Regreso a Encélado

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Reclamaciones » 2 de enero de 2049, Virginia Occidental

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2 de enero de 2049, Virginia Occidental

Por supuesto su padre se había emocionado cuando le anunció su visita. Eso se reproducía en la mente de Martin mientras conducía por la recién asfaltada carretera que accedía al centro de investigación. A su llegada, Martin tuvo que detenerse ante la barrera de seguridad que había en la entrada. Le enseñó su identificación al guardia de seguridad.

—Bienvenido, señor Neumaier —dijo el guardia—. Su padre le está esperando en el Laboratorio Jansky. Pida que le guíen allí, en la puerta, si lo necesita —dijo el hombre, señalando hacia el oeste.

Martin maniobró el coche de alquiler por la estrecha carretera. ¿Era de verdad una buena idea consultar a su padre de entre todas las personas a las que podía haber acudido? Sacudió la cabeza. Tal vez no, pero tampoco podía ser malo. De todos modos, estaba deseando volver a ver a su «viejo».

Tras aparcar el vehículo, Martin se dirigió hacia el Laboratorio Jansky. El edificio estaba rodeado con andamios, una señal de las reformas que se estaban llevando a cabo. Una rubia de mediana edad miraba por una ventana junto a la puerta de entrada. Debía haberle visto venir y le hizo señas con la mano para que fuera hacia ella.

—Vamos, cielo —dijo ella.

«¿Cielo? ¿De qué va esto?», pensó Martin al tiempo que se acercó a ella con precaución, aunque no le parecía una amenaza.

—¡Así que eres el guapo hijo del jefe! —comentó la mujer.

Cuando Martin se acercó más a ella, notó de inmediato el abundante maquillaje y un sobrecogedor perfume con aroma a rosas.

—Sí, supongo que sí. Aunque en lo que respecta a guapo… —Bajó la mirada hacia su cuerpo.

—Oh, e incluso es modesto. Qué tierno. Espera aquí. Voy a salir y te llevaré hasta donde se encuentra tu padre.

—Eso no es necesario —dijo Martin—. En serio, puedo encontrarle yo mismo.

Sin embargo, la mujer no aceptaba un no por respuesta y ya iba de camino para guiarle. Mientras caminaban por el edificio, ella no paró de charlar con él. Martin se sintió profundamente tentado de meterse los dedos en los oídos para bloquear su parloteo, pero era demasiado educado como para hacerlo.

Tras lo que le parecieron unos cinco interminables minutos, llegaron a una puerta y la mujer la abrió. Martin divisó a un hombre trabajando ante un escritorio. Sorprendido, el hombre se levantó bruscamente de un salto de su silla. Era Robert, su padre.

—Mary, te he pedido que llames primero —dijo Robert, un poco molesto, pero entonces reconoció a su hijo—. Oh, muchas gracias, Mary. —Se giró hacia Martin y se abrazaron—. Es genial que pudieras venir y… ¡feliz año nuevo con retraso!

Martin se dio cuenta de que se le había olvidado llamar a su padre de antemano.

—Los últimos días han sido muy estresantes —dijo.

Robert asintió.

—¿Y no has traído a Jiaying? Qué lástima.

—No, me gustaría hablar contigo sobre algo concerniente a ella. Siento ir directamente al grano, pero también me concierne a mí.

—¿Damos un paseo por el bosque?

Martin miró hacia el pasillo. La puerta seguía abierta y Mary había desaparecido hacía solo un momento. Robert notó su mirada cautelosa y sonrió comprensivo.

—No te preocupes, hay una salida por detrás.

Unos minutos más tarde sus pasos crujían sobre la nieve. Estaba nublado y el bosque brillaba con varios tonos de gris. Parecía navidad, y Martin se preguntó por qué le había afectado así.

—Querías celebrar la navidad juntos. Los tres, ¿verdad? —preguntó Robert.

—Oh… el aborto. No hablemos de eso. Jiaying decidió reprimirlo y yo estoy siguiendo sus deseos. No hay problemas entre nosotros por ello.

—Pero tal vez se convertirá en un problema más tarde.

—¿Quién sabe? Ahora mismo estoy preocupado por otra cosa. Recibimos una oferta que no podemos rechazar.

Le contó a su padre todo sobre Nikolai Shostakovich y los planes del billonario.

—Eso suena muy interesante. Yo accedería al instante —dijo Robert.

—Pero es que para mí la respuesta no es tan sencilla —exclamó Martin—. Durante los últimos meses me he dado cuenta de que disfruto del trabajo en mi oficina. He vivido en esa lata durante dos años. Estoy harto.

—Si estás tan seguro de eso, por supuesto que deberías quedarte aquí, en la Tierra.

Martin no respondió. Hubo una pausa. Oyeron la llamada de un arrendajo azul en la distancia.

—¿Ves como en realidad no estás tan seguro? —dijo finalmente su padre—. Estoy empezando a adivinar por qué has acudido a mí. Por aquel entonces decidí seguir un camino diferente que me alejó de tu madre.

—Incluso cuando yo estaba en medio —añadió Martin—. Debiste tener razones muy importantes.

—Si se supone que eso es una pregunta, no es justo —respondió Robert—. Sí, por aquel entonces esas razones me parecían importantes. Hoy ya no me lo parecen, y si hubiera sabido antes lo que sé hoy, creo que habría tomado una decisión diferente. Pero no puedes aplicar eso a tu situación. No puedes saber qué va a pasar.

—Sí, ese es mi problema. ¿Debería unirme a una expedición en la que no quiero participar, solo para seguir cerca de Jiaying?

—Si esperabas que yo te diera algún consejo decisivo, voy a decepcionarte. Creo que Jiaying te necesita, de igual modo que tu madre y tú me necesitabais en el pasado. Pero si sigues adelante sin desear formar parte de esa misión, el viaje podría convertirse en tu peor pesadilla.

—¿Qué estás intentando decirme? —preguntó Martin.

—Puedo contarte cómo tomé mi decisión en aquella época. Suena absurdo, pero mi padre me enseñó el método.

Martin sonrió.

—Vale… suena absurdo. ¿Cómo funciona?

Robert se metió la mano en el bolsillo.

—Lanzas una moneda. Cara, te quedas. Cruz, te vas.

—Espera un momento. ¿Lanzaste una moneda al aire para decidir si ibas a abandonarnos?

Martin no estaba seguro de si se sentía divertido o ultrajado.

—Sí, pero no es lo que piensas.

—No puedo dejar que el azar decida mi vida.

—El azar determina muchos aspectos de nuestras vidas, así que una ocasión más no importa.

Martin exhaló y su aliento formó una nubecilla en el aire helado.

—No sé —dijo.

—Por esa misma razón hay que hacerlo de este modo.

Robert le tendió una moneda.

—Lánzala tú —dijo Martin.

—No, o de otro modo me culparás a mí si las cosas van mal.

—Vale.

Martin cogió la moneda, la lanzó hacia arriba con su mano derecha, la atrapó, y la encerró en su mano izquierda. Entonces plantó rápidamente su palma y la moneda en el dorso de su mano derecha. Vaciló con la moneda atrapada entre sus manos.

—¿No quieres saberlo? —preguntó su padre.

Martin sacudió la cabeza.

—¿Ya lo sabes?

Él volvió a sacudir la cabeza.

—Entonces retira la mano que la cubre.

—No me atrevo.

—Es solo una moneda.

—Cierto.

Martin levantó la mano. Vio que era cruz.

—Felicidades. ¡Vuelves al espacio!

Martin se quedó mirando fijamente la moneda.

—¿Cómo te sientes? —preguntó Robert.

—No lo sé. —Martin se escuchó a sí mismo—. Pero creo que… bien.

—¿En serio?

—Sí, es la decisión correcta. Voy a acompañar a Jiaying. Ese es mi camino.

—Me alegro por ello.

—¿Crees que me habría sentido diferente si hubiera salido cara?

—No lo sé. Tal vez surgió un universo paralelo durante el lanzamiento de la moneda, uno en el que te quedas aquí.

—Si esto fuera una novela, yo también le pediría al autor que contara la segunda versión de la historia.

—Leíste demasiados cuentos de hadas de niño, Martin.

—Se llama fantasía.

—La vida no es una novela, sin importar el género —dijo su padre.

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