Regreso a Encélado

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21 de diciembre de 2048, San Francisco

Francesca apagó su ordenador. Había intentado descubrir qué se traían entre manos sus anteriores compañeros de tripulación esos días. La última vez que se habían visto todos fue en mayo, hacía más de medio año. Habiendo tenido que soportarse durante dos años en una abarrotada nave espacial, las parejas parecían estar ahora manteniéndose lo más alejadas del resto de los miembros de la tripulación como les era posible, y ella no había sabido nada de Martin.

—No he podido averiguar mucho sobre Amy y Hayato. A veces Amy habla en conferencias científicas sobre problemas durante viajes espaciales largos —dijo Francesca.

—Probablemente se está dedicando a la vida familiar. Su visita a los padres de Hayato indicaría eso —dijo Marchenko por los altavoces.

—¿Y sabías que Jiaying acaba de terminar una auténtica gira mundial? En Nairobi, un campo de fútbol lleno de gente la vitoreó.

—Sí, los chinos quieren aparentar ser los benefactores que traigan riquezas a África. Tener una heroína del espacio encaja con sus planes —dijo él.

—En Brasil, el presidente la recibió, y en Cuba la llevaron por todo el Malecón en un desfile en coche.

—Sí, la verdad es que se mueve bastante. Yo podría daros a todos…

Marchenko se quedó en silencio y Francesca notó la pausa. Debía haberse acordado de lo que habían hablado recientemente: que a ella le molestaba lo de que él fuera omnisciente. Sucedía con mucha frecuencia. Cuando Francesca le contaba alguna noticia emocionada, él ya la sabía por medio de sus numerosas antenas en internet. Incluso parecía saber de sus amigos más de lo que ella sabía, aunque no es que tuviera muchos amigos tras pasar dos años en el espacio.

Francesca comprendía que él no podía evitarlo. Marchenko había argumentado, de un modo convincente, que no hacía nada para conseguir esa información, simplemente estaba ahí. A ella le resultaba difícil imaginarse su conciencia constantemente conectada a todas las fuentes de noticias y las redes sociales de la humanidad, y todo ello sin mucho esfuerzo. A Francesca le sonaba como una completa pesadilla, pero para su novio era su existencia cotidiana. Ella no quería que él cambiase porque eso sería injusto. Él no le exigiría que ella cargara su conciencia en la nube si eso fuera posible… ¿o lo haría?

—¿Qué tal está manejando esto Martin? ¿Qué te parece? —preguntó Francesca.

—¿Neumaier? Según lo que sé de él, debería estar contento de volver a su oficina. No se le ha visto en público desde mayo.

—¿Crees que siguen juntos?

—Estoy bastante seguro. No compartir tu aburrida vida del día a día con el otro mantiene el amor vivo. Deberían celebrarlo cada vez que se vuelvan a ver.

«¿Y qué pasa con nosotros? Nos vemos, pero en realidad no nos vemos. Dimitri siempre está conmigo, pero al mismo tiempo está lo más lejos posible», Francesca se guardó esos pensamientos.

—Estás… muy callada. Francesca, te quiero, y deberías saberlo.

—Sí, lo sé —dijo ella. Pero no estaba completamente convencida de que funcionara por su parte. ¿Podía amar a alguien que solo estaba con ella de un modo virtual?

En realidad tenía bastante suerte, pensó más tarde, tras desnudarse y prepararse para acostarse. Vivían en un precioso e increíblemente caro apartamento en la planta baja de una vieja casa en el centro. Los tranvías pasaban justo por delante de sus ventanas. Ella no tenía que trabajar. Aunque, bueno, se encargaba un poco de la contabilidad para las habilidades de Marchenko con su compañía de marketing. Los clientes llegaban solos y tenían más trabajo del que podían manejar. Cada vez que ella quería, podía conducir su coche hasta un aeropuerto privado en el Valle y volar su propio avión. Tenía un hombre que la amaba y que siempre estaba allí para ella. Vale que no podía abrazarle y que él no podía reparar el mecanismo de las persianas automáticas, pero eso podía hacerlo ella misma. Sin embargo, le faltaba algo y no estaba segura del todo de qué era.

Antes de apagar la luz de lectura, lo intentó.

—Dimitri, ¿estás ahí? —susurró.

—Sí, querida. ¿Vas a dormir ahora?

—Tengo ganas de ya sabes qué…

Su novio no dijo nada. Ella se lo imaginó tumbado junto a ella, sonriendo.

—Shh —dijo Marchenko con suavidad—. Estoy deslizándome hacia abajo. Por favor, abre las piernas. ¿Sabes lo que estoy haciendo ahora?

Le susurró en el oído cómo la estaba excitando, dónde la estaba tocando, dónde la besaba, cómo se movían sus dedos. Francesca cerró los ojos. Se sentía caliente. Se rindió a sus caricias, deslizó su mano entre sus piernas, donde su boca estaba ahora… o donde debería estar. Las sensaciones se volvieron más fuertes. Ella estaba tumbada sobre arena blanda, mientras olas de un cálido mar salpicaban contra la parte inferior de su cuerpo. Las olas iban y venían, y siempre dejaban algo de humedad atrás. Se tocó con más firmeza ahora, y Dimitri se movió con más fuerza. El ritmo aumentó. Desde lejos vio la ola que se cernía hacia ella y fue incapaz de detenerla. El agua la bañó. Francesca estaba respirando con pesadez… y entonces se relajó.

Volvió a la realidad de una habitación oscura y silenciosa. De vez en cuando, los faros de un coche iluminaban el techo y las paredes.

—Ha sido maravilloso —susurró Marchenko.

Sí, fue maravilloso. Se olió los dedos y sí, era real y no un sueño, pero estaba sola en su cama. Ahora sería muy agradable que Dimitri pudiera abrazarla y sostenerla de verdad. Podía imaginárselo todo si quería, pero seguía sin ser lo mismo. ¿Y cómo experimentaba su novio lo que acababa de suceder? Él no podía oler ni sentir, así que ¿qué pasaba realmente en su conciencia? Francesca no se atrevía a preguntar porque le daba miedo la respuesta. Estaba sola y tenía que admitirlo de una vez por todas. No había otro modo de verlo; no terminaría de inmediato, pero no podría soportar esta relación para siempre.

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