Regreso a Encélado

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17 de enero de 2049, Semlya

Habían estado cayendo hacia la luna desde poco después de medianoche, y una vez más el ojo de buey era un lugar prohibido para Martin. Intentó mirar una vez por el panel, pero se sintió mareado de inmediato, con la nauseabunda sensación de que estaba colgando del techo boca abajo.

Añadamos a eso el agrio sabor del aire rancio y no importaba que la vista fuera tan impresionante. La luna parecía enorme, la superficie lunar cubría todo el campo de visión, y ellos eran un mero trozo de metal que pronto, o eso parecía, se estrellaría contra las rocas debajo de ellos y formaría un cráter.

Por supuesto, ese no era el plan real. Su trayectoria estaba calculada para permitirles recorrer a toda velocidad su superficie a una altura de varios cientos de kilómetros, sin acercarse demasiado a ella. Iban a usar el campo gravitatorio de la luna como tirachinas para acelerarles hacia las profundidades del espacio, donde el carguero se estaba acercando a su punto de encuentro con ILSE.

En unas horas alcanzarían el «punto de no retorno». Ese momento crítico se alcanzaría cuando estuvieran al otro lado de la luna. Lo que fuera que hicieran después no podría salvarles; la tripulación sería lanzada hacia el sistema solar. La maniobra se parecía al momento exacto en lanzamiento de peso cuando el atleta soltaba el peso.

Por ahora, la tripulación vería la Salida de la Tierra. Francesca fue la primera en ver el destello azul de su planeta natal surgiendo por encima de las grises planicies lunares. Martin oyó sus exuberantes vítores. Esta sería su última oportunidad en mucho tiempo para ver la Tierra en toda su belleza. Decidió con firmeza controlarse. Si se esforzaba mucho, la náusea no tendría oportunidad de aparecer. Despacio, dio unos pasos hacia el otro lado del interior de la cápsula, donde estaba localizado el ojo de buey. Francesca y Amy le dejaron sitio. Jiaying se le acercó desde atrás y apoyó una mano en su hombro. Por primera vez, Martin se dio cuenta de que estaba rodeado de mujeres. «Eso es algo típico», pensó. Y entonces vio la Tierra.

Ahora comprendió por qué vitoreaba Francesca; su hogar y el de sus compañeros de tripulación era el objeto más hermoso del universo. No era suficiente llamarlo «el planeta azul», ya que Neptuno era incluso más azul. No, era de un resplandeciente zafiro, la gema más hermosa en el opulento collar de la reina del sistema solar. El poderoso sol debería alegrarse de poseer esta preciosa joya. Solo por ver estas vistas merecía la pena su viaje, y Martin por supuesto que se alegraba de no habérselo perdido.

—Gracias, Jiaying —susurró al oído de su novia, ganándose una amplia sonrisa.

Martin pensaba a veces que un sabio y anciano mago se había transformado en esta atractiva mujer para enseñarlo algo sobre la vida. Si era así, le estaba muy agradecido por ello.

Tras dormitar unos minutos en su sillón, la cuenta atrás despertó a Martin. Echó un vistazo por el ojo de buey y ya no podía ver la Tierra, solo la oscuridad del espacio.

—Es la hora —dijo Amy con calma—. Os quedan tres minutos para pensarlo. Si solo uno de vosotros no quiere emprender este viaje, cancelaré la cuenta atrás y volveremos. Nadie será criticado. Para asegurarme de que estáis actuando por completo por voluntad propia, recorreré el espacio y me detendré cerca delante de cada uno de vosotros. De ese modo, yo seré la única que podrá ver vuestros rostros. Si queréis regresar, parpadear cuatro veces rápido, y eso será suficiente. Los demás nunca sabrán quién quiso cancelar la misión.

Amy se levantó y caminó hacia Valentina, y Martin solo podía ver la espalda de Amy. Quince segundos más tarde, la comandante se acercó a Francesca. Cuando se dio la vuelta, Martin vio su rostro brevemente pero no le reveló nada. Luego le llegó el turno a Jiaying, y poco después Amy se plantó frente a él. La miró a los ojos y comprendió por qué Hayato se sentía tan atraído por ella. Mientras que Martin había descubierto a una persona sabia en Jiaying, Amy era como una madre amorosa. Martin se concentró en no parpadear y entonces ella volvió a su sillón. Se reclinó y ajustó su cinturón de seguridad, pero no dijo nada. La cuenta atrás continuó pero no pasó nada. Los cinco astronautas estaban respirando en calma y la calidad del aire parecía que había mejorado. La cuenta atrás llegó a cero. No hubo órdenes y todo fue según el plan original. Luna, la lanzadora de pesos, les lanzó a la libertad del espacio, mucho más rápido de lo que les permitían sus propios motores.

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