Regreso a Encélado

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Reclamaciones » 31 de diciembre de 2048, Akademgorodok

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31 de diciembre de 2048, Akademgorodok

El bufé de desayuno rebosaba de caras exquisiteces, como caviar y «champán de Crimea», lo cual encajaba con los estereotipos de Amy. Pero también vio fresas frescas, las cuales no habría esperado encontrar en Siberia.

Shostakovich les había alojado en su hotel de cinco estrellas privado, que no aparecía en ninguna guía. El hotel había sido construido para los familiares que visitaban a los investigadores de Akademgorodok. Por supuesto, había una gran banya, que es la palabra rusa que significa sauna, y una piscina de tamaño olímpico. Además de un campo cubierto de golf, un campo de tiro, y un spa con servicios de masajes, esteticista, y peluquería que todos los huéspedes podían usar de modo gratuito.

«Una inteligente estrategia», pensó Amy. «Esto hace que las familias estén encantadas de venir, haciendo que los científicos no estén deseando marcharse lo antes posible».

El camarero había sentado al grupo en una mesa localizada en una alcoba del comedor. La suave música sonaba de fondo mientras discutían calladamente lo que habían visto el día anterior. Amy no descartaría que Shostakovich les hubiera puesto un micrófono, pero sus voces bajas serían difíciles de comprender debido a la música de fondo.

—Yo suponía que todo esto iba principalmente de apoderarse de ILSE —dijo Francesca, quien compartía la desconfianza de Amy.

—Al menos no mintió —dijo Hayato—. Necesita la nave espacial para el transporte. Su propia flota solo llegará tan lejos como a la luna de la Tierra. Además, los láseres precisan mantenimiento.

—Pero ¿cómo es que no los colocó sobre los asteroides? ¿Os acordáis del diagrama de los parámetros orbitales que nos enseñó? Algunos volaban mucho más allá de la órbita de Júpiter.

—Eso es cierto, Jiaying —respondió Hayato—. Aunque probablemente es más complicado combinarlos. Supongamos que una mini nave espacial fuera lanzada desde una órbita de la Tierra. Entonces, debe recibir un impulso adicional a intervalos regulares. Eso no funcionaría si el asteroide en particular que apareciera a continuación en la secuencia estuviera por casualidad detrás del sol en el momento preciso.

Jiaying le contradijo:

—Tendrías el mismo problema con planetas y sus lunas.

—En realidad el auténtico problema es el impulso —explicó Martin—. ¿Qué pasa si te pones de pie sobre un monopatín y lanzas algo hacia delante? Sales rodando hacia atrás.

Amy tuvo que sonreír. Era evidente que Martin nunca había montado en monopatín, pero conocía la teoría y, de un modo sorprendente, era bueno explicando conceptos como ese.

—Las partículas de luz emitidas por el láser portan un impulso —continuó diciendo el alemán—, así que el asteroide donde esté localizado el láser recibiría un impulso en dirección opuesta. El rayo tiene que golpear un objetivo con un diámetro de unos centímetros desde una distancia de varios cientos de miles de kilómetros. Esto no funcionaría si su base se moviera de un modo errático durante el disparo. Las lunas son mucho más pesadas que los asteroides pertenecientes al Grupo RB, así que el cambio en el impulso tendría un efecto mucho más pequeño.

Hayato le dio una palmada a Martin en la espalda.

—Buena explicación, querido colega.

—Esos son solo detalles —dijo Amy—. Para mí, la cuestión de si podemos confiar en Shostakovich o no es mucho más importante. ¿Mantendrá su acuerdo? ¿Tiene planes que no haya mencionado?

—Oh, espero poder responder a todas esas preguntas hoy. —Oyeron decir a la voz del ruso mientras se aproximaba a su mesa desde atrás.

Amy se giró en redondo. El hombre estaba sonriendo, y junto a él se hallaba una mujer que no podía tener más de veinticinco años. Era esbelta, casi larguirucha, de cabello corto rubio y ojos muy azules.

—Dejen que les presente a Valentina Shukina. Es una de mis mejores ingenieras. Valentina nos acompañará en la visita de hoy.

—Supuse que nos llevaría al aeropuerto ahora —comentó Amy mirando su reloj—. Me gustaría estar de vuelta con mi hijo a medianoche.

—Lo comprendo, señora Michaels, y le prometo ceñirme al horario —afirmó Shostakovich—. Si es necesario, la llevaré de vuelta a Sendai en mi avión privado. Desde allí solo hay una hora de camino hasta Ishinomaki, si no me equivoco.

Quince minutos más tarde, todos habían terminado de desayunar y, una vez más, fueron llevados hacia un túnel. Esta vez, Amy no contó sus pasos. La primera parada fue el laboratorio de tecnología de la información. Incluso las personas no expertas lo habrían reconocido por los enormes ordenadores y los grandes monitores. Valentina adoptó el papel de guía turística, mientras que Shostakovich se mantenía en un segundo plano. También volvieron a ver a Dushek, pero él también le dejó el protagonismo a Valentina.

—Nuestro laboratorio de IT trata principalmente con temas que implican la inteligencia artificial —comenzó a decir la joven—. Decidimos trabajar sin restricciones. Aquí no existe la prohibición de clonar. Por lo tanto, no tenemos que enseñar a cada nuevo IA desde cero. Imaginen que a un invernadero solo se le permitiera cultivar árboles a partir de semillas. Eso sería muy ineficaz. En vez de eso, nosotros usamos, metafóricamente hablando, esquejes y la técnica del injerto. De ese modo, las cosas aprendidas por un IA no tienen que volver a ser aprendidas por su sucesor.

Martin escuchaba con la boca abierta.

—Eso es como si los bebés nacieran con todo el conocimiento de sus padres —explicó a los demás—. La humanidad daría un enorme paso hacia delante.

—Eso se aplica a nuestros IAs —dijo Valentina, y Amy pudo detectar el orgullo en su voz.

—Pero no podrían vender ninguno de estos IAs a cualquier nación industrial que se uniera a la Convención de las Naciones Unidas —comentó Martin.

—Cierto. Sin embargo, el mercado es bastante grande y disfrutamos de una especie de monopolio.

—¿Qué pasa con la singularidad? ¿No elevaría el riesgo de un modo drástico?

Valentina sonrió con arrogancia.

—Sí, la singularidad… el punto en el que todo cambia y cuando las máquinas aprenden a pensar. No creo que eso suponga un serio peligro. Al menos, nada lo indica así hasta ahora. Hacemos algoritmos cada vez más potentes, pero no llegan a ser tan inteligentes como los humanos. Pueden resolver problemas mejor y más rápido, y se puede ganar mucho dinero con todo esto, aunque no se convierten en creativos ni desarrollan una conciencia… como su Marchenko. —Apuntó a la maleta de Francesca—. Pero incluso si la singularidad se hiciera realidad, sería mejor que nosotros llegáramos a ese punto antes que nuestros competidores.

Martin sacudió la cabeza con desaprobación, sin embargo, no dijo nada.

—Por cierto, el ordenador está debajo de nosotros en un enorme tanque de agua, lo cual proporciona refrigeración y blindaje contra la radiación —expuso la rusa.

Abandonaron el laboratorio a través de otro pasillo y llegaron a una especie de taller.

—Por favor, acérquense. —Valentina guio al grupo hacia delante. Estaba ante una gran mesa que tenía un marco metálico—. ¡Miren ahí!

Algo se estaba moviendo en el centro de la mesa.

—Como hormiguitas —dijo Amy.

—Cojan una —contestó Valentina—. No son peligrosas.

Amy alargó la mano sobre la mesa, cogió uno de los diminutos objetos, y lo colocó sobre la palma de su mano. Pero no era un animal, sino una máquina. Tenía seis o siete patas que se estaban moviendo constantemente. Amy miró más de cerca. Los brazos o piernas, o lo que fuera que fuesen, no se movían sin un propósito. Barrían una parte de la criatura. No, no era solo una parte de sí mismo; era casi la misma hormiga, solo que más pequeña. ¡Esa cosa estaba haciendo una copia de sí misma!

—Vaya —murmuró Amy, y por primera vez desde que llegara a Akademgorodok se sintió impresionada de verdad.

—Estos son nuestros fabricantes —explicó Valentina—. Deben de ser la duodécima generación. —Lanzó a Shostakovich una mirada inquisitiva y asintió—. Sí, la duodécima —dijo—. Ahora mismo solo pueden hacer copias de ellos mismos. Nuestro primer objetivo es encogerlos aún más. Y luego queremos aprender a programarlos. Esto revolucionará la fabricación.

—¿Cuándo? —preguntó Martin.

—Dentro de veinte años como muy pronto —aclaró Shostakovich—. Actualmente podemos compararlo con la época cuando la producción en masa de los automóviles se desarrolló. En ese sentido, todavía quedaba mucho hasta llegar a los coches que se conducen solos.

—Nano máquinas —dijo Francesca.

—Intentamos evitar ese término —respondió Shostakovich—. Tiene connotaciones negativas por la ciencia ficción. Esto de aquí es la realidad, no ciencia ficción. Estos son fabricantes, los medios de producción del siglo XXII.

—¿Cómo de pequeños se suponen que llegan a ser?

—Nuestro objetivo es permitirles manipular átomos individuales. Entonces podrán producir prácticamente cualquier cosa a partir de casi cualquier material.

—¿Y qué hay de los peligros?

—No sea tonta, señora Rossi. Incluso si usamos algoritmos genéticos para optimizarlos, son máquinas, materia inanimada que solo hace algo debido a nuestra programación. Los fabricantes no son más peligrosos que un hacha de piedra. Pero por supuesto nuestros antepasados podían matar a sus vecinos con un hacha de piedra. El fabricante de un hacha de piedra no podía prevenir esa inevitabilidad.

Francesca no parecía muy convencida.

—Tengo una idea de por qué están publicando tan pocos de sus resultados.

—¿Algoritmos genéticos? —preguntó Jiaying.

—Perdone, esa fue una palabra de moda que he usado por accidente —explicó Shostakovich—. No tiene nada que ver con la genética, pero cubriremos ese tema en un momento. No, hacemos que las máquinas compitan por los recursos. Los supervivientes son los que se duplican con más rapidez. Hemos notado que esto también avanza la miniaturización, ya que las máquinas más pequeñas requieren menos material.

Nadie habló. O bien estaban impresionados por lo vigorosamente que avanzaba aquella investigación, o bien se habían quedado sin habla por el shock. No parecía haber limitaciones fundamentales. ¿Podían confiar en ese socio? Probablemente sí, si ambos lados podían conseguir sus objetivos sin interponerse en el camino del otro.

—Me gustaría enseñarles otro laboratorio —dijo Valentina mientras continuaba con su papel de guía.

Atravesaron un pasillo subterráneo hasta una especie de compartimento estanco, donde tuvieron que ponerse trajes especiales con máscaras de oxígeno.

—No se preocupen. Esto no es por su protección sino por la nuestra, para evitar que nuestros visitantes contaminen el laboratorio —dijo Valentina. Con trajes idénticos y las máscaras en su lugar, era difícil distinguir a los miembros individuales del grupo. Solo el peso daba alguna indicación de quién era quién. Entonces se unieron a ellos varios científicos, así que ahora Amy estaba completamente confusa. Al menos su guía turística se identificó al hablar:

—Puede que se sorprendan, o que se asombren, por lo que están a punto de ver. Pero puedo asegurarles que ninguno de los animales que hay aquí está sufriendo. El bienestar animal es de la mayor prioridad para nosotros.

¿Qué se suponía que significaba esa introducción? Amy casi sintió miedo cuando la puerta se abrió, pero entonces vio lo que parecía un laboratorio completamente normal. Había aves en jaulas limpias; la mayoría consistía en diferentes especies de pollos. Los animales parecían estar bien cuidados, tenían suficiente espacio, y todo estaba inmaculadamente limpio. Una persona con un traje de protección se acercó a ellos.

—Este es Oleg. Es el responsable de nuestro programa de ingeniería genética.

A través de la máscara, la voz de Valentina sonaba extraña. Oleg levantó una mano y saludó.

—En este laboratorio intentamos combinar rasgos que son prácticos, pero que nunca serían combinados del modo normal. Es una auténtica lástima que una especie pueda desarrollar la habilidad para soportar el frío, mientras que esa habilidad le es negada a otras especies que también podrían beneficiarse de ello.

Oleg señaló a una fila de jaulas.

—Estos pollos, por ejemplo, están adaptados al frío. Pero las cálidas temperaturas no les hacen daño, como pueden ver aquí. Síganme.

Lideró el grupo hasta una pesada puerta de metal y la abrió. Les llegó un aire helado.

—Este es nuestro laboratorio de temperaturas bajas. ¿Ven a los animales? Están igual de activos a cuarenta grados bajo cero como lo están a veinte grados. Incluso ponen huevos. —El hombre señaló a una cesta llena de huevos—. Les aseguro que los huevos puede que estén congelados, pero son comestibles.

—¿Y el tratamiento no tiene efectos secundarios? —preguntó Amy.

—No es un tratamiento en sentido literal. Cambiamos la línea germinal —respondió Oleg—. Los animales nacen así. Y sí, el alto nivel de energía basal en el frío reduce su esperanza de vida. Y necesitan comida extra. Pero seguramente sepan que la esperanza de vida de las aves en las granjas industriales es más corta que la de los animales en libertad.

El entusiasmo del grupo era contenido. Tal vez habían llegado al límite de lo que podían absorber en un solo día. Amy ya estaba deseando meterse en la cama y ver a Sol.

—Probablemente se pregunten por qué les estoy enseñando esto. —Nadie asintió, pero Oleg continuó de todos modos—: Hay un lugar que ofrece un gran desafío a la humanidad: el espacio exterior. Esta ciencia puede significar la no reducción del contenido de calcio en los huesos, una mejor tolerancia contra la radiación. Todo eso serían claramente características ideales para los cosmonautas. Creemos que la humanidad tiene que alterar las especies para convertirse en una raza que realiza viajes interplanetarios. De eso va todo nuestro programa de investigación. Gracias por su atención.

Oleg hizo una reverencia.

Valentina les llevó de vuelta al vestuario. Amy sintió el estrés de los últimos días.

«Salgamos ya de aquí», pensó.

—Hayato, ¿puedes ayudarme, por favor? —preguntó Francesca.

Su traje se había enredado de algún modo con la maleta. Hayato abrió un poco la maleta y la volvió a cerrar.

—Gracias, eso está mejor —dijo Francesca.

Shostakovich les estaba esperando en la salida.

—Un conductor les llevará al aeropuerto. Siento mucha curiosidad por oír sus decisiones individuales. Por cierto, ¿qué les ha parecido Valentina?

Nadie dijo nada, así que Amy se sacrificó:

—Parecía ser muy competente.

—Vaya, es bueno saberlo, porque Valentina es mi hija. Ella les acompañará en su viaje a Encélado. Necesitarán a alguien que sepa cómo manejar el láser.

—Eso no será necesario —dijo Martin—. Estoy familiarizado con el láser de cinco kilovatios de ILSE.

Amy se dio cuenta de que Jiaying le estaba lanzando a su novio una mirada sorprendida. ¿Acababa de decidir ir al viaje? ¿O estaba intentando evitar que una extraña subiera a bordo?

—Me temo que su conocimiento no sería suficiente, señor Neumaier —respondió Shostakovich—. Tenemos un complejo sistema consistente de un reactor de fusión, almacenaje de energía y un láser. Tendría que adiestrarle durante dos años, y no tenemos tanto tiempo.

—Se ha guardado para el final una información importante —dijo Amy—. ¿Cuándo se supone que empezamos?

—Tan pronto como estén preparados. Enviaremos a Marchenko al asteroide Ícaro por transmisión de datos de radio, y aunque esté en un rumbo de intercepción de ILSE, ustedes viajarán hacia el punto de encuentro en una de mis pequeñas naves espaciales. Cuanto antes empecemos, mejor. ¿Tal vez a finales de la semana que viene?

Amy se estremeció, aun cuando la habitación ya estaba bastante cálida. Solo tendría unos días para tomar una decisión, pero al mismo tiempo sentía que los dados ya habían sido lanzados hacía mucho tiempo.

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