Regreso a Encélado

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13 de enero de 2049, (1566) Ícaro

Ícaro nació hace cuatro mil quinientos millones de años. Polvo espacial se aglomeró para formar gránulos; los gránulos formaron guijarros; y los guijarros se convirtieron en rocas. Este proceso permitió que Ícaro alcanzara un diámetro de mil cuatrocientos metros y una masa de unos tres millardos de toneladas. Pero entonces pasó algo que Ícaro no podía recordar. ¿Había Júpiter, el gigante que gobernaba el sistema solar cuando Ícaro estaba lejos de la ardiente reina, expulsado a Ícaro de su órbita? Desde entonces, Ícaro había estado vagando de aquí para allá siguiendo un camino solitario.

Cuando, al emprender este camino solitario, Ícaro se acercó al sol, se encontró con Marte, Tierra, Venus y Mercurio en su trayectoria. Se calentaba cerca del sol y se volvía a enfriar al alejarse. Ícaro vio la vida ir y venir en Marte, y luego surgir en la Tierra. Allí había tenido más éxito de lo que Ícaro habría esperado de ese planeta, el cual cuatro millardos de años antes había parecido ser tan hostil a la vida. Desde la perspectiva de Ícaro, había pasado muy poco tiempo desde que los primeros rayos de un radar enviados por los habitantes de la Tierra habían golpeado su superficie. Estas criaturas se estaban volviendo más curiosas conforme Ícaro pasaba repetidas veces junto a su planeta. Como aún no habían dominado esta tecnología, uno de sus técnicos escribió un poema del que Ícaro debería sentirse orgulloso, suponiendo que fuera capaz de sentir emociones.

Una oda a Ícaro

Ícaro Dicarus Dock

Trabajamos marcados por el reloj.

Durante tres días

Apuntamos con nuestros rayos

Y un eco apareció en el terreno

Pero como siempre, hay una pena

La lluvia tuvo mejor presencia

Mientras nuestros ojos cansados

Miraban fijos al cielo

Y esperábamos que las nubes se fueran[2].

Desde 2043, cuando Ícaro se hubo acercado una vez más a unos nueve millones de kilómetros de la Tierra, ya no estaba solo. Una nave de explotación minera enviada por los habitantes de la Tierra había llegado y se había agarrado a su superficie como una garrapata. Estas criaturas se llamaban a sí mismos «humanos», y tenían su propia historia de «Ícaro» en la que ni siquiera se mencionaba el asteroide. La garrapata se alimentaba del asteroide. Sin prisa pero sin pausa la nave lo vaciaría, tragándose sus valiosos componentes para alimentar a sus descendientes y luego tirar los residuos en su superficie en forma de polvo suelto.

A Ícaro no le importaba; era un asteroide, después de todo. Por lo tanto, tampoco podía sentir la forma inusual de vida que estaba entrando en «su» nave espacial. No era vida orgánica, pero era vida, una conciencia que fluía por caminos digitales hacia el ordenador de a bordo para apoderarse de la nave.

La nave espacial cobró vida después de que Marchenko se hubiera familiarizado con todos sus detalles. Marchenko estaba ahora en la nave, y la nave era Marchenko. Se alegraba de que todo hubiera ido como la seda, y pensó con añoranza en Francesca, quien acababa de despegar desde la Tierra en el cohete Angara 9b. Marchenko también pensó en Ícaro, pero si el asteroide pudiera leer sus pensamientos, se entristecería. Al final, Marchenko solo estaba pensando en cómo alejarse de allí tan rápido como fuera posible. Una nave espacial más grande le estaba esperando ahí fuera. Tendría que alcanzarla y conquistarla para poder recoger a sus amigos, con cuya ayuda intentaría encontrarse… a sí mismo.

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