Respuestas sorprendentes a preguntas cotidianas

Respuestas sorprendentes a preguntas cotidianas


15. ¿Te puede caer un rayo y vivir para contarlo?

Página 20 de 33

CAPÍTULO

15

¿Te puede caer un rayo y vivir para contarlo?

Voy a ir directo al grano: no conozco a nadie a quien le haya caído encima un rayo. Ni siquiera conozco a alguien que conozca a alguien a quien le haya caído encima un rayo. Lo más parecido a esta experiencia que recuerdo haber vivido en primera persona fue presenciar cómo un rayo caía sobre un montón de ramas que teníamos apiladas en el jardín y les prendía fuego... Y, aunque lo recuerdo como si fuera ayer, mis padres insisten en que eso nunca ha pasado. O sea que, o lo soñé, o alguien lleva años ocultándome un secreto tan turbio como irrelevante.

Pero el hecho de que yo no conozca ningún caso personalmente no quita que unas 240.000 personas1 sean alcanzadas por rayos en todo el mundo cada año. Y, curiosamente, entre el 70 % y el 90 % sobrevive.2 Sé que el número de personas que fallecen cada año debido a este fenómeno es desgarrador, pero, sinceramente, me sorprende que los seres humanos tengamos una probabilidad tan alta de sobrevivir a un evento que parece tan violento como un rayo. De hecho, conociendo estas cifras, la verdad es que el tipo que sobrevivió al impacto de siete rayos a lo largo de su vida tampoco tiene tanto mérito.

¡¿Que sobrevivió a qué?!

Como lo oyes, voz cursiva, es uno de esos récords Guinness que no tengo ningunas ganas de batir, junto con el de la caída desde un avión a mayor altura.

Mira, no te voy a engañar. No me creo que se pueda sobrevivir a un rayo. Vamos, es que ni de broma.

Pues créetelo, voz cursiva. Para entender por qué los rayos son fenómenos menos letales de lo que aparentan, veamos qué les ocurre a nuestros cuerpos cuando pasa a través de ellos una corriente eléctrica.

Hay dos conceptos relacionados con la electricidad que aún no he comentado: la intensidad de la corriente y su voltaje. A modo de analogía para entender mejor qué representa cada uno de ellos, imaginemos que ese flujo de electrones que compone una corriente eléctrica se comporta como un río de agua normal. En este caso, la intensidad representaría el «caudal» de la corriente eléctrica o, lo que es lo mismo, la cantidad de electrones que están pasando por un punto concreto cada segundo. Este es el motivo por el que la intensidad se mide en amperios (A). Un amperio refleja que hay unos 6 millones de billones de electrones pasando a través de un punto concreto cada segundo. En cambio, el voltaje (V) es la unidad que representa cuál es el empuje de los electrones y determina si una corriente será capaz de pasar a través de un material que ofrece una cierta resistencia a su paso o no. Y, de estas dos propiedades, la que nos hace daño no es el voltaje, sino la intensidad.

¿Qué dices? ¿Y eso por qué?

Voy a intentar explicarlo con una analogía un poco cogida con pinzas. Imagina que estás disfrutando de un cálido día de playa veraniego y se levanta una fuerte ráfaga de viento que tira unos cuantos granos de arena contra tu cara. La experiencia sería un poco molesta, pero no sería letal, ni mucho menos, porque, aunque cada grano individual se estaría moviendo muy deprisa y golpearía tu cara con fuerza (la corriente de arena tendría un voltaje alto), el número de granos de arena sería demasiado reducido como para hacernos algún daño (su intensidad sería baja).

Pongámonos ahora en la misma situación playera, pero en esta ocasión ha aparecido un loco con un soplador de hojas que se ha conseguido infiltrar hasta tu toalla sin que te enteres y está proyectando sobre ti un chorro de arena concentrada. En este caso, aunque los granos de arena individuales se mueven a una velocidad similar y cada uno ejerce una presión parecida a la de antes sobre tu piel (el voltaje de la corriente es el mismo), el número de granos que impacta contigo cada segundo es mucho más elevado (su intensidad es mucho mayor) y, por tanto, la fricción que producen te hace daño de verdad.

Sé que no es la mejor analogía del mundo, pero se podría aplicar un principio parecido a las corrientes eléctricas.

Uno de los motivos por los que la corriente eléctrica nos hace daño es que genera fricción dentro de nuestros tejidos, ya que, mientras los electrones pasan a través de ellos, sacuden los átomos con los que entran en contacto, incrementan su velocidad y su temperatura aumenta. Una corriente que tenga una densidad de electrones baja no nos hará daño, porque el calor que generará será mínimo, pero si la intensidad de la corriente aumenta, todas esas colisiones entre electrones y átomos generarán cantidades considerables de calor... Y entonces es cuando aparecen las quemaduras de diferente consideración.

Pero bueno, aunque las quemaduras producidas por una descarga muy fuerte no deben de ser nada agradables e incluso pueden llegar a resultar letales, el principal peligro de una corriente eléctrica muy intensa reside en su influencia sobre nuestro sistema nervioso.

¡Claro! ¡Porque los nervios mandan señales de un lado a otro de nuestro cuerpo utilizando pulsos eléctricos!

Bueno, no exactamente, porque lo que pasa a través de nuestros nervios no es un flujo de electrones, como ocurre en un cable de metal, sino que se trata de un mecanismo más complejo en el que las neuronas intercambian iones (átomos con carga eléctrica) de sodio y potasio. De todas maneras, ahora mismo nos basta con saber que las corrientes eléctricas son capaces de interferir con las señales del sistema nervioso mientras pasan a través de nuestro cuerpo.

De hecho, seguro que habrás experimentado este fenómeno en tus propias carnes si alguna vez te han puesto uno de esos parches que contraen algún músculo en contra de tu voluntad a base de activar tus nervios con pequeñas descargas eléctricas. Pues bien, imaginemos que nos ponemos uno de esos parches en el corazón, en lugar de una pierna o un brazo. En este caso, el calambrazo podría llegar a interferir con los impulsos nerviosos que regulan los latidos del corazón y provocar que entre en estado de fibrilación ventricular,3 o, lo que es lo mismo, que empiece a latir de una manera rápida, caótica e irregular que impide que bombee la sangre correctamente y que puede resultar mortal.

Qué mal cuerpo me ha dejado este ejemplo. ¿De verdad era necesario?

Pues sí, voz cursiva, porque la principal causa de mortalidad entre la gente a la que le cae un rayo encima es el fallo cardiaco. Dicho de otra manera, el mayor peligro al que te enfrentas si te cae un rayo encima es que la corriente pase a través de tu corazón mientras atraviesa tu cuerpo de camino al suelo, interfiera con las señales nerviosas y provoque que entre en estado de fibrilación ventricular... Y lo peor de todo es que la intensidad de corriente necesaria para que el corazón empiece a latir de manera anómala o incluso que se detenga es muy baja, del orden de entre los cien y los doscientos miliamperios (mA).

¿¡Qué!? Entonces, ¿cómo se supone que la gente consigue sobrevivir al impacto de los rayos, que tienen corrientes de hasta centenares de miles de amperios?

Porque, por suerte, la corriente eléctrica de los rayos no suele pasar a través de nuestro corazón.

Me explico.

Una corriente eléctrica tiende a seguir el camino que ofrece una menor resistencia a su paso. La resistencia que ofrece un objeto al paso de la corriente se mide en ohms (Ω) y depende de las propiedades del material que lo compone y de su espesor. Por ejemplo, la plata es uno de los materiales que mejor conducen la electricidad, y un cable de este metal de un milímetro de diámetro y un metro de longitud ofrecería una resistencia de 0,02 ohms. En comparación, la resistencia de uno de vidrio con las mismas dimensiones rondaría entre 10 billones y 1 millón de billones de ohms, porque es un material muy aislante. Y, si dobláramos la longitud de los cables, su resistencia también se multiplicaría por dos.

O sea, que si clavásemos un poste de plata y otro de cristal en el suelo, los rayos que ambos tuvieran en su radio de influencia tenderían a caer sobre el de plata, porque es el que ofrece una menor resistencia al paso de la corriente. Y, por supuesto, cuando nos cae un rayo en la cabeza ocurre lo mismo: su corriente tenderá a pasar a través de nuestro cuerpo siguiendo el camino que ofrece menos resistencia.

Afortunadamente, nuestro corazón no suele encontrarse en ese camino, porque el cuerpo humano no conduce especialmente bien la electricidad en condiciones normales. Por ejemplo, en una situación hipotética en la que nos cayera un rayo en la cabeza mientras estamos secos, lo más probable es que la mayor parte de la corriente fuera conducida hasta el suelo por la superficie de nuestra piel, en lugar de pasar a través de nuestro cuerpo, ya que es el camino que ofrece una menor resistencia. Obviamente, las quemaduras cutáneas que nos dejará el rayo durante el proceso no serán agradables, pero, al menos, la corriente no pasará a través de nuestro corazón ni de nuestros órganos internos, y las probabilidades de que salgamos vivos de este encontronazo con las fuerzas de la naturaleza serán bastante altas.

Bueno, me tranquiliza saber que el impacto de un rayo no es sinónimo de una muerte segura. De todas maneras, si una tormenta me pillara a la intemperie, preferiría esconderme debajo de un árbol o acercarme a otra estructura alta para que el rayo impactara en ella, en lugar de en mi cabeza. Solo por si acaso.

Eso sería una idea terrible, voz cursiva. De hecho, la mayor parte de las lesiones que provocan los rayos ocurren de manera colateral, sin necesidad de que caigan directamente sobre la persona. Por ejemplo, si te colocas junto a un poste durante una tormenta y da la casualidad de que un rayo cae sobre él, corres el riesgo de que la corriente que está pasando a través del poste sea atraída hacia tu cuerpo, decida usarte para recorrer el último tramo del camino que le queda para llegar al suelo y se abalance sobre ti mediante un bonito arco eléctrico. O, por poner un escenario menos elegante, el rayo también podría partir una rama del árbol bajo el que has decidido cobijarte y abrirte la cabeza.

Bueno, vale, pues me protegeré de los rayos colocándome cerca de una estructura alta, pero sin acercarme demasiado a ella.

Esto tampoco sería una buena idea, porque la corriente que entra en la estructura también se puede propagar por el suelo y entrar en tu cuerpo a través de tus piernas. Para dar una idea del radio de acción que tiene la corriente de un rayo transmitido a través del suelo, en 2016, un solo rayo fulminó a 323 renos que pululaban por un área que tenía entre 50 y 80 metros de diámetro.4 Si este número no te parece lo bastante impactante, en 1918 y 1939 se produjeron dos incidentes en los que el mismo fenómeno mató a dos rebaños de 654 y 850 ovejas, respectivamente.5

¡Maldita sea! ¡Pues entonces correría hacia un descampado, me alejaría de cualquier estructura alta y me tumbaría en el suelo para ser la cosa más baja del paisaje!

Otro error, voz cursiva. Primero, porque en los descampados también caen rayos. Y, segundo, porque la corriente de un rayo puede recorrer distancias de más de treinta metros desde el punto de impacto,6 así que, cuanto mayor sea tu superficie de contacto con el suelo, mayor será la probabilidad de que esa corriente alcance alguna parte de tu cuerp...

¿¡Y ENTONCES QUÉ SE SUPONE QUE DEBO HACER SI UNA TORMENTA ME PILLA DE IMPROVISO EN MEDIO DE LA NADA!?

Lo mejor que puedes hacer es buscar cobijo dentro de un edificio o en el interior de un vehículo. Si no tienes ninguna de las dos opciones a la vista, los expertos recomiendan que te alejes de cualquier estructura alta y te pongas en cuclillas, manteniendo los pies lo más pegados posible entre sí.

¿Pero qué más le da al rayo cuánto separe los pies?

Pues mucho, voz cursiva. Al parecer, la corriente eléctrica no tiene por qué disiparse de manera uniforme alrededor del punto del impacto del rayo, y en el terreno pueden aparecer regiones que están muy cerca unas de otras, pero que tienen una gran diferencia de potencial eléctrico porque su resistencia es distinta. Por tanto, cuanto más separemos los pies, mayor será la probabilidad de que estén apoyados sobre dos regiones con una carga diferente y de que los electrones decidan usar nuestras piernas para pasar de una a otra.

Ahora bien, la probabilidad de que un rayo transmitido a través del suelo mate a un ser humano es bastante baja, porque la corriente solo tiene una pierna por la que entrar y otra por la que salir, así que, independientemente de la dirección que elija, el corazón siempre estará bien lejos de su camino. En cambio, los animales cuadrúpedos son mucho más vulnerables a este tipo de descargas subterráneas, porque, al tener cuatro patas apoyadas en puntos bastante separados, las probabilidades de que pisen dos regiones del terreno con potencial eléctrico distinto son más altas. Y si, además, tenemos en cuenta que la corriente tiene una gran probabilidad de pasar a través de su corazón si entra por las patas delanteras y abandona su cuerpo por las traseras (o viceversa), no es de extrañar que un solo rayo pueda fulminar cantidades tan grandes de ganado.7

Bueno... Aunque me sabe mal por esos pobres cuadrúpedos, reconozco que este dato me tranquiliza bastante.

Pero si tú no tienes cuerpo, ¿qué más te da que a los bípedos no nos afecte tanto este fenómeno?

Pues me tranquiliza porque tú eres bípedo y eso reduce las probabilidades de que un rayo transmitido por el suelo provoque que dejes de escribir y que yo desaparezca.

Gracias, voz cursiva, es una de las cosas más bonitas que me han dicho nunca.

Bah... Volviendo a lo nuestro, ¿qué pasaría si la lluvia de la tormenta me calara de agua? ¿Eso empeoraría o mejoraría la situación respecto a los rayos?

La empeoraría, sin duda, porque la resistencia eléctrica de nuestro cuerpo baja de unos 100.000 ohms a unos 1.000 ohms cuando estamos mojados,8 y eso incrementa las probabilidades de que la corriente decida pasar a través de nuestro cuerpo (y nuestro corazón) para llegar al suelo. Además, esta reducción de la resistencia eléctrica de nuestro cuerpo provocará que la corriente que pase a través de nosotros sea más intensa... Y no mejorará nuestras probabilidades de sobrevivir, como te podrás imaginar.

Así que si una tormenta te pilla en medio de la intemperie y no tienes un edificio o un coche en el que cobijarte, acuclíllate, pega las piernas, cruza los dedos y espera a que pase.

¿Qué efecto tiene cruzar los dedos?

Ninguno, voz cursiva. Es un eufemismo que sirve para decir que invocas a la buena suerte.

Nunca me acostumbraré a estos hábitos tan absurdos que tenéis los seres corpóreos. Pero bueno, te pongo una situación aún más peliaguda: ¿qué pasaría si una tormenta me pillara nadando en el agua?

Pues el riesgo es más o menos el mismo que en el suelo: si un rayo cae cerca de ti en el océano, la corriente se esparcirá por el agua alrededor del punto de impacto, y, si estás en su camino, pasará a través de ti y te electrocutará. No he podido encontrar referencias demasiado concretas acerca del radio de alcance de un rayo cuando cae en el agua, pero he visto que se sugieren desde diez metros hasta «unas decenas» alrededor del punto de impacto. Sea cual sea la cifra, si una tormenta te pilla en el agua, lo mejor es que salgas rápidamente a tierra firme y te seques lo antes posible para incrementar la resistencia eléctrica de tu cuerpo.

Vale, ¿y si estás en mar abierto?

Uf... Yo qué sé, voz cursiva. Acepta tu destino. Poco más puedes hacer en esta situación.

Entiendo. Ese sería un buen momento para cruzar los dedos, ¿no?

Al contrario; en mar abierto necesitas las manos para mantenerte a flote, así que lo último que debes hacer es cruzar los dedos.

En serio, no hay quien entienda vuestras costumbres... ¿Y qué hay de los pobres peces? ¿Cómo se protegen de los rayos, si no pueden salir del agua cuando hay una tormenta?

Pues no he encontrado información específica sobre rayos y peces en mar abierto, aunque, al parecer, existen casos en los que un rayo ha impactado contra algún estanque y los peces han sobrevivido, pero, aunque algunos salen de la situación sin secuelas a largo plazo, otros desarrollan lesiones que les impiden nadar con normalidad o que alteran su comportamiento.9 Eso sí, en principio, si un rayo cae en mar abierto, solo los peces que se encuentran cerca de la superficie en el momento de la descarga deberían verse afectados por la corriente eléctrica.

En realidad, esta misma lógica se puede aplicar a cualquier otro animal que se encuentre cerca de la superficie del agua. Por ejemplo, en 2018, cincuenta gansos aparecieron muertos en un lago en Canadá, y la autopsia reveló que todos habían muerto al mismo tiempo, así que se cree que el responsable fue un rayo que cayó en el agua mientras estaban flotando tranquilamente.10 Imagino que este incidente te puede dar una idea de lo que le podría llegar a ocurrir a una persona que fuera sorprendida en el agua por una tormenta.

En fin, ¿se te ocurre alguna otra situación enrevesada relacionada con los rayos que te intrigue, voz cursiva?

Mira, ya que has sacado el tema de los pájaros... ¿Podría un rayo derribar a un pájaro en pleno vuelo?

Pues no parece haber mucha literatura al respecto, por la razón que sea. La única información «fiable» que he encontrado sobre este tema es un extraño intercambio de cartas publicadas en la revista Nature en 1894. En la primera carta, del 19 de abril, un tal Skelfo planteaba la siguiente duda:11

Una dama estaba mirando por la ventana cuando ocurrió el destello de un rayo, acompañado enseguida por el ruido de un trueno. Inmediatamente después, observó una gaviota muerta frente a la ventana, pero estaba convencida de que no estaba allí antes. Los que recogieron el pájaro afirmaron que aún estaba caliente, y se dice que olía poderosamente a azufre. Me gustaría saber si un pájaro en pleno vuelo puede ser abatido por un rayo, y, si es así, si se trata de un hecho común.

El 26 de abril, un tal G. W. Murdochs envió otra carta en la que afirmaba poder responder a la pregunta de Skelfo, no solo porque «tenía en su posesión varios registros auténticos», sino porque también lo había observado en persona. Al parecer, una vez su perro espantó a un pato, y un rayo derribó al pájaro poco después de levantar el vuelo. Según él, el pato se desplomó «como si lo hubieran disparado»,12 pero, aunque el bueno de G. W. Murdochs examinó el cuerpo, no recordaba si «olía poderosamente a azufre». En la carta comentaba que le sonaba que no.

Dejando las cartas de finales de siglo XIX a un lado, en principio no parece haber ningún motivo por el que un rayo no pueda pasar a través de un pájaro durante su camino hacia el suelo, así que, a título personal, me fío de los testimonios de estas historias.

Ostras, pues espero que nunca me pille un rayo en un avión en pleno vuelo.

Eso no te tiene que preocupar, voz cursiva. Un rayo no puede derribar un avión moderno porque el fuselaje de estos vehículos está diseñado para que se comporte como una jaula de Faraday, una estructura metálica cuyo diseño impide que se formen campos eléctricos en su interior cuando una corriente pasa a través de ella. O, mejor dicho, los campos eléctricos se forman en su interior, pero están distribuidos de manera que se anulan entre sí. En cualquier caso, lo importante es que la corriente solo se puede propagar por la superficie exterior del avión, así que, si un rayo cae sobre él, simplemente entrará por un punto del fuselaje y saldrá por otro sin causar ningún daño en su interior. Es más, de media, cada avión comercial recibe el impacto de un rayo cada año,13 de modo que creo que el hecho de que los medios de comunicación no estén constantemente saturados con noticias de aviones abatidos por rayos es un testimonio de su seguridad.

Y, ya que estamos hablando del tema, la carrocería de los coches también está diseñada para que conduzca la corriente de los rayos a través de su superficie y no dañe a los pasajeros que están en su interior. Este es el motivo por el que es mejor que no salgas del coche si te sorprende una tormenta con mucha actividad eléctrica... Aunque, por si acaso, intenta no apoyarte en las partes metálicas del interior del vehículo.

O sea, que si estás volando durante una tormenta en el siglo XXI, los rayos no tienen por qué preocuparte en absoluto.

Espera, ¿por qué especificas lo del siglo XXI?

Bueno, es que los aviones de antes no estaban tan bien preparados contra las descargas eléctricas como ahora, y los accidentes provocados por los rayos eran más frecuentes. De hecho, como he comentado en el capítulo 10, el vuelo en el que viajaba Juliane Koepcke fue destruido por un rayo en pleno vuelo. Pero insisto: estos problemas fueron identificados y solucionados hace décadas, y, además, no existen las máquinas del tiempo, así que puedes seguir volando con total tranquilidad.

Vale, vale. Por cierto, no sé qué neura te ha dado, pero no paras de hablar sobre aviones en este libro. No sabía que eras tan fanboy de estos vehículos.

No me interesan especialmente, voz cursiva, pero es que no paro de encontrar datos curiosos sobre puñeteros aviones. ¿Alguna pregunta más?

No, no; creo que ya me he quedado con la conciencia tranquila.

Estupendo, porque ya tenía ganas de hablar de un fenómeno muy infrecuente que está relacionado con los rayos y que ha dado pie a bastantes situaciones muy extrañas a lo largo de la historia. Pero, antes de explicar lo que es, pongámonos en situación con algunos testimonios desconcertantes.

La primera anécdota ocurrió en 1638 en una iglesia de Widecombe in the Moor (Devon, Inglaterra). Durante una tormenta, una «bola de fuego» de 2,4 metros de diámetro se coló en la iglesia y explotó en su interior, matando a cuatro personas, hiriendo a otras sesenta y provocando daños en la estructura del edificio. Los testigos dijeron haber percibido un olor a azufre que atribuyeron al infierno, por lo que culparon del incidente a dos personas que habían estado jugando a las cartas durante el sermón, partiendo de la premisa de que habían desatado la furia de Dios con esa falta de respeto. Nunca dejarán de sorprenderme los «pecados» tan nimios y específicos que el Todopoderoso se centra en castigar, mientras deja pasar cosas mucho más graves, como asesin...

Déjate de críticas religiosas, quiero más historias raras.

Vale, vale... París, 1852. Un escritor llamado Willy Ley jura ante la Academia Francesa de la Ciencia que, durante una tormenta, un sastre presenció cómo una bola luminosa del tamaño de una cabeza humana salió del hueco de su chimenea, dio una vuelta por la habitación, volvió a la chimenea y explotó, destrozando su parte superior.

Otro incidente extraño ocurrió en un pueblo con el nombre igualmente misterioso de Bischofswerda, en Alemania. En este caso, una bola luminosa pasó silenciosamente a través de un cable telefónico, espantó a un profesor al salir a través del teléfono que estaba utilizando y atravesó una ventana, dejando el cristal lleno de agujeros perfectamente redondos del tamaño de una moneda. En este caso, la bola fundió setecientos metros de cable telefónico, dañó varios postes y empujó a unos cuantos obreros al suelo, sin que hubiera que lamentar daños mayores.

Y, por último, un encuentro más instructivo y menos destructivo se produjo en 1952 en el interior de un avión que estaba sobrevolando la costa Este de Estados Unidos durante una tormenta.14 Uno de los pasajeros de este vuelo era un ingeniero electrónico llamado Roger Jennison, que describió cómo, durante unas turbulencias, un rayo golpeó el avión, y una bola luminosa de unos veinte centímetros de diámetro salió de la cabina del piloto unos segundos después. La bola se movía a una velocidad constante mientras flotaba a una altura de unos 75 centímetros y pasó a medio metro del ingeniero, que estaba sentado en la parte frontal de la aeronave. Gracias a su formación, Jennison pudo describir el fenómeno con gran precisión: se trataba de una bola luminosa con un color entre azulado y blanquecino que no tenía una estructura interna y era visualmente opaca, por lo que casi parecía un objeto luminoso sólido. Además, la bola no irradiaba calor, y, tras pasar frente a una azafata aterrorizada, llegó hasta la otra punta del avión, atravesó la puerta del baño trasero y desapareció en su interior.

Como podrás imaginar, estos eventos están relacionados con la electricidad y no con extraños castigos divinos. Para ser más concreto, estos fenómenos eléctricos se conocen como rayos globulares.

Claro, tiene sentido que esté relacionado con los rayos. Por eso, la bola eléctrica del avión desapareció cuando llegó al baño: solo quería... descargarse. ¡Ja, ja, ja, ja!

Qué duro, voz cursiva. De todas maneras, aunque se trata de un fenómeno eléctrico que aparece durante las tormentas, aún no se conoce su causa exacta porque ocurre de manera tan infrecuente que es muy difícil estudiarlo. El principal misterio que lo rodea es que, como hemos visto, un arco eléctrico solo se puede formar entre una región que tiene carga positiva y otra con carga negativa, así que la existencia de «bolas» de electricidad autosostenida parece desafiar esa concepción.

¡Ajá! ¡Jaque mate, científicos! ¡Las leyes de la física no valen para nada!

Para el carro, voz cursiva, porque un grupo de investigadores chinos consiguió observar un rayo globular y determinar su composición basándose en la luz que emitía.15 Al parecer, estas bolas de electricidad contienen silicio, calcio y hierro, elementos que son muy abundantes en el suelo. La presencia de silicio encaja con la hipótesis de que estas bolas se forman cuando un rayo vaporiza el silicio del suelo al impactar con él, produciendo una nube de diminutas partículas aglutinadas por su carga eléctrica, que brillan debido al calor que liberan mientras se combinan con el oxígeno del aire. Por supuesto, eso no significa que el misterio esté resuelto, y, además, aún no se ha conseguido replicar de manera exacta en un laboratorio, pero estos datos ayudarán a mejorar las futuras investigaciones.

En cualquier caso, creo que durante este capítulo me he centrado demasiado en las desgracias que provocan los rayos y quería comentar que, aunque un rayo puede producir fácilmente la muerte, es posible que sus descargas eléctricas dieran comienzo a la vida en el planeta.

Cuando nos remontamos a través del árbol genealógico de todas las especies que habitan hoy en día el planeta, nuestros antepasados lejanos se van volviendo cada vez menos complejos hasta que todas las ramas evolutivas convergen en los ancestros comunes de los que surgió toda la vida del planeta: los organismos unicelulares. De hecho, estos organismos tan simples han sido el único tipo de vida que ha existido en la Tierra durante la mayor parte de su historia. Para poner algo de perspectiva, nuestro planeta se formó hace unos 4.600 millones de años, y los primeros signos de vida unicelular aparecieron unos 1.100 millones de años después, pero los organismos multicelulares no aparecen en el registro fósil hasta hace unos 600 millones de años. Esto significa que, durante los primeros 2.900 millones de años de los aproximadamente 3.500 millones que lleva existiendo la vida en nuestro planeta, las formas de vida más complejas que se podían encontrar sobre él eran organismos unicelulares.

Por desgracia, es difícil estudiar cómo era la vida en la Tierra durante este periodo, porque los fósiles de organismos unicelulares son muy difíciles de encontrar, tanto por su tamaño como por el hecho de que las rocas en las que están preservados son tan antiguas que la mayor parte de ellas han sido enterradas bajo la superficie terrestre por la actividad tectónica. Además, aunque en las rocas antiguas se pueden encontrar anomalías químicas o isotópicas que podrían haber sido causadas por la actividad de esa vida antigua, a menudo es difícil descartar por completo un origen no biológico.

Teniendo en cuenta esta falta de evidencias directas, la gran incógnita que atormenta a los científicos hoy en día es de dónde salieron esas primeras células y bacterias. O, dicho de otra manera, qué tipo de forma de vida aún más simple dio paso a los organismos unicelulares y a partir de qué proceso natural apareció.

Hombre, es obvio que la ciencia ya no nos puede proporcionar más información sobre este tema porque por fin ha hecho tope. Creo que va siendo hora de que los arrogantes científicos acepten el papel de una figura creadora.

No necesariamente, voz cursiva.

Todos los organismos de nuestro planeta son el resultado de un largo linaje de formas de vida que iban ganando complejidad a medida que pasaban las generaciones, así que no hay ningún motivo para pensar que los primeros organismos unicelulares no pudieran desarrollarse a partir de unos sistemas aún más simples que no eran tan parecidos a lo que hoy en día consideramos vida. De hecho, en la actualidad se cree que la vida empezó en forma de grupos de moléculas complejas que tenían la tendencia de autorreplicarse debido a sus propiedades químicas: en este caso, las moléculas que estaban mejor adaptadas a su entorno lograban replicarse de forma más frecuente y acababan teniendo más «descendencia», y, de esta manera, dieron el pistoletazo de salida de una carrera evolutiva en la que estos sistemas químicos irían ganando complejidad hasta convertirse en los primeros seres unicelulares.

Ya, claro... Pero ¿a que nadie ha encontrado ninguna señal de esas supuestas «moléculas autorreplicantes» en el registro fósil?

De momento, no. Pero es que estamos hablando de localizar los restos de simples grupos de moléculas más o menos complejas que vivieron hace varios miles de millones de años. Y, como he comentado, si encontrar rocas que daten de esa época es muy difícil, distinguir las señales químicas que habrían dejado en ellas esas «protoformas de vida» lo es aún más. Pero, incluso así, la ausencia de evidencias directas no significa que los científicos se estén sacando esta idea de la manga, y una prueba de ello es que está más que demostrado experimentalmente que los bloques químicos básicos que componen la vida pueden aparecer en la naturaleza cuando se dan las condiciones necesarias, sin que tenga que intervenir ninguna entidad creadora superior.

El ejemplo más conocido de este fenómeno es el experimento de Miller-Urey, llevado a cabo por Stanley Miller y Harold Urey en 1952 con la finalidad de simular las condiciones atmosféricas que se podrían haber dado en la Tierra primitiva y comprobar si podían llegar a producir moléculas precursoras para la vida. La metodología era sencilla: llenaron un recipiente con agua, metano, amoniaco e hidrógeno y lo mantuvieron caliente para que la evaporación del agua estimulara la circulación de los gases y los condujera a través de un arco eléctrico intermitente que simulaba el efecto de los rayos. Una semana después, el experimento se detuvo, se analizó el contenido de los recipientes..., y resultó que en el interior del recipiente se habían formado más de veinte aminoácidos distintos, los bloques fundamentales que componen los seres vivos.

Ahora bien, llegados a este punto, voz cursiva, podrías argumentar que la composición de la atmósfera terrestre primigenia podría haber sido distinta a la que simularon Miller y Urey, y que su experimento no representa correctamente los verdaderos procesos que condujeron a la vida.

Efectivamente. Lo argumento.

Y tendrías razón, claro, pero eso no invalida la hipótesis de que la vida se formó a partir de materia inerte a través de procesos naturales, porque la comunidad científica lleva décadas simulando diferentes escenarios que se podrían haber dado en la Tierra primigenia y produciendo esos mismos aminoácidos. O sea, que aunque aún no se ha conseguido crear moléculas autorreplicantes como las que pudieron haber precedido la vida unicelular en un laboratorio, lo que está claro es que los bloques fundamentales que se necesitan para producirlas se pueden formar a partir de materia inerte gracias a ciertos fenómenos naturales, como los rayos.

Humm... Visto así, no me parece una hipótesis tan descabellada. Pero, bueno, ¿y ahora qué?

Pues tocará cambiar de tema.

¿Y cómo lo hacemos para que quede natural?

No estoy seguro... Déjame pensar un momento, a ver si se me ocurre una manera rebuscada de hacer una transición medianamente lógica a la siguiente pregunta.

¡Qué nervios! Me tienes en ascuas.

Perfecto.

Ir a la siguiente página

Report Page