Regreso a Encélado

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Recuperación » 3 de febrero de 2049, ILSE

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3 de febrero de 2049, ILSE

Martin cerró los ojos cuando el cálido chorro de agua salpicó sobre su espalda. Ahora, mientras una ducha casi tropical masajeaba su piel, pudo imaginarse en Bali. Advirtió el aroma herbal de su champú. Se lavó y eliminó la suciedad y el sudor de los pasados días, durante los cuales había trabajado mucho más duro que nunca. Después de que Marchenko comenzara la rotación del anillo de habitación, lo primero que limpió toda la tripulación fueron las cabinas y los WHCs. Sentir la fuerza de la gravedad una vez más creaba un poco de normalidad.

Al principio, solo usaron agua pura. El agua sucia era recogida en cubos. Era un trabajo asqueroso, pero necesitaban las heces. Los cubos llenos habían recibido tapas improvisadas y los dejaron en el CELSS, donde serían usados para hacer que la tierra congelada volviera a ser fértil. Si la tripulación tenía suerte, tendrían comida fresca del jardín en dos meses.

Después utilizaron los habituales limpiadores y desinfectantes químicos. Por suerte, consiguieron eliminar el abrumador hedor a descomposición de los WHCs. Pero ahora apestaban a limpiadores, mucho peor que en un hospital, aunque ese olor se desvanecería al cabo de unos días. Martin dejó que el agua caliente masajeara sus brazos, y sus muslos serían los siguientes. Le dolían los músculos tras todo el trabajo duro. Incluso le había prometido a Jiaying un masaje y había cogido aceite de oliva de la cocina para usarlo más tarde. Uno nunca sabía a dónde podría llevar eso… era su primera noche juntos desde su estancia en el Hotel Amur con sus duras y terriblemente incómodas camas.

«Ya basta». Cerró el grifo, abrió la puerta de la ducha y cogió la toalla. La sensación del material recién lavado sobre su espalda era deliciosa y se secó despacio, por delante y por detrás, de arriba abajo. Lo mejor y más atractivo ni siquiera era la noche que le esperaba, sino la sensación de normalidad que estaba volviendo poco a poco. Volarían hacia Saturno durante nueve o diez meses. Todos tenían su lugar y los días serían iguales. Así era como se imaginaba que sería el futuro, y eso le parecía muy reconfortante.

Tras secarse bien los pies, Martin salió de la ducha. Entonces se puso un pijama limpio, se cepilló los dientes y caminó descalzo hacia su cabina. Dentro, la luz era tenue. Jiaying, quien ya estaba en la cama, sonrió cuando él entró en la habitación. La sábana la cubría hasta el cuello, mientras que su pijama estaba doblado sobre la silla.

Martin permanecía tumbado de espaldas, incapaz de dormir. Jiaying estaba tumbada de lado, respirando de un modo regular. Aún sentía su cálida piel contra su cadera. Miró con cuidado el reloj y vio que eran las dos y media de la madrugada. Hasta hacía unos minutos había dormido como un tronco, pero luego algo le había sobresaltado. Ahora su corazón latía con fuerza y su mente empezaba a ir a toda prisa también.

La habitación estaba bastante oscura. Un LED azul en la puerta proporcionaba suficiente luz para apenas ver siluetas. Estaba en la cama y le iba bien. Mañana sería el primer día de un tranquilo vuelo hacia Saturno. Reactivarían el jardín, renovarían lo que pudiera renovarse, y luego gradualmente se encargarían del láser y la planta generadora de electricidad asociada que se suponía tenían que instalar en Encélado. Junto con Marchenko, se les ocurriría un plan para llegar hasta su cuerpo. Martin pasaría algún tiempo con Jiaying y también sin ella. No había nada de lo que preocuparse. «¿Cuándo fue la última vez que experimenté una sensación tan agradable de predictibilidad?».

El cansancio se apoderó del interior de su mente y cerró los ojos con fuerza mientras Martin volvía a quedarse dormido despacio. No podía moverse, pero no era algo desagradable. Estaba completamente envuelto en un afelpado capullo de somnolencia. Era tan suave que quería tocarlo y acariciarlo. El sueño le abrazó y se rindió a él. El sueño le empujó hacia las profundidades de su conciencia.

El capullo de algodón se convirtió despacio en agua. Burbujas subían desde las profundidades y le hacían cosquillas en la espalda. Era una caricia reconfortante y se sintió dulcemente envuelto. Poco a poco se hundió en las profundidades de un cálido mar tropical, mientras que al mismo tiempo todos sus músculos se relajaban por completo. Simplemente siguió respirando aunque estaba bajo el agua. Las corrientes tiraron de él más abajo y el verde se convirtió primero en azul claro, y luego en azul oscuro.

Se estaba hundiendo de espaldas, dejándose llevar por la corriente. Tenía los brazos y las piernas levantados por encima de la cabeza. Se hundía como un bebé en el agua caliente que le rodeaba y le mantenía vivo. El azul oscuro se volvió negro y ya no podía ver nada; aún así lo percibía todo. Las estrellas resplandecían. No parpadeaban como en el cielo nocturno en la Tierra, sino que brillaban frías y constantes. Se dio cuenta de que estaba en el espacio mientras se iba hundiendo más en lo profundo del océano. A Martin no le importaba la contradicción. No importaba; todo iba bien, se sentía calentito y seguro, y estaba sobrecogido por la gratitud.

Rayas blancas aparecieron a su izquierda y a su derecha. Se hundió más y reconoció su entorno sin tener que girar la cabeza. Pronto llegaría al Bosque de Columnas, a su hogar. De ahí era de donde venía y ahí era a donde regresaría después de haber estado lejos durante tanto tiempo. Este era el lugar al que pertenecía. Le había creado hacía miles de millones de años, y al mismo tiempo él lo había creado. Martin ya no era un ser humano, pero eso no le molestaba. Él era todo, universal, y estaba lleno de amor.

Se hundió aún más. Las columnas blancas del bosque eran más altas de lo que las recordaba. Servían como postes guía, pero se dio cuenta de que había más columnas. Rápidamente se vio dominado por una sensación de soledad que aumentaba cuanto más se hundía. Gradualmente fue sintiendo miedo de tocar el fondo, porque sentía que algo le esperaba y que no le gustaría. Intentó remar con brazos y piernas para detener su movimiento, pero sus miembros no obedecían.

Se hundía inexorablemente… no, caía, y sus impresiones cambiaron. El agua se volvió más fría y la oscuridad más misteriosa. Ya no era un negro brillante, sino un negro oscuro que le daba miedo; no porque pudiera ser peligroso, sino porque lo consideró una advertencia contra lo que fuera que le esperase ahí abajo.

Entonces su espalda aterrizó sobre la arena de repente. Sus brazos y piernas flotaron hacia abajo, como si no le pertenecieran. Desde arriba, su cuerpo debía verse como una X. Martin no solo lo sentía, sino que también podía verlo. Su ojo flotaba por encima y exploraba la zona donde había aterrizado. Entonces le quedó claro lo que veía —o lo que más bien no veía—, porque solo había la nada.

La sensación de soledad se volvió tan sobrecogedora que despertó llorando. Una mano cálida tocó su hombro y ya no estaba en el fondo del mar. Jiaying habló suavemente mientras su mano le acariciaba.

—No pasa nada. Todo va a ir bien —susurró, y sabía que no le estaba diciendo la verdad, pero ella tampoco le estaba mintiendo.

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