Regreso a Encélado

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19 de diciembre de 2048, Ishinomaki

El anochecer parecía haber caído ya, aunque solo eran las dos de la tarde. Agua salpicaba contra el parabrisas del jeep, y no estaba claro si procedía de las oscuras nubes de lluvia o de las olas de cresta blanca azotadas por el viento de la derecha. Durante el verano, Ishinomaki era un bonito destino turístico, pero en invierno la húmeda costa del Pacífico podía llegar a ser muy desagradable. Hayato conducía el jeep tras haber pasado a propósito a control manual. A Amy le divertía esta contradicción: un ingeniero que no mostraba ninguna fe por la tecnología. El IA del vehículo probablemente podía reaccionar a cada giro y curva y ráfaga de viento con más rapidez que un humano, pero Hayato se sentía más cómodo confiando en sus propias e instintivas habilidades como conductor.

Dimitri Sol dormía en su asiento de seguridad en la parte de atrás del vehículo. Ni el clima ni las voces japonesas de la radio del coche parecían molestarle. Amy intentó con todas sus fuerzas entender algo del idioma, pero sus habilidades con el japonés seguían sin ser lo suficientemente buenas como para pillar más que una palabra aislada aquí o allá. Apoyó la cabeza contra la ventana y miró el paisaje. Los tres habían estado allí de visita antes, en verano. Le había gustado tanto la zona que accedió a la sugerencia de Hayato de pasar el tiempo entre navidad y año nuevo allí con sus padres. Y era cierto que, si Dimitri Sol iba a crecer siendo bilingüe, tenía que absorber la lengua nativa de su padre lo antes posible. Además, ella podía entender que los padres de Hayato estuvieran deseando ver a su segundo nieto. Hayato, quien tenía una hija adulta, era su único hijo, y sus padres no habían podido verle durante mucho tiempo. El hecho de que él hubiera traído inesperadamente una esposa y un hijo de su largo viaje les recompensaba por su paciencia.

Si no hubiera sido por la llamada de ese tal señor Dushek, podrían estar pasando unos días tranquilos y relajados junto al mar invernal. Por culpa del ruso llegaban tarde a la casa de los padres de Hayato. En Tokio habían intentado investigar a este misterioso hombre. Hayato conocía a unas personas que conocían a otras personas que vendían información. Amy también intentó conseguir detalles sobre Dushek por medio de sus amigos de la NASA. Se decía que el hombre era parte importante del programa espacial ruso, con el que los americanos habían estado lidiando a veces. Ella esperaba recibir algunas llamadas interesantes sobre él esa noche.

—Ya casi estamos allí —dijo Hayato.

—Me alegra oírlo. La tormenta está arreciando.

Hasta entonces habían estado conduciendo a lo largo de la carretera costera. Hayato encendió el intermitente de la derecha y condujo el coche a través de una estrecha calle para entrar en la ciudad. De repente, todo se volvió casi completamente oscuro. Amy no recordaba haber pasado por allí antes, pero su marido parecía conocer el camino.

—Aquí estamos —dijo de pronto. Se giró hacia ella y sonrió.

Amy se sentía confusa. La casa ante la que se habían detenido parecía diferente a la que recordaba del verano.

—Cuidado con la farola —advirtió Hayato.

Amy asintió y abrió la puerta del coche lo suficiente como para deslizarse fuera.

—Maldición. —Hayato rodeó el coche. Levantó las perneras de sus pantalones, pero sus zapatos y calcetines ya estaban empapados—. No importa —dijo—. Voy a coger a Sol.

La puerta principal de la casa se abrió. Un gran paraguas negro salió, bajo el cual se ocultaba un hombre bajo. Amy reconoció de inmediato al padre de Hayato por sus andares de pato. Sostuvo el paraguas sobre ella y le ofreció el brazo con educación.

—Entra, hija —dijo.

Amy se giró hacia Hayato. ¿Podía ayudarle de algún modo?

—Deja a tus dos hombres solos. Ellos se pueden manejar —añadió el padre de Hayato mientras la guiaba hacia la casa.

El paraguas no cabía por la puerta, así que la dejó pasar primero, se dio la vuelta, cerró el paraguas, y la siguió dentro. Luego Hayato entró en el recibidor con Sol entre sus brazos, así que estaban bastante apretados. Amy se quitó la chaqueta y la colgó en el perchero, y luego se deshizo de los zapatos. El pasillo adyacente estaba cubierto con esterillas de rafia, así que entró descalza. Allí no parecía haber puertas, pero Amy ya sabía que esto era una ilusión. Tetsuyo, el padre de Hayato, deslizó una de las paredes hacia un lado, abriendo otro pasaje.

Entraron en el salón escasamente decorado. El suelo estaba cubierto con el habitual tatami, mientras que una mesita baja con suficiente espacio para seis personas estaba en el centro. El grueso mantel sobre la mesa llegaba hasta el suelo. Ambas paredes laterales tenían armarios empotrados, y la pared frontal tenía una ventana que estaba tapada con estores. La madre de Hayato entró por otra puerta. Primero se inclinó y, luego, abrazó a Amy.

—Es agradable tenerte aquí —dijo en inglés—. ¿Te ha recibido Tetsuyo del modo adecuado? ¿O fue tan arisco como siempre?

—No, su marido fue muy cortés. Nunca le he visto actuar de un modo huraño —respondió Amy.

Mako le dedicó una mirada taimada. Amy se dio cuenta de que era imposible adivinar la edad de la mujer.

—Por favor, toma asiento —dijo entonces su suegra—. Ya he subido la calefacción. Traeré té en un momento.

Amy y Tetsuyo se acuclillaron frente a la mesa. Luego se sentaron y metieron las piernas bajo la mesa mientras estiraban el mantel, que también servía de manta para sus muslos. Amy se relajó. El kotatsu no calentaba toda la habitación, pero el calor generado por el elemento calefactor bajo la mesa se extendía por todo el cuerpo desde las piernas. Mako volvió con una tetera, sirviendo té en tazas de porcelana finas como el papel. También dejó unas galletas sobre la mesa. Luego se sentó también.

—Espero que tuvierais un viaje agradable —dijo ella.

—Sí, pero fue agotador conducir bajo la tormenta. Hayato tuvo que esforzarse al máximo —informó Amy. Luego añadió—: Tienen un gran hijo.

Tetsuyo y su esposa se inclinaron ligeramente.

—Hayato dijo que algo importante había sucedido.

Su marido ya le había contado a Amy que su madre era muy inteligente y muy curiosa. Amy estaba a punto de responder cuando él entró en el salón.

—He dejado que Sol siga durmiendo en la habitación de invitados —dijo Hayato—. De todos modos, no se había despertado de verdad.

Apoyó una mano sobre el hombro de su padre. Su madre se levantó para saludarle.

—Tienes buen aspecto —dijo ella.

—Gracias, estoy bien. —Se sentó con ellos y su madre le sirvió una taza de té.

—Solo estábamos hablando sobre lo que os retuvo en Tokio.

—Sí —dijo Hayato—, fue una extraña llamada telefónica. Me gustaría oír vuestra opinión sobre ese asunto.

Amy sabía que no solo lo decía como un hijo diligente, sino porque seguía valorando el consejo de sus padres a pesar de tener más de cuarenta años.

«Nunca les alcanzaré», le había dicho una vez.

—Por supuesto —respondió Tetsuyo.

—La persona que llamaba se identificó como Dushek —explicó Hayato—. Es un ruso, bastante famoso en los círculos de IT, quien se gana la vida con IAs: inteligencias artificiales. Aún tenemos que comprobar si es de verdad el mismo Dushek. Pero no veo motivos por los que alguien fingiría ser él.

—¿Y qué quería?

—Eso es lo extraño, madre. Se ofreció a financiar otra expedición a Encélado. No, no solo eso. Se ofreció a organizarla para nosotros.

—¿Y por qué deberíais aceptar esta oferta? Después de todo, acabáis de regresar.

—El hombre afirma conocer un modo de salvar a Marchenko.

—¿El médico ruso de la nave espacial por quien Dimitri Sol recibe su nombre?

—Sí, madre, y cuya conciencia trajimos como copia digital.

—Eso nos lo contasteis, sí. En realidad no puedo imaginármelo, pero no importa. ¿Cómo es que ese hombre, Dushek, lo sabe? ¿No es alto secreto?

—Eso es lo que nos asombra…

—¿Y qué es lo otro?

—Sus motivos, madre. Tal expedición cuesta millardos de dólares. Muchos millardos. ¿Qué conseguiría que sea tan valioso para él?

—Como empresario, no creo que esté actuando por impulso caritativo.

—Sí, y eso es precisamente lo que nos preocupa.

—Supongamos que compruebas su oferta y el hombre dice la verdad, y que realmente puede llevaros a Encélado. ¿Aceptaríais?

—No por nosotros, padre, pero sí por Marchenko, sin pensarlo dos veces. Suponiendo que Marchenko también quiera.

—¿Cuándo vais a preguntarle?

—La semana que viene, el día 26, cuando nos reunamos todos en Tokio.

—¿Alguien notará que toda la tripulación del ILSE va a reunirse con un rico ruso en Tokio? —preguntó Mako, su inflexión claramente indicaba su pregunta.

«Ese es un argumento importante», pensó Amy. «¿Por qué no lo hemos pensado nosotros?». ¿Les estaban vigilando los servicios de inteligencia? Jiaying era un símbolo importante para su país, y debía haber ansiosas agencias supersecretas en los Estados Unidos también. Francesca estaría viajando con un IA ilegal. Si Jiaying participara en un viaje financiado por una empresa privada a Encélado, su país ya no la usaría con propósitos propagandísticos.

Los pensamientos de Hayato parecían estar yendo en una dirección similar.

—Gracias, madre, ese era un punto importante —dijo—. Deberíamos haberlo pensado nosotros solos.

—Si de verdad vais a este viaje —dijo Mako, dedicándole a su hijo una mirada estricta—, no obligaréis a Dimitri Sol a ir con vosotros, ¿verdad? Vuestro hijo es bienvenido en nuestra casa y puede pasar ese tiempo aquí con nosotros.

Amy comenzó a sentir demasiado calor y tuvo que retirar las piernas de debajo de la mesa. Dos años sin Sol; apenas podía imaginárselo. Aún así, la madre de Hayato había sacado un tema crucial. ¿Tenían derecho a privar a su hijo de otra parte de su infancia? ¿No debería crecer en una tierra verde, jugando con niños de su edad, en vez de estar en el oscuro espacio, con herramientas, ordenadores, y solo adultos? Y si era así, ¿sería esta expedición posible sin él?

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