Regreso a Encélado

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14 de enero de 2049, Semlya

La vida ya le había enseñado a Martin tres lecciones hoy. Una, incluso la gente que ha pasado dos años en el espacio no está inmunizada contra el mareo espacial. Dos, el truco de concentrarse en algún objeto lejano para evitar las náuseas no parecía funcionarle. Mientras que los demás estaban concentrándose en un punto cerca del ojo de buey, diciendo «ooh» y «aah» cuando vieron la maravillosamente azul y frágil Tierra, él mantuvo las distancias. Y tres, era extremadamente difícil atrapar el vómito que flotaba libremente por la cápsula. Desde ese desagradable episodio, siempre llevaba una bolsa con él.

De vez en cuando, Jiaying se acercaba y preguntaba cómo le iba. Martin no tuvo que contestarle, porque su expresión facial hablaba por sí sola. ¿Era él tan sensible al diseño ruso? ¿O era porque tenían muy poco espacio? La cápsula Semlya se suponía que estaba diseñada para llevar a ocho personas, pero ¿cómo podían soportarlo ocho personas si ya estaba abarrotada con cinco?

Por otro lado, estaban usando la cápsula para un propósito para el que no estaba originalmente planeada. Estaba siendo usada como taxi hasta una localización alejada de la órbita lunar, y no se llegaba tan lejos en veinticuatro horas. Tendrían que soportar al menos una semana en esas circunstancias de disponer de poco espacio. La ventaja era que el sistema de soporte vital era lo bastante potente como para permitirles orbitar la Tierra en el Semlya casi indefinidamente, así que no se asfixiarían ni morirían de sed. Ni sucumbirían al hambre, ya que había mucha comida deshidratada a bordo.

Las instalaciones sanitarias, sin embargo, eran bastante primitivas: un váter improvisado aislado solo por una cortina.

Su combustible también estaba limitado. Con el actual nivel de aceleración, podrían volar por el espacio durante solo otros cuatro días si querían tener la oportunidad de volver con su propia energía. Si no comenzaban a desacelerar para el dieciocho de enero, solo ILSE sería capaz de salvarles. No sabían si Marchenko sería capaz de recuperar el control de la nave para entonces.

Al menos ya se había puesto en contacto con ellos y había informado de que la nave acoplada al asteroide Ícaro estaba en buenas condiciones.

En la Tierra nadie se había dado cuenta de su excursión. Supuestamente, Amy se estaba ocupando de su hijo a tiempo completo, Martin necesitaba cuidar de su madre, y Shostakovich consiguió que Jiaying se viera liberada de su gobierno para trabajar en proyectos espaciales. Francesca era su propia jefa de todos modos. El billonario ruso les envió varios programas de noticias, así como películas de Hollywood recién estrenadas para que no se aburrieran. Pero Martin no necesitaba películas, y los demás parecían estar bien entretenidos mirando por el ojo de buey.

Se situó delante de una consola de ordenador, intentando comprender el sistema. En caso de emergencia, podría ser útil si él pudiera intervenir. Valentina parecía haberse dado cuenta de su curiosidad y se unió a él.

—¿Puedo explicárselo todo? —preguntó ella.

—Sí. ¿Por qué ha venido con nosotros? —respondió Martin.

Ella sonrió.

—Eso no es lo que quería decir.

—Lo sé. Pero aún me interesaría saberlo.

Valentina frunció el ceño. O bien estaba ponderando su pregunta o bien era una buena actriz. «Es extraño», pensó Martin. «¿Por qué rompo mi regla estricta de pensar lo mejor de los extraños en lo que se refiere a ella?». ¿Qué había en ella que hacía que sintiera tantas sospechas? ¿Era solo por su padre?

—Para ser exactos, probablemente porque quería escapar de mi padre —declaró Valentina finalmente.

—Pero él la mandó venir. Esta es su misión.

—Eso es lo que él cree. Sin embargo, aunque fuera ese el caso, me alejaré lo máximo posible de él mientras estoy con todos ustedes.

Martin se rio y se olvidó de sus náuseas.

—Eso podría ser cierto, pero ¿por qué quiere alejarse? ¿Qué es tan difícil de tolerar?

—Como padre, pues está bien —dijo Valentina—. A veces es demasiado protector, en particular desde que falleció mi madre.

—Lo siento. Me preguntaba por qué no había una señora Shostakovich. ¿Cuándo murió?

—Era Shukina, no Shostakovich. Su nombre era Shukina, igual que el mío. Murió hace diez años, cuando yo aún era una adolescente. Le hizo mucho daño a mi padre, y a veces siento lástima por él por lo que pasó entonces.

—¿Y nunca volvió a casarse? —preguntó Martin.

—No, está casado con su empresa. Siempre lo ha estado. Rara vez tenía tiempo para mi madre. Los negocios siempre eran los primeros, y entonces ella encontró un sustituto para él en el alcohol y las pastillas.

—Eso es triste.

—Sí. Tras su muerte, las cosas no mejoraron; más bien empeoraron. Ahora solo vive para su investigación. A veces tengo la sensación de que se considera a sí mismo un gran benefactor, pero no ayuda a nadie. Todos sus beneficios son invertidos en la investigación de su empresa. La compañía sigue creciendo y le devora.

—No sé por qué, pero no le tengo lástima —dijo Martin.

—No se merece que le tengan lástima, ya que es su propia decisión —dijo Valentina, asintiendo con la cabeza—. Pero ya estoy harta. ¿Debería enseñarle el sistema? Quién sabe… podríamos necesitar que esté familiarizado con él en algún momento.

—Claro —dijo él.

Se pasaron una hora mirando el software, y luego otra hora. Las náuseas de Martin habían desaparecido. Descubrió que el programa era en realidad bastante simple y se alegró de poder leer las letras cirílicas. También ayudaba que Valentina fuera una gran profesora. Intentó imaginársela al frente de una clase, enseñando a sus alumnos, pero por supuesto esa carrera no estaba abierta para ella. Algún día, se convertiría en una de las mujeres más ricas, más poderosas y más deseables del mundo. A menos que tuviera un hermano, algo que él había elegido no preguntarle.

Martin decidió que quería saberlo.

—¿Tiene hermanos?

Ella sacudió la cabeza.

—Soy hija única, por desgracia. En realidad mi madre no quería tener hijos. Siempre pensó que no tenía instinto maternal, pero eso no era cierto.

Martin asintió. Luego su atención se centró en una secuencia de software en particular. La sección era responsable del procedimiento de acoplamiento.

—¿Puedo echarle un vistazo más de cerca a esto?

—Espere un momento —dijo Valentina—. Voy a cambiar a modo de depurado.

Un mensaje apareció en el monitor, el cual Martin consiguió interpretar como una advertencia, incluso sin saber ruso.

—El ordenador nos dice que no deberíamos cambiarlo durante el vuelo —explicó Valentina.

—¿Y si abre el código fuente con el modo de protección contra la escritura activado?

—No hay problema.

Las líneas de código aparecieron en la pantalla. Martin reconoció de inmediato que el código estaba escrito con el lenguaje de programación Fortran.

—Muy exótico —comentó. Durante mucho tiempo, Fortran había sido su lenguaje de programación favorito—. ¿Estudió Física su padre?

—Sí.

Martin sacudió despacio la cabeza. Las secuencias de mando eran comprensibles y los comentarios regulares en inglés le ayudaban a comprenderlas. Todo parecía estar bien, pero algo seguía molestándole.

—¿Qué piensa? ¿Cuántos años tiene este software?

—No tengo ni idea —respondió Valentina.

Martin calculó. Fortran no se enseñaba en las facultades de Física desde hacía unos treinta o cuarenta años. Tal vez en el bloque del este hubiera permanecido en uso más tiempo. A pesar de ello, nada decía que este código no funcionara a la perfección. Si Shostakovich le hacía el mantenimiento con regularidad, no tendrían problemas. A menos que… la nave se viera enfrentada a circunstancias desconocidas para su software. Como el mecanismo de acople con la ILSE. Aunque ese mecanismo estaba basado en los estándares internacionales, estos habían sido expandidos hacía unos diez años a petición de los chinos. ¿Había implementado la actualización el Grupo RB? Eso era cuestionable, ya que habría costado dinero sin añadir ventajas específicas. Después de todo, las naves de transporte de la minería privada no tenían que acoplarse a una estación espacial china.

Martin examinó la memoria del programa, sabiendo que era ahí donde estaban almacenados los parámetros necesarios para una exitosa maniobra de acoplamiento. Le preguntó a Valentina algunos términos rusos de búsqueda. Ahí estaba, el archivo que definía las constantes más significativas. El único problema era que no conocía los valores necesarios para ILSE. Si no actualizaba esos números, la cápsula Semlya embestiría a ILSE. Le explicó el problema a Valentina.

—Siempre podríamos cambiar a control manual —sugirió. Una respuesta reconfortante, hasta que recordó que hacía unos días una segunda nave espacial había sido lanzada, la cual transportaba el láser y el reactor de fusión hacia la nave ILSE. La nave espacial no iba tripulada, así que un control manual para ellos estaba fuera de toda cuestión. Necesitaban un plan lo antes posible.

—Podría pedirle los valores a un amigo de la NASA —ofreció Amy después de que Martin le explicara el problema a los demás.

—¿Con un mensaje por radio desde la Semlya? No es una buena idea —respondió Francesca.

—Podríamos contactar con Shostakovich y pedirle que envíe el mensaje desde una dirección de email no sospechosa.

—Podríamos contactar por radio con mi padre —dijo Martin—. Pero él solo espera ser contactado desde ILSE. Sería demasiado arriesgado.

Jiaying sacudió la cabeza.

—Si contacto con amigos chinos sería demasiado evidente.

—Bueno, entonces tenemos que proceder a través de Shostakovich —dijo Martin—. Le describiré el problema.

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