Regreso a Encélado

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Reclamaciones » 30 de diciembre de 2048, Akademgorodok

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30 de diciembre de 2048, Akademgorodok

«Algunas cosas nunca cambian», pensó Amy. Todo el grupo pasó por el control de inmigración sin demasiados problemas… hasta que el oficial decidió específicamente entablar una larga conversación con ella. A juzgar por su sombría expresión, consideraba que la mujer americana era una espía, si es que no era una terrorista. Amy sacudió la cabeza. ¿Cómo la habrían tratado allí si Shostakovich no les hubiera proporcionado un visado especial? ¿O era el visado la razón para el tratamiento que le estaban dispensando? Como quiera que fuera, sabía muy poco sobre el comportamiento ruso como para adivinarlo.

Al menos, cuando Amy llegó finalmente al carrusel del equipaje, su maleta ya estaba allí y encontró a los demás esperándola. Delante de la salida, un gran letrero en varios idiomas les daba la bienvenida a Siberia. Justo después de expresar su consenso general para viajar a Encélado, el grupo había recibido la invitación para ir a Novosibirsk. A ella le habría gustado ver a su hijo una vez más antes de su viaje, pero solo había conseguido realizar otra llamada telefónica. Shostakovich obviamente quería mostrarles los recursos que controlaba. ¿Ayudaría esto de verdad a los miembros de su grupo que aún no se habían decidido? Amy no estaba segura. Ella habría accedido a la misión planeada hacía mucho, si no tuviera que dejar a Sol atrás.

Una amplia puerta automática se abrió hacia el exterior, y de inmediato el punzante aire siberiano le golpeó en la cara. Shostakovich no había exagerado. ¡Hacía muchísimo frío! Por suerte, habían ido todos juntos de compras en Tokio para adquirir ropa adecuada para este clima severo. Amy vio que los otros se bajaban las capuchas y se tapaban las barbillas con bufandas, casi al unísono.

Como esperaban, un hombre les estaba aguardando delante del edificio de la terminal. Debía haberle resultado fácil identificar a su grupo. Hablando un correcto inglés, el hombre dijo llamarse Vassili y ellos se presentaron a su vez. Vassili tenía el aspecto que Amy imaginaba que tendría un guardaespaldas ruso. Era fornido, con una nariz que parecía se la habían roto más de una vez y, a pesar del frío, llevaba un traje de chaqueta. Los saludó a todos de uno en uno y, mientras portaba las dos maletas más pesadas, les guio hacia un vehículo que parecía un jeep. Amy no reconoció la marca del vehículo. El logotipo en la rejilla del radiador representaba una especie de velero estilizado.

El vehículo tenía tres filas de asientos, así que había espacio suficiente para todos ellos. Vassili quería dejar la maleta de Francesca en el portaequipajes, pero ella rechazó la oferta. Entonces le permitió sentarse en el asiento delantero.

—Es el asiento más cómodo con la maleta —dijo con una sonrisa que ella le devolvió en vez de darle las gracias.

—Nuestro viaje solo será de cincuenta kilómetros —anunció Vassili mientras se ponía el cinturón de seguridad—. Hay un atasco en Gromova Road, pero no deberíamos tardar más de una hora —añadió—. Por favor, pónganse el cinturón de seguridad, las carreteras están bastante resbaladizas.

Como los demás, Amy obedeció su petición. Tal vez pudiera dormir un poco mientras tanto. Durante el vuelo no había podido pegar ojo, porque seguía pensando en Sol, Hayato, y el futuro. Metió la mano en el bolsillo de su abrigo y palpó la foto de Sol, pero no la sacó para mirar a su hijo. Le daba miedo ponerse a llorar de nuevo. «Tengo mucho tiempo, y nada se ha decidido aún», pensó, pero quedaba la persistente sensación de que solo se estaba engañando a sí misma. O al menos intentándolo.

Miró a los demás. Todos estaban ocupados quitándose los gruesos abrigos para estar más cómodos en el calor generado dentro del vehículo. Martin, quien estaba sentado justo tras ella, actuaba como si acabara de enamorarse y no pudiera apartarse de Jiaying. Junto a Amy, Hayato tenía los ojos cerrados. El día antes y el anterior a ese, el matrimonio había seguido discutiendo todas las opciones posibles durante tanto tiempo que él finalmente había tenido suficiente. Amy comprendió que tenía que decidir sola primero qué solución le resultaría más aceptable. No ver a su hijo durante años no parecía ser una opción. Se limpió una lágrima del rabillo del ojo.

Había claridad fuera, y la luz del sol se reflejaba en la reluciente nieve. La ciudad se veía ajetreada. Personas envueltas en paño y pieles caminaban en busca de sus diversas tareas. El tráfico en las calles era bastante abundante y parecía caótico al principio, pero luego uno se daba cuenta de los rudimentos de un sistema tras dicho caos. Amy cerró los ojos durante unos minutos, pero no podía quedarse dormida.

—Estamos cruzando el río Ob —anunció Vassili media hora más tarde—. A la derecha está el embalse.

El vehículo circulaba a lo largo de la cima de un embalse que rodeaba un enorme lago cubierto por una capa de hielo.

—Deberían venir aquí en verano —dijo Vassili—. En esa época, este sitio resulta muy agradable. Es como estar al lado del mar. Solo que los mosquitos son una molestia. —Parecía estar recordando algo mientras movía los labios sin proferir sonido.

El rítmico pitido del intermitente del coche despertó a Amy. Debía de haberse quedado dormida después de todo. Vassili quería girar hacia una calle lateral, pero el tráfico que venía en dirección contraria no se paraba. Al final giró sin más. Amy sintió miedo, pero el conductor del coche que venía de frente frenó a tiempo. Pronto se encontraron cruzando a través de un denso y alto bosque. Los abetos estaban cubiertos de nieve con una altura de un metro o más. Así era como Amy siempre se había imaginado que sería la taiga siberiana. Todo lo que necesitaba era que apareciera un oso.

—Akademgorodok está un poco alejado del bullicio de la ciudad —dijo Vassili—. Eso le confiere al pequeño pueblo su propio ambiente. La gente, allí, puede concentrarse en la ciencia de verdad. Por cierto, soy el director del antiguo Instituto de Investigaciones de Plasma. Antiguo, porque ahora es parte del Grupo RB. Y si tienen alguna pregunta concerniente a la física del plasma… tengo que admitir que yo pedí ser quien les recogiera, porque estoy muy interesado en los conceptos de propulsión usados en la nave ILSE. Los reactores de fusión directa son… lo siento, no quise sorprenderles así.

Amy asintió.

—Es mejor que hable con nuestros colegas Neumaier o Masukoshi, ya que ellos lo saben todo sobre los motores de fusión.

Su conductor apuntó delante de ellos.

—Ahí está nuestro destino.

Iban conduciendo hacia un edificio de doce plantas que parecía una torre. Tenía una parte frontal más baja, coronada por una pirámide de cristal. En el tejado del edificio vieron una cúpula de cristal que era, al menos, dos veces tan grande como la pirámide. Todo el edificio exudaba carácter de la era soviética, pero apenas podía tener unos cien años de antigüedad.

—Esta es la entrada principal a la universidad —explicó Vassili—. La torre fue terminada en 2015, cuando esta institución seguía perteneciendo al estado.

—¿Ya no es una universidad estatal? —preguntó Amy.

—A finales de la década de 2030, en la cúspide de la crisis estatal rusa, el Grupo RB la compró. Todas las instalaciones. Hoy, Akademgorodok es el centro privado de investigación del Grupo.

El vehículo se detuvo delante de una barrera, lo cual pareció confirmar sus palabras. Vassili mostró su identificación y un trozo de papel, el cual probablemente describía su misión. Los guardias le saludaron. Amy vio que estaban armados con rifles de asalto AMB-17 fabricados en Rusia; reconoció las armas por su etapa en el ejército.

—¿Y a los investigadores les gustó este cambio? —preguntó, continuando con la discusión.

—No a todos, pero sí a la mayoría. Si se quiere avanzar en el sistema universitario estatal, este es el lugar erróneo. Sin embargo, no hay lugar como este para realizar investigaciones sin tener que preocuparse de nada. Fondos, permisos, paciencia… La única condición es que tu investigación pertenezca al Grupo, y el Grupo decide lo que se publicará.

—Un paraíso para los investigadores —dijo Amy.

—Podría decirse así —dijo Vassili—. Calculo que en algunos campos vamos unos diez años por delante del resto del mundo.

—No publican y no devuelven nada.

—Bueno, se podría pensar que esto es injusto. Pero siendo sinceros, lo que la ciencia financiada por el estado publica en todo el mundo está años por detrás de nuestra investigación. Solo leemos las publicaciones científicas por interés histórico.

El vehículo hizo un giro cerrado y, luego, se detuvo directamente delante de la torre.

—Bienvenidos a Akademgorodok —exclamó Vassili—. Mi jefe les espera en su despacho. Volveremos a reunirnos cuando les enseñe las instalaciones.

Tuvo que contener un bostezo mientras Shostakovich les soltaba un discurso de bienvenida. Había un bufé esperando en su gran despacho. Amy pidió una taza y fue a mirar por la ventana. Podía ver las blancas cimas de los árboles hasta el horizonte.

«En algún lugar de atrás debe de estar el embalse Ob», concluyó Amy.

A su izquierda estaba la ciudad de Novosibirsk. Eran las tres y media de la tarde y el sol ya estaba bajo en el horizonte. Apenas estaba mirando hacia el noreste desde su piso más alto, y el rascacielos arrojaba una larga sombra.

—¿Vienen conmigo? —preguntó el acompañante sin nombre de Shostakovich, haciéndoles un gesto hacia delante.

Por fin, comenzaba su visita de las instalaciones, pero Amy estaba deseando echarse una siesta.

—Pueden dejar sus abrigos en mi despacho —dijo Shostakovich—, ya que podemos llegar a todos los laboratorios a través de túneles. Señora Rossi, ¿quiere que mi colega Vitali coja su maleta? Él va a acompañarnos.

Francesca se puso rígida, apretando su sujeción al principio, pero luego se encogió de hombros y se rindió a la petición. El grupo caminó hacia el ascensor. Shostakovich tocó el panel de control con una tarjeta y luego pulsó el botón número dos. El ascensor les llevó a un pasillo apenas iluminado. Amy se alegraba de no tener que volver a salir al frío, pero al mismo tiempo se sentía incómoda por no saber con exactitud a dónde iban. Si recordaba la posición del ascensor correctamente, iban caminando hacia el norte en lo que parecía ser un pasillo totalmente recto. De algún modo, Amy no confiaba del todo en Shostakovich. Desde una perspectiva racional debería sentirse segura, ya que no había pruebas de que su anfitrión ruso estuviera siendo deshonesto. Sin embargo, ella alargó la mano por instinto para cogerse de la mano de Hayato y continuó contando sus pasos mientras todos caminaban hacia su destino final.

Había una puerta al final del pasillo y se abrió justo antes de que la alcanzaran. Vassili les saludó… su conductor, quien también era un físico del plasma.

—Voy a acompañarles a través de mi instituto —dijo.

Nadie respondió.

Subieron una escalera y llegaron a un vestíbulo del tamaño de un hangar. Olía a aceite de motor y sus orejas no podían perderse el constante y profundo zumbido.

—Eso que oyen son los rectificadores —explicó Vassili—. Se acostumbrarán a ello.

Una máquina gigante ocupaba unos dos tercios de la sala. Había bobinas, gruesas tuberías, transformadores y montones de letreros de advertencia. Amy pensó de inmediato en un reactor.

—Este es nuestro tesoro —dijo Vassili—, un reactor de fusión basado en el principio de trampilla de vapores.

Martin y Hayato se detuvieron de repente como si fueran uno solo. Si eso era cierto, entonces Vassili tenía motivos para sentirse orgulloso.

—Pero… —Martin comenzó a decir.

Vassili le interrumpió.

—Lo sé, el principio de trampilla de vapores se considera obsoleto. Todo el mundo quiere construir un tokamak. Siempre hemos dicho que un reactor de fusión debería tener una estructura sencilla. Por eso elegimos una trampilla de vapores. Tiene dos espejos magnéticos a los lados y que hacen rebotar el plasma caliente, lo cual es suficiente. El anillo del tokamak es mucho más complicado. No me extraña que a menudo haya fisuras.

Amy había leído sobre eso. Los dos reactores de prueba construidos según el principio de tokamak, uno en Europa y el otro en China, experimentaron accidentes peligrosos, las llamadas fisuras que casi destruyeron por completo experimentos que habían costado miles de millones.

—Este reactor está funcionando y produce electricidad. Mucha electricidad —dijo Vassili con orgullo.

—Y, entonces, ¿por qué no vende el diseño? Podrían solucionar los problemas energéticos del mundo —dijo Hayato.

—Esa es una decisión empresarial. Necesitamos mucha energía para nuestra investigación, y si la generamos nosotros mismos no será tan visible. De otro modo, todo el mundo sabría que hemos colocado aquí un potente reactor de fusión. Se lo enseñaré dentro de un momento.

Amy miró a Shostakovich, quien estaba junto a Vassili, con las manos en los bolsillos y sonriendo con estoicismo. Abandonaron la sala a través de una puerta. Tras ella había una sala más pequeña. Shostakovich se apresuró a ir por delante de ellos y pulsó varios botones en un panel de control. Se encendieron unos focos. Amy reconoció tres tuberías, con un diámetro de al menos cuatro metros, y que parecían telescopios de tamaño gigante.

—Este es el futuro de los viajes espaciales —dijo Shostakovich—. ¿Han oído hablar del programa StarShot, que quiere acelerar naves espaciales en miniatura usando láseres, para enviarlos hacia estrellas lejanas? Esta es nuestra nueva versión de ese programa. Por este motivo necesitamos la energía del reactor de fusión.

«Las gruesas tuberías deben de ser láseres», pensó Amy.

—¿Es posible apuntar con los rayos láser? —preguntó Martin.

—¡Claro que sí! —dijo Shostakovich con una sonrisa—. Sé lo que está intentando decir. Si queremos disparar una nave espacial que mida unos centímetros a las estrellas, tenemos que poder ser capaces de apuntar con nuestras pistolas láser. Pero tiene razón en su suposición; también podríamos apuntar a otras cosas con ellos.

—Naves espaciales, cohetes, naves alienígenas… —enumeró Martin.

—Por ejemplo —dijo el ruso—. O quizás ciudades.

—Usted quiere…

—Sí, para acelerar nuestras naves estelares con eficiencia, también necesitamos tales rayos láser en el espacio. Los lanzamos desde la Tierra y entonces hay impulsos adicionales desde la órbita, así como desde las órbitas de Marte, Júpiter y Saturno.

—Si su gobierno conociera el poder militar que usted podría empuñar con esto… —dijo Martin.

—Entonces habría reocupado este campus hace mucho tiempo… o tal vez no. Puede que no quisiera saberlo. —Shostakovich sonrió—. Pero esa no es nuestra intención. Creo con firmeza que la humanidad debe abrirse camino hacia las estrellas, y esta tecnología lo hace posible.

—Yo preferiría que usted persiguiera esta visión en cooperación con investigadores de todo el mundo —dijo Amy, expresando su incomodidad.

—Yo también lo preferiría así, querida Amy Michaels. Pero usted sabe que las diferentes naciones nunca accederían a que alguien recibiera permiso para lanzar tal pistola láser al espacio. Y, por eso, no puedo pedir permiso.

—¿Y si traicionamos sus planes? —apuntó ella.

—Eso sería una lástima. Pero creo que lo comprenderán. Y claro, también está el asunto del IA ilegal que su piloto lleva en una maleta.

—Sigo sin entender cuál se supone que es nuestro papel —dijo Amy, aunque tenía un presentimiento.

—Nah, creo que ya lo sabe —respondió Shostakovich—. ILSE transportará un láser y lo situará en Encélado.

—La nave no es adecuada para ello.

—En su último viaje, la nave espacial transportó un submarino llamado Valkyrie. El láser que llevarán con ustedes tiene casi las mismas dimensiones.

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