Reseña a "Ráfagas cortas"
El Alacrán“Las apariencias engañan.” Todos lo sabemos. No hay que dejarse llevar por las apariencias por muy tentadoras que sean y, aunque no habré de escribir hoy sobre un libro decepcionante en sí mismo, debo admitir que la portada era engañosa: Un tablero de ajedrez donde las piezas blancas, con máscaras del Kukuxklán, han asesinado brutalmente a las negras, que se encuentran amontonadas en medio del tablero. Atrapante el color rojo vivo que enmarca el resto de la carátula de cartulina, pero ni un solo cuento que versara sobre el racismo.
De las treinta y tres Ráfagas cortas, como bien puesto tiene el título esta colección post-mortem de Orlando Concepción Pérez, ninguna versa, ni remotamente, de lo que promueve su portada. Tratan temas diversos: referencias religiosas, rápidas historias de amor, dramas recortados, absurdos (estos son muy buenos), y alguna que otra alegoría inentendible. Que comience con un Cristo amoroso, dispuesto para la crucifixión que lo rehúye, hace perder fuerza y no hay un orden preclaro para el avance del cuaderno, solo más y más relatos cortísimos, como disparos de ametralladora, metidos a presión.
Su primera mitad me recordó un poco a Amorosos y disparatados, sensación que acabó desvaneciéndose. Orlando Concepción Pérez no era un mal cuentista en el aspecto de sus ideas, que valen lo debido, sino que lo era en el apuro. No tenía paciencia para desarrollar, tal vez y sus oraciones demasiado cortas dan la impresión de haber sido mal serradas, desaprovechado el vasto lenguaje español con un estilo tan “hemingweyano”, y tan común en los narradores del país. No quieren entender que donde no hay belleza, la mejor idea acaba malgastada.
Digamos que Ráfagas cortas merecía ser publicado, como lo fue, por La Rueda Dentada y Ediciones Unión en el 2014. Es la mejor colección de cuentos de un autor cubano de este siglo que he leído hasta ahora, aún con sus altibajos notables. Tiene la virtud de que todas las historias son cortas, así que de sufrirlas, se las sufre por poco tiempo. También resulta entrañable ver la devoción de Orlando por su amigo Eduard Encina, a quien hacen referencia al menos tres de los cuentos y ver a través de las simples aventuras de sus simples personajes, típicos y previsibles, que Orlando no era uno de estos escritores insufribles de los que tanto se quejan los otros escritores. De haberlo sido, no existiría un pequeño libro recopilatorio para rendirle tributo cuatro años después de su muerte(Se mantuvo en el colchón editorial durante muchos años)
El libro termina con un homenaje a Onelio Jorge Cardoso, y es una de las peores narraciones. Se cierra y no se piensa demasiado en él; pasa como con todos los demás libros cubanos que uno tiende torpemente a comprar, en menos tiempo, eso sí. No hay muertos a causa de estas ráfagas con mala puntería, pero si tiene suerte, recibirá alguna herida insignificante que le deje una bonita marca para recordar en lo adelante. Lo aliento, lector, a buscar este libro, porque si queda alguna cicatriz, también podrá recordar a su autor muerto, y el esfuerzo por publicarlo no habrá sido en vano.
El alacrán