Regreso a Encélado

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Recuperación » 27 de febrero de 2049, ILSE

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27 de febrero de 2049, ILSE

La vida en ILSE cayó en un patrón rutinario, justo como Martin había esperado que sucediera. Pero con el paso del tiempo sus sueños se volvieron cada vez más vívidos. ¿Estaba eso provocado por el hecho de que no experimentaba aventuras durante el día? ¿O era porque se estaban acercando gradualmente a su destino? Bueno, en realidad no se estaban acercando aún. Habían cruzado recientemente la órbita de Marte. Durante las próximas semanas estarían atravesando el cinturón de asteroides. Más allá, todo estaría en calma, porque la red basada en asteroides de Shostakovich no llegaba mucho más lejos en el espacio.

El siguiente destino principal podía ser, en teoría, Júpiter, solo que cuando llegaran a su órbita, el planeta estaría en el otro extremo del sistema solar. Así que irían a toda velocidad por el espacio vacío en el más absoluto silencio. Durante la última expedición, Control de Misión les había vigilado, pero ahora estaban completamente solos.

Martin repasaba a menudo el día en su mente antes de quedarse dormido. Como ella tenía un turno temprano al día siguiente, Jiaying dormía en su propia habitación, la cual habían improvisado al incorporar el armario de las herramientas, porque las dos cabinas en la tercera sección de habitación seguían sin tener un WHC que funcionase. Durante la siguiente semana se verían muy poco. Durante el primer viaje, equipos de dos personas se habían formado para las tareas, pero ahora estaban dispensados de esa rutina, parcialmente debido a la falta de personal, y también porque Marchenko ya estaba al cargo de todo.

Mañana decidirían qué hacer con Watson. Ahora toda la tripulación conocía la historia, así que Martin sentía curiosidad por las conclusiones que Amy, Francesca, Jiaying y Valentina sacarían de todo eso. Él mismo había vuelto a jugar a ser fontanero, pasando el día reparando tuberías en el módulo jardín. Ya habían plantado las primeras simientes en la nueva tierra. Pronto habría berros frescos en el jardín, y en tres o cuatro semanas tendrían lechugas.

Martin reajustó su almohada mientras su mente vagaba. Se imaginó saliendo del jardín junto a la puerta trasera. Allí vio un camino que le llevaba hacia un brillante bosque iluminado por el sol. Podía oler el calor del verano, la hierba seca, y el musgo bajo los árboles. Y las primeras setas también parecían estar ahí. Caminando a lo largo del camino vio un boletus bayo cerca del tronco de un pino. Salió del camino al suave suelo boscoso y observó que no era un hongo solitario, sino parte de un completo círculo que había crecido alrededor del árbol. Cogió el boletus bayo con cuidado y se enfadó consigo mismo por no haber traído ni un cuchillo ni una cesta. A pesar de ello, simplemente no podía ignorar esas sabrosas setas marrones que eran tan deliciosas salteadas con cebollas, pimienta, y ajo. Martin empezó a salivar. Si Jiaying estuviera junto a él, podría presenciar el hilo de saliva que le caía por la barbilla.

Se tumbó solo, respirando con regularidad y con los ojos cerrados. Estaba dormido, y aún así buscando más setas en un bosque que se parecía a los de su hogar. Había unos tonos de otoño en el aire, una hoja dorada aquí y una ráfaga de viento sorprendentemente fría allá, pero el verano tardío aún prevalecía. Mientras Martin seguía a su nariz, el bosque se volvía más denso. Sabía que su sentido del olfato le llevaría hacia más boletus bayos, y tal vez hacia algunos rebozuelos que a menudo crecían en los escasos arbustos de las plantaciones de jóvenes abetos. Mientras pensaba en ello, vio los árboles apretados entre sí que le obligaban a agacharse hasta adoptar la altura de un niño para evitar sus punzantes agujas. Eran más oscuras allí que en los bosques altos, pero el aroma también era diez veces más intenso.

El musgo le conminaba a tumbarse sobre él, pero habría hormigas, arañas y otros insectos del bosque. Su nariz buscaba setas y sus ojos le seguían. Ahí estaban. Se acercó al lugar con cuidado, y de repente una delgada rama rodeó su cuello desde atrás. Una ráfaga de viento pasó a través de los arbustos, alejando las hojas del año anterior. Martin se preguntó cómo las hojas secas habían acabado entre los jóvenes abetos, e incluso se sorprendió más por la rama que le apretaba la garganta.

«Esto no puede ser», pensó. «Crecí aquí arriba. Es mi bosque». Pero la rama era implacable y usó más fuerza, así que no podía respirar. Martin sintió el deseo de toser, pero no podía. No podía inhalar, se le salían los ojos, y sus mejillas y pecho se expandieron. La rama le soltó. Hubo un breve momento de alivio, y entonces Martin notó que eso no ayudaba, porque simplemente no había aire. No había nada que pudiera respirar.

Produjo un fuerte y traqueteante sonido mientras sus pulmones intentaban con desesperación inhalar la nada. Pero no se podía sobrevivir en la nada; la nada mataba. Horrorizado, Martin sacudió los brazos, pero no tenía nada que hacer. «Este es mi bosque», pensó, y quiso gritar, pero carecía de aire. Pensó que moriría en ese instante. Estaba absoluta y completamente seguro de ello. Pero en ese momento se despertó.

Su habitación estaba a oscuras. Sus manos se sujetaban a sus sábanas, con los puños apretados. Respiró hondo. Había aire. Su pecho bombeaba oxígeno dentro de sus pulmones, como si realmente le faltara el aliento. Su pijama estaba empapado. La pesadilla había sido tan intensa que Martin seguía temblando; todo había parecido tan vívido y la asfixia le había parecido real. Aun cuando nunca había estado a punto de asfixiarse, estaba convencido de que debía haberse sentido así en su sueño.

«No hay motivos para asumir que esto pueda sucederme de verdad», se dijo, y al final solo fue un sueño. Una lástima que Jiaying no estuviera allí con él esa noche porque le habría encantado sentir su mano sobre su hombro ahora. Tardó mucho tiempo en volver a quedarse dormido después de ponerse un pijama seco.

Martin tenía miedo de que se repitiera la misma pesadilla.

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