo para ser tomado por un proto fascista como Trump. Oliver Willis señalaba hace unos días que un político no debería ser alabado por hacer lo mínimo que se espera de ellos. Defender la democracia es algo obvio, no motivo de premio.

Cheney es hija de su padre, y sabe Dios que si hay algo que los Cheneys tienen es memoria, rencor, y un profundo e infinito deseo de venganza. A partir de ahora, el gran objetivo en la vida de Liz Cheney es destruir la carrera política de Trump sea como sea, y dado su innegable talento político, nos va a dar grandes tardes. Su carrera política dentro del GOP casi seguro ha terminado, pero va a seguir repartiendo leña a espuertas.

Es lo bonito de la política, claro. Uno puede morir políticamente más de una vez.




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