Regreso a Encélado

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Reclamaciones » 24 de enero de 2049, Semlya

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24 de enero de 2049, Semlya

¡Marchenko había completado con éxito su parte de la tarea! El mensaje había llegado el día anterior, mejorando el humor de la tripulación aún más que después de la dramática maniobra de acoplamiento. «Esto significa que nuestro siguiente logro dependerá por completo de mí para que tenga éxito», pensó Martin, quien lo había estado ponderando durante un rato. Se preguntaba si no sería mejor que fuera Valentina en vez de él, ya que ella podía manejar mejor las partes en cirílico y la nave desconocida.

Martin, sin embargo, no había podido rechazar los argumentos expuestos por los demás. Esto no iba de comprender menús y etiquetas en el software de control; ni siquiera tenía que usar uno de los programas. Su tarea era más bien modificar el código fuente. Valentina ya le había demostrado que los programadores añadieron comentarios en inglés, y Fortran era un idioma que se entendía de un modo universal. Por otro lado, Valentina solo lo entendía tal y como un alemán podría leer holandés. Como tenía que ver con los procedimientos de atraque, tuvo que admitir que eso no era suficiente.

Jiaying le dio un beso antes de que se pusiera el casco. La bodega de carga al otro lado estaba presurizada, pero tenía que respirar del tanque que Francesca le había colocado a la espalda.

—Todavía no está muy caldeado —le avisó Valentina. Luego, para poder abrir la escotilla, introdujo aire en el compartimento estanco—. Presión estable —dijo.

Hizo girar la enorme rueda y abrió la puerta redonda de acero. El compartimento estanco era diminuto… ¿Cabría allí dentro siquiera? «¿No debería entrar otra persona, alguien más pequeño…? No», se dijo, y se agachó para entrar en la sala. Valentina cerró la escotilla tras él y todo se oscureció de inmediato. Si sufriera claustrofobia, este sería el momento de tener un ataque de pánico. Martin escuchó, pero no sintió esa reacción. Sus ojos se adaptaron a la tenue luz roja, que parecía oscurecer la sala en vez de iluminarla.

Justo delante de él había una segunda rueda con radios. La sujetó e intentó girarla. «¡Fiu!». Era lo suficientemente fuerte para hacerlo, lo cual le había preocupado, pero funcionó. Tras diez revoluciones oyó un chasquido metálico. «Debe de ser el engranaje mecánico que evitaba que la escotilla se abriera por accidente», decidió Martin. Si la empujara ahora… se preguntó si se le habría olvidado algo. No, era la hora. Abrió la puerta. Hubo un breve silbido cuando la presión se igualó, y entonces pudo salir.

Delante de él había un estrecho pasillo de unos dos metros de alto, con contenedores a ambos lados. Normalmente se almacenaba mineral en esos contenedores, pero ahora no. Por lo que él sabía, guardaban el láser y su necesaria planta generadora de energía. Sin embargo, fue incapaz de confirmarlo. Su tarea era recorrer el pasillo bajo la tenue luz de los LEDs rojos y encontrar la consola del ordenador, que estaba supuestamente en un recoveco al lado derecho.

Martin se acordó de películas en las que un astronauta curioso y solitario caminaba por un oscuro pasillo. Esas escenas nunca tenían finales felices. ¿Qué tipo de peligro podría acecharle allí, sin embargo? Lo peor que podría suceder sería que le golpeara un meteorito. «Hoy no, por favor, hoy no». Más adelante, había ventanas en la pared de acero de la izquierda. Martin intentó mirar por ellas, pero estaban empañadas. «Debe de ser la diferencia de temperatura», aventuró. Allí en el pasillo el aire estaba helado, pero los contenedores tenían que estar incluso más fríos.

Martin silbó en voz alta y luego se rio para reafirmarse. Su risa sonó metálica y extrañamente femenina, y concluyó que debía ser por el efecto de la mezcla de gases dentro del carguero. Si estuviera en una película, habría un monstruo con un solo ojo con una gigante lengua que se sacudía, mirándole fijamente a través del cristal. «Martin, no tengas miedo», se dijo a sí mismo.

«Ah, sí». Había llegado al nicho con la consola: una caja baja y protuberante con un teclado soldado a ella, y una pantalla instalada en la pared por encima. Martin solo tenía que pulsar cualquier tecla para activar el sistema. No habría más comprobaciones de seguridad, ya que se suponía que todo el mundo que había conseguido subir a bordo tenía autorización para hacerlo. Los hackers normalmente no eran dueños de naves espaciales, y no había piratas espaciales. Ningún lugar estaba vigilado más de cerca que el espacio en las proximidades de la Tierra.

Valentina le había explicado la pantalla de bienvenida a Martin. Necesitaba mantener dos teclas pulsadas mientras reiniciaba el ordenador para entrar en el menú de depuración, y luego ya supo moverse por el sistema. Shostakovich había usado un sistema operativo Unix relativamente actual, y Martin buscó el archivo de los parámetros. Lo abrió en un editor de textos e implementó las modificaciones. «Eso ha sido sencillo», pensó. Ahora solo tenía que iniciar una recompilación y habría terminado. Introdujo el comando y unos segundos más tarde el sistema le mostró un mensaje de éxito.

Martin tuvo que reiniciar el sistema a continuación para ejecutar los nuevos segmentos del programa. Esa también era una tarea bastante sencilla, ya que la vieja combinación de teclas Ctrl-Alt-Del seguía funcionando de maravilla. La pantalla se volvió negra, indicando que su tarea se había completado. Estaba a punto de volver cuando las luces se apagaron de pronto.

«Maldita sea. ¿Por qué siempre me pasan a mí estas cosas?». Valentina le había prometido que solo se vería afectado el control de vuelo, pero no el resto de sistemas. Obviamente se había equivocado. ¿Y por qué había sido tan estúpido como para rechazar la radio bidireccional que Amy le había ofrecido? Había argumentado que solo estaría a unos metros de distancia y bien podría llamar a la puerta usando el código Morse. «Mantén la calma, Martin, las luces volverán a encenderse de nuevo». Y solo tenía que volver por el pasillo para llegar al Semlya.

Contó hasta veinte, hizo una pausa… nada. Luego continuó contando hasta ochenta, pero de nuevo no sucedió nada. «Mierda, tendré que apañármelas sin las luces». El hueco donde estaba acuclillado estaba en el lado derecho del pasillo, así que solo tenía que girar noventa grados a la izquierda. «Ay». Obviamente había girado demasiado lejos. Ahí estaba el pasillo y fue palpando despacio las paredes para hallar su camino. «Ay». Un dolor ardiente en su mano. Martin sabía que sus guantes eran demasiado delgados para permitirle un contacto continuado con las paredes, ya que estaban extremadamente frías y se estaban volviendo aún más frías. Respiró hondo y el sonido era tan fuerte que parecía como si alguien estuviera detrás de él.

«Mantén la calma, Martin. Solo son unos veinte pasos». Colocó con cuidado un pie delante del otro. «No puede pasar nada, Martin. La escotilla debería estar ahí». Se golpeó la cabeza con el techo, que de repente era más bajo. «Y, de hecho… ay, otra vez… ¡Ahí está! ¿Dónde está la rueda con radios?». Siguió palpando al avanzar, pero no encontró nada. «Oh, por supuesto. La escotilla está abierta porque no la cerré». Localizó la abertura. «Vale, entra, Martin».

La iluminación del compartimento estanco parecía estar controlada por el carguero, porque esta sala también estaba a oscuras. Martin avanzó poco a poco, palpando las paredes y el techo, y encontró la rueda con radios que tendría que abrir más tarde para volver al Semlya. Pero primero tendría que cerrar la escotilla del lado del carguero. Encontró la manilla de la que tenía que tirar, y la puerta de acero se cerró con un fuerte chirrido. Martin giró la rueda diez veces hasta que oyó encajar los engranajes de seguridad. «Qué alivio».

Esperó. «Diez segundos, treinta segundos, un minuto». No pasó nada. ¿No debería recibir alguien un mensaje de que el compartimento estanco ya había vuelto a cerrarse? ¿No deberían notar que habían lanzado aire en la sala? El espacio cerrado era opresivo y su respiración era superficial. Comprobó el tanque y vio que la provisión de aire duraría otras tres horas. «Vale. Despacio, Martin. ¿Se te ha olvidado algo? Mierda… el botón». Debía estar directamente debajo de la lámpara roja que ya no estaba iluminada, e incluso podría haberse apoyado en él. Se dio la vuelta y lo buscó a tientas. «¡Ja!».

Pulsó el botón una vez. «No… mejor lo pulso dos o tres veces». La luz no se encendió, pero oyó un sonido sibilante. «Debe de ser el aire que está entrando en el compartimento estanco». Luego oyó chirridos. Alguien estaba girando la rueda desde el lado del Semlya. Oh, entonces no tendría que haberse esforzado tanto. Su corazón latía rápido y estaba cansado, muy cansado. Ahí estaba la luz. Primero una raya, y luego llegó con toda su fuerza. Martin entrecerró los ojos. Algo cálido tocaba ahora su hombro. Era agradable, pero se asustó. Se sacudió y salió rodando del compartimento estanco por accidente, aterrizando directamente delante de Jiaying, quien se agachó y le acarició.

Cinco minutos más tarde estaba tumbado en su sillón mientras le comprobaban la presión arterial y el pulso. La saturación de oxígeno en su sangre estaba un poco baja, tal vez debido al vacío parcial. Pero no había motivos para preocuparse. Valentina comprobó el software modificado y, al menos en la simulación, el carguero se acoplaría ahora con éxito a ILSE. Cuando el programa se reinició, al carguero simplemente se le olvidó que había un ser humano dentro de él.

—Todo va a ir bien —susurró Jiaying con ternura en su oído, y él la creyó.

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