Regreso a Encélado

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Reclamaciones » 13 de enero de 2049, Cosmódromo Vostochny

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13 de enero de 2049, Cosmódromo Vostochny

Martin bostezó con fuerza una vez todos estuvieron sentados en la furgoneta. Había dormido poco la noche anterior. Sí, estaba seguro de que esta era la decisión correcta, pero eso no significaba necesariamente que tampoco sintiera miedo. Las cosas eran un poco diferentes ahora en comparación con su primer despegue… otro viaje que había emprendido a regañadientes.

Esta vez, él y sus compañeros de tripulación estaban a punto de formar parte de una misión oculta a los ojos de todo el mundo, y sin todas las naciones deseándoles éxito. Esta vez, se suponía que el despegue tenía que ser subrepticio. Gente anónima en el centro de control de vuelo privado del Grupo RB tomarían decisiones importantes. Devendra, su CapCom en el cuartel general de la NASA, ni siquiera sabía que iban a volver al espacio. Además, luego harían autoestop por toda la galaxia, con la esperanza de que Marchenko realmente fuera capaz de apoderarse de ILSE y, después, recogerles cerca de la órbita de la Tierra.

Por supuesto, Martin se había informado de antemano sobre lo bien que funcionaba la tecnología rusa privada, y esto le dio confianza. El Angara 9b era la versión actualizada y más grande de los cohetes Angara, que habían demostrado funcionar durante treinta años. Llegados a este punto, solo había habido dos fallos entre los cincuenta despegues documentados, y en ambos casos la tripulación sobrevivió. Para esta misión en particular, que llevaría a la tripulación más allá de la órbita de la Tierra, el cohete había sido reforzado con doce cohetes secundarios Baikal. La cápsula Semlya era un desarrollo interno del Grupo RB, y podía transportar hasta ocho astronautas.

El problema principal era la superpoblación durante el vuelo. Shostakovich no poseía una estación espacial donde pudieran esperar en un entorno más cómodo hasta que Marchenko les recogiera con la ILSE. En vez de eso, los cinco estarían volando por el espacio en una cápsula abarrotada, dirigiéndose a un punto de encuentro que, con suerte, su nave espacial alcanzaría también. Una cancelación de la misión solo sería posible hasta cierto punto, tras el cual el combustible de la cápsula no sería suficiente para volver a una órbita terráquea.

—Marchenko solo tiene que hacer su trabajo con rapidez y eficiencia —dijo Amy cuando Martin expresó sus preocupaciones. Él consideraba que sería una estrategia inteligente no mortificarse por los posibles problemas.

La furgoneta siguió una carretera recién asfaltada hacia el este, directamente hacia el sol de la mañana.

—Parece un buen presagio —le dijo a Jiaying, quien iba sentada junto a él, y su novia sonrió.

Tras quince minutos, los primeros edificios aparecieron a la vista. A la izquierda, Martin divisó la parte de arriba de un cohete que se cernía sobre las cimas nevadas de los árboles.

«Esta debe de ser la plataforma de lanzamiento 1A», dedujo. Su plataforma estaba localizada en el extremo noreste de la zona. Tras otros diez minutos, vio la torre y le dio un codazo a Jiaying, quien mantenía los ojos cerrados.

Debido al clima extremo, esta torre era un rasgo especial de Vostochny. Dentro, los técnicos estaban protegidos del intenso frío y podrían trabajar en la nave espacial hasta el último minuto antes del despegue. Y lo que era más importante, el riesgo de tener tuberías congeladas estaba descartado. La furgoneta rodeó la torre, una acción que probablemente tenía la intención de ser un gesto especial, y luego los dejó delante de un bajo y moderno edificio a unos ochocientos metros de distancia.

Con aspecto excepcionalmente atractivo con un mono ceñido a sus curvas, Valentina Shukina les estaba esperando en la entrada. Jiaying le dio un disimulado codazo a Martin, porque él estaba mirando de un modo ostensible, con la boca abierta, a la hija del billonario ruso. Un caballero más anciano con una andrajosa bata de laboratorio estaba junto a ella mientras él hablaba con tono amistoso para dirigirse a la tripulación:

—Bienvenidos. Ahora que estamos todos aquí, empecemos de inmediato. El doctor Shevchenko les examinará brevemente y yo les recogeré en diez minutos.

—Síganme —dijo el médico mientras les llevaba a una especie de vestuario.

Después de que todos se hubieran quitado sus pesados abrigos, les tendió un medidor compacto de presión arterial a cada uno de ellos.

—Es solo una formalidad —dijo con seguridad—. Después de todo, estamos seguros de que todos ustedes son capaces de ir al espacio.

Martin se sintió complacido con su lectura de 118 sobre 78, y devolvió el medidor. Shevchenko ni siquiera le preguntó por los resultados.

—Está bien —dijo el médico—. Parece sano. ¿Se siente así?

—Sí —respondió Martin.

—Pues vale.

Repitió la charada con los demás. La puerta del pasillo se abrió. Era Valentina. El médico asintió hacia ella.

—Ahora vamos a comenzar con la transferencia de Marchenko —anunció la rusa—. Puedo hacerlo yo sola, pero si quieren acompañarme…

Los cinco querían despedirse de Marchenko. Valentina les llevó a una habitación que anteriormente podría haber sido una cocina. Todas las paredes estaban alicatadas y olía a limpio. Pero en vez de los varios hornillos que uno podría esperar, vieron ordenadores a lo largo de una pared. Junto a ellos, alguien había situado una solitaria mesa con un monitor, un teclado, y un número de cables.

—Tengo que pedirle la maleta ahora, señora Rossi.

—Preferiría hacerlo yo misma.

—Carece de las contraseñas necesarias… pero espere un momento. —Valentina abrió un programa y tecleó algo—. Ahora puede conectar el cable de red. La transferencia se realiza por vía SFTP.

—¿SFTP? —La voz de Marchenko sonaba incrédula—. ¿Es que hemos vuelto a la Edad de Piedra?

—Sí y no —respondió Valentina con melancolía—. Hemos desarrollado una completa implementación del protocolo nosotros mismos. De ese modo, podemos estar seguros de que no haya programas que se cuelen por una puerta trasera.

—Cuando dice nosotros… ¿se refiere a ustedes? —preguntó Martin.

Valentina asintió. La apreciación de Martin por ella aumentó al instante un cincuenta por ciento.

—El programa ya ha sido lanzado —dijo Valentina.

Francesca se sentó ante el teclado. Estaba a punto de comenzar a teclear, pero entonces se detuvo.

—Te deseo un buen viaje, querido Dimitri —exclamó ella—. Y entonces, como acordamos, me lo harás saber.

«Acordaron un código secreto. Muy inteligente», pensó Martin. O al menos fingían haberlo hecho, y eso era igual de bueno. Eso haría que la gente no intentara manipular la copia digital de Marchenko. Estaba protegido de diversas maneras, pero si la investigación de IT de Shostakovich estaba tan avanzada como la del resto del mundo…

—Nos veremos en la ILSE —dijo Amy. Jiaying saludó con la mano, aun cuando Marchenko no podía ver su gesto.

Francesca comenzó a teclear. Al fin, colocó su dedo índice derecho sobre la tecla «Enter». Martin pudo verla luchar consigo misma, pero entonces pulsó la tecla. Martin no pudo evitar esperar que sonara una voz anunciando «Transferencia Iniciada», y silenciosamente reconoció que debía haber visto demasiadas películas malas de ciencia ficción. «¿Por qué debería anunciar una voz lo obvio?». Los gigabytes de los que consistía Marchenko iban zumbando a través del espacio a la velocidad de la luz, y en solo unos minutos llegarían al asteroide Ícaro.

—No está usando la Red del Espacio Profundo de la NASA, ¿verdad? —preguntó Martin.

—No —respondió Valentina—. Instalamos una red en malla en nuestros asteroides. Cada estación puede transmitir y recibir señales de cualquier otra estación. Esto nos permite trabajar sin que necesitemos demasiada energía de transmisión.

—Y es menos probable que los mensajes sean interceptados por alguien —añadió Martin.

—Eso es otra ventaja —fue la respuesta de Valentina.

—Pero si no están cerca de ninguno de sus asteroides en órbita, no habrá recepción.

—Ese es un punto débil de nuestro concepto. No obstante, fue diseñado para prospectar asteroides, como recordarán.

Martin se felicitó en secreto por haber hablado con su padre. Robert intentaría apuntar a la gran antena del radiotelescopio hacia la ILSE al menos una vez al día. Eso les dio un método de comunicación que nadie más conocía, ni siquiera sus amigos y colegas. Ni siquiera Jiaying.

Media hora más tarde estaban todos metidos en sus trajes espaciales. Martin había esperado un estándar más alto para su equipo. El traje que Shostakovich quería que sus empleados usaran era menos cómodo que el actual modelo de la NASA. Parecía que el emprendedor billonario recortaba presupuesto cada vez que podía. Por suerte, se habían dejado una gran parte de su equipo de la NASA en el interior de ILSE.

Martin se puso un «pañal», seguido de una ropa interior de alta tecnología con diversos sensores, y un ligero traje de presión por si acaso. No era tan engorroso como antes de un paseo espacial, pero se sentía unos veinte kilos más pesado y mucho menos ágil tras ponerse el traje. Un técnico les supervisaba mientras se ponían los trajes, pero como eran astronautas experimentados, el hombre no tenía mucho que hacer.

Martin observaba a Valentina para ver si ella cometía algún error, pero no tuvo problemas. «Probablemente ya haya estado en el espacio», pensó. Se imaginó que debía ser extraño tener un padre que fuera el propietario de una compañía espacial, y se preguntaba si Valentina habría considerado alguna vez convertirse en esteticista o maestra.

El técnico comprobó a todo el grupo una vez más, se aseguró de que los sensores biológicos estuvieran conectados correctamente, y preguntó una última vez si todo el mundo se encontraba bien. Martin sintió de inmediato la necesidad de orinar, pero no, no iba a desnudarse ahora delante de los demás.

—Pongámonos en movimiento —dijo el técnico en inglés. El grupo comenzó a moverse. Una ráfaga de frío aire siberiano les saludó en la puerta. Cuando el grupo salió, a Martin le preocupaba que les llevaran al cohete en un vehículo abierto, pero por suerte les estaba esperando una furgoneta. Estaba bien climatizada dentro, así que Martin se relajó y la presión en su vejiga desapareció.

Cuando llegaron a la plataforma de lanzamiento, tuvieron que enfrentarse otra vez al penetrante frío. Una puerta corredera se abrió hacia el abarrotado espacio de la torre, donde el cohete y todos sus cohetes secundarios apenas cabían. Esta limitación también estaba indicada por la improvisada construcción de las escalerillas de mano y escaleras que subieron para llegar a la cápsula. Unos cuantos técnicos seguían ocupados leyendo instrumentos y retirando mangueras. Casi parecía como si el Angara 9b fuera un bebé gigante en un vientre de acero, esperando a ver la luz del día.

Resultó que la «luz del día» era gris y turbia. Cuando Martin miró un poco a la derecha, pudo ver el cielo a través de un ojo de buey. La torre acababa de ser retirada a un lado. El cohete solo estaba estabilizado por unos andamios… o al menos eso era lo que parecía desde fuera. En realidad, el gran peso del cohete y el bajo centro de gravedad le ofrecía la mejor protección contra una fuerte ráfaga de viento. El andamiaje solo servía para permitirle a los empleados realizar unas comprobaciones finales.

Además, Hayato, quien estaba acunando a Sol entre sus brazos, usaría muy pronto el andamiaje para bajar. En la escotilla, los dos le dijeron adiós a la comandante, y Martin se sintió conmovido cuando vio las lágrimas de Amy. Su hijo no parecía comprender de qué iba todo eso. ¿Cómo experimentaba el tiempo un niño de dos años? Sería el doble de viejo cuando su madre regresara. Si es que regresaba. «No», se dijo, «todos volveremos a ver la Tierra». Habían ganado experiencia valiosa de la primera expedición y conocían los problemas que les esperaban.

Hayato saludó con la mano una última vez. Atados a sus asientos reclinables, los cinco viajeros del espacio levantaron sus cansados brazos y le devolvieron el saludo. Luego se fue y cerraron la escotilla desde el exterior. Martin oyó un crujido y, de repente, el aire pareció volverse sofocante. Ahora los cinco compartían el aire respirable en la cápsula, lo cual significaba que estaba inhalando el aire que los demás habían exhalado previamente. Respiró con dificultad cuando algo presionó contra su pecho, y de pronto sintió que no podía inhalar nada de aire. Jiaying apenas consiguió estirarse y colocar una mano en su antebrazo.

—Un ataque de pánico —dijo—. Estás bien, Martin. Respira.

Martin asintió y obedeció. Se alegró de recibir las instrucciones específicas. «¿Cuánto tiempo ha pasado? ¿No deberíamos estar ya de camino al espacio?». Le alegraba no ser el responsable del procedimiento de despegue, porque si todo dependiera de él, estarían perdidos. Amy manejó las cosas de un modo experto. Martin la observaba por el rabillo del ojo. Era difícil ver que había estado llorando hacía solo un momento.

Jiaying volvió a presionar su brazo con la mano, y ahora también lo oyó.

—Control de Tierra a Neumaier. ¿Va todo bien?

«¿Por qué debería ir todo bien? ¿Se están volviendo locos mis sensores biométricos? ¿Mi corazón está latiendo demasiado rápido?». Pero la mano de Jiaying le calmó una vez más.

—Quieren saber si todo va bien. Tienes que responder o abortarán el despegue —le dijo a Martin.

—Sí, aquí Neumaier, todo va bien —respondió.

«¿Qué más puedo decir?». Eso era obviamente lo que Control de Tierra esperaba oír. «Oh, cielos, estos dos años van a ser estresantes». Bien profundo debajo de él oyó un gruñido amortiguado, que fue confirmación de que el motor principal de la primera etapa del Angara 9b estaba arrancando. Aun cuando el cohete no se estaba moviendo todavía, una criatura invisible pero pesada se instaló sobre su pecho. La cuenta atrás llegó a cero. El profundo rugido se convirtió en un enorme sonido que sacudió a Martin hasta la médula, y ahora iban moviéndose hacia arriba. Respirar se volvió más duro, pero de algún modo le resultaba más fácil.

Ya no había vuelta atrás, aunque abortar la misión seguía siendo una posibilidad. El ruido del lanzamiento se convirtió en un sonido retumbante, una indicación de que debían haber cruzado la atmósfera. Martin intentó contar, pero perdió la cuenta antes de llegar a siete. La presión seguía aumentando. Una vez más sintió el deseo de orinar, y esta vez no pudo contenerse… lo soltó sin más. «Respira, tienes que respirar. ¿Lo he dicho o solo lo he pensado?».

Era como un viaje en constante aceleración sobre una bomba gigante. Una chispa en el lugar equivocado y el cohete explotaría hasta convertirse en una enorme bola de fuego. Hubo un ruidoso estruendo, luego otro. «Los cohetes auxiliares se han separado». Martin se los imaginó alejándose flotando de la nave espacial, cada uno de ellos activando un pequeño motor a chorro para aterrizar en un campo de aviación militar cercano. Uno de los técnicos había explicado con orgullo esta característica especial de los cohetes Baikal. La primera y segunda etapa del cohete estaban diseñadas para intentar un aterrizaje suave en la Tierra en vez de acabar como chatarra espacial. De ese modo, Shostakovich podía ahorrar mucho dinero.

Martin sintió otra sacudida. «¿Esto es ya la segunda etapa? ¿O la primera?». El flujo de sangre a través de su cerebro parecía ser insuficiente, y sus pensamientos se desperdigaron. En vez de eso intentó concentrarse en cosas familiares. ¿Cómo se construía un motor de un cohete? ¿Había apagado la luz de su apartamento? ¿Debería haberle pedido a alguien que lo comprobara de vez en cuando? «No, espera. Me encargué de eso». Y él… él había renunciado a su apartamento y había dejado sus cosas en un trastero. Una vez él y Jiaying volvieran a la Tierra, habían acordado comprarse una casa juntos… o alquilar un apartamento… o tal vez comprar una casa después de todo. Habían discutido sobre ese asunto, pero eso había sido hacía varias semanas.

Oyó un agudo sonido metálico desde atrás y se dio cuenta de que debía de ser la segunda etapa. La presión disminuyó en su pecho y la criatura invisible desapareció. Martin intentó sonreír. Jiaying no debería verle así de débil, o se habría preocupado. Al mismo tiempo, se alegraba de que ella se preocupara por él, viéndole en sus momentos más débiles y amándole aún.

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